lunes, 4 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 38

—Bien. ¿Cómo has estado? —preguntó apasionado.

—¿Yo? Oh, yo estoy muy bien. La que me preocupa es Prisci. Mi padre no parece preocupado…

—Entonces estoy seguro que sabe lo que es mejor —interrumpió Pedro.

—¿De veras? ¿Tú tampoco estás preocupado por el asunto?

—¿A qué te refieres?

—Me parece que nadie toma en serio esas jaquecas de Prisci.

—No interfieras en cosas que no entiendes. Todavía no has estado aquí bastante tiempo para darte cuenta…

—¿Para darme cuenta de qué? —preguntó furiosa—. ¿Qué ni a mi padre ni a tí parece importarles Prisci, y que tú me haces proposiciones a espaldas suyas?

—¡Proposiciones! ¿Crees que son proposiciones?

—¿Qué otra cosa pueden ser?

—Sí sólo supieras —suspiró él.

—¿Hay otra cosa que deba saber? ¿Alguna otra cosa que por no haber tenido el privilegio de estar bastante tiempo en esta familia no debo oír? Según tus propias palabras Pedro —dijo con desdén y subió corriendo la escalera.

Supo que Pedro la seguía, oyó sus pasos en la escalera. Pero esperó llegar a su cuarto y cerrar la puerta con llave antes que la alcanzara, sabiendo que no se atrevería a hacer una escena estando tan cerca Priscilla.

Lo que no pensó fue que su puerta no tenía llave. Pedro entró como tromba detrás de ella y cerró la puerta para acercársele.

—¡No, Pedro! —se apoyó contra el muro.

En sus ojos vió una expresión extraña que le mostró que no había oído su protesta.

—Tú me hiciste subir —murmuró—. Me hiciste seguirte a tu habitación, Paula…

Paula supo que tenía razón. Ella hizo que la siguiera, aunque no sabía si intencional o subconscientemente. Pero allí estaba ahora y el resultado era tan inevitable como que el sol se pusiera.

La chica se le acercó y sus cuerpos se arquearon uno contra otro. Paula se sintió a gusto por primera vez en días, supo que allí era su lugar, donde quería estar. Pero con su hermana en la habitación contigua…

Pedro pareció leer sus pensamientos.

—No puedo dejar de tocarte —gimió y se pasó las manos por el cabello—. Pero éste no es el lugar.

—Ningún lugar es el adecuado para nosotros. Tienes que dejarme en paz Pedro. No puedo decirte que no…

—¡Por Dios del cielo, jamás digas no! Te necesito, Paula. Necesito tu presencia aquí.

—Hace unos días querías que abandonara Inglaterra y que jamás regresara.

—Ya sabes por qué. Y resultó ser lo correcto. Cada vez que nos encontramos, yo… —se interrumpió, mordiéndose el labio inferior—. Le simpatizaste a mi madre.

—¿Sí?

—Mucho. Le gustaría verte de nuevo.

—Lo hará. El sábado en la fiesta —le recordó.

—Me refería a un lugar menos público —sonrió Pedro.

—Pedro… tu madre, ella… ella sabe —reveló incierta.

—¿Sabe qué?

—En la fiesta ella… ella me advirtió. No aprueba esta…

—¿No te aprueba? —preguntó furioso.

—No, no a mí exactamente, sino esta… esta situación.

—No es una situación. ¡Es un maldito lío!

—Sí —afirmó temblorosa—. ¿Podríamos volver a bajar? No estoy segura de lo gruesas que sean estas paredes y Prisci… bueno, podría oír todo.

—Sí, debíamos bajar. Dios, ¡qué bueno poder hablar de nuevo contigo, Paula! Sé que me habías estado evitando y no ignoro el motivo, pero si prometo…

—¡No, Pedro! ¡Ya no más promesas!

—No pude mantener la última que hice, ¿verdad?

—Así es.

—Paula…

—¡Por favor, bajemos!

—Ah sí, sí, por supuesto.

Mientras bajaba podía sentir su mirada quemándole la espalda. Por lo general era un hombre controlado y arrogante, sin embargo, cuando la tenía cerca se convertía en un hombre apasionado.

—¿Qué estás pensando?

—Me preguntaba acerca de tí y… y de Prisci.

—¿Qué cosa acerca de nosotros?

Paula se armó de valor, y al levantar la cabeza se encontró con su mirada.

—¿Te acuestas con ella?

—¡No! —la negativa fue rotunda.

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