miércoles, 13 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 1

El día que él llegó fue como cualquier otro. Paula no había imaginado cambio alguno, no suponía que su vida nunca volvería a ser igual. Había llovido, pero no con intensidad. Sabía que las pequeñas gotas pendían de los pétalos de las flores. Una vez, siendo niña, había tratado de beber agua de lluvia de un tulipán y descubrió una hormiga ahogada en el fondo de la flor. Ahora, sentada en silencio junto a la puerta que conducía al jardín, recordaba eso y, al hacerlo, esbozó una sonrisa. No podía olvidar que había escupido el agua de la flor y que su madre, sorprendida por su acción, le había reprochado sus malos modales. Todo eso parecía pertenecer a un tiempo tan lejano... Cambió de posición en la silla. Dedicaba, últimamente, demasiado tiempo a recordar cosas, porque no había mucho que pudiera hacer.

Con los ojos cerrados, y dejando que sus dedos recorrieran los delicados brazos tallados de la antigua silla, combatió la desesperación que siempre la sofocaba, como asediándola para, ante la menor señal de debilidad, golpearla y envolverla. Fue entonces cuando oyó que un coche se detenía frente a la casa. Su oído se había agudizado más de lo normal durante los últimos meses, y supo de inmediato, por el sonido del motor, que se trataba de un coche lujoso.

Una puerta del vehículo se cerró. Escuchó los pasos de alguien que cruzaba el sendero pedregoso de la entrada y que luego subía con agilidad los escalones que llevaban a la puerta principal de la casa. Sabía que se trataba de un hombre muy seguro de sí. No era el doctor Snider, médico de la familia, ni el coronel Fawcett, compañero de bridge de su madre. Sonó el timbre y a la imaginación exacerbada de Paula le pareció un ruido cargado de impaciencia que denotaba que quien llamaba tenía un carácter dominante. Beatríz fue a abrir la puerta.

— Buenas tardes —dijo un hombre, y la joven se estremeció en la silla al reconocer esa voz—. Por favor, ¿podría decirme si la señorita Chaves está?

— Sí, señor. Pase por aquí, por favor. Paula reconoció en seguida esa voz. Era Facundo, que después de muchos meses había vuelto a ella, al lugar al que pertenecía. Lo único que la joven pensó en ese momento fue que no se había lavado el pelo, y que el vestido que llevaba puesto era uno viejo que su madre le había elegido y que a ella no le gustaba. Sin embargo, en seguida reconoció que tales pensamientos eran ridículos.

— Estás sentada en medio de las sombras otra vez, jovencita —objetó Beatríz con la confianza que le daba la familiaridad que tenía con la muchacha. Encendió la luz y el visitante recorrió la habitación con la mirada. Muebles estilo Victoriano sobre alfombras persas. Altas ventanas con gruesas cortinas que permitían el paso de muy poca luz del exterior, incluso en los días soleados. La habitación se hallaba demasiado ordenada, de modo que parecía que nadie la utilizaba con frecuencia. Después de observar la sala, los ojos del hombre se dirigieron a la joven que estaba sentada. Paula había comenzado a incorporarse y parecía como si le costara mucho trabajo fijar la vista. Antes de que él pudiera hablar, ella susurró:

— ¿Eres tú, Facundo? ¡No sabes cuántas ganas tenía de que volvieras! Las manos de la joven estaban entrelazadas sobre su regazo, mientras que una sonrisa empezaba a iluminar su rostro.

— Ven, acércate —sugirió, y el visitante caminó hacia ella para luego detenerse, con los puños apretados.

— Perdón —dijo él con brusquedad—. No soy Facundo. Me llamo Pedro Alfonso. Soy el hermanastro.

La joven sintió como si el recién llegado la hubiera golpeado. Su expresión de alegría se desvaneció, mientras se acomodaba de nuevo en la silla. Su expresión reflejaba angustia cuando preguntó:

— ¿Usted no es Facundo? ¿Es su hermanastro? Ni siquiera sabía que tuviera un hermanastro.

— No me sorprende que nunca me haya mencionado —contestó él, muy serio— . Para decirlo de la mejor manera, nunca nos hemos llevado bien.

 — Su voz se parece mucho a la de Facu—afirmó ella, con un deje de duda en la voz.

—No soy Facundo.

Procurando reponerse de la sorpresa, Paula preguntó:

—¿Cómo dijo que se llamaba?

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