viernes, 22 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 30

— Está bien, mamá.  Yo indicaré a Pau el camino —expresó Facundo sin darle importancia.

— Puedo encontrar mi habitación sola, Facu.

— ¿Qué habitación es la suya, mamá?

— La de la parte derecha, querido, ya que Pedro no está.

— Creo que te excediste en tu preocupación por Pedro, tarde o temprano mamá se dará cuenta de que eres mi amiga, no la de él — hizo notar Facundo al salir del comedor.

— ¿No puedo ser amiga de los dos? —inquirió la chica.

— ¡No, no lo puedes!

—¿Porqué no?

— Pedro y yo jamás hemos compartido nada.

—Quizá sea el momento de comenzar a hacerlo.

— Pero no en tu caso, Pau.

Ninguno de los dos había elevado la voz, sin embargo, a Paula le pareció que gritaban.

— Esta discusión no nos conduce a ninguna parte. Te veré mañana. ¿A qué hora vuelves del trabajo?

—Tengo una reunión a la una y media... digamos que estaré aquí a las cuatro.

— Bueno, gracias por todo. Buenas noches, Facu.

 Aunque Paula trató de evitarlo, la boca de él encontró la suya. Fue un beso más apasionado que de costumbre en Facundo.

— Estás muy cansada, lo haremos mejor la próxima vez. Buenas noches, Pau.

 Fue un alivio quedarse sola. Sin mirar apenas lo que la rodeaba, Paula se quitó la ropa y se acostó, cayendo casi de inmediato en un profundo sueño.


A la mañana siguiente, una criada despertó a Paula. Le llevaba el té en una bandeja de plata. Bebiéndolo con lentitud, la joven comenzó a observar todo lo que la rodeaba. La habitación era exactamente lo que ella había soñado. Se sirvió otra taza de té. El reloj de oro, decorado con cupidos, marcaba las nueve y media. Facundo y Horacio ya se habrían marchado, y Lucrecia, sin duda, estaría aún durmiendo, lo que significaba que permanecería sola el resto de la mañana. Pensó en Facundo. Si era cierta la intervención de Alejandra en sus vidas, él había roto su compromiso con la mejor de las intenciones. ¿Significaba eso que todavía la amaba? La había besado la noche anterior. Un año atrás, incluso seis meses antes, habría dado cualquier cosa por ese beso. ¿Por qué, entonces, no había sentido nada la noche anterior? Ni placer ni deseo, tampoco rechazo. Quizá é! tenía razón y todo se debió a que ella estaba muy cansada. Llegó hasta ella el aroma de las rosas del florero.

Pedro le había regalado rosas, pero no blancas, sino rojas. Nunca sintió indiferencia cuando éste la besaba. Pero él se había marchado dejándola, sin importarle... y habiendo estado sólo veinticuatro horas en la casa, sabía que allí no había lugar para Pedro. ¿Por qué? ¿De quién era la culpa? No había cumplido con su palabra para con ella; quizá había hecho tantas veces lo mismo con su familia que ya no se preocupaban por él, ni les importaba su ausencia. Saltó de la cama y se puso la bata y las pantuflas. Lucrecia había dicho que la habitación de Pedro se encontraba en esa parte de la casa; quizá dentro de su habitación, Paula obtuviese una pista acerca de la Personalidad de aquel hombre, que nunca había visto y que en cierta forma era un extraño, pero que se había acercado mas a ella que ninguna otra persona. El pasillo estaba desierto, y no se oía ningún ruido. Abriendo de par en par las tres puertas siguientes, Paula descubrió lo que obviamente sólo eran habitaciones para huéspedes. Sólo quedaba una puerta por abrir, situada al final del pasillo. La abrió y entró, cerrando la puerta tras sí.

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