miércoles, 6 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 40

—¡Pedro! ¿En dónde está?

—A tu izquierda, unas cuantas mesas atrás.

Pedro la había seguido. El camarero se le acercaba a pedir su orden por lo que Paula se levantó deprisa.

—¿Qué sucede? —preguntó Ezequiel al sentarse la joven de nuevo—. ¿Al poderoso Pedro Alfonso no le parece bien que tengas tratos con un simple propietario de garaje?

—No es nada de eso —rió Paula ya sin tensión—. No nos vigilaba, sólo fue una coincidencia.

—¿Ah, sí? ¿Siendo que su oficina está al otro lado?

—Acaba de ir a ver a Prisci —se ruborizó defendiéndolo.

—¿Te está molestando? —preguntó Ezequiel con astucia.

—No seas ridículo.

—¿Soy ridículo?

—Mucho.

—Está bien, vamos a ordenar. Pero si alguna vez te molesta avísame y le daré una lección.

—¡Qué raro! —exclamó divertida—. Él dijo lo mismo de tí —sonrió.

—¿De veras? Tal vez, después de todo me simpatiza.

Paula rió y luego cambió de tema. Había visto a Ezequiel un par de veces desde que se fue a vivir con su padre y su hermana y por lo general, regresaban a casa de sus tíos. Ese día no fue una excepción. Le contó a su tía su preocupación por los dolores de cabeza de Priscilla.

—Yo creo que tu padre sabe lo que es mejor —la consoló la tía Susana.

—Eso es lo que dice Pedro —suspiró Paula.

—Entonces tienes que hacerle caso, querida.

Eso era más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo cuando más tarde vió el pálido rostro de Priscilla. Se vistió para salir con Pedro y entró a ver a su hermana mientras él llegaba. Priscilla se sentó con el rostro blanco como una sábana mientras Paula le arreglaba las almohadas.

—Espero no haber hecho anoche el ridículo.

Paula la ayudó a apoyarse contra las almohadas.

—No hiciste ningún ridículo —la tranquilizó.

—Te agradezco que tomes mi lugar esta noche —Priscilla se tocó la frente—. Siempre me siento agotada después de un dolor de cabeza.

Su padre apareció en el umbral.

—Vine a hacerte compañía —le dijo a Priscilla—. Pedro está abajo, Paula.

—No, no estoy abajo —apareció en la puerta—. ¿Cómo te sientes? —miró a Priscilla.

—Estoy bien —lo invitó a sentarse a su lado en la cama.

—Esperaré abajo —anunció Paula, besando a su hermana en la mejilla antes de salir de la habitación. Chocó con Pedro en la puerta y él la sostuvo con sus fuertes manos. Había dolor en sus ojos cuando lo miró—. Perdóname.

—Bajaré en un momento…

—Toma tu tiempo, no tengo prisa —agregó con una despreocupación que no sentía y salió del cuarto casi corriendo.

Temblaba al llegar a la sala porque sabía que en ese momento Pedro probablemente estaría besando a Priscilla. Si no tenía cuidado, se enfermaría, ya no tenía apetito y se pasaba las noches sin dormir. Todo debido al hambre que tenía de Pedro.

Esa noche se vistió con esmero pensando en él. Tenía que ser honesta consigo misma ya que engañaba a los demás. Sabía bien que esa noche no terminaría en forma inocente, que antes de regresar a casa pasaría un rato en brazos de Pedro. Y no podía hacer nada para impedirlo. Él era como un vicio contra el que no podía luchar.

Su vestido le llegaba a la rodilla y aunque sencillo era sexy, tenía una provocativa abertura a lo largo de la pierna izquierda y el entallado estilo acentuaba sus firmes senos y pequeña cintura. Tenía el pelo recogido en lo alto de la cabeza y sus únicas joyas eran el par de aretes de oro que su madre y Manuel le regalaron dos años atrás en Navidad.

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