miércoles, 13 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 5

— Sí, estoy bien, Betty—afirmó la joven, controlando un deseo casi irresistible de reír al darse cuenta de que esa tarde había afirmado varias veces que estaba bien.

— Veo que derramaste tu jerez —dijo Beatríz, sonriendo—. Hacía mucho tiempo que no te ocurría —añadió, y después de hacer una pausa, preguntó—: ¿Cómo te fue con tu visitante?

Beatríz había estado con los Chaves desde que Paula podía recordar. Oficialmente, era el ama de llaves, aunque para Paula siempre había sido una amiga, cuyos ojos azules, de mirada severa, ocultaban nobles sentimientos.

— Dice que vendrá mañana otra vez, para sacarme a pasear. Le dije que no quería, pero no creo que haya escuchado ni una palabra de lo que dije.

— Parece ser un hombre acostumbrado a que las cosas sean como él dice.

— ¿Qué aspecto tiene, Betty?

La mujer se sentó, ya que nada había que le gustara más que una amable charla.

—Es elegante —contestó con suavidad—. Buen físico, muy alto. Tiene un abundante cabello rubio y los ojos... azules, como el color del cielo en verano — concluyó, orgullosa, su descripción.

— ¿Qué edad dirías que tiene? —preguntó Paula, fascinada por la descripción.

— Oh, posiblemente alrededor de treinta y cinco años. Viste muy bien; se ve que tiene dinero. ¿A qué hora va a venir mañana?

—A eso de las dos de la tarde. — Entonces tendrás que lavarte el pelo. Si hace buen día, te podrás poner el traje beige. Aparte de los paseos por el jardín, hacía semanas que Sally no salía de casa, de modo que experimentó la ansiedad de hacerlo, mezclada con una dosis de temor.

—Me asusta, Betty —confesó la joven—. No entiendo qué es lo que quiere de mí.

— Quizá sólo quiera sacar a pasear en su coche a una joven atractiva —sugirió Beatríz. — Quisiera creer eso. Pero no me parece que sea tan sencillo.

— El tiempo lo dirá, ¿no crees, querida? —señaló Beatríz como si pronunciara palabras cargadas de gran sabiduría—. ¿Necesitas algo antes de acostarte?

— No, gracias.

— Bien. Te veré por la mañana entonces. Y plancharé tu traje a primera hora.



Paula estaba de nuevo a solas con sus pensamientos. La última vez que se había puesto ese traje beige había sido para salir con Facundo, según recordó con dolor. Era un cálido día de primavera y, después de comer, pasearon cogidos de la mano, por la bahía de Victoria, donde se hallaban amarradas embarcaciones de todo tipo. Los cerezos y los tulipanes estaban en flor y el aire arrastraba la promesa del verano. Ella estaba enamorada, y todo le parecía hermoso. Había conocido a Facundo el verano anterior, durante su primer año en la universidad de Victoria. Él estaba dando una serie de conferencias de economía que duraban una semana. Era un importante ejecutivo y asesor fiscal de una importante empresa de Victoria. Debido a que ella había estudiado siempre en un colegio de monjas, su experiencia con los hombres era limitada.

Durante los primeros meses en la universidad, había quedado claro que su madre no aceptaba a los jóvenes estudiantes, que llevaban vaqueros y barba. De modo que Facundo Alfonso, con sus impecables trajes de ejecutivo y sus buenos modales, le había parecido a la madre de Paula un acompañante adecuado para su hija. La situación cambió cuando el aspecto y comportamiento de Facundo hicieron que la chica perdiera la cabeza y antes de que pudiera darse cuenta, se enamorase de él. El sonido de su voz, por teléfono, alegraba los días de Paula, y los besos de Facundo la dejaban temblando. Dispuesta a complacerle, la joven accedía a todos sus caprichos, por lo que nunca discutían.

La relación entre ellos se convirtió en un torbellino de diversión, sin que tuviesen tiempo para analizar su situación. Debido a su ingenuidad, Paula no advirtió que Facundo comenzó a alejarse y a mostrarse menos apasionado, lo que en el fondo agradecía. Se iban a casar en agosto. Un mes antes habían tomado la embarcación que efectuaba el recorrido desde la isla de Vancouver hasta el territorio continental, para visitar a unos amigos de Facundo en Fraser Valley. Se les había hecho tarde y Facundo conducía el automóvil a mucha velocidad. Si Paula hubiese tenido que criticar algo de su novio, habría sido, justamente, su manera de conducir. Varias veces había sentido miedo por la forma descuidada que tenía de conducir y por la falta de respeto que tenía hacia los demás conductores. Ese día, con una mano apoyada sobre la rodilla de su novio, ella le había reprochado tal actitud.

— No importa si llegamos un poco tarde, ¿verdad, Facu? Me ha dado miedo cuando has adelantado a ese camión.

— Sí importa —respondió él con brusquedad—. Los Hudson han invitado a otra pareja, Diego y Nancy Marling. Diego es vicepresidente de Pacific Investments y podría resultar un contacto valioso para mí. No quiero empezar el fin de semana llegando tarde; ésa no sería la manera de causar una buena impresión.

— ¡Pensé que éste sería un fin de semana alejado de todo lo que fuera trabajo!

— Querida, en mi profesión nunca se aleja uno de él. Algunos de mis mejores negocios fueron fruto de fines de semana como éste.

— ¿Quieres decir que eliges a tus amigos según su utilidad? — Decirlo así suena muy frío, pero supongo que tienes razón.

—¿Y yo? ¿Qué utilidad tengo para tí?

Él la miró sonriendo. Conducía con las ventanas abiertas, y el viento le despeinaba.

— Eres demasiado joven y dulce como para saber de qué se trata  todo esto — afirmó, en tono de broma—. Y por eso te quiero. Paula sonrió, insegura, sabiendo que había algo que le desagradaba de la conversación.

— Seguramente has tenido otras muchas novias...  —dijo titubeando.

— Oh, algunas —replicó él con indiferencia mientras adelantaba a otro coche.

— ¿Eran como yo?

— ¡Por Dios, no! Ellas tenían experiencia. Por eso quiero casarme contigo, Pau, porque eres diferente.

Ella debía sentirse satisfecha ante tal afirmación. Entrelazó las manos sobre el regazo mientras el vehículo avanzaba a gran velocidad. Veinte minutos más y llegarían. La carretera era ahora más estrecha, siguiendo el terreno montañoso tras el cual el sol se ocultaba por entre las cumbres de las montañas Rocosas. A gran velocidad, ascendieron otra colina. Facundo lanzó una maldición al conductor del vehículo que los precedía, echó una mirada rápida por el retrovisor y se pasó al carril izquierdo para adelantar al otro coche. De pronto, hizo su aparición un camión de carga que avanzaba,  lanzando abundante humo por el tubo de escape. Se oyó el estruendoso ruido de la bocina. Paula no olvidaría la impresión que le causó esa masa de acero avanzando hacia ellos y el gesto de horror del camionero. Facundo hizo una maniobra con el volante, pero demasiado tarde. El camión golpeó el lado izquierdo del coche, y para Paula, el mundo terminó en medio del ruido de los metales porque el fuerte impacto la hizo perder el conocimiento.

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