miércoles, 27 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 45

—¿Por qué me miras fijamente? Parece como si nunca me hubieras visto —se inclinó hacia ella—. Pau, ¿estás bien?

— Sí... estoy bien —contestó, sabiendo lo lejos de la verdad que se hallaban sus palabras. Porque amaba a un hombre que no confiaba en ella, y que a pesar de haber dicho que la deseaba, nunca había dicho que la amaba. Un hombre contra quien Facundo la había prevenido... de pronto comenzó a tiritar y palideció.

—Tienes frío —antes de que pudiera evitarlo, Pedro la acercó hacia sí y ella descansó la mejilla en su pecho. Allí era donde quería estar. En sus brazos encontraba toda la seguridad que siempre necesitaría, la alegría y todo el amor. Como si él hubiese percibido algo, la abrazó en silencio durante unos minutos. Luego se separaron.

— Pau —musitó. Su beso fue lento y seguro, como si quisiera decirle algo a través de sus labios. Ella le miró, incapaz de definir lo que acababa de suceder entre ellos. ¿Una promesa para el futuro? ¿Un acuerdo sin palabras?

— Será mejor que entremos   —dijo él, finalmente. ¿Había comenzado a confiar en ella? Su mirada buscó la de él y supo que así era. El resto de la velada transcurrió sin novedades, y cuando Paula regresó a su habitación, nada había estropeado la paz y felicidad que los había envuelto. Su relación había cambiado, y aunque no tenía ni idea de hacia dónde los conduciría, quería esperar y verlo, confiando en Pedro como él confiaría en ella. Cuando se acostó, el sueño llegó casi de inmediato. La despertó el ruido de la lluvia sobre el tejado. Desperezándose, se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Siempre le había gustado caminar bajo la lluvia. Se preguntó si Pedro y ella podrían salir a caminar, tomados de la mano charlando, compartiendo sus pensamientos, conociéndose más el uno al otro. Y quizá... inconscientemente sonrió. Se vistió con cuidado, poniéndose ropas muy femeninas. Sin embargo, cuando bajó al comedor, no había nadie allí. Entró Rolando con una cafetera.

— Recién hecho, señorita Paula —dijo esbozando una sonrisa.

— Buenos días, y gracias, me encantaría una taza. ¿En dónde están los demás?

— La señora bajará más tarde. El señor Alfonso se ha marchado a la ciudad y el señor Pedro acaba de desayunar.

—¡Oh! Sólo un monosílabo, pero Rolando debió haber captado el leve tono de desilusión de su voz.

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