miércoles, 13 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 2

—Pedro. —Es un nombre francés, ¿verdad?

— No, aunque mi madre era francesa. Algo en el tono de voz del visitante hizo que la joven se abstuviera de hacerle más preguntas, y sin saber qué decir, se dirigió a la empleada:

— Betty, quizá el señor Alfonso desee tomar algo.

— Un whisky con soda, por favor. — Muy bien, señor. Pau, querida, ¿qué te traigo?

— Un jerez estaría bien, Betty.

La mujer abandonó la habitación y el silencio se apoderó del lugar. Una serie de preguntas desfilaban en la mente de Paula, ninguna de las cuales se atrevía a formular; en cambio, Pedro Alfonso parecía estar satisfecho de encontrarse sentado y en silencio. Dirigiéndose a él, la joven preguntó, con estudiada amabilidad:

— ¿Vive en la costa oeste, señor Alfonso?

— No. Por el momento estoy en Quebec.

Más silencio. Paula volvió de pronto la cabeza al oír que entraba Beatríz.

— Aquí está su whisky, señor —dijo el ama de llaves—. Pondré tu jerez sobre la mesa, al lado de la silla, Pau.

— Gracias, Betty —respondió la joven, y segundos después se levaba la frágil copa a los labios, no sin antes brindar—: Por una agradable estancia en el oeste, señor Alfonso. Ella oyó el sonido que hacía el hielo en el vaso del visitante. Escucha —dijo Pedro bruscamente—. En primer lugar, no me vuelvas a llamar «señor Alfonso». Estoy seguro de que el apellido  Alfonso ya te resulta lo suficientemente desagradable para que encima tengas que recordarlo cada vez que te dirijas a mí. En segundo lugar, dejemos de hablar tonterías y vamos al grano. La seguridad de Pedro hizo que la joven se estremeciera y preguntara en voz baja:

— ¿Al grano? ¿De qué está hablando?

— Supongo que te imaginarás que no he venido hasta aquí para hacer una visita social.


— Entonces, ¿cuál es la razón? —inquirió Paula, inclinándose hacia delante—. Facu —dijo, como respondiéndose a sí misma—. Algo le ha pasado a Facu.

— Facundo sigue prosperando, como siempre lo ha hecho y seguirá haciéndolo. Aún te importa, ¿verdad?

— Es que... —comenzó a decir, bajando la cabeza para que él no viera su expresión—. Después de todo, yo era su prometida.

— Sí. Estaban comprometidos. Y después del accidente, del cual él fue responsable, te dejó, ¿no es cierto? La brutal pregunta quedó suspendida en el aire. Paula movió una mano para coger su copa. Sus ojos verdes miraban al espacio, y su temblorosa mano volcó la copa sobre la bandeja.

— Siempre hago algo así —comentó con desesperación.

— Eso es porque está ciega —afirmó Pedro Alfonso, sin compasión— Eso fue lo que mi precioso hermanastro te hizo, ¿o no? Por su criminal descuido provocó el accidente que te dejó ciega. Y después, no tuvo valor para quedarse a tu lado. Ella se llevó una mano a la boca.

—¡Cómo le odia! — Y tú tendrías que odiarle también. Pero esta tarde, si yo hubiese sido Facundo, me habrías recibido con los brazos abiertos, ¿estoy equivocado?

—¡No!

— No mientas, Paula. Recuerda que ví tu expresión.

— Bueno, posiblemente lo hubiera hecho —replicó ella, con fastidio—. Pero usted no es Facu, y por lo tanto, nada de esto es de su incumbencia.

— Lo estoy haciendo de mi incumbencia.

—¿Porqué?

—Por tí.

— Está hablando con acertijos —respondió ella bruscamente—. Yo no soy nada para usted, Pedro Alfonso.

— Posiblemente ahora no, pero lo serás.

— ¿Está amenazándome? —preguntó, perpleja.

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