miércoles, 6 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 41

Levantó el rostro con culpabilidad cuando su padre entró en el cuarto y se ruborizó ante su mirada inquisidora. Pensó que ojalá no adivinara que amaba a Pedro.

—Espero que no hayamos echado a perder ninguno de tus planes para esta noche —dijo Miguel.

Paula casi rió de alivio.

—Nada de eso.

—Entonces está bien, pero como te ví un poco preocupada…

—No, sólo nerviosa. Sé lo importante que es esta cena para tí y Pedro.

—No tan importante como para que te preocupes —la abrazó—. Sólo sé tú misma, Paula. Te simpatizarán Mercedes y Juan, son una pareja agradable.

—¿Serán los únicos invitados?

—Mmm. Juan está pensando en darnos un contrato para proporcionar equipo a todas las oficinas británicas. Con una mirada que te dirija, no titubeará en ofrecernos ese contrato —le sonrió con afecto.

—¿Me ves bien? —se vistió pensando en una cena de gala, pero otra cosa era una tranquila velada para cuatro.

—Hermosa, ¿verdad, Pepe? —preguntó cuándo el otro hombre entró.

—Bellísima —confirmó Pedro y la intensidad de su mirada la hizo ruborizar—. Es hora de irnos —anunció.

—Diviértete, querida —su padre se inclinó para besarla—. No la desveles mucho, Pepe. Últimamente la he notado un poco pálida.

Paula se mordió el labio inferior mientras se dirigía al coche de Pedro estacionado en el camino de la casa. Así que su padre había notado también su palidez. Jamás debía adivinar que era por su amor sin esperanza por Pedro, además de la preocupación que tenía por la enfermedad de su padre, que todos conocían pero nadie discutía. Tal vez si hubieran hablado del asunto, Priscilla no estaría en esa confusión emocional.

Un hombre que bajaba del coche estacionado al lado del de Pedro se volvió a saludarlos.

—Buenas noches, Pedro. ¿Priscilla? —frunció el ceño—. Pero yo creí…

—Esta es Paula, Sergio —Pedro le sostuvo con firmeza del codo y abrió la puerta del coche para que entrara.

El hombre, de aspecto distinguido, saludó con la cabeza.

—Encantado de conocerla, señorita Gonzalez.

Paula le sonrió amistosa, preguntándose por qué Pedro no la presentaba con el hombre como debía haber hecho.

—¿Quién es? —preguntó ella una vez que se pusieron en marcha.

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