lunes, 25 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 40

Se arrodilló y cortó unas pocas.  Absorta en su tarea, no oyó a Pedro que se aproximaba, aunque sintió que era observada. Miró a su alrededor y de inmediato le vió.

— Espero no haberte asustado. Te ví tan guapa cortando las flores, que no quise interrumpirte. Ella se puso en pie con rapidez, con el ramo de violetas en la mano.

 — ¡Míralas, Pepe! ¡Qué bonitas son! —y como a menudo le había ocurrido en los últimos días, se sintió sobrecogida por el milagro de su visión recuperada—. Gracias a tí las puedo ver, nunca te lo podré agradecer lo suficiente.

— No quiero tu gratitud.

Ella sintió como si la hubiese abofeteado.

—Por supuesto que te estoy agradecida, ¿por qué no habría de estarlo?

— ¿Fue por eso por lo que me cuidaste cuando estuve enfermo, porque sentías gratitud? ¿Fue por eso por lo que te acostaste a mi lado? ¿Es por eso por lo que estás conmigo ahora?

— ¡No! —explotó ella—. He venido porque he querido. Pero si no lo he hecho por gratitud, ¿qué hay de malo en ello?

—Debes haber pasado mucho tiempo con Facundo desde que saliste del hospital, y no habrá sido también por gratitud.

—Habría sido difícil evitarlo, viviendo los dos en la misma casa, contestó Paula con frialdad.

— ¿Aún le quieres?

—Quizá. No es asunto tuyo lo que siento por Facundo.

— Sí, lo es. Sé que quiere reconquistarte.

— ¿Cómo puedes saber eso? No le has visto últimamente.

— Sé cómo funciona su mente.

— ¿Por qué se odian?

— Nunca dije que le odiara, Pau.

—Creo que le odias.

— Pues estás equivocada. Lo que él siente por mí es otra cuestión y no quiero especular sobre eso. Lo que sí quiero saber es lo que tú sientes hacia él.

— Pedro, hacía más de un año que no le había visto. Había aprendido a vivir sin él. Es demasiado pronto para saber qué siento.

—Quizá esto te ayude a decidirte. No te asustes, no te haré daño. Pero he estado deseando hacerlo desde que te ví esta mañana —ella se perdió en las profundidades de sus ojos y la boca de él encontró la suya, y cuando sus brazos se ciñeron sobre ella, se estremeció de placer, y su último pensamiento racional fue que también ella había estado deseándolo desde por la mañana. Pero no estaba preparada para lo que él dijo después.

— Quiero que hagas algo por mí. La próxima vez que Facundo te bese, deseo que recuerdes lo que acaba de suceder entre nosotros. Si te hace sentir lo mismo que yo, cásate con él. Pero si no lo hace, y estoy seguro de que no podrá, no sigas con él, Pau. Sería como suicidarte. No se entenderían, no podría haber comunicación entre ustedes. Acabarían divorciándoos. ¿Entiendes lo que te digo? Se necesita amor para crear lo que existe entre tú y yo.

— Entonces, de acuerdo con tu razonamiento, quizá tú deberías casarte conmigo.

—Tal vez. Pero no me gusta meter la naríz en propiedad ajena. Facundo te ha pedido que te cases con él, ¿Verdad? ¿Y cuál fue tu respuesta, pequeña Pau?

— Mi respuesta fue no.

— ¿Así de simple?

— Así de simple. Le dije que era demasiado pronto y que necesitaba más tiempo.

—Me alegra que hayas mostrado algo de sensatez.

— ¿Por qué no quieres que me case con Facu, Pepe?

— Porque vales diez veces más que él.

— ¿Es la única razón?

— Si hubiera más razones, no te las diría ahora. Tendrás que esperar para satisfacer tu curiosidad.

—¿Qué? —se burló ella—. ¿Pedro Alfonso tiene miedo de decir lo que siente?

—La discreción es la parte más importante del valor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario