domingo, 3 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 33

—Pero es que yo quería dar una fiesta y presentar a Paula a todo el mundo — Priscilla hizo pucheros.

Su padre sonrió.

—Todavía puedes dar la fiesta, habrá mucha gente que querrá conocer a Paula.

Dudo que tu madre haya invitado a todo Londres, ¿verdad, Pedro?

—No a todos —el otro hombre sonrió y también se burló de Priscilla.

—Ahí tienes —sonrió Miguel—. Tendrás cientos de personas a quienes invitar, Priscilla.

—Yo no quiero ser una intrusa en su velada —confesó Paula—, y es posible que conozca a tu madre en otra ocasión, Pedro.

—¿Por qué no esta noche? —preguntó con ojos entrecerrados.

—Porque… bueno, porque…

—Es un poco tímida —su padre le rodeó los hombros con el brazo—. Ana te hará sentir muy bien, Paula. Y yo sí recibí una invitación que rechacé porque tú me tenías preocupado. Pero ahora que estás aquí con nosotros, creo que debíamos ir todos. Estoy seguro de que no será una fiesta grande, ¿o sí, Pedro?

—Como treinta personas.

La chica no discutió más.

—Antes ibas a preguntarme algo, Paula—le recordó Priscilla durante la cena—. Algo que dijiste era seguro que yo recordaría.

—Sólo quería saber con exactitud la fecha en que rodaste por la escalera. No es importante, estoy segura de que ni siquiera la recuerdas.

—Fue el veinte de diciembre.

—¡El mismo día! —le dijo Paula, excitada, a su padre—. ¿No ves? El mismo día.


—Pero a distinta hora. Tiene que ser una coincidencia.

—Olvidaste la diferencia de horas, papá —ni siquiera notó cómo lo llamó por la excitación del descubrimiento, pero los otros ocupantes de la mesa sí lo notaron. Su padre enrojeció de placer, Priscilla  y Pedro sonrieron como para dar su aprobación— Aquí eran las cinco y treinta —explicó—, pero las doce y media en Florida.

—El mismo día de tu accidente —Pedro se dió cuenta de pronto.

—¡Sí! —lo miró feliz, luego frunció el ceño—. Pero, ¿cómo lo sabías?

—El informe —le recordó.

—Oh, sí. ¿No crees que es sobrenatural?

—Extremadamente —lo oyó afirmar sorprendida.

Durante los próximos minutos descubrieron que esas similitudes habían ocurrido varias veces durante los últimos veinte años, cuando ambas tuvieron sarampión al mismo tiempo, les sacaron las amígdalas el mismo día. La lista era interminable una vez que comenzaron a comparar hechos, y cada nuevo descubrimiento las hacía sorprenderse más.

—Tal vez ambas nos enamoremos del mismo hombre —dijo Priscilla con malicia, sin saber qué cerca estaba de la verdad, porque de ser así, Paula estaba segura de que no lo hubiera dicho—. ¿Qué te parecería eso, querido? —bromeó con Pedro.

—No me gustaría —respondió cortante.

—Sólo bromeaba, Pedro —Priscilla se arrepintió enseguida—. Estoy segura de que Paula ya tiene novio en Estados Unidos.

Dominic miró a Sara con agudeza.

—¿Lo tienes? —preguntó.

—En Estados Unidos no —replicó con lentitud—. Pero tengo un… amigo aquí. Se llama Ezequiel —y esperó que Eze la perdonara por usarlo de esa manera, pero necesitaba alguna defensa porque temía que Pedro supiera cuán interesada estaba en él.

—Trabajas rápido. Después de todo, sólo has estado aquí poco menos de dos semanas.

—Algunas veces sólo se necesita echar una mirada para saber qué te gusta alguien.

—¿Qué te gusta o que amas? —insistió él.

—Es demasiado pronto para saber.

—Tendrás que invitar a Ezequiel a venir una noche —sugirió su padre—. Me gustaría conocerlo.

—Tal vez la noche de la fiesta —Paula levantó los hombros.

—Entonces tendremos que dar la fiesta muy pronto —dijo ansiosa Priscilla—. ¿Qué les parece el sábado?

—Es demasiado pronto para mí —protestó Paula, riendo—. Mejor la semana próxima.

—Está bien —aceptó su hermana reacia mirando el reloj—. Creo que debemos irnos ya.

Paula volvió a ponerse nerviosa. No quería conocer a la madre de Pedro ni saber de su familia. Eso haría que se sintiera más cerca de él, y sería para ella más difícil aceptar su matrimonio con su hermana.

Viajó en el coche con su padre, Priscilla y Pedro en el Rolls.

—Relájate —Miguel pareció notar su tensión—. Puedo asegurarte que Ana es una excelente anfitriona.

—Estoy segura de eso. Sólo que…

Él le agarró la mano.

—Estarás bien, Prisci y yo nos encargaremos de ello.

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