viernes, 22 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 29

—Así que ya has vuelto, querido —dijo la voz—. ¡Maravilloso! Ven. He tenido un día agotador y sólo quiero descansar.

Lucrecia Alfonso tendría probablemente la misma edad que Alejandra Chaves, pero no se parecía en nada. Louise tenía el pelo negro y lo llevaba recogido, haciendo resaltar su hermoso perfil, muy parecido al de su hijo. Sus ojos eran grises, y sus labios estaban pintados llamativamente. Llevaba un vestido drapeado y las esmeraldas brillaban alrededor de su cuello. Facundo hizo las presentaciones y una lánguida mano con las uñas pintadas de rojo se extendió hacia Paula.

—Estoy encantada de que estés con nosotros, querida —murmuró Lucrecia—. Espero que tengas una agradable estancia.

—Gracias. Es muy amable por su parte permitirme estar aquí, señora Alfonso.

— No te preocupes, querida. Eres amiga de Pedro, ¿verdad?

— Bueno... sí. Fue él quien...

— Eso me pareció —se notaba una indudable satisfacción en la voz melosa.

Facundo interrumpió: — Hace un año Paula estaba comprometida conmigo, mamá.

—Oh, sí, ya recuerdo —dijo Lucrecia, examinando una de sus perfectas uñas ovaladas—. Pareces muy joven, Paula; estoy segura de que fue una sabia decisión anular tal compromiso.

Paula cambió de tema.

— ¿Ha sabido algo de Pedro, señora Alfonso?

— Por favor, querida, llámame Lucrecia. Señora Alfonso suena demasiado formal, ¿no crees? ¿Pedro? ¿Por qué debería haber tenido noticias suyas?

— Bueno, porque se supone que regresará aquí cuando termine su trabajo en el norte.

 — Quizá... pero no lo sé. Hace años que desistí de seguirle la pista. Facundo, querido, consígueme otra copa. Sabes prepararla como a mí me gusta. Y tal vez la amiguita de Pedro quiera tomar algo también.

— Pedro me dijo que estaría fuera sólo una semana, y ya hace un mes que se marchó. ¿No le preocupa pensar que le puede haber ocurrido algo? —inquirió Paula.

— ¡Cielo, no! Pedro puede cuidarse solo. Lleva una vida horrorosa, querida, siempre tratando de desenterrar cosas que en mi opinión estarían mejor bajo tierra.

— ¿Tiene usted una dirección o un número de teléfono donde se le pueda localizar? —insistió la joven.

— Creo que se fue a Newfoundland, ¿o eso fue la vez anterior? —con alivio, Louise sonrió al recién llegado—. Oh, aquí está Horacio, pregúntale a él.

Paula ya sabía que Horacio Alfonso era el padre de Pedro y Facundo, y que su primera esposa había sido la madre de Pedro. Ahora, mientras caminaba hacia ella con la mano extendida, vió con tristeza unos ojos azules... seguramente iguales que los de Pedro.

— ¿Qué querías preguntarme, jovencita?

Horacio Alfonso tenía sesenta años. Su pelo era canoso, y se conservaba muy bien físicamente.

— Me preguntaba si usted sabría cómo podría ponerme en contacto con Pedro.

Ante la sola mención del nombre de su hijo mayor, el brillo de aquellos ojos azules desapareció.

— Me temo que no hay teléfonos en el lugar donde se encuentra. ¿Puedo ofrecerle una copa, señorita Chaves? ¿O puedo llamarla Paula? —consultó su reloj de pulsera—. Faltan catorce minutos para que sirvan la cena, así que hay tiempo. Era evidente que el tema de Pedro no se mencionaría más.

 La cena fue deliciosa, pero interminable, y Paula sentía un fuerte dolor de cabeza. Al levantarse todos de la mesa, Facundo observó:

—Pareces cansada, Pau. ¿Quieres retirarte a tu habitación? Ella le sonrió, agradecida.

— Sí, por favor. Con permiso, Lucrecia.

— Por supuesto, querida. Nunca me levanto antes del mediodía, Pero estoy segura de que lo pasarás muy bien por la mañana. Rogelio te indicará el camino.

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