viernes, 29 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 51

—Mira, hasta te compré el anillo que querías.

—No te pedí ningún anillo, ni te dije que me casaría contigo, tampoco he sido tu prometida desde hace más de un año. Además, yo...

— Vamos, Paula —la interrumpió Facundo—. ¿Para qué les iba a decir a Carlos y Julia que estábamos comprometidos si no hubiese sido cierto? No me gusta hacer el ridículo delante de mi jefe.

Ella se quedó sin habla, pues las palabras de él parecían ciertas. A Facundo le importaba demasiado su posición social en la empresa como para arriesgarla por una tonta mentira. Su duda no pasó inadvertida para Facundo, que se aproximó y la tomó por el brazo sonriéndole.

— Ni siquiera me has saludado —dijo con suavidad, e inclinando la cabeza, la besó en los labios.

Paula permaneció rígida, soportando su breve beso, así corno el triunfo que se reflejaba en sus ojos claros.

— Así está mejor. Querida, a Pedro no le importa lo que suceda entre nosotros, y éste no es el lugar adecuado para discutir nuestros asuntos privados. Bajemos, la biblioteca debe estar vacía y allí podremos charlar. Te quiero demasiado como para que haya malentendidos entre nosotros.

— Decídete, Paula—la apremió Pedro—. Debo trabajar una hora más antes de la cena, así que puedes quedarte aquí y ayudarme, o irte y tener una conversación íntima con tu supuesto prometido.

— ¿Qué quieres que haga?

 —Querida, no esperes que lo decida por tí. Ella tomó la decisión de inmediato. Hablaría con Facundo primero y regresaría con Pedro. Pero antes dijo:

— Pedro, digo la verdad cuando afirmo que no estoy comprometida con Facundo.

Pedro pareció no haberla escuchado. Se puso a mirar un montón de papeles y mapas que se encontraba sobre el escritorio. Molesta, se dirigió a Facundo.

— Bajemos —sin esperar respuesta, salió de la habitación. La biblioteca estaba vacía. Tan pronto como Pedro cerró la puerta, Paula dijo:

— Debes terminar con esta farsa, Facundo. Sabes tan bien como yo que nunca te prometí que me casaría contigo. Él encendió un cigarrillo con lentitud, al tiempo que respondía:

— Por supuesto.

— Entonces, ¿qué es lo que te propones?

— Si no te puedo tener, por lo menos me aseguraré de que Pedro tampoco lo haga.

— ¡Pedro no ha demostrado el más mínimo interés en casarse conmigo!

—¿A quién intentas engañar?

— ¡A nadie!

— Vamos, Paula, he visto a Pedro con muchas mujeres, pero nunca le he visto mirar a ninguna como te mira a tí.

—¿Qué quieres decir?

— Si no lo sabes, no seré yo quien te lo diga.

— ¿Por qué lo odias tanto?

— Desde que era muy joven, supe que Pedro podía despertar en mi padre emociones más fuertes que las que yo nunca le inspiré. Siempre fui aceptado y amado, por supuesto. Pero jamás fue un sentimiento tan intenso como el que le inspiraba Pedro, que fuera malo no es lo más importante.

— Eso es horrible —protestó la chica—. Pedro tuvo una infancia terrible.

— Eres muy dulce e ingenua, Paula. Pero, ¿sabes? sería mejor que te casaras conmigo, no con Pedro. Yo te daría independencia y no preguntaría demasiado; en cambio, Pedro te devoraría. Te exigiría todo, cuerpo y alma. Ella pensó que ojalá lo hiciera, sin darse cuenta de que su rostro reflejaba ese anhelo.

— ¿Eso querrías, no es así? ¡Pues no lo vas a conseguir!

— Si Pedro decidiera casarse conmigo, no podrías hacer nada por impedirlo. Somos adultos, después de todo.

— Espera y verás. Y entre tanto, mejor preparémonos para la cena. Mamá dijo que habría invitados.

— Escúchame, Facundo. No quiero más anuncios de nuestro compromiso.

Corrió escaleras arriba, sin detenerse en su habitación. Pero cuando llamó a la de Pedro, no hubo respuesta. Esperó y volvió a llamar. Silencio. Abrió la puerta y miró. No había señales de él y su chaqueta ya no estaba en el respaldo de la silla.

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