viernes, 29 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 20

Paula se mordió los labios. El sol empezaba a esconderse y no había señales de Pedro. Se sentía intensamente vulnerable allí, consciente de su insignificancia frente a la grandiosidad de la naturaleza. Una grandiosidad que la mataría en un segundo si tuviese oportunidad. El crujido de una rama la alertó de su presencia. Él apareció, oscuro y poderoso, entre los árboles y el alivio al saber que no estaba sola la dejó momentáneamente mareada, pero se recordó a sí misma que lo odiaba por haberla asustado a propósito.


—¿Temías que me hubiese comido un jaguar, princesa?


—Una puede soñar —comentó ella, burlona—. Y no me llames princesa.


Pedro miró el hornillo.


—Veo que al menos sabes seguir instrucciones. 


Paula hizo una mueca de fastidio, pero no dijo nada. Pedro empezó a recoger ramas y, decidida a no mostrar lo asustada que estaba, preguntó alegremente:


—¿Puedo ayudar?


—Puedes recoger leña, pero comprueba que no esté viva antes de agarrarla.


Empezó a hacerlo con cuidado, pero una ramita resultó ser un escarabajo camuflado que salió corriendo y casi la hizo gritar del susto. Por suerte, cuando levantó la mirada para ver si Pedro se había dado cuenta él estaba concentrado en mover un montón de troncos. Había atardecido y los enormes árboles eran como sombras gigantes a su alrededor. Paula empezó a notar los sonidos nocturnos de la selva. El ruido crecía y crecía hasta volverse ensordecedor, como si un millón de grillos cantasen a la vez, para convertirse unos minutos después en un sonido más armonioso. Cuando dejó las ramas secas que había encontrado frente a la hoguera Pedro se dispuso a encender el fuego. Empezaba a recuperar la sensibilidad en los pies, pero le dolían muchísimo. 


—¿Qué te pasa? —le preguntó él con sequedad.


—Tengo ampollas en los pies —respondió ella, a regañadientes.


—Déjame ver.


La luz dorada de las llamas bailaba sobre su rostro y, durante un segundo, Paula se quedó tan transfigurada que no podía moverse. Era el hombre más atractivo que había visto nunca y tuvo que hacer un esfuerzo para responder:


—No es nada.


—No me ofrezco porque me importe lo que te pase, pero si tienes ampollas y explotan podrían infectarse con esta humedad.


Entonces no podrías caminar y no tengo intención de llevarte en brazos. 


—Ah, qué elocuente. No me gustaría ser una carga para tí, te lo aseguro.


Pedro señaló un tronco al lado del fuego y se puso en cuchillas.


—Quítate las botas —dijo con voz ronca.


Paula desató los cordones y, aunque lo intentó, no pudo evitar una mueca de dolor al quitárselas. Pedro apoyó un pie en su muslo y el roce de su mano aceleró tontamente su corazón.


Pasión: Capítulo 19

Pedro clavó una estaca en el suelo con innecesaria fuerza.


—Sí, minha beleza, a menos que prefieras arriesgarte a dormir al raso. Hay jaguares en esta zona y seguro que disfrutarán devorando tu dulce carne.


Paula sintió pánico al pensar en compartir un espacio tan reducido con él.


—Estás mintiendo.


Pedro la miró, imposiblemente oscuro y peligroso.


—¿De verdad quieres arriesgarte? Haz lo que quieras, pero si no te devoran los jaguares lo harán miles de insectos… Por no hablar de los murciélagos —le advirtió—. Mientras lo estás pensando voy a rellenar las cantimploras. Y tú podrías encender el hornillo. Tenemos que comer algo.


Cuando se alejó, Paula tuvo que contener el cobarde deseo de pedir que la esperase. Estaba segura de que solo lo había dicho para asustarla. Aun así, miró nerviosamente alrededor y se quedó cerca de la tienda, murmurando para sí misma lo arrogante que era aquel hombre. 


Cuando Pedro volvió poco después, ella estaba esperando al lado de la tienda con expresión nerviosa. Se detuvo un momento para observarla, escondido tras un árbol. Tenía mala conciencia por haberla asustado, pero su sangre se calentaba solo con mirarla. La ropa se pegaba a su cuerpo después de un día caminando a buen paso por el ecosistema más húmedo de la tierra, destacando los pechos firmes y generosos, la estrecha cintura, la suave curva de sus caderas…  La había llevado allí con el propósito de que saliera corriendo en dirección contraria, tan lejos de él como fuera posible, pero había ido a su lado todo el camino. Aún recordaba su expresión de terror al ver el escorpión y cómo había intentado disimular. Había caminado a gran velocidad a propósito y, sin embargo, cada vez que miraba hacia atrás Paula estaba allí, a su lado, con la cabeza baja, mirando dónde pisaba como le había pedido. El sudor corría por su cara y cuello, perdiéndose por el escote del chaleco hasta el valle entre sus pechos… Maldita fuera. Odiaba admitir que hasta ese momento la había visto solo como una irritación temporal, como una garrapata de la que por fin se desharía y lo dejaría en paz, pero estaba demostrando ser más fuerte y valiente de lo que había pensado. Desde luego, no había esperado compartir tienda de campaña con Paula Chaves, la degenerada que vivía para ir de fiesta y que solo pensaba en sí misma, la que esperaba se fuera de Río de Janeiro en cuanto él lo ordenase. Pero no se había ido. ¿Quién demonios era aquella mujer si no era la mimada heredera a la que conoció en Italia? ¿Y por qué le importaba tanto? 

Pasión: Capítulo 18

Algo en su pecho se encogió por un momento, dejándolo sin respiración. A pesar de estar sudorosa y desaliñada seguía siendo bellísima, la mujer más bella que había conocido nunca. Podía entender en ese momento que muchos hombres perdieran la cabeza por la belleza de una mujer. Pero él no. Porque sabía de primera mano que Paula Chaves era capaz de dejar que otros pagasen por sus errores.


—Muy bien —dijo con desgana—. Entonces, sigamos adelante.


Dándole la espalda al provocativo y arrebolado rostro de Paula, siguió caminando por la selva. Ella intentó llevar oxígeno a sus pulmones mientras miraba el claro por última vez y después lo siguió, incapaz de contener una sensación de triunfo. Lo seguía sin quejarse por el daño que le hacían las botas o el dolor en los tobillos. No podía mostrar debilidad porque Pedro se aprovecharía de ello como un depredador agotando a su presa. Sentía como si estuviera flotando por encima de su cuerpo. El dolor afectaba a tantas partes de su cuerpo que no podría decir qué le dolía más. La mochila, que le había parecido ligera esa mañana, en aquel momento parecía cargada de piedras. Un par de horas después se detuvieron para comer. Pedro sacó unas barritas de proteínas y tomó de un árbol unos frutos parecidos a los higos, que por cierto estaban riquísimos. Y luego siguieron caminando. Tenía los pies dormidos desde hacía rato, la garganta parcheada por mucha agua que bebiese y las piernas como gelatina. El ritmo de él era despiadado y ella no estaba dispuesta a pedirle que parase. Pero entonces él se detuvo y miró alrededor, sujetando una brújula.


—No te apartes de mí hasta que yo te lo diga.


Paula fue pegada a él durante unos minutos y trastabilló cuando se detuvo bruscamente. Pedro se volvió para sujetarla.


—Este es el campamento —anunció.


Ella parpadeó, intentando disimular el cosquilleo que había provocado el roce de sus manos.


—¿El campamento?


Estaban frente a un pequeño claro y la cacofonía de ruidos que los había acompañado hasta entonces había cesado. Era como si todos los animales de la selva estuvieran observando. El intenso calor también había disminuido ligeramente.


—Es tan silencioso.


—No dirás eso en media hora, cuando empiece el coro nocturno —respondió Pedro mientras se libraba de la mochila—. Quítate la tuya. 


Paula lo hizo y estuvo a punto de gritar de alivio al hacerlo. Era como si pudiera flotar por encima de la selva sin ese peso. Pedro estaba en cuclillas, sacando cosas de la mochila, la tela del pantalón tirante sobre los poderosos muslos. Y ella no podía apartar la mirada. Estaba desenrollando la tienda de campaña, que parecía alarmantemente pequeña.


—No vamos a dormir ahí —protestó. 

Pasión: Capítulo 17

Un par de horas después, Paula pisaba solo donde pisaba Pedro, tarea nada fácil porque sus piernas eran mucho más largas. Respiraba con dificultad, ríos de sudor corriendo por todo su cuerpo. Estaba empapada y no era ningún consuelo ver la camisa de Pedro empapada de sudor porque eso solo servía para destacar su impresionante físico. Sabía lo que la esperaba, pero la selva era más húmeda de lo que nunca hubiera podido imaginar. Y ruidosa. Increíblemente ruidosa. Había levantado la mirada numerosas veces para ver pájaros de colores gloriosos cuyo nombre desconocía y en una ocasión había visto a unos monos saltando perezosamente de un árbol a otro. Aquel sitio era un asalto a sus sentidos y desearía parar un momento para intentar asimilarlo todo, pero no se atrevía a decirlo porque él, que no se había detenido una sola vez, esperaba que lo siguiese. Se limitaba a mirar hacia atrás de vez en cuando, presumiblemente para asegurarse de que no había sido arrastrada hacia la densa vegetación por una de las míticas bestias que conjuraban sus miedos. Cada vez que oía un ruido aceleraba el paso y cuando Pedro se detuvo bruscamente estuvo a punto de chocar con él, pero se detuvo a tiempo. Vió que estaban al borde de un claro. Era un alivio salir del ambiente opresivo de la selva y respirar a pleno pulmón, pero se llevó las manos a las caderas para disimular que estaba a punto de sufrir un colapso. Pedro sacó algo de un bolsillo del pantalón. Parecía un móvil antiguo, un poco más largo que los modelos modernos.


—Es un teléfono por satélite. Si llamo al helicóptero estará aquí en quince minutos. Esta es tu última oportunidad para echarte atrás.


Nada le gustaría más que ver un helicóptero apareciendo en el horizonte. O poder echarse agua fría en la cara. Estaba ardiendo, sudando como nunca, y le dolían todos los músculos. Pero, perversamente, nunca se había sentido más llena de energía, a pesar del calor. Además, no pensaba mostrar debilidad ante aquel hombre. Él era lo único que se interponía entre ella y la independencia.


—No pienso ir a ningún sitio.


Vió que él ponía cara de sorpresa y levantó la barbilla en un gesto de satisfacción. Le demostraría que podía hacerlo. Pedro esbozó una sonrisa mientras señalaba algo con la mano.


—¿Estás absolutamente segura?


Paula bajó la mirada y todo su cuerpo se paralizó de terror al ver un escorpión negro subiendo por su bota, con la cola levantada sobre su arácnido cuerpo. Sin previa experiencia en algo tan potencialmente peligroso, tuvo que controlar el pánico mientras empujaba al animal con la punta del bastón hasta que cayó al suelo. Sintiéndose ligeramente mareada, volvió a levantar la mirada.


—Como he dicho, no pienso ir a ningún sitio.


Pedro no pudo disimular un gesto de admiración. Poca gente hubiera reaccionado de ese modo al ver un escorpión. Hombres incluidos. Y las mujeres que él conocía habrían aprovechado la oportunidad para echarse en sus brazos, gritando de terror. 

Pasión: Capítulo 16

 —¿Por qué te importa tanto?


Pedro permaneció tanto rato en silencio que pensó que no iba a responder.


—Porque veía el odio que los nativos y hasta los mineros sentían por mi padre y los hombres como él cada vez que visitaba su imperio —dijo por fin—. Empecé a investigar cuando era muy joven y me quedé horrorizado al descubrir el daño que habían hecho, no solo en nuestro país sino a nivel mundial, y me decidí a terminar con ello.


Paula miró su serio perfil, sintiendo un nuevo respeto por él. Pedro estaba haciendo girar el jeep hacia una abertura casi escondida entre los árboles. El camino estaba lleno de baches, los enormes y majestuosos árboles tan cerca que casi podía tocarlos. Después de unos diez minutos adentrándose en la selva, llegaron a un claro donde había una moderna instalación de dos plantas camuflada para mezclarse con su entorno. Él detuvo el jeep al lado de otros vehículos.


—Esta es nuestra base de operaciones en el Amazonas. Tenemos otras más pequeñas en diferentes sitios —le explicó, mirándola mientras bajaba del jeep—. Deberías aprovechar la oportunidad para usar el baño mientras estamos aquí.


Paula apartó la mirada. No quería que viese la emoción que empezaba a sentir al estar en un lugar tan asombroso. Estaba como hipnotizada por el denso follaje. Tenía la impresión de que la selva era contenida solo por pura fuerza de voluntad y que a la mínima oportunidad extendería sus raíces y cubriría aquel sitio.


—El baño está por allí —dijo Pedro, señalando una pequeña construcción de ladrillo.


Cuando Paula entró en el baño y vió su imagen en el espejo tuvo que hacer una mueca. Estaba acalorada y sudorosa, y convencida de que al final del día tendría un aspecto aún peor. Después de echarse agua en la cara y hacerse una práctica trenza salió del baño dispuesta a seguir adelante, decidida a no flaquear ante el primer obstáculo. Pedro le ofreció su mochila y señaló una especie de manguera de caucho que sobresalía de uno de los lados.


—Es una cantimplora. Bebe a sorbitos y a menudo. Volveremos a llenarla más tarde.


Era un alivio descubrir que la mochila no pesaba. En cambio, la de Pedro, que debía contener las provisiones y la tienda de campaña, era tres veces más grande. Paula se asustó al ver que se colocaba una funda de pistola en la cintura.


—Solo es un arma tranquilizante —dijo él con gesto burlón—. Métete los pantalones dentro de los calcetines y cierra los puños de la camisa.


Cada vez más nerviosa, Paula hizo lo que le pedía. Cuando volvió a mirarlo, sintiéndose como una niña cuyo uniforme iba a ser inspeccionado, Pedro tenía una ceja enarcada sobre esos asombrosos ojos de color azul marino.


—¿Estás segura del todo? Ahora sería el mejor momento para echarte atrás, si esa es tu intención.


Paula se puso en jarras y escondió sus nervios haciéndose la valiente.


—¿No habías dicho que no teníamos todo el día? 

miércoles, 27 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 15

 —Eso es lo que digo, que tienes algo que ganar.


—¿Seguro? —preguntó ella en voz baja, pero Pedro no la oyó, o tal vez pensó que no merecía la pena responder. Evidentemente, la respuesta era «No».


La ciudad pronto dejó paso a la vegetación, cada vez más densa, hasta que estuvieron rodeados. La selva parecía dispuesta a invadir a su rival de cemento en cuanto tuviese oportunidad. La curiosidad superó al deseo de limitar su conversación con Pedro.


—¿Como empezaste a interesarte por estas minas en particular?


Una de sus manos estaba acariciando indolentemente el volante, la otra sobre su muslo. Era un buen conductor; prudente, pero rápido. Cuando la miró, Paula sintió como si estuvieran envueltos en un capullo de exuberante vegetación. No existía nada más. Él volvió a mirar la carretera.


—Las abrió mi abuelo cuando encontraron bauxita. La zona fue saqueada, devastada de vegetación y los indios nativos expulsados para montar un campamento. Fueron las primeras minas de mi familia y, por tanto, en las que quería centrarme para intentar controlar los daños.


Paula recordó lo que había leído.


—¿Pero siguen funcionando?


Pedro frunció el ceño mientras ponía las dos manos en el volante, como si ese recordatorio lo enfureciese.


—Sí, pero en menor escala. El campamento principal ya ha sido destruido y los mineros viven en un poblado cercano. Cerrarlas del todo afectaría a las condiciones de vida de cientos de personas. Dejaría a los trabajadores sin las subvenciones del gobierno, sin educación para sus hijos y muchas cosas más. Ahora mismo las usamos como proyecto piloto para desarrollar operaciones sostenibles. Los beneficios servirán para regenerar enormes zonas de selva que han sido destruidas. Nunca estarán regeneradas del todo, pero los nativos que fueron expulsados de aquí podrán volver para cultivar sus tierras y vivir de ellas.


—Parece un proyecto muy ambicioso —comentó Paula, intentando no mostrarse demasiado impresionada. 


La experiencia con su padre le había enseñado que los hombres podían ser maestros en el arte del altruismo mientras escondían un alma tan corrupta como la del demonio. Podía ver la determinación en sus ojos, la misma que había visto en los de su padre cuando quería conseguir algo. Avaricia de poder, de control, de hacer daño.


—Es un proyecto ambicioso, pero es mi responsabilidad. Mi abuelo hizo mucho daño a este país y mi padre siguió con esa imprudente destrucción, pero yo me niego a perpetuar el mismo error. Aparte de otras consideraciones, hacerlo sería ignorar que el planeta es muy vulnerable en este momento.


Paula se quedó sorprendida por su tono apasionado. Tal vez era sincero.

Pasión: Capítulo 14

 —Estaba diciendo que el vuelo durará cuatro horas —Pedro señaló una bolsa en el suelo—. Ahí tienes información sobre la tribu y las minas. Deberías echarle un vistazo.


Cuando se dió la vuelta Paula tuvo que contenerse para no sacarle la lengua. Había sido dominada por un hombre durante casi toda su vida y no estaba dispuesta a dejar que nadie volviese a tratarla de ese modo. Mientras buscaba los documentos se recordó a sí misma que aquello era un medio para conseguir un fin. Había decidido ir con Pedro y le demostraría su compromiso aunque fuese lo último que hiciera. En los últimos años se había acostumbrado a centrarse en el presente, a no mirar atrás. Y en aquel momento necesitaba eso más que nunca.


Cuatro horas después, con la cabeza llena de datos sobre el sitio al que se dirigían, Paula se sentía un poco más tranquila. Estaba fascinada y emocionada por el viaje, que le parecía una pequeña victoria. Aterrizaron en un aeródromo privado y, después de un ligero desayuno preparado para ellos en una sala VIP, Pedro empezó a cargar bolsas y suministros en la parte trasera de un jeep. Su mochila era tres veces más grande que la suya y cuando vio que guardaba un machete los nervios se le agarraron al estómago. Tal vez estaba haciendo una tontería. ¿Cómo iba a sobrevivir en la selva? Ella era una chica de ciudad… Esa era la única selva que conocía y entendía. Pero cuando Pedro arqueó una ceja en un gesto burlón, dió un paso adelante. No iba a dejarse amedrentar.


—¿Puedo hacer algo?


—No hace falta —respondió él—. Vamos, no tenemos todo el día.


Poco después, mientras conducía entre el tráfico de Manaos, que empezaba a despejarse a medida que se alejaban del centro de la cuidad, Pedro le dió una charla sobre cómo sobrevivir en la selva. 


—Lo único que debes hacer es obedecer mis órdenes. La selva es percibida como un ambiente hostil, pero no tiene por qué serlo… Mientras uses la cabeza y estés constantemente en guardia sabiendo lo que te rodea.


Un diablillo dentro de Paula la empujó a preguntar:


—¿Siempre eres tan autoritario o es solo conmigo?


Para su sorpresa, Pedro esbozó una sonrisa, provocando una reacción de proporciones sísmicas en su estómago.


—Me dedico a dar órdenes y la gente obedece.


Ella dejó escapar un bufido de desdén. Esa había sido también la filosofía de su padre.


—Pues entonces tu vida debe ser muy aburrida.


La sonrisa desapareció.


—La gente suele obedecer cuando les interesa conseguir algo… Como tú misma estás demostrando ahora mismo.


Su cínico tono hizo que Serena arrugase la frente y eso lo molestó. Ni siquiera sabía de dónde salía ese cinismo.


—Me has ofrecido una oportunidad para demostrar que estoy comprometida con mi trabajo y eso es lo que estoy haciendo.


Pedro se encogió de hombros. 

Pasión: Capítulo 13

Paula maldijo en voz baja. ¿Por qué aquel hombre la afectaba como no lo hacía ningún otro? Pedro, que se había vuelto hacia la avioneta para meter la mochila, dijo por encima de su hombro:


—Vamos, tenemos mucho camino por delante.


—Sí, señor —murmuró ella, burlona. Pero mientras se abrochaba el cinturón de seguridad lo vió sentarse en la cabina y dejó escapar una exclamación.


—¿Tú eres el piloto?


—Evidentemente —respondió él, burlón.


Paula intentó tragar saliva.


—¿Tienes el título acaso?


Pedro, ocupado pulsando interruptores y botones, la miró un momento por encima del hombro. 


—Desde los dieciocho años. Relájate, no te va a pasar nada.


Se puso los cascos para comunicarse con la torre de control y enseguida la avioneta empezó a moverse por la pista. Paula no solía ponerse nerviosa en los aviones, pero se agarró a los brazos del asiento. Estaba en una avioneta, dirigiéndose a la selva más densa del mundo, al ecosistema más peligroso, con un hombre que la odiaba a muerte. De repente, imaginó una serpiente cayéndole sobre la cara y se estremeció cuando la avioneta despegó del suelo. Desgraciadamente, su ánimo no se elevó como el aparato, pero se consoló a sí misma pensando que no tendría que volver a Atenas con el rabo entre las piernas… Al menos de momento. Mientras admiraba, a su pesar, los anchos hombros de Pedro, no era capaz de sentir la antipatía que quería sentir por él. Después de todo, tenía una buena razón para creer que le había tendido una trampa siete años antes. Cualquier otra persona hubiera pensado lo mismo. Cualquiera salvo su hermana, que se había limitado a mirarla con esa expresión suya tan triste que le recordaba lo atrapadas que estaban las dos por las circunstancias y por su lamentable adicción a los fármacos para controlar el dolor. Su padre era un hombre demasiado poderoso y Delfina era demasiado joven como para que Paula intentase algo tan drástico como escapar. Y cuando su hermana cumplió la mayoría de edad, ya no tenía fuerzas para hacer nada drástico. Miguel Chaves se había encargado de ello. Además, eran demasiado conocidas. Cualquier intento de escapar habría terminado en unas horas porque su padre habría enviado a sus matones a buscarlas. Estaban tan indefensas como si las hubiera encerrado en una torre.


—Paula…


Ella levantó la cabeza y vió que Pedro la miraba con gesto impaciente. Debía haberla llamado un par de veces, pero estaba tan perdida en sus pensamientos…


—¿Qué?

Pasión: Capítulo 12

Pedro esbozó una sonrisa, disfrutando al pensar que se echaría atrás después de media hora caminando por una selva infestada de insectos y vida salvaje. Estaba seguro de que tras su primer encuentro con las numerosas especies animales del Amazonas dejaría de fingir. Pero, por el momento, lo dejaría estar. Porque si no lo hacía, Serena sería una bala perdida, una bomba de relojería en Río de Janeiro. De aquel modo tendría que admitir la derrota y se marcharía por decisión propia. Tendría preparado un helicóptero para sacarla de allí y llevarla al aeropuerto.


—Es seguro si vas con un guía experto que conozca la zona.


—¿Y tú eres ese guía?


—Llevo años visitando las tribus y explorando el Amazonas. No podrías estar en mejores manos.


La expresión de Pedro dejaba claro que no confiaba en él y Pedro sonrió mientras arqueaba una ceja.


—Puedes negarte, depende de tí.


—Y si digo que no, seguro que tú mismo me llevarás al aeropuerto. Pero si lo hago y demuestro que estoy comprometida con mi trabajo, ¿Dejarás que ocupe el puesto que vine a cubrir?


La sonrisa de Pedro desapareció. De nuevo experimentó esa punzada de admiración, pero intentó aplastarla.


—Como estoy seguro de que no aguantarás dos horas en la selva, no tiene sentido hablar de ello. Solo estás retrasando tu inevitable regreso a casa.


Ella levantó la barbilla en un gesto orgulloso.


—Hará falta algo más que una excursión por la selva para que me eche atrás, Alfonso.




Aunque hacía un calor bochornoso, aún era de noche cuando Paula salió del coche en el aeródromo privado doce horas después. Lo primero que vió fue la alta figura de Luca metiendo cosas en una avioneta y, de inmediato, tuvo que armarse de valor.  Él apenas la miró mientras llegaba a su lado junto al chófer, que llevaba una mochila en la mano. Pero cuando su oscura mirada se clavó en ella el corazón de Serena se aceleró.


—¿Has pagado la factura del hotel?


«Buenos días para tí también», pensó ella, enfadada consigo misma al notar que le temblaban las piernas.


—Mi maleta está en el coche.


Pedro intercambió unas palabras con el conductor mientras tomaba su mochila y la metía en la avioneta.


—Se quedará en mi oficina hasta que vuelvas.


La evidente implicación era que volvería ella sola, por supuesto.


—No voy a irme antes de tiempo —anunció, intentando no dejarse amedrentar.


Pedro la miró de arriba abajo. Llevaba la ropa que le había entregado el conductor: Un pantalón ligero, un chaleco sin mangas bajo una camisa de color caqui y botas de senderismo. El atuendo era parecido al que llevaba él, salvo que su ropa parecía usada y no podía esconder los impresionantes músculos. 

Pasión: Capítulo 11

 —Antes has dicho que querías otra oportunidad y harías lo que fuera para conseguirla.


Paula se quedó muy quieta, sus enormes ojos azules clavados en él. Pedro suspiró. La habitación le parecía demasiado pequeña y solo podía verla a ella. Cuando bajó los brazos, sus ojos se habían clavado ansiosamente en sus pechos… Y aún recordaba el roce de los duros pezones contra la camiseta. Debajo no llevaba nada y sintió que la sangre se arremolinaba en su entrepierna, excitándolo como nunca. «¡Maldita fuera!».


—¿Quieres una oportunidad o no? —repitió él, molesto por su silencio y porque seguía ahí.


Paula parpadeó.


—Sí, claro que sí.


Su voz se había vuelto ronca y eso afectó directamente a su entrepierna. Aquello era un error y lo sabía, pero no tenía otra opción. Debía limitar los daños.


—Dirijo una empresa minera y debo visitar las minas de Iruwaya y a la tribu que vive cerca para comprobar sus progresos. Puedes demostrar que estás comprometida yendo conmigo como ayudante para tomar notas. El poblado es parte de una red global de comunidades, así que tiene que ver con tu trabajo.


—¿Dónde está?


—Cerca de Manaos.


Paula abrió mucho los ojos.


—¿En medio del Amazonas?


Pedro asintió con la cabeza. Tal vez había dado en el clavo. Tener que trabajar de verdad haría que se fuese de Río. Pero Paula lo miró con esos ojazos azules y preguntó con gesto decidido:


—Muy bien. ¿Cuándo nos vamos?


Su respuesta lo sorprendió tanto como que se alojase en aquel hotel barato. Había esperado encontrarla en uno de cinco estrellas, pero tal vez su familia le había retirado los fondos. Daba igual, pensó, enfadado consigo mismo por hacerse esas preguntas.


—Mañana —respondió—. Mi chófer vendrá a recogerte a las cinco de la mañana.


De nuevo, esperaba que ella diese marcha atrás, pero no lo hizo. Miró la ropa en la maleta y las cosas de aseo tiradas sobre la cama. Notó, a su pesar, que olía muy bien; un olor limpio y dulce, nada que ver con el perfume sexy que recordaba.


—Alguien vendrá dentro de una hora para traerte una mochila con todo lo que necesitas. No podrás llevar tu maleta.


Ella lo miró con gesto receloso.


—¿Por qué?


Pedro la miró a los ojos, no sin cierta punzada de culpabilidad:


—¿No he mencionado que tendremos que abrirnos paso por la selva para llegar al poblado? Se tardan dos días desde Manaos.


—No —respondió ella—. No habías dicho nada de eso. ¿Es seguro? 

lunes, 25 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 10

Paula bajó los brazos, pero apenas se dió cuenta de que la mirada de Pedro se clavaba en sus pechos. Lo único que sentía era una rabia inmensa y un odio feroz por aquel hombre.


—¿Para qué iba a hacerlo?


Pasó al lado de Pedro en dirección a la puerta, pero antes de que pudiese agarrar el picaporte, él la cerró de golpe. Volvió a cruzarse de brazos, fulminándolo con la mirada, consciente de sus pies descalzos y del temblor que su proximidad la hacía sentir.


—Si no te vas en cinco segundos me pondré a gritar.


Pedro siguió sujetando la puerta, acorralándola. 


—El gerente pensará que estamos pasándolo bien. No puedes ser tan ingenua como para no saber que este hotel alquila las habitaciones por horas.


Paula sintió que le ardía la cara. Primero por pensar en aquel hombre haciéndola gritar de placer y después por su propia ingenuidad.


—Pues claro que no —replicó, intentando poner distancia entre ellos.


Pedro se cruzó de brazos.


—No, ya imagino. Después de todo, no es a lo que tú estás acostumbrada.


Paula pensó en las condiciones espartanas de la clínica de rehabilitación en la que había estado ingresada durante un año y luego en su diminuto estudio en una zona poco recomendable de Atenas.


—¿Cómo ibas a saberlo?


Pedro hizo una mueca.


—¿Estás decidida a quedarte en Río?


Nunca más que en ese momento. Aunque solo fuera para fastidiarlo.


—Sí.


—Lo último que necesito ahora mismo es que un reportero te vea yendo de copas o de compras.


Paula tuvo que morderse la lengua. Él no sabía nada sobre su nueva vida. ¿De copas, de compras? Todo eso había terminado.


—Me pondré un bolso de Louis Vuitton sobre la cabeza mientras compro un vestido de la última colección de Chanel. ¿Eso serviría de algo?


La broma no cayó bien y pudo ver una vena latiendo en la frente de Pedro. 


—Que te fueras de Río sería aún mejor. 


—A menos que pienses echarme de aquí con tus propias manos, eso no va a pasar. Y si lo intentas llamaré a la policía y te denunciaré por acoso.


Pedro no se molestó en decirle que, con los graves problemas que había en la ciudad, la policía no se molestaría en atenderla. Y que hacer eso solo serviría para despertar el interés de los paparazzi, que lo seguían a menudo.  Pensar que pudieran verla y asociarla con él lo ponía nervioso. Ya había tenido suficiente mala prensa después de lo que pasó en Italia como para arriesgarse. Entonces se le ocurrió una idea. No era una que le gustase particularmente, pero parecía la única opción en ese momento. Haría que Paula Chaves se fuera de Río inmediatamente; con un poco de suerte en un par de días. 

Pasión: Capítulo 9

 —Parece que últimamente eso es lo único que sabe preguntar — el susto que había provocado su inesperada aparición dejó paso a la rabia—. En realidad, yo podría preguntar lo mismo. ¿Qué demonios hace aquí, señor Alfonso? ¿Y cómo demonios ha sabido en qué hotel me alojaba?


Pedro apretó los labios.


—Le dije a Sergio, mi conductor, que esperase en el aeropuerto para asegurarse de que subías al avión.


Saber cuánto deseaba perderla de vista la enfadó de tal modo que apretó el picaporte con fuerza.


—Este es un país libre, señor Alfonso. He decidido quedarme unos días de vacaciones y, como ya no trabajo para usted, no creo que sea asunto suyo.


Iba a darle con la puerta en las narices, pero Pedro entró en la habitación, cerrando la puerta tras él y obligándola a dar un paso atrás. Su mirada era glacial y su gesto tan desdeñoso que Serena cruzó los brazos sobre el pecho.


—Señor Alfonso…


—Ya está bien con lo de «Señor Alfonso». ¿Por qué siguesaquí, Paula?


Que la llamase por su nombre de pila le recordó lo que había sentido cuando la besó en aquella pista de baile. Oscuro, ardiente, embriagador. Ningún otro beso la había excitado de ese modo. Se había apartado de él sorprendida, como si el beso la hubiera incinerado.


—¿Y bien?


La seca pregunta devolvió a Paula al presente.


—Quiero visitar Río de Janeiro antes de volver a casa — respondió. No iba a contarle cuánto le angustiaba contarle la verdad a su familia.


Pedro soltó un poco delicado bufido. 


—¿Tienes idea de dónde estás? ¿Pensabas dar un paseo por la playa de noche?


Paula apretó los dientes.


—Te invitaría a pasear conmigo, pero seguro que tienes mejores cosas que hacer.


Su magnetismo animal era casi abrumador en aquel espacio tan pequeño. La incipiente barba y el pelo más largo acrecentaban su intensa masculinidad y podía sentir sus pezones apretándose contra el algodón de la camiseta. Odiaba que aquel hombre la afectase como ningún otro.


—¿Sabes que esta es una de las zonas más peligrosas de Río? Estás a unos minutos de las peores favelas de la ciudad.


Paula tuvo que contener el deseo de decir que eso debería alegrarlo.


—Pero la playa está a unas manzanas de aquí.


—Y a nadie se le ocurre ir a esa playa por la noche, a menos que vayan a comprar drogas o quieran que los roben. Es uno de los sitios más peligrosos de la ciudad… —Pedro dió un paso adelante, mirándola especulativamente—. Pero tal vez sea eso. ¿Estás buscando drogas? Tal vez tu familia te tiene bajo vigilancia y estás disfrutando aquí de tu libertad. ¿Les has contado que has sido despedida?

Pasión: Capítulo 8

Y en lugar de darse la vuelta, disgustado por su arrogancia y su mala reputación, Pedro había sentido la sangre fluyendo por todo su cuerpo, excitándolo como nunca.


—Tendría que ser ciego para no mirarte. ¿Quieres una copa?


Ella había echado la melena hacia atrás y, durante un segundo, Pedro había creído ver un brillo curiosamente vulnerable en esos asombrosos ojos azules. Pero tenía que ser un truco de las luces porque luego susurró:


—Me encantaría.


Odiaba recordarlo, admitir que ella lo afectaba de ese modo. Habían pasado siete años y se sentía tan inflamado de rabia y deseo como esa noche. Era humillante. Le había dejado claro lo que pensaba de ella. La había despedido. Entonces, ¿Por qué no se sentía satisfecho? ¿Por qué experimentaba una incómoda sensación de… Haber dejado algo a medias? ¿Y por qué sentía cierta admiración al ver que no daba un paso atrás, al ver que levantaba orgullosamente la barbilla antes de irse? 



El hotel estaba a unas manzanas de la playa de Copacabana. Decir que era humilde era decir quedarse corto, pero estaba limpio, que era lo importante. Y era barato, lo cual también era importante, considerando que Paula vivía de sus pocos ahorros del año anterior. Se quitó la arrugada ropa de viaje y entró en la diminuta ducha, disfrutando del agua fresca. Se le encogió el estómago al imaginar la reacción de Pedro cuando supiera que no se había ido de Río, pero se armó de valor. Estaba en la cola para facturar el equipaje cuando su hermana la llamó por teléfono. Demasiado dolida como para admitir que volvía a casa tan pronto, y sintiendo de repente que Atenas no era su casa, había tomado la impulsiva decisión de contar una mentira y fingir que todo estaba bien. Aunque odiaba mentir, y mucho más a su hermana, no lamentaba haberlo hecho. Seguía furiosa con Pedro Afonso por cómo había jugado con ella antes de echarla de su despacho. Y, por eso, había salido del aeropuerto y había vuelto a la ciudad. Se lavó el pelo con más fuerza de la necesaria. No le gustaban las turbulentas emociones que experimentaba después de volver a verlo y no quería admitir que la había enfurecido como nadie. Lo suficiente como para cometer una imprudencia… cuando creía haber dejado todo eso atrás. Mientras salía del baño, envuelta en una toalla y con otra en la cabeza, dió un respingo al escuchar unos persistentes golpes en la puerta. Buscando algo que ponerse, Paula gritó a quien fuera que esperase un momento mientras se ponía unos vaqueros gastados y una camiseta. Se quitó la toalla y dejó que el pelo mojado cayera por su espalda y sus hombros. Cuando abrió la puerta fue como si hubiera recibido un golpe en el estómago. No podía respirar porque Pedro Alfonso estaba al otro lado, echando chispas, más enfadado que antes si eso era posible.


—¿Qué demonios hace aquí, Chaves? —le espetó.


Paula tragó saliva. 

Pasión: Capítulo 7

Diez minutos después, Pedro hablaba por teléfono.


—Llámame cuando esté en el avión y haya despegado.


Cortó la comunicación y se dió la vuelta en el sillón para mirar hacia el cristal. Su sangre ardía con una mezcla de rabia y excitación. ¿Por qué había querido satisfacer el deseo de volver a verla? Lo único que había conseguido era demostrarle su debilidad por Paula. Ni siquiera sabía que iba de camino a Río hasta que su ayudante le informó y ya era demasiado tarde para hacer nada al respecto. Paula Chaves. Su nombre llevaba el sabor del veneno a su boca. Y, sin embargo, la imagen que lo acompañaba, la de Paula en esa discoteca de Florencia, era provocativa, sensual. Había sabido quién era, por supuesto. Todo el mundo en Florencia había oído hablar de las hermanas Chaves, famosas por su belleza, su porte aristocrático y la vasta fortuna familiar que se remontaba a tiempos medievales. Paula había sido la novia de los paparazzi. A pesar de su existencia degenerada, hiciese lo que hiciese los medios siempre pedían más. Sus aventuras eran legendarias: fines de semana en Roma dejando habitaciones de hotel destrozadas y a los empleados furiosos. Viajes a Oriente Medio en aviones privados por capricho de un igualmente degenerado jeque que disfrutaba organizando fiestas con sus amigos europeos. Siempre era fotografiada en varios estados de embriaguez, pero eso solo parecía aumentar su atractivo para los paparazzi. 


La noche que la conoció estaba en la pista de baile de una discoteca con lo que solo podía ser descrito como una pobre excusa de vestido. Un pedazo de lamé dorado sin mangas y escote palabra de honor con unas borlas, que apenas cubría sus muslos dorados. El largo pelo rubio desordenado cayendo por su espalda y rozando sus voluptuosos pechos. Tenía varios hombres alrededor, todos buscando su atención. Levantando los brazos, moviéndose al ritmo de la música que ponía un famoso DJ, era el símbolo de la juventud y la belleza. La clase de belleza que hacía que los hombres cayesen de rodillas. Una belleza de sirena que los llevaba al desastre. Pedro hizo una mueca. Él había demostrado no ser mejor que cualquiera de esos hombres, pero desde que ella se acercó moviendo las caderas todo se había vuelto ligeramente borroso. Y él no era un hombre que viese borroso, por guapa que fuese una mujer. Todo en su vida era ordenado y meticuloso porque tenía muchas cosas que conseguir. Pero sus enormes ojos azules lo habían quemado vivo, encendiendo todas sus terminaciones nerviosas, haciéndole olvidar cualquier otra preocupación. Su piel inmaculada, la nariz aquilina, los labios perfectamente esculpidos, ni demasiado gruesos ni demasiado finos, insinuando una oscura y profunda sensualidad, lo habían fascinado. Ella le había dicho en tono coqueto:


—Es una grosería quedarse mirando a alguien fijamente.

Pasión: Capítulo 6

Pero en lugar de admitir la derrota y darse la vuelta, ella dio un paso adelante. Pedro sintió el deseo de empujarla hacia la puerta, pero el recuerdo de su precioso cuerpo apretado contra él, la suave boca rindiéndose a sus caricias aquella noche, provocó una oleada de sangre en su entrepierna. «Maldita bruja». Estaba al otro lado del escritorio, mirándolo con sus enormes ojos azules, su postura tan regia como la de una reina recordándole su impecable linaje.


—Señor Alfonso, he venido con las mejores intenciones para trabajar en la fundación, a pesar de lo que usted crea. Y haré lo que sea para demostrar que estoy comprometida con mi trabajo.


A Pedro le molestó su persistencia. Y que insistiera en llamarlo «Señor Alfonso».


—Tú eres la razón por la que tuve que limpiar mi reputación y ganarme otra vez la confianza de la gente —empezó a decir, apoyando las manos en el escritorio—. Por no hablar de la confianza en el consorcio de minas de mi familia. Estuve meses, años, intentando deshacer el daño que tú habías hecho en una sola noche. El estigma de las drogas es duradero y cuando aparecieron esas fotografías en la discoteca no pude defenderme.


Le dolía en el alma recordar que había intentado proteger instintivamente a Paula de los policías que entraron en tromba en la discoteca porque fue entonces cuando ella tuvo oportunidad de meter las drogas en su bolsillo. Pensó en las fotografías de ella en París mientras él estaba en Italia siendo acusado de un delito que no había cometido y siguió con tono amargo:


—Mientras tanto, tú seguías viviendo la vida loca. ¿Y después de todo eso crees que permitiría que tu nombre fuese asociado con el mío?


Ella palideció aún más, si eso era posible, revelando los genes que había heredado de su madre británica, una clásica rosa inglesa.


—Me asqueas —añadió.


Sus palabras le dolían como no deberían dolerle, pero algo la empujaba a insistir. Y lo hizo.  Sus ojos eran como oscuros y fríos zafiros, pensó. Tenía razón. Él era el único hombre en el mundo que no debería darle una segunda oportunidad y había sido una tonta al pensar que iba a escucharla. El ambiente en el despacho era glacial en comparación con el soleado día. Pedro Alfonso no iba a decir una palabra más. Ya había dicho todo lo que tenía que decir y solo quería torturarla. Hacerle saber cuánto la odiaba, como si ella tuviese alguna duda. Por fin, admitiendo la derrota, se dió la vuelta. No habría segunda oportunidad. Levantando la barbilla en un gesto orgulloso se dirigió a la puerta. No quería ver su expresión helada, como si ella fuese algo desagradable en la suela de su zapato. Cuando salió del despacho fue recibida por la igualmente fría mirada de la ayudante que, sin duda, conocía los planes de su jefe y la escoltó en silencio hasta la calle. La humillación era completa. 

viernes, 22 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 5

Paula empezó a echar humo cuando mencionó a su hermana, experimentando un abrumador deseo protector. Siena lo era todo para ella y jamás la defraudaría. La había salvado, algo que aquel hombre frío y crítico jamás podría entender. Intentando contener su furia, le espetó:


—Mi familia no tiene nada que ver con esto y nada que ver con usted.


Pedro la miró con gesto incrédulo.


—Seguro que tu familia tiene mucho que ver con esto. ¿Has prometido un generoso donativo de su parte a cambio de un alto puesto en la fundación?


—No, claro que no.


Pedro lo dudaba. Solo habría tenido que hacer una sutil sugerencia. Cualquier fundación agradecería el patronazgo de su hermanastro, Rafael de Marco, o su cuñado, Adrián Xenakis. Y aunque él era multimillonario, su fundación siempre necesitaría dinero. Disgustado al pensar que sus empleados pudieran haber sido tan fácilmente manipulados, dió un paso atrás.


—No voy a permitir que me utilices para hacer creer a la gente que has cambiado.


Vió que tragaba saliva, pero no sentía ninguna compasión por ella. No podía parecerse menos a la mujer que había conocido siete años antes; una mujer dorada, sinuosa y provocativa. La que tenía delante iba vestida como si fuera a una entrevista de trabajo en una empresa de seguros. Su largo pelo rubio, casi platino, estaba sujeto en un serio moño y, sin embargo, el traje de chaqueta oscuro no podía esconder su increíble belleza natural o esos penetrantes ojos azules.  Esos ojos que lo habían golpeado en el plexo solar en cuanto entró en el despacho, cuando pudo observarla sin ser visto durante unos segundos. Y el traje tampoco podía disimular sus largas piernas o la generosa curva de sus pechos bajo la camisa de seda. Le disgustó fijarse en eso. ¿No había aprendido nada? Paula debería arrodillarse ante él para pedirle perdón por haber puesto su vida patas arriba, pero en lugar de eso tenía la temeridad de intentar defenderse. «Mi familia no tiene nada que ver con esto». Su tranquilidad estaba siendo erosionada en presencia de aquella mujer. ¿Por qué se hacía preguntas sobre ella? Le daba igual cuáles fueran sus motivos, ya había satisfecho su curiosidad y eso era suficiente.


—No tengo más tiempo para tí. El coche está esperando para llevarte al aeropuerto y espero sinceramente no volver a verte nunca.


¿Entonces por qué le resultaba tan difícil apartar los ojos de ella? Furioso, volvió a su escritorio esperando oír el ruido de la puerta. Cuando no fue así giró la cabeza y le espetó:


—No tenemos nada más que hablar.


Le sorprendió ver que palidecía. Y también le sorprendió sentir una extraña punzada de preocupación.


—Solo estoy pidiendo una oportunidad. Por favor —dijo ella entonces, con ese sutil acento italiano.


Pedro abrió y cerró la boca, sorprendido. Una vez que anunciaba lo que quería, nadie se atrevía a cuestionarlo. Hasta ese momento. Y aquella mujer, precisamente. No había ninguna posibilidad de que Paula Chaves lo hiciese reconsiderar su decisión y que siguiera en su despacho lo irritaba. 

Pasión: Capítulo 4

 —Sé lo que piensa, pero… —no terminó la frase. Era lo que todo el mundo había pensado. Erróneamente—. Yo no tomaba ese tipo de drogas y…


—Ya está bien —la interrumpió él—. Tenías drogas en tu bonito bolso y las metiste en mi bolsillo en cuanto empezó la redada.


Sintiéndose enferma, Paula insistió: 


—Debió ser otra persona, no fui yo.


Pedro dió otro paso adelante.


—¿Debo recordarte lo cerca que estábamos esa noche? —le preguntó con tono seductor—. ¿Lo fácil que debió ser para tí librarte de las drogas?


Paula recordaba claramente que sus brazos habían sido como bandas de acero alrededor de su cintura y que ella le había echado los brazos al cuello. Tenía los labios hinchados, la respiración agitada. Alguien se había acercado a ellos en la pista de baile, un amigo que les había avisado de la redada. ¿Y Pedro Alfonso pensaba que durante esos segundos, en medio del caos, ella había tenido suficiente presencia de ánimo para meterle drogas en el bolsillo?


—Imagino que es algo que habías hecho más veces, por eso no me dí cuenta.


Cuando dió un paso atrás Paula pudo respirar de nuevo, pero su mirada la ahogaba.


—Señor Alfonso, solo quiero una oportunidad…


Él levantó una mano y Paula dejó de hablar. Su expresión era peor que fría, era totalmente indescifrable. Pedro chascó los dedos, como si se le acabase de ocurrir algo, y esbozó una sonrisa.


—Ah, claro… Es tu familia, ¿no? Te han cortado las alas. Adrián Xenakis y Rafael de Marco jamás tolerarían que volvieras a tu degenerada vida y sigues siendo persona non grata en los círculos sociales en los que solías moverte. Tu hermana y tú cayeron de pie a pesar de la ruina de tu padre, pero Miguel Chaves jamás podrá volver a dar la cara después de las cosas que hizo.


Paula sentía náuseas. No necesitaba que nadie le recordase la corrupción de su padre y sus muchos delitos. Pero él no había terminado.


—Creo que estás haciendo esto contra tu voluntad, por obligación, para demostrar a tu nueva familia que has cambiado. ¿A cambio de qué, una asignación económica? ¿Una casa palaciega en Italia? ¿O tal vez vives en Atenas, donde el hedor de tu empañada reputación es menos penetrante? Después de todo, allí es donde tendrías la protección de tu hermana pequeña que, si no recuerdo mal, era quien solía sacarte de apuros. 

Pasión: Capítulo 3

De modo que sabía que trabajaba para él. Paula apretó los puños. Su arrogancia era insoportable. Él miró el reloj de platino en su muñeca.


—Tienes quince minutos antes de irte al aeropuerto.


Estaba despidiéndola.


Pedro apoyó una cadera en el borde del escritorio, como si estuviese manteniendo la conversación más normal del mundo.


—¿Y qué hace la degenerada princesa trabajando por un salario mínimo en una fundación de Atenas?


Unas horas antes, Paula estaba tan contenta pensando en su nuevo trabajo. Era la oportunidad de demostrar a su familia que todo iba a salir bien. Su independencia la hacía feliz, pero aquel hombre iba a destruir todo aquello por lo que tanto había luchado. Durante años había sido la enfant terrible de la vida social italiana, fotografiada a menudo por los paparazzi, que siempre exageraban sus aventuras. Pero sabía que había suficiente verdad en esas portadas como para avergonzarse.


—Señor Alfonso —empezó a decir, intentando controlar la emoción—. Sé que debe odiarme.


Pedro Alfonso esbozó una sonrisa, pero su expresión era implacable.


—¿Odiarte? No te hagas ilusiones. «Odiar» es una inadecuada descripción de mis sentimientos por tí.


Otro venenoso recuerdo la asaltó entonces: Un Pedro magullado y esposado por la policía italiana, siendo empujado hacia un coche patrulla mientras gritaba: «¡Tú me has inculpado!». Intentó apartarse de los policías, pero solo consiguió un puñetazo en el estómago que lo hizo doblarse sobre sí mismo. Paula se había quedado estupefacta, muerta de miedo.


—Ella puso las drogas en mi bolsillo para salvarse a sí misma — lo oyó decir mientras entraba en el coche patrulla.


Paula intentó apartar los recuerdos. 


—Señor Alfonso, yo no puse las drogas en su bolsillo… No sé quién lo hizo, pero no fui yo. Intenté ponerme en contacto con usted después, pero se había ido de Italia.


—¿Después? ¿Quieres decir cuando volviste de tu viaje de compras a París? Ví las fotografías. Inculpar a otro por posesión de drogas y seguir con tu existencia hedonista era algo normal para tí, ¿No?


Paula tragó saliva. Por inocente que fuera, aquel hombre había sufrido por su breve encuentro con ella. Aún recordaba los escabrosos titulares: "¿El nuevo amor de Chaves? El millonario brasileño Pedro Alfonsoacusado de posesión de drogas tras una redada en la discoteca más exclusiva de Florencia, La guarida del Edén". Pero antes de que ella pudiera defenderse, Pedro se acercó, mirando su traje con gesto desdeñoso.


—Nada que ver con el vestido que llevabas esa noche.


Paula sintió que le ardía la cara al recordar cómo iba vestida la noche que se conocieron; cómo solía vestir todas las noches en realidad.


—De verdad no tuve nada que ver con las drogas, se lo prometo. Todo fue un terrible malentendido.


Él la miró, incrédulo, antes de echar la cabeza hacia atrás para soltar una carcajada. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, en los de él había un brillo de burla.


—Debo admitir que hay que tener valor para venir aquí a declarar tu inocencia después de tanto tiempo.


Paula se clavó las uñas en las palmas de las manos. 

Pasión: Capítulo 2

Su corazón latía como si estuviera a punto de salirse de su pecho cuando oyó que la puerta se cerraba tras ella. En los primeros segundos no vio a nadie porque la pared que había frente a ella era un enorme cristal, enmarcando una extraordinaria vista de la ciudad, con el azul oscuro del océano Atlántico a lo lejos y los dos iconos de Río de Janeiro: El Pan de Azúcar y el Cristo Redentor sobre el Corcovado. Entre ellos, incontables rascacielos hasta la costa. Decir que la vista era fabulosa era quedarse corto. Pero, de repente, la vista fue eclipsada por el hombre que se colocó frente al cristal. Pedro Alfonso. Durante un segundo el pasado y el presente se mezclaron y Paula volvió a esa discoteca, a la noche que lo conoció. Era tan alto, tan atractivo, con una presencia formidable. La gente lo rodeaba, los hombres suspicaces, envidiosos. Las mujeres ansiosas, lujuriosas. Con un traje oscuro y una camisa abierta, iba vestido como la mayoría de los hombres, pero él llamaba la atención por un carismático magnetismo que la había atraído sin que pudiese evitarlo. Ella parpadeó un par de veces y la oscura y decadente discoteca desapareció. Tenía un aspecto diferente; su pelo era más largo, algo despeinado, y la incipiente barba le daba un aspecto intensamente masculino. Parecía un civilizado empresario y, sin embargo, la energía que desprendía no era precisamente civilizada. Pedro cruzó los brazos sobre el ancho torso antes de decir:


—¿Qué demonios crees que haces aquí?


Aunque le gustaría salir corriendo en dirección contraria, Paula dió un paso adelante. No podría apartar los ojos de él aunque quisiera y tuvo que hacer un esfuerzo para hablar.


—Estoy aquí para trabajar en el departamento de recaudación de fondos de la fundación.


—No, ya no —anunció Fonseca con tono seco.


Paula titubeó.


—No sabía que… Que usted tuviese nada que ver con esto hasta que tomé el avión.


—Me cuesta creerlo.


—Es cierto. No sabía que tuviese algo que ver con la fundación Alfolezzi. Créame, no tenía ni idea. Si lo hubiera sabido no estaría aquí.


Pedro Alfonso dió un paso adelante y Paula tragó saliva. Para ser un hombre tan grande se movía con una gracia innata… Y esa increíble serenidad, esa quietud. Era intensamente cautivador.


—No sabía que trabajases en la oficina de Atenas. No suelo controlar las oficinas de fuera del país porque contrato a los mejores para que hagan su trabajo, aunque después de esto creo que mis métodos tendrán que cambiar. De haber sabido que te habían contratado, a tí precisamente, habrías sido despedida hace mucho tiempo —añadió con expresión airada—. Pero debo admitir que me sentí lo bastante intrigado como para dejar que vinieras, en lugar de dejarte en el aeropuerto hasta que encontrásemos un vuelo de vuelta. 

Pasión: Capítulo 1

Paula Chaves estaba sentada en una elegante antesala, mirando el nombre de la empresa con cuyo presidente estaba a punto de entrevistarse escrito en grandes letras negras en la pared. "Industrias y fundación filantrópica Alfolezzi". De nuevo, sintió un escalofrío de horror. Solo cuando estaba ya en el avión con destino a Río de Janeiro, leyendo la información sobre el evento que su jefe le había encargado preparar, había entendido que la empresa para la que trabajaba era parte de una organización más importante. Una organización dirigida por Pedro Alfonso. El nombre, Alfolezzi era, al parecer, una mezcla de los apellidos de su padre y de su madre. Y ella no ocupaba un puesto tan importante como para saber eso. Hasta ese momento. Pero allí estaba, a punto de entrar en el despacho del presidente para ver al único hombre en el planeta que tenía todas las razones para odiarla. ¿Por qué no la había despedido meses antes, en cuanto supo que trabajaba para él? Serena albergaba una insidiosa sospecha: Tal vez lo había orquestado a propósito para darle una falsa sensación de seguridad antes de hundirla. Sería una crueldad intolerable y, sin embargo, aquel hombre tenía derecho a odiarla. Estaba en deuda con él y había muchas posibilidades de que su carrera en el mundo de la filantropía estuviese a punto de terminar antes de haber empezado. Y eso la hizo sentir una mezcla de pánico y determinación. Había pasado mucho tiempo. Aunque aquel fuese un elaborado plan de Pedro Alfonso para vengarse en cuanto supo que trabajaba para él, podía intentar convencerlo de cuánto lamentaba lo que había pasado tantos años atrás, ¿No? Pero antes de que pudiese seguir pensando, la puerta a su derecha se abrió y una elegante morena con traje de chaqueta gris salió del despacho.


—El senhor Alfonso puede recibirla ahora, señorita Chaves.


Paula apretó el bolso con fuerza. Le gustaría poder gritar: «¡Pero es que yo no quiero verlo!». Pero no podía hacerlo y tampoco podía salir huyendo. Entre otras razones, porque su equipaje seguía en el maletero del coche que había ido a buscarla al aeropuerto. Mientras se levantaba de la silla un recuerdo la asaltó con tal fuerza que estuvo a punto de hacerla trastabillar: Pedro Alfonso con la camisa manchada de sangre, un ojo morado y el labio partido. Estaba en una celda, apoyado en la pared, con aspecto hosco y peligroso. Pero cuando levantó la mirada y la vio al otro lado, el odio en sus ojos azul oscuro la dejó paralizada. Se había apartado de la pared para agarrarse a las barras de la celda, como si estuviera imaginando que era su cuello, para decirle:


—Maldita seas, Paula Chaves. Ojalá nunca hubiera puesto mis ojos en tí.


—¿Señorita Chaves? El señor Alfonso está esperando.


La voz de la secretaria interrumpió sus pensamientos y se vió forzada a mover los pies para entrar en el fastuoso despacho. 

Pasión: Sinopsis

Esa desatada pasión amenazaba con consumirlos a los dos…


La última vez que Paula Chaves había visto a Pedro Alfonso, él terminó en una celda. Desde entonces, el multimillonario brasileño había tenido que luchar para limpiar su reputación, pero nunca la había olvidado. Cuando Pedro descubrió que Paula trabajaba en su fundación, su furia se reavivó.


Pero Paula había cambiado. Por fin era capaz de manejar su vida y no iba a dejarse intimidar por él. Lidiaría con los castigos que infligiera en ella su nuevo jefe, desde pasar unos días en el Amazonas a la selva social de Río de Janeiro. Pero lo que no podía controlar era la pasión, más ardiente que la furia de Pedro. 

lunes, 18 de marzo de 2024

El Elegido: Capítulo 80

 -¿Me quieres decir cómo se ha metido esa idea en tu preciosa cabecita? -preguntó Pedro lleno de asombro.


-En el Lunar, cuando me dijiste que tenía que jugar bien mis cartas, pensé que querías decir que no contratarías a una mujer que planeara ser madre.


-¿Así que tienes planeado ser madre? ¿Y quién soy yo para discutir? ¡Me has convencido! Creo que deberíamos encerrarnos varios días, incluso semanas, para concentramos única y exclusivamente en ese plan tuyo.


Paula creía estar en el cielo. Le costó mucho reunir la fuerza para hacerle a Pedro una última pregunta.


-¿Y, por cierto, qué tienes pensado hacer con el Lunar?


-Cásate conmigo y te lo daré como regalo de bodas -respondió él tomándola por la cintura y acercándose para besarla en los labios-. Hablas demasiado, preciosa, pero todavía no has respondido a mi pregunta.


-¿Señor Alfonso? ¿Señorita Chaves? -preguntó una enfermera desde el extremo más alejado de la cafetería.


Ambos se levantaron aunque esta vez Paula no soltó la mano de su hombre.


-El señor Jeffries les está buscando.


-¿Ha ocurrido algo? -preguntó Paula.


-No -sonrió la enfermera-. Es sólo que él y su esposa desean que vayan a conocer a su hijita.


Paula miró a Pedro y vió que los ojos de éste brillaban de la emoción.


-Una hija -susurró Pedro-. Una hija que tendrá unos padres maravillosos.


-Y unos cariñosos padrinos -dijo Paula besando las mejillas húmedas de Pedro.




Paula se inclinó sobre su amiga que despertaba de una pequeña siesta.


-Paula, estás aquí. 


-Claro que sí, tonta. 


-¿Y Pedro? 


-Está aquí también.


Pedro avanzó un paso y se colocó al lado de Paula a quien le puso un brazo alrededor de los hombros.


-La hemos visto -dijo con emoción-, y es preciosa. 


-Pero no se parece a Pablo -bromeó Paula.


-Yo opino lo mismo -dijo Macarena con una débil sonrisa-, pero no se lo digas a él; piensa que es su viva imagen.


Paula asintió y Pedro le guiñó un ojo cómplice. Macarena los miró de hito en hito, a Paula que seguía llevando la chaqueta de Pedro, y a éste que jugaba con el pelo de ella inconscientemente, con una gran sonrisa iluminándole el rostro.


-Ustedes dos ocultan algo.


-No eres la única que tiene buenas noticias esta noche -dijo Paula.


-¿De verdad? ¿Quién tiene otra noticia? ¿Sobre qué?


-Nosotros.


-Bueno, ¿Y a qué esperan? No pueden dejar a una mujer exhausta con la intriga. Si tardan mucho más me quedaré dormida.


Paula miró a Pedro que la miraba con adoración. Asintió y una sonrisa radiante cubrió el rostro de ella que dejó de mirar al hombre que amaba para mirar a su querida amiga.


-Me voy a casar.






FIN

El Elegido: Capítulo 79

 -Me parece que sí. Al menos podías haber elegido a alguien como Daniel Riley con el que pavonearte ante mí. Sentir envidia de un hombre como Diego Gordon ha sido un golpe para mi ego.


-Por favor, no me lo recuerdes. Tampoco ha sido una de mis mejores planes -dijo Paula hundiendo la cara entre las manos.


-Al contrario que el de decidirte a buscar marido sólo porque un idiota te trató mal en la calle.


-¿Cómo lo has sabido? ¡Pablo! ¿Te lo dijo él? ¿O fue Macarena? Sabía que no podría estar callada. ¿Lara? Esa chica no sabe tener la boca cerrada.


-¿Qué importa ahora? Caí bajo tu hechizo mucho antes de averiguar esa jugosa información -dijo Pedro sonriendo y Paula le dió un golpe cariñoso en el brazo. Entonces él le tomó la mano y se la llevó a los labios. -Lo cierto es que cuando te ví con aquellas ridículas botas de goma amarillas el día de las carreras me hiciste tuyo, Paula Chaves.


-¿El día de las carreras? -preguntó ella mirando cómo Pedro le seguía depositando suaves besos en la mano.


Paula pensó entonces en todo el tiempo que había pasado. La había amado desde mucho antes de que ella le contara los detalles sobre su niñez. Se había mostrado protector con ella porque la amaba, no porque sintiera lástima de ella. Era maravilloso. Sin más, se levantó y se sentó en el regazo de él y empezó a darle besos en el cuello, la barbilla y todo el rostro hasta llegar a su boca expectante. Nunca lo dejaría escapar.


-¿Qué puedes decir en tu defensa, señorita Chaves?


-Te amo con toda mi alma y mi corazón, Pedro Alfonso-contestó ella incapaz de seguir guardando para sí sus intensos sentimientos.


-Bueno, eso ya lo sabía.


Paula lo miró sorprendida.


-¿No te han dicho nunca que tienes una cara de póquer muy mala?


Paula no podía hacer nada más que mirar sin salir de su asombro.


-Lo que quiero decir, señorita Chaves, es que no has contestado a mi pregunta.


-Pedro, te adoro, pero no podría vivir sabiendo que te sientes atrapado por mi culpa. Una vez me dijiste que no había que anclarse a un solo proyecto mucho...


-Tú no eres un proyecto, Paula -la interrumpió él-. Eres la mujer que quiero. Es cierto que he pasado gran parte de mi vida adulta convenciéndome de que quería ser libre, pero era una libertad falsa porque siempre llevaba conmigo mi enorme muro protector. Entonces llegaste tú con la escalera necesaria para ayudarme a saltarlo.


-¿Y has tardado tres semanas en subir unos cuantos escalones? - preguntó Paula llena de alegría.


-Era un muro muy alto -señaló él al tiempo que depositaba una riada de pequeños besos por el hombro de Paula.


-Pero saber que estaba buscando marido debió influirte de alguna manera...


-Paula, ¿No puedes callarte ni un momento? Ésta es mi última oferta, la tomas o la dejas.


Paula calló.


-Trabaja conmigo en Alfonso; vive conmigo, en tu casa o en la mía, me da igual; si decido ir a algún sitio, sólo lo haré si tú estás a mi lado; pero cásate conmigo. Me temo que eso es imprescindible para que haya trato.


-Pero, pensé que sólo querrías contratarme si no estaba casada.

El Elegido: Capítulo 78

 -¿Qué quieres entonces?--preguntó con un hilo de voz.


Pedro la miró a los ojos con una intensidad que hizo que le temblaran las rodillas.


-A tí.


¡La quería a ella! Realmente la quería pero ¿Era suficiente? Ella lo amaba y si él no la amaba con la misma fuerza nunca sería suficiente. Incapaz de hablar, Paula guardó silencio esperando que hablara él.


-Cuando Pablo me dijo que estabas buscando marido -continuó Pedro-, consideré que yo era el candidato perfecto. La idea siempre me había hecho salir corriendo hasta entonces pero contigo sentía que la calma me invadía como si lo hubiera estado esperando toda la vida. Aunque has conseguido volverme loco. No puedo dormir, apenas como y por mucho que lo intente no puedo dejar de desear tocarte. ¿Qué crees que deberíamos hacer al respecto?


«Dímelo tú» pensó Paula incapaz de decir una palabra. Sus cuerdas vocales estaban atenazadas por la emoción.


-Bueno, yo he pasado algunas noches de insomnio y he podido dar con la solución -continuó poniendo una mano sobre la de ella y acariciándole la palma-. Cásate conmigo -le pidió Pedro.


-¿Qué? -preguntó Paula en un tono lo suficientemente alto como para que unas cuantas enfermeras volvieran la cabeza.


-Cásate conmigo, Paula.


-Pero... ¿Por qué?


-¿Por qué no? ¿No es lo que debería hacer un hombre perdidamente enamorado?


-¿Perdidamente...?


-Enamorado. Porque lo estoy, Paula. No me has dado otra opción, apareciendo en mi vida continuamente, haciéndome imposible olvidar lo arrolladora y asombrosa que eres.


-Eras tú quien aparecía continuamente...


-Da lo mismo, cada vez que creía haber racionalizado mis crecientes sentimientos por tí, allí estabas, tan hermosa, y encantadora y absolutamente adorable. No me dejaste opción -le sonrió mostrando sus hoyuelos, un gesto suave en los ojos-. Y al final me dí cuenta de que no quería perder la oportunidad de amarte. Quería tener la oportunidad de amarte más que a nada en el mundo.


-Oh, Pedro. No tenía ni idea.


-Ya me dí cuenta. Sólo fue necesaria una fiesta terriblemente cara para demostrártelo. Pero entonces encontré esa oferta para ir a esquiar y animé a Luciana y a Gustavo para que se fueran una semana.


-¿Alejaste a tu hermana a propósito? -dijo Paula comprendiéndolo todo.


-Lo cierto es que estaban planeando un viaje así de todas formas, simplemente no pensaban irse tan pronto.


-¿Lo hiciste para que tuviera que acordar todos los detalles de la fiesta contigo?


-Me temo que sí. Ya te dije que compraba el afecto de las mujeres de mi vida con dinero. Pero tú te obcecaste en estropearlo al final cuando te negaste a ser mi pareja en la fiesta. Ése no era el gran final que yo había planeado.


-Parece que es mi turno de pedir disculpas -dijo Paula sonrojándose por primera vez aunque su autoestima estaba por los cielos.

El Elegido: Capítulo 77

Pero la placentera sensación terminó cuando Luciana, Gustavo y Lara aparecieron. Pedro observó indefenso cómo Lara arrancaba a Paula de sus brazos mientras Luciana y Gustavo lo acosaban a preguntas y se sintió solo. Y sabía qué necesitaba para ahuyentar aquella sensación.


Un par de horas después, Luciana, Gustavo y Lara se quedaron dormidos. Paula miró a Pedro que también la estaba mirando. Tenía el pelo revuelto, el rostro cansado, muy parecido a aquella primera mañana. No le extrañaba que se hubiera quedado hechizada. Tenía un aire ingenuamente cautivador sobre todo en aquellos raros momentos en los que bajaba la guardia. Se humedeció los labios y se pasó la mano por el cabello.


-¿Vienes conmigo a por un café? -susurró Pedro con su voz grave-. Quiero hablarte de algo.


-¿No deberíamos quedarnos? Quiero estar aquí por si ocurre algo.


-Sólo tardaremos unos minutos. Podemos traerles una taza a los demás para cuando despierten y yo no puedo con todos solo.


Paula asintió y se levantó tratando de no molestar a los demás. En silencio lo siguió hasta el ascensor. ¿Qué sería aquello tan importante que Pedro tenía que decirle en ese preciso momento? No podía tratarse de la oferta de trabajo. Algo así sería tremendamente inapropiado. Tal vez lo que tenía que decirle era que se marchaba de nuevo. El pensamiento la hizo temblar y Pedro se quitó la chaqueta y se la puso suavemente sobre los hombros pensando que temblaba de frío. Le dió las gracias con una sonrisa con cuidado de no dejar traslucir el profundo amor que aquel tierno gesto le había provocado. Salieron del ascensor y se dirigieron a la cafetería donde pidieron dos cafés para llevar y se sentaron en una mesa junto a la ventana. Bebió su café y esperó nerviosa a que él hablara.


-Quería disculparme.


-¿Por qué esta vez? -Paula quería mantener la voz tranquila.


-Por sugerir que estabas enamorada de Pablo.


-Ah -eso no era lo que esperaba-. Bueno, disculpas aceptadas.


-Ahora sé por qué elegiste a Pablo. Buscabas el tipo de hombre que él representa, alguien de quien depender. Lo entiendo.


Pedro se miraba las manos con las que estaba destrozando el mantel.


-Pero no pude verlo antes porque, bueno, tenía... Celos.


A Paula le dió un vuelco el corazón. ¿Pedro había dicho celos?


-No quería que recurrieras a él en busca de respuestas porque deseaba que recurrieras a mí.


-¿Para encontrar al hombre perfecto? -preguntó Paula desalentada.


-¡Dios, no! -exclamó Pedro pasándose impaciente la mano por el pelo-. Eso era lo último que quería que hicieras. Organizarte citas con todos esos hombres...


-¿Lo último que querías que hiciera? -preguntó Paula confusa. «Por Dios, Pedro, dime ya lo que deseo escuchar».


Pedro la miró a los ojos, con expresión extenuada, que reflejaba exactamente los sentimientos de ella. Paula no desvió la mirada. No podía.


-Es lo último que quiero.


¿Estaba diciendo lo que deseaba desesperadamente que dijera? Tenía que asegurarse. Era en ese momento o nunca.

El Elegido: Capítulo 76

 -¿Paula? -preguntó una voz desde la puerta.


Ambos se separaron como si un rayo los hubiera golpeado. Paula trató de deshacerse del abrazo instintivamente pero Pedro la miró con cariño y depositó finalmente un ligero beso en la punta de su nariz. Lara y Luciana permanecieron de pie en la puerta, mirándolos a ellos y a Diego alternativamente, con la boca abierta.


-Lara -dijo Pedro con calma-, ¿Podrías decirle al doctor Thomas que venga a ver a Diego? Está inconsciente, pero creo que unas sales aromáticas bastarán para hacerle recobrar el conocimiento. Lo único que tendrá mañana será un buen dolor de cabeza.


-Bueno, traería al doctor Thomas si no estuviera ocupado con Macarena - explicó Lara sin despegar los ojos del hombre que yacía en el suelo.


-¿Maca? -dijo Paula acercándose a Lara y tomándola por los brazos- . ¿Algo malo le ocurre, Lara?


-No es nada malo -prometió Lara-. Está teniendo un hijo. Eso es todo.




Pedro corría por el pasillo del hospital y al dar la vuelta a la esquina se encontró a Pablo y a Paula envueltos en un cálido abrazo. Se detuvo en seco, de manera que sus zapatos rechinaron en el suelo, pero ellos no parecieron darse cuenta.


-Estoy aterrado, Paula -oyó que decía Pablo con voz tensa.


Pedro observó cómo se separaban y el rostro se le crispó por el dolor que le causó ver que Paula aún sostenía las manos de Pablo entre las suyas.


-No tienes por qué. Es más fuerte que nosotros dos juntos.


-¿Debería entrar ya? -preguntó Pablo-. ¿Crees que me están esperando?


Pedro esperaba oír a continuación la confesión de amor de Paula, pero en ese momento ella soltó las manos de Pablo y le revolvió el cabello cariñosamente.


-Ben -dijo Paula-, ese bebé no esperará ni siquiera por tí. Ve con ellos, tigre.


Una enfermera salió y acompañó a Pablo hacia la sala de partos, y entonces Pedro se dió cuenta de que lo que Paula había dicho era cierto. No había nada más que afecto entre Pablo y ella y sintió que se quitaba de encima un enorme peso. Cuando acusó a Paula de amar en secreto a Pablo sólo lo había hecho para buscar un defecto en ella, una razón para no sentir el amor tan intenso que sentía hacia ella, pero al verla olvidar su propia preocupación por Macarena para tranquilizar a Pablo sabía que no tenía nada de qué preocuparse. De pronto Paula se giró hacia él como si hubiera sentido su presencia. Pedro estiró el brazo y ella se acercó a él y se refugió en la tibieza de su pecho. Aquello era realmente agradable. Nunca antes se había sentido seguro y protector al mismo tiempo, y lo mejor era que en vez de querer salir corriendo sentía que allí era donde deseaba estar.

viernes, 15 de marzo de 2024

El Elegido: Capítulo 75

Pedro estaba allí de pie, con los pies separados, la cabeza erguida, frotándose el puño derecho con la mano izquierda. Tenía los ojos brillantes y las aletas de la nariz abiertas para respirar profundamente. Paula estaba jadeando también, la boca abierta y seca, sin poder retirar la vista de la poderosa imagen que tenía ante ella. Pedro dió un paso hacia ella para asegurarse de que estaba bien y Paula se movió ligeramente de su sitio, lo suficiente para que él se detuviera en seco. A continuación su mirada se suavizó y tragó con dificultad varias veces.


-Pedro. Gracias... Quiero decir, él estaba.. -Paula trató desesperadamente de contener las lágrimas que amenazaban con aflorar a sus ojos-. Estaba decidido. Si no hubieras aparecido cuando lo hiciste...


-Lo sé. No tienes que decirlo -susurró Pedro preocupado y confuso a la vez.


-Estoy... Estoy bien -insistió Paula llorando.


-Paula -Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para que la voz le saliera-. Déjame acercarme a tí. Necesito saber que no estás herida.

 

Ella extendió una mano para que él no traspasara la distancia. Ya estaba temblando sin tenerlo a su lado, mirándola como lo estaba haciendo. Entonces bajó la mirada hacia Diego y apartando un momento sus propias emociones, se dio cuenta de que no se había movido desde que había caído.


-Pedro, lo has dejado inconsciente. De un solo puñetazo.


-Lo sé.


-Eres un luchador entrenado. Te podría demandar por agresión y probablemente ganaría.


-¿De verdad crees que ganaría?


-Creo que tienes mucha práctica y eres muy apasionado, Pedro; no estoy segura de que puedas controlarte.


-Por todos los santos, Paula, ¿Tienes idea de lo que le podría haber hecho si hubiera querido castigarlo de verdad? Pero más importante, ¿Tienes idea de cuál es el objeto de tanta pasión? ¿Mi único objetivo en las últimas semanas y todavía en este momento?


Paula había dejado de respirar, consciente repentinamente del aire frío de la noche y del sensual temblor que sacudía su cuerpo de la cabeza a los pies. Pedro pareció notar la actitud de ella y sin pensárselo pasó por encima del hombre en un rápido movimiento y la tomó entre sus brazos. De pronto toda la ansiedad y el miedo desaparecieron en aquel cálido abrazo, sus labios se unieron en un beso salvaje y desesperado como si llevaran toda una vida amándose y esperando aquel momento para consumar su deseo. Paula le rodeó el cuello con los brazos disfrutando de la sensación de placer que le producía acariciarle el cabello. Pedro por su parte cerró sus potentes brazos alrededor de su cuerpo, acariciando el lugar en el que antes la barandilla la había lastimado. Sus fuertes manos eran como un bálsamo cálido y protector. Paula se puso de puntillas y Pedro se curvó para poder estar más cerca de ella. El beso se fue haciendo más apasionado y las lenguas se entrelazaron con fuerza en un torbellino de pasión descontrolada, mientras luchaban por acercar sus cuerpos desesperadamente necesitados el uno del otro.

El Elegido: Capítulo 74

 -Era Pedro -admitió Paula consciente de que ya no podía seguir ocultándolo-, recién llegado de Nueva Orleans.


-Alto, hoyuelos, guapo y buen olor -Macarena sacudió la cabeza-. Debería haberlo imaginado. Ves, te dije el primer día que era el destino y no quisiste creerme.


-Ahora lo creo.


-¿Lo crees? -Macarena apoyó la mano en el brazo de Paula-. Lo amas, ¿Verdad?


-Lo amo, Maca. Soy una estúpida, pero es así -Paula se dejó caer en los brazos de su amiga sintiéndose perdida, pero aliviada al mismo tiempo.


-No eres estúpida. Es natural.


-Pero él no me ama -dijo Paula con la respiración entrecortada.


-Yo no estaría muy segura de eso. Sé de buena tinta que ha pasado toda la cena mirándoos a Diego y a tí con el ceño fruncido.


-Me porté mal con él.


-Ya es mayorcito y sabe cuidarse -se rió Macarena.


-Pero lo que él siente es lástima por mí.


-Bueno, puede que así sea. Y puede que se preocupe por tí.


-Eso es lo peor. No creo que sea así. Creo que ha pasado la vida especializándose en no preocuparse por nadie, y lo ha conseguido, como todo lo que se propone. Oh, Maca, creo que las últimas tres semanas han sido un completo desastre.


-No han sido un desastre. Has preparado una estupenda fiesta así que disfruta del éxito. Ya solucionaremos lo demás mañana -dijo Macarena secando las lágrimas que asomaban a los ojos de Paula.


La fiesta estaba en su apogeo, la pista llena de gente bailando y Paula se retiró a la tranquilidad de un balcón repitiéndose que aquello era lo que deseaba pero sintiendo que en realidad deseaba mucho más. Fuera, apenas había respirado el aire frío de la noche, cuando oyó la puerta de cristal que se abría y cerraba tras ella. Era Diego.


-Vuelve dentro, Diego. No tardaré.


Sin decir nada, el hombre se colocó tras ella y la rodeó con los brazos.


-¡Diego, por favor! ¿Qué estás haciendo? -gritó mientras luchaba por liberarse.


Diego la hizo girar bruscamente. Aquel hombre tenía una fuerza oculta.


-Somos adultos, Paula. No finjas que no sabes lo que estoy haciendo. ¿Por qué si no me habrías invitado esta noche? - preguntó clavándole los dedos huesudos en la carne.


-¡No, Diego! Pensé que te gustaría salir con gente que conoces.


-Y pensaste que podías darle celos al señor Alfonso.


Paula dejó de forcejear y miró a Diego a los ojos sorprendida de que se hubiera dado cuenta.


-No soy idiota, Paula. Ví la manera en que te miraba con deseo insatisfecho. Conozco muy bien la sensación como para no reconocerla en otro hombre. Y también conozco la manera de volverle completamente loco de celos: Hacer contigo lo que evidentemente él aún no ha conseguido.


Derek empujó a Holly contra la barandilla de hierro lastimándole la espalda. La apretó tanto que ella no pudo separarse Lo golpeó con furia en la espalda mientras él le besaba el cuello rabiosamente.


-¡No! Diego, por favor.


Antes de que Paula pudiera decir nada más Diego se retiró de ella y entre la confusión pudo ver cómo se llevaba las manos a la cara. Un puñetazo en pleno rostro lo hizo girar en redondo y caer al suelo. Paula ahogó un grito de terror y retrocedió un paso. Cuando alzó la vista se encontró con el agresor de Diego.

El Elegido: Capítulo 73

Era perfecta y Paula lo sabía. No había ni un posible fallo pero él se limitó a encogerse de brazos y dirigir a Diego una elocuente mirada.


-No hagas público el anuncio todavía.


Paula se atragantó con las burbujas del champán. ¿Se trataba de otra indirecta sobre la elección que tendría que hacer entre un hombre o el trabajo? El había cambiado las reglas del juego muchas veces en su propio beneficio y estaba harta.


-Oh, no te preocupes por eso, Pedro -contestó ella con los dientes apretados-. Conociendo tu aversión a las obligaciones, no se me ocurriría contar con una garantía por tu parte.


Pedro aguantó y Paula supo que sus palabras habían dado en el blanco. El hombre había palidecido y tenía las mejillas coloradas. Parecía como si le hubiera abofeteado. Pero ella no dejó de mirarlo a los ojos, decidida a no ceder, a no dejarse vencer por su expresión desdichada. Si se había propuesto que la odiara, lo debía estar consiguiendo. Pedro finalmente retiró la torturada vista de ella y pareció tomar conciencia de la presencia de Diego, momento en que su expresión se endureció y se cebó sobre Paula.


-Supongo que cuando Paula comenzó con su caza de marido se mostró abierta a todo tipo de experiencias.


Paula se puso colorada. Touché.


-¿Qué es esto? -preguntó Diego.


-Supongo que ya ha tomado una decisión. Bueno, los dejaré a los dos tortolitos. Nunca había visto a Paula tan feliz como esta noche y supongo que te lo debe a tí. Parece que ha ganado el mejor, Diego -y diciendo esto Pedro se alejó.


-Si lo que ha dicho es cierto, te prometo pedir tu mano antes de que la noche termine. Espero que eso no te incomode.


-En absoluto, Diego, te lo digo de todo corazón -contestó Paula cuando pudo por fin quitar la vista de la espalda de Pedro.


-Bien, bien. Nunca antes lo había conocido. Sólo lo había visto por los pasillos, pero parece un tipo decente.


-Sí, lo es -dijo Paula mirándolo de nuevo. 


El hombre más decente que había conocido en su vida; un hombre con buen corazón, inteligente, y franco. Y ella había sacado a relucir sus más profundos resentimientos, para poder tapar así sus propios y débiles miedos. Paula observó a Pedro abriéndose paso entre la gente. Luciana se le acercó y le dió un fuerte abrazo. Él debió decir algo a Gustavo que hizo que se riera con fuerza. Luciana se retiró de su hermano y le dió un golpe en el hombro en actitud cariñosa mientras Pedro fingía que le había hecho daño. Incluso desde aquella distancia, Paula podía ver el respeto que él inspiraba en la gente, el mismo que le inspiraba a ella. Y ella había hecho todo lo posible para que él la odiara. ¿Qué había hecho?


-Vamos entonces -dijo Diego-. Será mejor que encontremos nuestra mesa. No me gustaría que alguien hubiera intercambiado nuestros sitios.


La cena se hizo dolorosamente larga. Paula contó los segundos rezando para que todo acabara. El momento crucial de la cena fue cuando bailó con Diego y se dirigió hacia una escalera que daba a unos balcones sobre el restaurante. Tras los discursos, se excusó y se dirigió al baño, seguida de Macarena.


-El hombre de la calle -comenzó Macarena sin preámbulo-, el culpable de esta historia del marido...

El Elegido: Capítulo 72

 -Y esta preciosa criatura -dijo Luciana mirando a Paula que prestó atención al oír su apodo-, es la mujer que ha vuelto loco a Pedro los últimos días. No puedo perdonarte por ello, Paula. Sea lo que sea que hayas hecho, ha estado realmente insoportable.


-¿Quién ha estado insoportable? -Diego acababa de regresar del ropero de dejar los abrigos de las mujeres.


-Diego -dijo Macarena con los ojos brillantes de diversión-, éstos son Luciana y Gustavo, los anfitriones de la fiesta. Luciana, Gustavo, éste es Diego Gordon. Trabaja en administración en Alfonso.


-He venido con Paula -aclaró a todos.


Paula vió el gesto extrañado de Luciana que miraba a Macarena sin entender nada y a ésta que le devolvía una mirada con el ceño fruncido al tiempo que sacudía la cabeza.


-Encantada de conocerte, Diego -dijo Luciana.


-Lo mismo digo -mirando a todas partes menos a la pareja-. Paula, es hora de darnos una vuelta -y la tomó del brazo. 


Una vez en el bar, Paula pidió una copa de champán.


-No, Paula -insistió Diego quitándole la copa y devolviéndosela al atónito camarero-. No necesitas bebidas alcohólicas que puedan alterarte esta noche. Déjamelo a mí.


-Dos zumos de arándano. Son buenos para los riñones.


Paula dejó a un lado el zumo y tomó la copa de champán que había pedido al principio y dió un gran sorbo. Al darse la vuelta en un intento de separarse de aquel despreciable ser lo antes posible chocó con un objeto inmóvil. Era Pedro.


-Hola, Pedro -dijo sin respiración y con el corazón latiéndole a toda velocidad.


-¿Dónde está Pablo? -preguntó.


-Está con Maca, espero -dijo Paula asegurándose de que Diego no notara la desazón que la invadía en presencia de Pedro.


-¿De veras? Yo pensaba que no querrías perderlo de vista.


-Sí, bueno, pensaste mal. Maca y Pablo estaban charlando con otra feliz pareja la última vez que los ví -dijo ella sin dejar de vigilar a su acompañante-. Hemos conocido a Luciana y a Gustavo al entrar.


Pedro frunció el ceño al ver que Diego se acercaba a Paula y le rodeaba la cintura con un brazo posesivo.


-Te conozco, ¿No? -preguntó Pedro con tono tajante mientras miraba ofendido la actitud posesiva.


-Seguro, señor Alfonso. Trabajo para usted. Diego Gordon. Administración.


-¿Ha venido contigo? -preguntó a Paula con tono incrédulo, sin hacer caso a la mano que Diego le ofrecía como saludo.


-Puedes asegurarlo, amigo. Sólo me ha costado seis meses hasta que al final ha aceptado. El secreto es la perseverancia, amigo.


-¿Te gusta la fiesta? -preguntó Paula tratando de desviar la atención de Pedro de aquella charada-. ¿Es como la imaginabas?

El Elegido: Capítulo 71

 -Pedro no piensa que estés enamorada de Pablo, cariño. Lo está pasando muy mal tratando de comprender tu forma de actuar, eso es todo. Y yo creo que le debe estar resultando difícil ver que tú no has caído en sus brazos tan fácilmente como está acostumbrado tan fácilmente como él ha caído en los tuyos -Macarena hizo una pausa-. En cuanto a Pablo, sé que él representa para tí la seguridad y la satisfacción y eso es lo que crees que tú buscas, pero lo que tú necesitas en realidad es alguien que te quiera.


-Entonces, ¿Pedro está equivocado?


-En cuanto a eso, sí, pero en lo de saber que debería ser él quien te acompañara a la fiesta, no. Creo que en eso tiene toda la razón.


-Maca -suplicó Paula-. No puedo. Por favor, llama a Diego.


-De acuerdo -suspiró Macarena-. Llamaré a la babosa, pero sólo porque disfruto mucho con tus locuras.


-Gracias -dijo Paula con un suspiro de alivio-. Hablaré contigo después.


-Adiós, cariño.




El sábado por la noche Lara estaba esperando con su sencillo y elegante vestido fuera del Lunar cuando Paula llegó con Macarena, Pablo y Diego. 


-Todo va bien, Paula -susurró Lara-. Nunca he visto una fiesta que marche tan bien. Los cocineros están sonrientes, el bar bien surtido y los invitados de honor relajados. Es un milagro.


-Disfrútalo, Lara. Lo estás haciendo muy bien.


Paula se puso a buscar a Pedro al momento con la excusa de que prefería tenerlo a la vista para poder evitarlo.


-¡Tú tienes que ser Paula! -dijo una joven alta y delgada que se acercó a ella al entrar en el salón.


Paula se fijó entonces en los hoyuelos.


-Y tú debes ser Luciana. Te pareces mucho a tu hermano.


-Lo sé, aunque espero ser un poquito más guapa. Y ahora déjame que te vea bien.


Luciana miró a Paula de arriba abajo como una vieja tía que no hubiera visto a su nieta desde que era pequeña.


-Creo que Pedro utilizó la palabra «Preciosa» -dijo Luciana volviéndose hacia Macarena y Pablo haciendo un guiño-. Y por lo que he oído usteds dos los presentaron.


-No exactamente -dijo Macarena-, aunque los hemos ayudado todo lo posible, me temo que no somos los artífices de su primer encuentro. Fue puramente accidental. Yo diría que fue el destino, aunque otras se empeñen en negarlo.


-Algo he oído. Chocaron en la calle y mi hermano la ayudó a recoger sus cosas. No podía dejar de reír cuando me lo contó. Mi serio e inflexible hermano ayudando a una damisela en apuros. Habría dado todo por verlo.


Paula sabía que Macarena estaba mirándola con la boca abierta.


-Y este hombre tan guapo es mi prometido, Gustavo -dijo Luciana arrastrando tras de sí a un hombre ligeramente más bajo que ella, varios años mayor, con una barba perfectamente arreglada y unas incipientes canas a ambos lados de la cabeza, que en ningún momento dejó de mirar a Luciana.


-Gus, éstos son Pablo, la mano derecha de Pedro, y su mujer, Macarena, y el que está en su barriga es su primer hijo.


Paula sintió una dolorosa sensación en su interior al verse rodeada de tanto amor.

miércoles, 13 de marzo de 2024

El Elegido: Capítulo 70

 -¿Por qué elegiste a Pablo para que te buscara marido? -preguntó con tristeza, un tono desprovisto de toda la emoción del principio de la conversación.


-Bueno, quiero a Pablo, y sabía que me buscaría a alguien que él considerara bueno para mí.


-¿Estás segura de que no lo hiciste simplemente porque, como tú has dicho, lo quieres?


Paula abrió los ojos desmesuradamente por la sorpresa. Sujetó el teléfono con fuerza.


-¡Jacob! ¿Cómo puedes pensar eso de mí? Es terrible, quiero decir, Maca es mi mejor amiga.


-No podemos elegir a quien amamos Paula -respondió con tono herido y a ella le costó mucho no decir que estaba de acuerdo con eso y que había sido él quien le había robado el corazón.


-A pesar de ello, no estoy enamorada de Pablo. Es un encanto y me soporta, lo que dice mucho en su favor, pero nunca, nunca lo he visto como algo más que un hermano mayor.


-Ven conmigo, Paula -susurró Pedro tras una larga pausa.


-No puedo -contestó Paula presa de emoción.


-Bien. Entonces te veré allí. Y si veo que no vas acompañada de ninguna cita misteriosa sabré por qué, por mucho que intentes justificarlo -y colgó.


Paula se quedó mirando el teléfono durante unos segundos antes de dejarlo en su sitio. Tras pensarlo unos momentos volvió a tomar el aparato.


-Hola Maca -dijo Paula.


-¿Paula? ¿Cómo estás?


-Bien. Siento haberte gritado y...


-Oh, cállate -dijo Macarena riéndose-. ¿Qué puedo hacer por tí?


-Necesito que me ayuden a encontrar una cita.


-Otra vez no. Le prometí a Pablo que nunca volverías a pedirle algo así o al menos no esta semana.


-Mira, no quiero un marido. Sólo alguien que no esté ocupado mañana por la noche.


-Pero tú estás ocupada mañana por la noche: La fiesta de Luciana.


-Precisamente. Necesito que me acompañe.


-Bien, no quiero parecer un disco rayado pero... Si no me equivoco Pedro va a pedírselo a cierta señorita que ambas conocemos y queremos, así que tu problema está resuelto.


-Pero es que ése es el problema. No quiero ir con Pedro, así que le dije que ya tenía pareja. Necesito ir con alguien para que me deje en paz. ¿Qué te parece Diego, de administración?


-De acuerdo -dijo Macarena tras una pausa-, deja que me aclare. ¿Me estás pidiendo que te arregle una cita con esa babosa de Diego para que el adorable, carismático y perfecto Pedro Alfonso deje de molestarte?


-Eso es. Diego parece inofensivo y yo necesito algo así.


-Ahora sí que me estás preocupando. Una cosa es decidir que te vas a casar cuando ni siquiera tienes novio, pero preferir una cita con Diego el baboso en vez de con Pedro el macizo es una locura distinta.


-Maca, tú no crees que esté enamorada de Pablo, ¿Verdad? -dijo Paula incapaz de seguir aguantándolo.


-Vaya. Esa no la ví venir.


-¿Lo crees?


-No, no lo creo.


-Pedro piensa que estoy enamorada de Pablo.


Macarena se rió con dulzura y Paula la habría estrangulado. Se encontraba tan mal que tenía hasta ganas de vomitar y lo único que se le ocurría a su amiga era reírse.

El Elegido: Capítulo 69

 -Nunca pretendí que me gustara Pedro. De hecho, te lo he dicho a tí y a él que no es mi tipo. Vale, nos hemos besado y puede que me sienta... Atraída por él, pero eso es todo. Creo que es irrelevante ahora si confío o no en él. Gracias por el consejo pero no es necesario.


Paula se deshizo de Macarena y atravesó la clase hasta donde tenía la toalla y salió.



El viernes por la noche Paula trataba de relajarse frente a un agradable fuego. Le había encargado los detalles de última hora de la fiesta de Luciana a Lara. En ese momento sonó el teléfono.


-¿A qué hora te recojo para ir a la fiesta? -preguntó Pedro sin ni siquiera decir hola.


Paula se incorporó en el sofá. Había evitado hablar con él en toda la semana y no había hecho caso a sus mensajes para evitar la desgarradora sensación que esa situación le producía, pero escuchar su voz a través del teléfono había arruinado todo intento.


-No puedes venir a recogerme, Pedro.


-¿Por qué no? Tengo un coche, y carnet de conducir. No hay nada que me lo prohíba, y no me digas que no vas a ir porque le romperías el corazón a Luciana y no creo que desees hacer algo así.


Pero a pesar del tono alegre notaba una especie de preocupación y sabía que sentía lástima por ella. Siempre pasaba lo mismo con todos pero no podía soportar la idea de mirar a Jacob con ojos de enamorada y ver que lo que el hombre le devolvía era lástima.


-Yo también tengo coche, no necesito que nadie me lleve.


-Bien. Entonces ven tú a recogerme.


-¡No! Además, tengo que estar allí pronto y...


-No, eso no es cierto. Sé que le has pasado el control a Lara. Me lo ha dicho. Tú irás en calidad de invitada cómo los demás.


-Creo que será mejor que vayamos al Lunar cada uno por su lado mañana.


-Pero yo creo que deberíamos ir juntos. Una cita de verdad, esta vez, no un encuentro casual o una reunión de negocios.


-Si esto ha sido idea de Macarena te digo que lo olvides. Por favor, no pienses que yo se lo he pedido...


-Paula -su voz sonaba nerviosa-. Te estoy pidiendo que seas mi pareja en la fiesta. No ha sido cosa de Macarena, ni de Pablo. Me gustaría pasar la noche a tu lado.


Las lágrimas inundaron los ojos de Paula y rodaron por sus mejillas temblorosas.


-No creo que sea una buena idea -susurró.


-¿Por qué no? ¿Es que ya tienes otra cita? -preguntó Pedro en tono bromista.


-Así es -mintió Paula sin pensárselo.


-¿La tienes? -preguntó él obviamente sorprendido. Vaya, Paula, no me digas que has vuelto a la caza.


Había llegado el momento de poner fin a su relación con Pedro de una vez por todas. Era la única forma de conseguir paz y curar su corazón y no había necesidad de que la mirara con lástima. Así que ¿Qué mejor manera de hacerlo que utilizando su propia sugerencia?


-Nunca la abandoné, sólo me tomé un descanso hasta que... El trabajo me dejara algo de tiempo libre. Ahora he vuelto. Pablo y yo.


-No puedes hablar en serio.


-Muy en serio -contestó ella con la voz ligeramente histérica-. El caso es que Maca y Pablo han elegido a alguien para que me acompañe a la fiesta. Por eso es más sencillo que vaya con ellos.


-Así que prefieres ir con Pablo.


-Y Maca -repitió.