lunes, 27 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 50

Se envolvió la cabeza con la toalla y se puso la bata. Al salir del cuarto de baño, oyó a Joaquín al fondo del pasillo.


—Ya voy, ya voy —dijo cerrándose la bata y apresurándose por el pasillo.


En la habitación del pequeño, Pedro estaba de pie junto a la cuna, mirando al niño. Paula lo apartó y tomó al niño en brazos. Lo meció y arrulló hasta que éste se tranquilizó. Al levantar la mirada, vió en el rostro de Pedro que éste no estaba muy contento.


—¿Por qué lloraba? —quiso saber él.


A Paula aquella situación le estaba haciendo un nudo en el estómago.


—Tranquilo —respondió ella—. Los niños lloran.


Pedro estaba furioso.


—Pero si era malo que la niñera lo dejara llorar…


Un doloroso recuerdo del pasado se presentó ante Paula. Era una noche de madrugada y ella estaba tratando desesperadamente de preparar un biberón y llevárselo a Candela antes de que Franco perdiera totalmente los estribos.


—¡Hazla callar de una vez! —le había gritado desde el dormitorio—. Tengo que dormir. Mañana tengo que trabajar.


—Enseguida.


—Paula, si no haces callar a esa maldita cría, te juro que me voy. No puedo vivir así.


—Franco, espera un momento…


Se oyó un estrépito desde el dormitorio. Franco había arrojado la lámpara contra la pared. Paula parpadeó para apartar el recuerdo de su mente y miró a Pedro.


—Lo has dejado solo —dijo él en tono de acusación—. ¿Por qué lo has dejado solo?


Paula respiró profundamente antes de responder.


—Pedro, escúchame con atención. Joaquín se ha dormido y he ido a darme una ducha. Sólo ha estado sólo un par de minutos —le aseguró ella, segura de que era lo bastante maduro para entenderlo. 


O quizá no. Quizá fuera como Franco. A Paula se le cayó el corazón a los pies. Porque si era así, ¿Qué haría? No podría dejar al niño con él, y sin embargo tampoco podía quedarse.


—Pedro, esto es algo normal. Los niños lloran. Una cosa es dejarlos llorando desconsoladamente durante horas, y otra que lloré de vez en cuando unos minutos.


Fascinada, vió cómo la expresión del rostro masculino se iba a relajando.


—Perdona, perdona —dijo él pasándose una mano por el pelo—. Tienes razón, claro. Es que he entrado, lo he oído llorar y no sabía dónde estabas —dijo él por fin.


A Paula le invadió una oleada de alivio que pronto se convirtió en afecto. Le entraron ganas de tocarlo, estirar el brazo y pasarle la mano por la mejilla, pero en lugar de hacerlo, le planteó un desafío.


—Tengo una pregunta para tí. ¿Por qué te molesta tanto que llore?


Pedro se quedó extrañado, como si aquello no se le hubiera pasado nunca por la cabeza.


—Supongo que porque tengo miedo de que le pase algo y no sepa qué hacer —reconoció por fin.


Paula sonrió, profundamente aliviada. Pedro no era como Franco. Eso estaba cada vez más claro.


—Buena respuesta —murmuró ella—. O sea, que no es porque el ruido te saque de tus casillas.


—Bueno, no puedo decir que me encante —dijo él—, pero no, no me saca de mis casillas.


—Bien. 


Paula lo abrazó. Fue un gesto espontáneo y rápido. De hecho, terminó antes de que él pudiera reaccionar. Para cuando lo hizo, ella ya se alejaba de él y salía al salón con Joaquín en brazos.


Seducción: Capítulo 49

Paula llamó a la cafetería donde trabajaba para avisarles de que iba a estar unos días sin ir. Sentía remordimientos por dejarlos en la estacada, pero se trataba de una emergencia y le quedaban días libres que podía utilizar. Javier la llevó a casa para recoger algo de ropa, y en el camino de vuelta pararon en una tienda infantil. Pedro le había dado una tarjeta de crédito para que comprara todo lo que creyera necesario para Joaquín. En la tienda había prácticamente de todo y Paula hizo un pedido más que importante y pidió que se lo enviaran al hotel. Eso la puso de buen humor. Normalmente ir de compras solía tener ese efecto, y ella estaba segura de que se lo estaba pasando mucho mejor que Pedro. 


Cuidar de Joaquín era una delicia. Era un bebé encantador, que no paraba de sonreír y gorjear, y Paula se alegraba de que fuera un niño y un poco mayor que Candela cuando murió. Así los recuerdos y las comparaciones, aunque aparecían acompañadas con una oleada de tristeza, no dolían tanto. La situación que más le preocupaba en aquel momento era la situación del niño. ¿Qué ocurriría si los resultados de la prueba de ADN eran negativos? Si Romina aparecía y tenía una buena explicación sobre su paradero, probablemente Joaquín podría volver con su madre y Paula a su vida. Pero ¿Y si Romina estaba metida en problemas de drogas o algo similar y era incapaz de cuidar de aquel angelito? Eso presentaría muchos problemas. Claro que de nada serviría pensar en ello ahora. Romina había asegurado que Joaquín era el hijo de Leonardo y de momento no había motivos para dudar de su palabra. Pero ¿Y si Romina no volvía y los resultados de ADN eran los que esperaba Pedro? ¿Qué ocurriría entonces? Estaba claro. Pedro se llevaría a Joaquín a Venecia, y Paula volvería a quedarse sola. Otra vez. Con el corazón destrozado. No, no. Estaba dejándose llevar por sus emociones y su imaginación. Ella no estaba tan encariñada con el niño, y tampoco iba a estarlo. De momento era sólo su cuidadora, nada más. Y tampoco iba a enamorarse, de ninguno de los dos. Era primera hora de la tarde y Pedro todavía no había vuelto. Joaquín dormía plácidamente en su cuna y Paula decidió darse una ducha. Minutos más tarde estaba disfrutando de la moderna ducha en el elegante cuarto de baño cuando creyó oír algo. Cerró el agua y escuchó. Sí, era Joaquín llorando. El llanto no podía ser más inoportuno. Suspirando, salió de la ducha y buscó la toalla. Entonces oyó la voz de Pedro en la puerta del baño.


—Paula, el niño está llorando. ¿Por qué llora?


—Tómalo en brazos a ver qué le pasa —respondió ella secándose aceleradamente. 

Seducción: Capítulo 48

 —Ese es mi trabajo durante el día —respondió él con una sonrisa, haciéndose con el donuts más grande.


—Y lo detesta —declaró P.J—. Por eso ha montado esta empresa. Le encanta preparar fiestas.


—¿En serio? —preguntó Paula, bastante convencida de que su amiga Agustina no estaba al corriente de la nueva actividad empresarial del primo de su marido.


—Sí. Y yo voy a conseguirle clientes. Conozco a gente que da unas fiestas alucinantes.


Paula estaba impresionada. Por lo visto P.J. también podía ser de utilidad.


—Qué suerte, Gustavo.


Gustavo estaba sonriendo de oreja a oreja. Era evidente que se sentía como un hombre muy afortunado. Paula tuvo que reír para sus adentros. Por mucho que creyera que Gustavo era la pareja perfecta para ella, era evidente que él tenía otros planes. Para él, la mujer perfecta era P.J. Pobrecito. Y pobrecita ella. Paula suspiró y se fue a la cocina a preparar café para los invitados. Estaban sentados en la mesa bebiendo café y dando cuenta de los deliciosos donuts cuando P.J. dejó caer bomba.


—Eh, Pedro, esta mañana he hablado con tu madre.


La cabeza de Pedro se alzó como impulsada por un resorte y la miró horrorizado.


—¿Qué?


—La he llamado. No te preocupes. Tuve cuidado con la diferencia horaria. Es una mujer muy agradable. Me ha caído genial —P.J. dirigió una altiva mirada hacia Paula—. Hemos tenido una conversación muy productiva. Entre las dos hemos decidido algunas ideas para regalos que puedes comprarle antes de volver a Venecia. Así que considérate afortunado, porque te voy a llevar de compras —le informó con una sonrisa—. Conozco los mejores grandes almacenes de Dallas. Te van a encantar.


—¿Qué? —Pedro apenas tenía voz.


—Oh, venga, no seas malo —dijo P.J. dándole una palmadita en el hombro—. Ya sé que quieres tener contenta a tu mami, ¿A que sí?


Pedro miró a Paula, buscando ayuda, pero ésta se limitó a encogerse de hombros.


—Yo tengo que ocuparme de Joaquín —dijo ella con serenidad—. Necesita un baño y después le llevaré a dar un paseo.


—Probablemente necesitarás ayuda —se ofreció Pedro solícito.


—¿Quién, yo? No, no lo creo, tranquilo —Paula le dedicó una diabólica sonrisa—. Será mejor que vayas con P.J. y Gustavo. Es evidente que están decididos a llevarte de paseo.


—Sólo voy a ir —le dijo Pedro minutos más tarde mientras terminaba de vestirse y se preparaba para reunirse con los otros dos en el vestíbulo del hotel—, para hablar con P.J. sobre la venta del rancho.


—¿Por qué no te casas con ella y lo solucionas de una vez por todas? —preguntó Paula—. Pensaba que esto era sólo un asunto empresarial.


Pedro se volvió a mirarla.


—Cuanto más la conozco, más cuenta me doy de que hacer negocios con ella es peligroso —confesó él—. Pero tienes razón. Quizá tenga que casarme con ella. Aunque antes haré todo lo posible para evitarlo —desde la puerta se volvió a mirarla—. Mi objetivo fundamental es conseguir ese rancho.


La sonrisa de Paula se evaporó en cuanto se cerró la puerta. En su opinión, P.J. no había cedido ni un ápice en sus pretensiones, pero quizá Pedro fuera capaz de encontrar algo para convencerla. Al menos eso esperaba, por su bien. 

Seducción: Capítulo 47

El nombre se convirtió en un suspiro, y Paula enfrió los labios para aceptar la boca masculina en la suya. No debería hacerlo. No podía permitir que aquello ocurriera. Pero ahora estaba allí, tan cerca, tan hombre, tan fuerte e insistente, y ella se sentía tan suave, tan mujer, tan dispuesta a moldearse a él. La boca masculina en la suya, la lengua provocadora acariciándola, y ella sintió cómo su deseo y su pasión despertaban tras un largo letargo. La camisa masculina estaba sin abrochar y ella deslizó las manos por el pecho musculoso, sintiendo los latidos de su corazón bajo los dedos. Pedro gimió y la apretó contra él. Ella se derritió contra su pecho como cera caliente. Lo único que había entre ellos era la fina tela de la camiseta. Él la deseaba con una intensidad que le sorprendió. Aquello era nuevo. Mucho más dulce y mucho más poderoso de lo que había sentido nunca. Suspiró sobre la piel de la garganta femenina, murmurando su nombre mientras la besaba con los labios y la acariciaba con la lengua. Paula contuvo un jadeo, sintiendo el calor que manaba del cuerpo masculino, sintiendo cómo se aceleraba su deseo, y eso le dió una sensación de poder que no había sentido nunca. Era la reacción masculina a la cercanía y el contacto de su cuerpo. Ella sabía que tenía que interrumpir el contacto pero no tenía fuerzas para hacerlo. Bastante tenía con sobrevivir en aquel mar de placer, con luchar para sacar la cabeza por encima del agua y respirar el aire e lugar de aquella sustancia mágica que le embriagaba que era tan peligrosa. La verdad era que no quería interrumpirlo. La interrupción vino por unos fuertes golpes en puerta de la suite.


—Hola, chicos, aquí estamos. 


La voz era la de P.J. El gemido era de Pedro, que metió la cara en el hueco de la garganta femenina y maldijo en voz baja mientras depositaba un rosario de besos sobre la suave piel femenina.


—¿Qué hora es? —murmuró Paula.


—Demasiado pronto para las visitas —refunfuñó Pedro.


Pero la soltó y fue a abrir la puerta, dejándola sumida en una repentina sensación de frialdad y de vacío. El beso de buenos días de Pedro había resultado ser muy especial. De hecho, si no tenía cuidado podía llegar a ser adicta a ellos. Pedro abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar entrar a P.J. y Gustavo.


—Hemos traído donuts —exclamó P.J. agitando la bolsa de papel que llevaba en la mano.


Paula se puso la estola de piel falsa sobre la camiseta y se miró en el espejo. Estaba ridícula, pero no tenía más alternativa. A no ser que quisiera envolverse en una sábana. Así que salió al salón como estaba, con la cabeza alta y sonriendo. Y entonces vió los donuts.


—Vaya —exclamó al ver a P.J. vaciar los bollos en un plato—. Tienen una pinta deliciosa.


—¿A que sí? Los hemos comprado en una panadería con la que trabaja Gustavo —dijo P.J. mirándola con desconfianza, buscando indicios de que algo había ocurrido entre ellos.


Probablemente los indicios estaban ahí. A Paula todavía le daba vueltas la cabeza de los besos de Pedro, y no le importaba que los demás se dieran cuenta. La mirada de P.J. se deslizó con desprecio sobre la enorme camiseta que había utilizado para dormir, pero Paula la miró a los ojos sin parpadear. No pensaba dejarse amedrentar ni cohibirse ante ella. P.J. hizo un mohín, pero pareció aceptar que al menos de momento no podía hacer nada, así que lo dejó.


—¿Sabían que nuestro Gustavo tiene una empresa de catering? —dijo P.J. dirigiendo una rápida sonrisa al hombre.


Paula parpadeó extrañada.


—Creía que eras agente de bolsa. 

Seducción: Capítulo 46

 —He traído café —dijo él.


—Ya lo veo —respondió ella.


Pedro dejó las tazas en el tocador y se volvió hacia ella. 


—Déjame sujetarlo —dijo él refiriéndose al niño.


—¿De verdad? —preguntó ella.


Él asintió.


—Si todo sale bien, mis planes son criar a este niño —dijo él—. Quiero hacer las cosas bien.


—Si todo sale bien —repitió ella entregándole al pequeño—. En otras palabras, si Romina te lo permite.


Pero ¿Por qué iba a hacer eso una madre sin luchar por recuperar a su hijo? Aunque tenía que reconocer que aquella madre no parecía muy interesada en seguir ejerciendo de madre. Probablemente Pedro podría conseguir quedarse con el niño a cambio de dinero. Pero eso era sólo parte del problema. Frunció el ceño, y después planteó una pregunta difícil. 


—¿Y si el ADN sale negativo? ¿Qué ocurrirá si no hay vínculo biológico con tu hermano?


Pedro se encogió de hombros, sonriendo al pequeño.


—No creo que eso ocurra.


—¿Pero no crees que deberías estar preparado por si acaso? ¿Qué piensas hacer con el niño si no es hijo de Leonardo?


Pedro levantó los ojos y la miró.


—Ya he hablado con un abogado. Están estudiando estrategias legales para cuando lleguen los resultados de las pruebas.


Paula sintió un estremecimiento.


—Si Romina no aparece y Joaquín no es hijo de Leonardo, ¿Lo abandonarás?


El rostro de Pedro se endureció.


—Paula, ya te lo he dicho, no creo que eso sea una posibilidad a la que tengamos que enfrentarnos. Déjalo ya.


Pedro tenía razón. Tenía que olvidarse de ello. Lo mejor era dejarlo de momento. Respirando profundamente, intentó tranquilizarse y seguir su consejo. Pero la idea de dejar a Joaquín abandonado la inquietaba profundamente, y en ese momento supo que no permitiría que ello ocurriera. Lo que le preocupaba era que Pedro no pudiera comprometerse con el niño desde aquel mismo momento, y eso le hizo pensar que había hecho bien en decidir cuidarlo. Alguien tendría que protegerlo. Jugaron con Joaquín durante otros diez minutos hasta que el niño fue cerrando los ojos. Con sumo cuidado, Pedro lo dejó en la cuna y Paula lo cubrió con la manta.


—¿A que es adorable? —dijo ella sonriendo a la cabecita de pelo moreno.


—Es un niño —respondió Pedro en tono seco—. Todos los niños lo son.


Paula sonrió para sus adentros, sabiendo que se estaba encariñando con el pequeño mucho más de lo que quería reconocer. Levantó la cabeza y se lo encontró mirándola fijamente. Esta vez sus intenciones eran claras. 


—Pedro —dijo ella a modo de advertencia, retrocediendo un paso, muy consciente del peligro que él representaba.


Un peligro muy italiano y muy seductor.


Estirando un brazo, Pedro le sujetó la barbilla con un dedo y le alzó la cabeza.


—Lo siento, Paula, pero eres demasiado hermosa para que pueda resistirme. Tengo que besarte.


—Oh, Pedro, no.


—Sólo un beso de buenos días. No más.


—Pedro…

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 45

Pedro la miró con incredulidad. Gustavo era un hombre agradable, sí, probablemente una buena persona, pero no era el hombre que Paula necesitaba. Ella necesitaba a alguien… Bueno, a alguien más como… Alguien con un poco más de estilo y energía. Como él.


—Tú necesitas emociones en tu vida —declaró Pedro con firmeza.


Paula sacudió la cabeza, desafiante.


—No, yo necesito seguridad.


Pedro se la quedó mirando sin entender. ¿Qué creía, que ya estaba a punto de jubilarse?


—Y un cuerno —le espetó él por fin.


Poniéndose en pie, Pedro cerró la distancia que los separaba, estiró el brazo, le tomó la mano y la levantó sin forzarla.


—¿Por qué demonios crees que eres normal y corriente? —quiso saber él, con la cara casi pegada a la de ella—. Eres cauta. Eres responsable. Eres una buena persona. Si crees que eso te hace normal y corriente, estás muy equivocada —la miró a los ojos—. En mi opinión, eso te hace muy especial.


Un cosquilleo la recorrió de la cabeza a los pies. Como cada vez que estaba cerca de él. ¿Eso era bueno? Probablemente no. ¿Y si Pedro tenía razón? Eso era lo que la asustaba. Gustavo era el tipo de hombre con quien podía tratar, y a quien podía parar los pies si llegaba el momento. Por eso era perfecto. Pero ¿Le entraba el mismo cosquilleo cada vez que él le sonreía? ¿Se sentía desmayarse cada vez que él la rozaba? ¿Se le entrecortaba la respiración cada vez que él le susurraba algo al oído? Para nada.


—Creo que ya es hora de que me vaya a la cama —dijo ella, separándose de él y retrocediendo hacia la habitación de Jamie.


—¿Sola? —dijo él, en broma.


—Sola —repuso ella sonriendo una última vez.


Después se volvió, entró en el dormitorio del niño y cerró la puerta. 




Si alguna vez Pedro había imaginado cómo serían las mañanas con una esposa y un hijo, aquello habría sido parte del sueño. Entró en la habitación de Joaquín con dos tazas de café en la mano y allí estaba Paula, de pie a la luz del sol que entraba a raudales a través de la ventana, con un niño en brazos, cantándole una nana. Llevaba la camiseta que él le había dejado la noche anterior, con las piernas desnudas doradas y torneadas a la luz matinal. Ella se volvió a saludarlo con aquella sonrisa que le afectaba tan profundamente. Él se detuvo en seco y sólo pudo mirarla.


—Bella —susurró en italiano—. Bellísima.


—No pensaba que te levantaras tan pronto —dijo ella.


Lo miró de arriba abajo, y era evidente que le gustaba lo que veía. A Pedro se le aceleró el pulso. Se había puesto un par de vaqueros y llevaba una camisa que con las prisas no se había acabado de abrochar, pero si a ella le gustaba así, a él no le importaba repetirlo.


Seducción: Capítulo 44

 —¿He dicho yo que tuviera algo de malo?


—Ser normal y corriente puede ser perfecto —dijo ella a la defensiva—. En mi familia todos son personas normales y corrientes. Mi padre era contable, y mi madre trabajaba en un banco.


—¿Viven en Dallas?


Paula negó con la cabeza.


—No. Mi madre murió de cáncer y mi padre poco después de tristeza.


—Oh —Pedro asintió. Entendía bien a qué se refería. 


—Es cierto que llevando una vida normal y corriente no tienes grandes subidones de adrenalina, pero tampoco grandes bajones — continuó ella. Hizo una mueca, Pensando en Franco—. Las grandes emociones pueden dar miedo si salen mal.


Pedro reparó en la tristeza que se había apoderado de los ojos femeninos. Sin duda algo había pasado en su vida que había salido mal, probablemente relacionado las muertes de su marido y de su hija. Ese tipo de tragedias podían afectar profundamente a las personas, pero él tenía la sensación de que había algo mucho más determinante en su pasado, quizá relacionado con una persona: Su marido. ¿Qué otra cosa si no podía hacerla desconfiar tanto de una relación sentimental? Cuando una persona casada perdía a su pareja, a la persona que le hacía feliz, lo más normal era intentar conseguir de nuevo la misma felicidad, una vez pasado el periodo de luto. La gente que tenía buenas relaciones sentimentales solía creer en ellas, pero sin embargo Cari parecía tenerles miedo. Sin duda algo debía de haber ido muy mal. Tenía ganas de preguntarle sobre eso, de averiguar qué era lo que le preocupaba, pero no lo hizo. No quería asustarla, y sabía que ella no quería hablar de asuntos personales. Necesitaba tiempo.


—¿Y yo? —preguntó él—. ¿Me llamarías un tío normal y corriente?


—Para nada —dijo ella con una radiante sonrisa, radiante como el sol al aparecer tras una nube, una son—risa que a él le fascinó—. Tú eres de esos hombres sobre los que las madres advierten a sus hijas.


—¿Yo? —preguntó él realmente perplejo.


Era cierto que no se consideraba un tipo normal y corriente, pero tampoco le gustaba ser etiquetado como un chico malo y poco recomendable.


—¿Tú crees que yo doy miedo a las mujeres? ¿Por qué?


—Por nada, supongo —respondió ella, todavía con la misma sonrisa radiante—. A mí todavía no me das miedo.


A él no se le pasó por alto el «Todavía».


—Creo que resultas un poco demasiado —añadió ella, aclarando lo que quería decir.


Pedro frunció el ceño, no muy seguro de que la idea que tenía ella de él le gustara.


—¿En qué sentido? 


—¿Cómo lo diría yo? —dijo ella pensativa—. Eres un poco demasiado emocionante. Demasiado atractivo. Demasiado poderoso. Demasiado aventurero. ¿Continúo?


—No, con eso tengo suficiente —repuso él con el ceño fruncido—. Aunque no es muy justo.


—No estamos hablando de justicia —respondió ella—. ¿Crees que es justo que yo sea una mujer normal y corriente? No puedo evitarlo. Nací así. Y, desde luego, si voy a volver a tener una relación sentimental, necesito un hombre normal y corriente.


Oh, o sea, que aquél era el mensaje que ella le quería dar.


—Gustavo —dijo él en voz baja.


Paula asintió, con los ojos muy abiertos.


—Sí. 

Seducción: Capítulo 43

 —Más o menos, sí.


—A mí me parece una locura.


—A veces la vida puede ser una locura —dijo él vagamente, restando importancia a sus objeciones—. Pero en el fondo tiene su lógica. La gente se casa por todo tipo de razones. Hacerlo como forma de intercambiar propiedades o fortunas es uno de los métodos más antiguos en todas las culturas.


—A mí me parece demasiado medieval.


—¿De verdad? ¿Por qué volverías a casarte, Paula? ¿Por amor?


Al pronunciar la palabra «Amor» la voz masculina se cargó de sarcasmo, como si no creyera en él. Eso la hizo reflexionar un momento, y darse cuenta de que no podía rebatirle el argumento cuando ella negaba tener necesidad de amar.


—Yo no volveré a casarme —fue la respuesta de Paula—. No necesito un hombre en mi vida.


Pedro se la quedó mirando un momento, y después echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.


—Es increíble, Paula —dijo él—. Pero ésa es la verdad, llevo quince años saliendo con mujeres, y todavía no he encontrado a una con la que quiera pasar el resto e mi vida. A juzgar por la experiencia del pasado, no creo que tampoco vaya a aparecer de repente, así que ¿por qué no utilizar el matrimonio para conseguir algo que quiero?


Paula dió un resoplido con impaciencia. El cinismo de Max era increíble.


—La pregunta es para qué lo quieres.


—Para salvar la vida de mi madre.


Eso la hizo callar, aunque el razonamiento le parecía bastante melodramático. Probablemente se debía a que era italiano, pero sus palabras la hicieron enmudecer. Después de todo, ¿Qué estaría dispuesta a hacer ella por la gente que más amaba?


—Eso no —susurró cuando él se volvió y salió del dormitorio.


Paula lo vió alejarse y después lo siguió hasta el salón, dispuesta a seguir preguntándole sobre el asunto, pero él se le adelantó con otra pregunta. 


—Dime, ¿Qué pensaste de tu cita a ciegas? —preguntó él hundiéndose en el enorme y cómodo sofá.


—¿De quién? ¿De Gustavo? —Paula se dejó caer en un sillón frente a él y alzó la barbilla—. Es evidente que es el hombre perfecto para mí —dijo con un toque de sarcasmo.


—¿Lo es? —preguntó él divertido.


—Por supuesto —Paula se encogió de hombros—. Elegido especialmente por mi mejor amiga, Agustina. ¿No se notaba?


Pedro esbozó una sonrisa.


—Oh, sí, un tipo simpático, y divertido. Me cae bien.


—A mí también —dijo ella—. Es exactamente el tipo de hombre que necesito.


—¿Tú crees?


—Sí —Paula lo miró a los ojos—. Es un hombre tranquilo, calmado y muy… —respiró profundamente—. Muy normal y corriente.


—Normal y corriente —repitió él.


Pedro frunció el ceño pensativo y después arqueó una ceja. Nunca había pensado que ser una persona normal y corriente era una cualidad.


—¿Y eso es positivo?


Paula asintió con la cabeza.


—Yo soy una mujer normal y corriente. ¿Qué tiene de malo ser normal y corriente?


Él la miró con extrañeza. Quizá la expresión tuviera algún significado que él desconocía. 

Seducción: Capítulo 42

 —Yo puedo entender la filosofía de la señora Turner con Joaquín —le dijo Paula a Pedro mientras ordenaban la habitación—. No está bien dejar que los niños crean que pueden manipular a los mayores continuamente, pero el caso de Joaquín es especial. Echa de menos a su madre y en este momento lo que más necesita es amor y cariño para que le ayude a sentirse seguro. Y no disciplina.


—Sí, creo que tienes razón —dijo Pedro hablando en voz baja para no despertar al niño—. Yo desde luego me siento mucho más de acuerdo con tus métodos que con los de ella.


—Me alegro —dijo ella con una sonrisa. 


Las palabras de Pedro la tranquilizaban. Sin embargo, Paula sabía que hasta la mejor de las intenciones podría evaporarse en cuanto alguien se veía sometido a una situación de estrés.


—Necesito algo para dormir —dijo ella, mirándose el vestido azul que llevaba.


Entonces se dió cuenta de lo escotado que era. Lo había olvidado. Las mejillas se le cubrieron de rubor y, al levantar la cabeza y mirar Pedro, vió que él la estaba mirando también. Sin duda adivinando sus pensamientos. La tensión entre ellos se multiplicó por mil. Rápidamente Paula le dió la espalda y no volvió a mirarlo hasta que él salió del dormitorio y regresó con una camiseta. Al menos podría utilizarla como camisón. Pedro empezó a hablar de distintos temas y Paula se dió cuenta de que su intención era tranquilizarla. Se lo agradeció, pero no se sentía cómoda. Al margen de la presencia de Javier en otra de las habitaciones de la suite, estaban prácticamente solos. Eso hacía que Pedro fuera una amenaza para ella, o al menos para su tranquilidad. El hombre era una fuerza demasiado potente para ser ignorada. En un momento, él hizo un comentario sobre P.J., y Paula no pudo evitar hacer un comentario.


—Su intención es casarse contigo —dijo mirando a Joaquín, que dormía tranquilamente en la cuna.


Él ni se inmutó. Acercándose a ella, sonrió al bebé dormido.


—Sí —dijo él con una calma que la exasperó—. No esperaba que llegara a tanto, pero me temo que tienes razón.


Paula se volvió a mirarlo con indignación.


—¿Cómo te lo puedes tomar con tanta tranquilidad? Apenas la conoces. No sé, anoche, sin ir más lejos, creías que yo era ella.


—Ojalá no me hubiera equivocado —dijo con sequedad.


Paula dió un respingo y entrecerró los ojos, con incredulidad, pero él esbozó una sonrisa.


—Esto no es un matrimonio por amor, Paula. Sólo es un acuerdo empresarial.


—Eso fue lo que me dijo ella —recordó ella—. Tú te casas con ella y así tu madre se queda con el rancho. 

Seducción: Capítulo 41

Con Paula era muy distinto. Quizá porque se entendían mejor. O quizá porque ella le caía mejor. Qué más daba. Lo importante era que con ella sentía una tranquilidad interior que le ayudaba a afrontar una situación tan complicada como aquélla.


—No consideres esto como algo que hago por tí —dijo ella con coquetería—. Lo hago por Joaquín.


Pedro sólo la creyó a medias. Sabía que entre los dos existía un algo especial, y que ya no podía negarlo, por mucho que deseara hacerlo. Como para recordárselo, sonrió y depositó un rápido beso en sus labios. Ella dió un paso atrás, abriendo mucho los ojos.


—No, Pedro —dijo rápidamente—. No me he quedado por esto. De verdad, créeme.


—Lo sé, y lo siento —dijo él, aunque no sonaba muy convincente.


Paula le dió la espalda y empezó a recoger juguetes y ropa. Él la observó durante un momento, y después pregunto:


—Dime, Paula, ¿Dónde has aprendido tanto sobre niños?


Para su sorpresa, ella pareció quedarse paralizada durante un momento. Después, lentamente se volvió hacia él y lo miró a los ojos.


—Tuve uno —dijo en voz baja.


Eso le sorprendió aún más.


—¿Tienes un hijo?


Paula negó con la cabeza.


—Era una niña. Murió.


A Pedro se le hizo un nudo en la garganta. Nunca había sentido algo así, y el dolor se apoderó de él.


—Oh, Paula —dijo yendo hacia ella.


Ella se puso rígida como un palo, deteniéndolo.


—Estaba casada —añadió rápidamente.


Él vaciló, haciendo un esfuerzo para controlar el impulso de abrazarla y controlarla.


—No lo sabía.


—Mi marido y mi hija murieron en un accidente de tráfico hace dos años.


—Paula, lo siento muchísimo.


Paula sacudió la cabeza, sin mirarlo a los ojos.


—Ahora ya lo sabes. Y prefiero no hablar de ello.


—Por supuesto, como quieras.


Pedro la observó mientras ella continuaba recogiendo las cosas. Sabía que estuvo casada y conocer la tragedia de su pasado respondía a muchos interrogantes. Desde el principio se dio cuenta de que había algo que le afectaba. Ahora creía saber lo que era. Haber perdido a un hijo y a un marido siendo tan joven tenía que ser horrible. Deseó abrazarla y ayudarle a olvidar, pero sabía que ella le rechazaría. Tendría que esperar. Quizá cuando ella lo conociera mejor sería capaz de confiar en él. Y eso era algo que él deseaba intensamente. De hecho, quería hacer algo por ella, lo que fuera, aunque no estaba seguro de por qué.


Javier llegó poco después y se sorprendió al encontrar allí a Paula, pero la saludó con amabilidad y se retiró a su habitación. Entonces Paula se dió cuenta de que era el momento de decidir dónde iba a dormir. No quería hacerlo en la habitación que había utilizado la señora Turner. Las maletas de la niñera seguían allí, y su ropa colgaba en el armario y en el vestidor. Por eso Pedro llamó a recepción para que le pusieran una cama supletoria en la habitación del niño. Paula quería que Joaquín tuviera la sensación de que siempre había alguien cerca. De que no estaba solo. De que no le dejarían llorar desconsoladamente durante largos ratos. 

lunes, 20 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 40

Paula sintió una punzada de exasperación. Pedro llevaba todo el día tratando de convencerla para que cuidara del pequeño Joaquín, y ahora que ella por fin había accedido, no parecía muy convencido.


—No puedo perturbar tu vida con esto —dijo él sacudiendo la cabeza.


Paula lo miró armándose de paciencia.


—Creo que ya lo has hecho —le recordó alzando las cejas.


—Un momento —le interrumpió P.J., incapaz de creer lo que estaba oyendo—. No puedes hacer eso.


Paula la miró por encima de la cabecita de Joaquín.


—Claro que puedo —dijo con calma—. ¿Por qué no te quedas tú también, P.J.? Una ayuda no me vendrá mal —esbozó una sonrisa con fingida inocencia—. Incluso podemos compartir la cama.


P.J. dió un paso hacia atrás con cara de aprensión.


—¿Me estás tomando el pelo? —dijo con un estremecimiento—. A mí los niños me ponen los pelos de punta. 


Paula le dió la espada. Que hablara y protestara todo lo que quisiera, pero ella ya había decidido. Quedarse con el niño. El pequeño no tenía nadie más capaz de cuidarlo. Pedro parecía estar sinceramente preocupado por él, pero ella no estaba totalmente segura. Había hombres que eran incapaces de estar con un niño y cuidarlo, lo sabía por experiencia propia. Alguien tenía que cuidar del pequeño, y al menos hasta que apareciera su madre, ese alguien sería ella.


Una hora más tarde quedaron por fin solos. Gustavo se llevó a P.J., profundamente irritada, y Paula enseñó a Pedro cómo sostener al bebé. Por suerte, él aprendió rápido. Sin duda era un excelente alumno.


—No diría exactamente que es lo tuyo —bromeó ella mientras él daba unas palmaditas en la espalda del pequeño que sostenía contra su hombro—. Pero de momento debo reconocer que lo estás haciendo bastante bien.


Joaquín eligió aquel momento para eructar y escupir un poco de leche. Por suerte, Paula le había aconsejado que se pusiera una toallita sobre el hombro antes de tomar al bebé en brazos, por lo que la camisa de seda no se manchó. Sin embargo, el sonido del eructo le hizo poner una cara de asco que ella no pudo por menos que soltar una carcajada.


—Mañana te explicaré todo sobre los biberones —advirtió ella—. ¿Crees que estás preparado?


—¿Por qué no?


Dejaron de nuevo al niño en la cuna y Paula lo acunó hasta que Joaquín cerró sus enormes ojos castaños. Mientras tanto, Pedro los observaba. O mejor dicho, la observaba a ella. Aquella mujer tenía algo que le hacía sentirse feliz siempre que estaba con ella. Y eso era muy raro.


—Paula —Pedro le tomó las manos y la miró profundamente a los ojos—. No sabes cuánto te agradezco lo que estás haciendo. No tengo palabras para expresar todo lo que te debo.


Era cierto. Desde la llegada de la señora Turner con sus tiránicos métodos con el pequeño Joaquín, Pedro se había estado volviendo loco. Bueno, quizá no había sido tan terrible, pero su verdadero dilema era no saber si podía confiar en ella o no. 

Seducción: Capítulo 39

 —Oh, eres una monada —le susurró a la vez que le besaba los suaves cabellos morenos—. ¿Cómo puedes ser tan mono?


—Ya se ha ido.


Paula levantó la cabeza y vió a Pedro de pie en la puerta. Intentó descifrar su mirada, ya que había algo que tenía que saber. El llanto de Joaquín lo había enervado, y eso había ocurrido delante de todos. No podía negarlo. Pero ¿A qué se debía? ¿A su preocupación por el pequeño? ¿O quizá porque pensaba que la niñera no estaba realizando un buen trabajo, y él no toleraba malos empleados? ¿O era porque el ruido le ponía furioso, como ella temía? Era un interrogante que la mantendría en vilo hasta que estuviera segura de la respuesta. Era evidente que él estaba molesto, aunque trató de ocultarlo tras una máscara de estoicismo y carente de emociones. Pero ¿Qué sentía por el pequeño Joaquín? ¿Afecto o irritación? El hombre continuaba en la puerta, sin acercarse al pequeño, sin hacer amago de consolarlo o acariciarlo. ¿Qué significaba eso? Paula apretó al pequeño y supo que esta vez no podría marcharse.


—Todo está perfectamente —estaba diciendo P.J. entrando en la habitación detrás de él—. Pero ¿Ahora qué? Vamos a tener que contratar a otra niñera.


—Buscaré una mejor —dijo él tenso—. Creo que ahora sabré cómo hacerlo. Al menos sabré qué preguntarle en la entrevista. Le preguntaré su opinión y sus métodos sobre cómo cuidar un niño. Le pondré ejemplos de situaciones y le diré que me diga qué haría para solucionarlas —se volvió a mirar a P.J. y a Gustavo—. ¿La han visto? Sentada en el sillón comiéndose una magdalena y hablando como una cotorra por teléfono mientras el niño no paraba de llorar. Eso no es cuidar a un niño, es pura negligencia.


P.J. se encogió de hombros, como si a ella le diera exactamente igual. Gustavo asintió con la cabeza, y Pedro se volvió a mirar a Paula para conocer su opinión. Pero ella no pensaba decírsela. Al menos todavía. Pedro se acercó a ella y miró al niño, que ahora gorjeaba de satisfacción, contento y feliz.


—Oye, vas a tener que enseñarme a tenerlo en brazos —dijo él esbozando una sonrisa—. No tengo ni idea de cómo se hace.


Paula asintió.


—Está bien —respondió ella, animada al ver su interés por aprender, pero todavía manteniendo una actitud cautelosa.


—Bien. Y puedes decirme todo lo que necesito saber antes de contratar otra niñera.


Paula asintió de nuevo, mirándolo a los ojos, buceando en su mirada, tratando de detectar algún resentimiento o rabia. Pero en realidad él sólo parecía estar aliviado. Eso era una buena señal. ¿Pero podía confiar en él? 


—Y desde ahora mismo —continuó Pedro—, voy a ordenar que instalen una de esas cámaras.


Miró a su alrededor, a las distintas esquinas del dormitorio, como si ya estuviera pensando dónde colocarla.


—Espero que eso ayude.


Paula respiró profundamente. Iba a dar un paso importante, un paso que la pondría en peligro emocional, pero había llegado hasta allí y ahora no podía dar marcha atrás.


—Olvida las cámaras —dijo, y apretó los labios con determinación.


Pedro se volvió y la miró.


—¿Por qué tengo que olvidarlas? Quiero tenerlo controlado en todo momento.


Alzando la barbilla, Paula lo miró a los ojos.


—Me quedo. Yo me ocuparé de él. Al menos de momento.


—¿Qué?


Pedro frunció el ceño, como si no se fiara de sus motivos. 

Seducción: Capítulo 38

La conversación continuó con P.J. y Gustavo hablando animadamente, pero Paula tenía la mirada clavada en el plato. En lo único que podía pensar era en el pequeño Joaquín, y en la posibilidad de que fuera maltratado en algún momento. Recuerdos de lo ocurrido a su hija aquella aciaga noche cayeron sobre ella en tropel, y de repente sintió náuseas. Mirando a Pedro, se dió cuenta de que éste tampoco parecía estar en su mejor momento. Sus miradas se encontraron, y ella adivinó pensamientos muy similares a los suyos en el rostro masculino.


—Quizás sea mejor que vayamos a ver cómo está Joaquín ahora mismo —dijo ella en voz baja.


Pedro asintió. Estirando la mano por debajo de la mesa, Paula le cubrió la mano con la suya y la apretó para tranquilizarlo. Fue un gesto que no pudo evitar y rápidamente retiró la mano, diciéndose que el gesto de consuelo sólo tenía que ver con Joaquín. Con nada más. O quizá no. Pero ahora no tenía tiempo ni energías para recapacitar sobre lo que había hecho. Quizás se lo explicara más tarde. Ahora miró a los otros tres.


—Escuchen —empezó Pedro—. Nuevos planes. Voy a volver al hotel para ver cómo está Joaquín. Paula va a acompañarme para ayudarme. ¿Vienen con nosotros?


Paula tuvo que reconocer que le gustó ver el destello de rabia en los ojos de P.J. al mirarla. Aunque también sabía perfectamente que la joven no dejaría marchar a Pedro solo con ella. Con un suspiro, se resignó a una velada muy, muy larga. 



Oyeron el llanto de Joaquín en cuanto salieron del ascensor. La expresión de Pedro se endureció y él salió disparado hacia la puerta de la suite, utilizando su tarjeta para abrirla. Sin volverse a mirarlos, desapareció en el interior. Para cuando los otros tres cruzaron el pasillo y entraron en la habitación, la señora Turner ya estaba recogiendo sus cosas y preparándose para marcharse.


—Le aseguro que nunca… —estaba diciendo la mujer indignada.


—Váyase, señora Turner —le interrumpió Pedro, a quien le costaba mantener la calma—. Me pondré en contacto con la agencia y me ocuparé de qué le manden el resto de sus cosas mañana por la mañana.


Paula no perdió tiempo con la mujer. Fue directamente al dormitorio y se acercó a la cuna. Allí estaba Joaquín, llorando desconsoladamente. Inclinándose sobre la cuna, lo alzó en brazos.


—Tranquilo, tranquilo —recitó ella meciéndolo suavemente a la vez que lo apretaba contra el pecho—. Tranquilo, cielo, tranquilo.


Los sollozos de Joaquín dieron paso a un largo y sentido suspiro, interrumpido por un sonoro hipido. Y después el niño se calmó, como si la hubiera reconocido y , le estuviera diciendo:


—¡Por fin! ¿Dónde te habías metido?


Paula respiró el dulce olor a bebé y una burbuja de alegría estalló en su corazón. ¡Cómo lo había echado de menos desde el día anterior! Entonces se dió cuenta de que hubiera podido estar allí, cuidando de él, y se dijo que no debía permitir que nada la mantuviera lejos del niño. Aquella vez era importante que siguiera los dictados de su corazón, y no los de su razón. Al menos de momento.

Seducción: Capítulo 37

Volviéndose, se inclinó hacia Paula, que se tensó, convencida de que ahora iba a contarle algo interesante.


—Así que estuve dándole vueltas a ver qué podía hacer para poder seguir usando lencería de marca y conducir coches caros, y al final me dí cuenta de que lo mejor sería casarme con un hombre rico.


—Oh.


Paula estuvo a punto de soltar una carcajada. ¡Menudo valor! ¡Y qué descaro! 


—Siempre es una suerte conocerse bien, supongo —dijo por fin Paula.


—Ya lo creo que lo es. Te ahorra un montón de los rollos y sufrimientos innecesarios —dijo P.J. mientras se daba carmín en los labios. Después miró a Paula—. Lo que me recuerda una cosa. Sólo para que lo sepas. Pedro es mi territorio. Yo le he puesto mi banderita en el pecho y pienso quedármelo todito, de la cabeza a los pies con todo lo que hay en medio.


Paula casi se atragantó, sin poder creer la franqueza de aquella mujer.


—¿Y él no tiene nada que decir al respecto? —preguntó cuando por fin recuperó el habla.


P.J. se encogió de hombros y sonrió.


—No mucho. Tengo un as en la manga.


—¿Un as?


—Ya lo creo. No es un secreto que su madre está loca por hacerse con mi rancho. Por vínculos sentimentales y todo ese rollo. Yo le he dejado claro que a mí el rancho me gusta más que a un armadillo la línea amarilla que va por medio de la carretera —chasqueó los dedos—. Prácticamente lo tengo en el bote.


Paula sacudió la cabeza, entre divertida e incrédula.


—¿Por qué me lo estás contando a mí? ¿No te inquieta que pueda decírselo a él?


—Díselo —repuso P.J. encogiéndose de hombros sin molestarse—. Ya lo sabe. Es lo que hay. Yo tengo algo que él quiere y él sólo tiene una manera de conseguirlo. Los dos lo sabemos. Sólo te estoy avisando para que no se te ocurra venir a cazar a mi coto particular.


Paula no tenía la menor intención de hacerlo, pero la actitud de la mujer la molestó y sintió ganas de fingir que ella también tenía puesta su mirada en Pedro. Estuvo a punto de desafiarla, pero enseguida se dio cuenta de que era una chiquillada. Así que, en lugar de eso, se levantó con dignidad y se volvió para irse.


—Bueno, ya veremos lo que pasa —dijo con calma.


—En eso tienes razón —dijo P.J. levantándose tras ella—. Que gane la mejor.


Paula se volvió a mirarla.


—Espera un momento. Yo no quiero a Pedro. 


—¿Ah, no?


A Paula la sonrisa de P.J. le recordó al cocodrilo de las películas de Disney.


—Entonces bien. Supongo que así no se te ocurrirá ponerle las manos encima a mi hombre. Todo irá estupendamente —añadió encogiéndose exageradamente de hombros—. Olvida todo lo que he dicho.


Paula todavía echaba humo cuando volvió a la mesa. Pedro se levantó para dejarla pasar, y ella, en lugar de darle las gracias, le dirigió una mirada fulminante, a pesar de ser consciente de que él no tenía ni idea de lo que P.J. le había dicho en el baño. Para cuando se tranquilizó y se concentró de nuevo en la conversación, estaban otra vez hablando de niñeras.


—Será mejor que tengas cuidado —le estaba diciendo Gustavo a Pedro— . Últimamente, con la ayuda de cámaras, han descubierto a algunas niñeras tratando a los niños como si fueran bolsas de patatas.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta, y al ver la expresión lúgubre de Pedro, se apresuró a tranquilizarlo.


—Pero tengo entendido que se han dado muy pocos casos.


—Pocos, pero existen.


—Eso no le pasará a Joaquín. La niñera que ha contratado Pedro tiene excelentes recomendaciones. Quizá no sea la más adecuada para lo que él necesita en este momento, pero desde luego no creo que haga nada parecido. 

Seducción: Capítulo 36

Sin embargo, tenía que reconocer que ella le atraía de una manera especial. No dejaba de pensar en ella, incluso cuando estaba en el otro extremo de la ciudad trabajando en aquella cafetería llena de vaqueros. Pero estaba seguro de que era porque ella podía ser la respuesta que necesitaba para solucionar algunos de sus problemas más acuciantes. Aunque quizá fuera algo más que eso. Después de todo, él era un hombre. Paula no era su tipo, pero desde luego estaba preciosa. Con un vestido azul que dejaba al descubierto zonas de su cuerpo que no habían visto el sol desde hacía tiempo y que a él no le importaría acariciar. Pero no debía pensar en eso.


—He estado pensando —dijo ella de repente inclinándose hacia él y hablando en voz baja—. Si quieres, puedo acercarme contigo después de cenar, sólo unos minutos, y echar un vistazo a la situación. A ver qué me parece a mí la niñera.


Pedro se la quedó mirando. No sólo era la mujer más preciosa del mundo, sino que además llevaba un halo dorado sobre la cabeza que no entendía cómo se le podía haber pasado por alto. Eso y las enormes alas blancas que le salían de la espalda. Sí, se le hizo un nudo en la garganta. Sin poder hablar, prefirió limitarse a asentir con la cabeza.


—Estupendo —dijo por fin con la voz ronca—. Estupendo.


Paula debió de ver el brillo de alivio y gratitud en sus ojos porque de repente pareció arrepentirse de su oferta.


—Perdona —dijo ella recogiendo el bolso y señalando hacia los servicios—. Voy a empolvarme la nariz.


—Te acompaño —dijo P.J. deslizándose por el sillón tras ella.


Pedro se levantó y la dejó salir, sin poder creer la sensación de paz que le embargaba desde que ella se ofreció a ir a echar un vistazo a la niñera. Detestaba tener problemas pendientes, por lo que normalmente se apresuraba a buscar una solución. El asunto de la niñera había sido como un dolor de muelas, y ahora por fin podría hacer algo para eliminarlo. Gracias a Paula. Volviendo a sentarse, sonrió a Gustavo.


—Una mujer maravillosa, ¿Verdad? 


Y Gustavo asintió.


—Ya lo creo que sí —dijo él, aunque en realidad no sabía a cuál de las dos se refería.



Paula quiso morir cuando se dió cuenta de que P.J. iba a acompañarla al servicio, pero disimuló. No quería compañía. De hecho, lo que quería era estar sola. Sin embargo, P.J. le acompañó hablando incesantemente por todo el comedor en dirección hacia el servicio de señoras. Allí dentro, ante enormes espejos que cubrían las paredes, había varios tocadores con sus correspondientes sillas. Paula se hundió en una de las sillas y fingió retocarse el maquillaje. P.J. continuó hablando.


—Ese Gustavo es muy divertido —dijo sentándose en la silla contigua y ahuecándose el pelo delante del espejo—. Con él me muero de la risa.


—Él dijo más o menos lo mismo de tí.


—¿Ah, sí? ¡Qué mono!


Paula miró a P.J. a la cara. Ya se había dado cuenta de que la mujer era bastante más inteligente de lo que parecería a primera vista. ¿Qué era lo que pretendía? Seguro que la había acompañado al baño por algo.


—¿A qué te dedicas, P.J.? —Pedro había comentado algo sobre un rancho, pero no tenía pinta de trabajar en un rancho—. Para ganarte la vida, me refiero.


—Ésa es la cuestión —dijo P.J. echándose el pelo hacia atrás y haciendo un mohín delante del espejo—. Intenté estudiar una carrera, pero no me gustó. Después trabajé como modelo, pero era un rollo. También trabajé en la boutique de una amiga, pero con aquel sueldo no podía ni dar de comer a un periquito. 

viernes, 17 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 35

En eso ella estaba de acuerdo. Tenía que recuperar la cordura y volver a su mundo. Sin embargo, cada segundo que pasaba en compañía de aquel hombre no hacía más que empeorar las cosas. El solo hecho de estar sentada allí junto a él parecía solidificar la extraordinaria atracción que sentía por él. Aunque la explicación era sencilla: Estaba buenísimo. Y eso era malo. La atracción sexual era una ilusión que nublaba la mente y llevaba a la gente a hacer muchas estupideces. ¡Y ella debía protegerse! A juzgar por su experiencia personal, sabía que ella era susceptible a la influencia de hombres fuertes, y que tenía que luchar contra la tentación de sucumbir. Y no era fácil. Cada vez que sus miradas se encontraban, cada vez que la mano masculina la rozaba, cada vez que él hablaba y su voz resonaba en su alma, Paula sólo podía pensar en el beso de la noche anterior. Y eso la ponía nerviosa. En un momento incluso tiró la copa de vino. Pedro se apresuró a colocarla de nuevo de pie, y al hacerlo se acercó tanto a ella que su olor la embriagó.


—Para ya —dijo ella para sus adentros, un tanto desesperada—. No vuelvas a hacer eso. 


—¿Que no vuelva a hacer qué? —dijo él en un murmullo echándose hacia atrás, mirándola con los ojos medio entornados—. No estoy haciendo nada.


Paula lo miró sin comprender. Estaba segura de que no había hablado en voz alta. ¿Cómo había podido oírla? ¿Se le habría escapado? ¿Lo había dicho en voz alta? ¡Se estaba volviendo loca! Desde luego que sí, se estaba volviendo loca. Allí estaba, sentada junto a un hombre que nunca sería para ella, pero que podía arruinar su futura vida amorosa si no tenía cuidado. ¿Y qué estaba haciendo? Beber vino como un cosaco. «Muy inteligente, Paula querida. Muy inteligente». Oh. ¿Lo había dicho también en voz alta? No, al menos nadie la estaba mirando. Menudo alivio. Bajando la cabeza, empezó a comer en silencio. Si lograba terminar el plato, a lo mejor podría disculparse y volver a casa a refugiarse en la tranquilidad y el consuelo de un buen libro.


Pedro estaba empujando la comida por el plato. En aquel momento, lo último que le apetecía era comer. La calma que solía caracterizarlo parecería haberle abandonado. Las cosas no iban tal y como él quería. En primer lugar, le preocupaba la actitud de P.J. Parecía tener los pies firmemente plantados en el cemento del rancho familiar, y no iba a ser fácil hacerle cambiar de opinión. Estaba tan resuelta a conseguir sus objetivos como él los suyos. Por otro lado, lo que más le preocupaba era el niño. No sabía nada de niños, pero esta vez sentía la desesperada necesidad de cumplir con su deber y ocuparse del pequeño. Sin embargo las dudas lo acuciaban. Echó Una ojeada al reloj. Lo que quería por encima de todo era despedirse de P.J. y volver al hotel para asegurarse de que la señora Turner no se había quedado dormida en su mecedora dejando a Joaquín llorar desconsoladamente. Miró a Paula, deseando que ésta accediera a aceptar el trabajo de niñera. Instintivamente sabía que podía confiar en ella. Ya la había visto actuar en ese sentido. Aunque en aquel momento Paula tenía una actitud bastante evasiva. Cada vez que la miraba, ella apartaba inmediatamente la vista, como con temor a que él creyera que estaba loca por él. No, él no estaba loco por ninguna mujer. Tenía un par de objetivos claros y enloquecer por una mujer no entraba en sus planes. 

Seducción: Capítulo 34

 —A ver si lo he entendido bien. ¿Ustedes tienen un hijo, juntos?


Los dos se volvieron a mirarla.


—¿Conocías a Leonardo? —preguntó Pedro.


—Claro —dijo ella sonriendo, encantada de ser una vez más el centro de atención, como, a su juicio, tenía que ser—. Lo conocí cuando estuvo aquí el año pasado.


Pedro abrió desmesuradamente los ojos.


—¿Leonardo estuvo aquí? ¿Para qué?


P.J. se encogió de hombros. 


—Más o menos por el mismo motivo que tú —dijo ella arqueando las cejas—. Quería comprar el rancho.


A Pedro la respuesta le pilló desprevenido. No tenía ni idea. Su hermano y él habían estado bastante unidos, no sólo en lo personal, sino también en lo profesional. Los dos dirigían el grupo inmobiliario que habían heredado de su padre. ¿Por qué habría ido Gino a Texas sin decírselo? No tenía ninguna lógica. A menos que su intención fuera hacer feliz a su madre, la misma que él.


—Sabes que murió hace poco en un accidente de avión, ¿No? — preguntó él tratando de contener el dolor que todavía sentía cada vez que hablaba del accidente.


—Sí, lo sé, y lo siento muchísimo —dijo P.J.—. Parecía un tipo estupendo. Aunque la que no me parecía tan estupenda era la mujer que lo acompañaba.


—¿Romina?


—Sí, creo que ése era su nombre —dijo P.J. con una mueca. Y después añadió, como si acabara de recordarlo—: De hecho, el otro día me llamó. Me dejó un mensaje en el contestador. Yo no volví a llamarla. Me decía que estaba en Dallas, y me dio la sensación de que me iba a pedir dinero.


—Seguramente tienes razón. Últimamente lo hace mucho —dijo Pedro mirándola con dureza, como si estuviera viendo algo nuevo en ella, algo que le hizo recapacitar—. Así que Leonardo no te convenció para venderle el rancho —dijo.


—Claro que no —PJ. alzó la barbilla y sus ojos verdes brillaron con firmeza—. No pienso vender el rancho. Nunca. Es mi herencia y mi legado. Es todo lo que tengo ahora que toda mi familia ha muerto.


Pedro entornó los ojos y estudió a la mujer en silencio, pero la llegada de la camarera con las bebidas interrumpió la conversación.


—Deberíamos buscarnos una mesa, cariño —le dijo P.J., arqueando una ceja.


—Oh, en esta mesa hay sitio de sobra —dijo él—. Comeremos aquí.


—¿Qué? —exclamaron los otros tres al unísono.


—¿Algún problema? —preguntó, mirándolos uno a uno, dejando bien claro en su mirada que no pensaba cambiar de actitud.


Los otros tres tuvieron que tirar la toalla. 


—No, claro que no.


—Bien, entonces —Pedro se encogió de hombros y miró a la camarera—. Para mí un whisky solo. ¿Y para tí? —miró a P.J.


Ésta pidió, pero Paula ya no estaba escuchando. La velada estaba empezando a ser incluso más surrealista que la del día anterior. Pidieron la cena y llegó el primer plato. Gustavo y P.J. parecían ser los únicos interesados en hablar, repasando las cosas que habían hecho la noche anterior y lo mucho que les había molestado que sus citas respectivas les hubieran dejado plantados. Sin embargo, a medida que continuaban hablando, su conversación se iba haciendo más personal e iban dejando a los otros dos fuera. A Paula no le importaba. Toda su atención estaba concentrada en el hombre sentado a su lado. Pedro estaba en silencio, muy serio, como si estuviera recapacitando sobre la vida y todas las cosas desagradables que podían ocurrir. 

Seducción: Capítulo 33

 —Ya nos conocemos —comentó P.J., mirando a Gustavo con expresión irritada antes de dirigir un conato de sonrisa a Paula—. Encantada de conocerte, robanovios —dijo en un tono que quería ser de broma, aunque no del todo—. Me alegro de que por fin hayamos aclarado el malentendido.


Con las mejillas sonrosadas, Paula no sabía qué responder. Y antes de poder reaccionar, Pedro se deslizó en el asiento junto a ella.


—Paula, necesito consejo —dijo poniéndose serio—. ¿Te importa?


—Oh —Paula sabía que tenía que ser sobre el niño—. No, claro que no —y se volvió hacia él preocupada.


—Eh —protestó P.J., todavía de pie en el pasillo, con una mano en la cadera.


Entre la melena pelirroja y la poca tela del vestido que apenas le cubría, estaba atrayendo muchas miradas.


—Siéntate si quieres —dijo Pedro señalando con la cabeza al hueco que había junto a Gustavo, que inmediatamente sonrió y le hizo un sitio.


—Venga —dijo Gustavo a P.J.—. No soy tan malo.


—Ja —exclamó ella, pero se sentó a su lado.


Pedro la ignoró y se inclinó hacia Paula. Llevaba otra vez su traje de seda italiano, con la camisa blanca desabrochada, y un aspecto muy elegante y europeo. Se había afeitado, lo que era una lástima, la verdad. Aunque seguía estando muy sexy.


—Cuando me he ido, la niñera estaba intentando darle el biberón — explicó Pedro—. Pero ni lo ha tocado. Ni siquiera ha dejado que se lo metiera en la boca.


Paula frunció el ceño, preocupada.


—¿Estaba llorando?


—No, sólo gimiendo —dijo Pedro tras quedar pensativo un momento— . Pero esta tarde ha llorado muchísimo.


—¿Y estás seguro de que no le dolía nada?


Pedro sacudió la cabeza, confuso.


—Pues la verdad es que no lo sé. En principio diría que no, no he visto indicios de que le doliera nada, pero es difícil saberlo, con un crío tan pequeño. 


Paula se mordió el labio, asintiendo con la cabeza. Recordó las muchas noches en vela meciendo a Candela y sin saber si debía llamar al médico o no.


—Y necesito saber una cosa —continuó el mirándola intensamente a los ojos—. ¿Despido a la niñera?


Paula lo miró sabiendo que Pedro no tenía derecho a pedirle aquel consejo. Ella no tenía ni responsabilidad ni vínculos con el niño. Aunque por otro lado, quería asegurarse de que el pequeño Joaquín estaba bien cuidado. Las negligencias con los niños la horrorizaban. Los niños necesitaban protección en todo momento.


—¿Puedes llamar a otra nueva? —preguntó ella.


Pedro negó con la cabeza, sin dejar de mirarla a los ojos. Era evidente lo mucho que le preocupaba, y a Paula le sorprendió. Nunca hubiera pensado que fuera un hombre tan sensible. Y eso era bueno. Aunque su incapacidad para soportar el llanto de un niño era un aspecto muy negativo, para ella una bandera de aviso de peligro. Cada vez que Candela lloraba, gemía, o emitía algún ruidito, Franco se ponía furioso, y eso fue lo que desencadenó la pesadilla de la noche del accidente. Pero ahora no podía pensar en eso. La situación era totalmente diferente. Pedro no era Franco. Y oír llorar a un niño podía resultar muy frustrante, especialmente cuando no lo conocías.


—Déjalo hasta mañana —sugirió ella—. Para entonces ya la conocerás lo suficiente como para saber si quieres que se quede o se vaya.


P.J. estaba pendiente de la conversación, mirando de uno a otro como si fuera un partido de ping pong. 

Seducción: Capítulo 32

Paula había aceptado la cita para contentar a su amiga, pero no pensaba comprometerse a nada más. Cuando terminara de cenar, le daría las gracias, le daría la mano y desaparecería en el horizonte… Sola. Entre tanto, su intención era ser agradable con Gustavo, aunque sólo fuera para quitarle el mal sabor de boca de la noche anterior, pero tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de mirar hacia la puerta, con la esperanza de que Pedro apareciera de repente. Ya lo había visto una vez durante el día, y era más que suficiente.


—Bueno, la culpa fue mía —dijo Gustavo elegantemente—. Cuando llegué sabía que llegaba media hora tarde. Estaba convencido de que estarías furiosa conmigo y te habría entendido, pero cuando ví a una chica entrando con una rosa roja, me quedé alucinando. Aunque no podía creer que fueras tú.


¿De qué le sonaba aquello?


—¿En serio? ¿Cómo era?


—Preciosa.


Lo dijo como un hombre totalmente encandilado, y Paula tuvo que reprimir una exclamación de sorpresa. O sea, que la mujer de la rosa roja era demasiado guapa para ser verdad, ¿No? Qué curioso, era lo mismo que pensó ella cuando vió a Pedro. ¡Qué casualidad!


—Bueno, muchas gracias —dijo ella fingiéndose ofendida.


Él se apresuró a tranquilizarla, aunque torpemente.


—No, en serio, tú eres muy guapa. Por supuesto que eres muy guapa.


Paula sabía que aquella noche estaba especialmente guapa. Llevaba un vestido azul eléctrico de tirantes y más escote del habitual, apenas cubierto por una estola de piel. Además se había dejado la melena suelta sobre los hombros, aunque a juzgar por el brillo en los ojos de Gustavo, su «Especialmente guapa» no era nada comparado con el «Preciosa» de P.J.


—Tú eres una mujer muy guapa —estaba diciendo él—: pero las dos son muy distintas. Ella tenía todo el aspecto de una de esas herederas millonarias con diamantes y ropa cara, ya sabes. Como si estuviera en el Dallas de aquella serie antigua de la televisión, no del Dallas en el que normalmente vivo yo —explicó con expresión soñadora pensando en ella.


Paula tuvo que echarse a reír y sacudió la cabeza.


—Pues conmigo has debido de llevarte un buen chasco —comentó.


Gustavo empezó a dar una disculpa, pero no tuvo la oportunidad. Alguien acababa de acercarse a su mesa. Paula levantó la cabeza y se encontró con la intensa mirada de Pedro. El corazón le dió un vuelco y todo el local pareció moverse. Por un momento, pensó que se lo estaba imaginando. «Podría perderme en esos ojos», fue el pensamiento que se apoderó de su mente. Perderse para siempre, una vez más. Mientras tanto la mirada masculina realizó un rápido descenso por el borde del escote del vestido con un brillo que indicaba claramente lo mucho que le gustaba lo que estaba viendo. Fue entonces cuando se dió cuenta de que se había vestido para lograr aquella reacción de él. Y sólo de él. Necesitó un momento para darse cuenta de que Pedro no estaba solo. A su lado había alguien con la cabeza cubierta por una esplendorosa melena pelirroja y una expresión de profunda irritación en la cara.


—Ya veo que esta vez no nos hemos equivocado —estaba diciendo Pedro señalando a Gustavo—. Pedro Alfonso—dijo presentándose y estrechando la mano del otro hombre—. Y ésta es P.J. Keller. 

Seducción: Capítulo 31

 —Pedro, será mejor que te vayas. Tengo trabajo.


—Paula…


—Hablo en serio. Vete. No pienso trabajar para tí. Nunca.


—Nunca —repitió él como si no pudiera creer sus palabras, y después le dió la espalda, para irse. Pero en el último momento se volvió a mirarla—. Por cierto, la policía ha encontrado el coche. Estaba solo a unas manzanas de donde lo robaron, y en perfecto estado.


—Me alegro.


Pedro asintió con la cabeza, y después se encogió de hombros y se volvió para marcharse otra vez.


—Pero, Pedro…


Él se volvió con una ceja levantada. 


—Pedro, por favor, cuida del niño. Y encuentra a su madre. Es muy importante.


Pedro estuvo a punto de decirle que ella podía ayudarle, pero se mordió la lengua, sabiendo que sería tácticamente como suplicar.


—Vale, recordaré el consejo.


—Bien.


Sus miradas se cruzaron y por un momento Paula tuvo la sensación de que Pedro iba a volver, sujetarla por el brazo y tirar de ella hacia fuera, como la noche anterior, pero el momento pasó, y él se encogió de hombros.


—Será mejor que vuelva a ver qué está haciendo la niñera —dijo por fin—. Si se empeña en que Joaquín se haga la cama, la arrastraré hasta la calle por las orejas.


Y volviéndose hacia la puerta desapareció. 




Gustavo era la pareja perfecta para Paula, tal y como había insistido Agustina desde el principio. Era guapo, alto, de cuerpo delgado, con el pelo rubio perfectamente cortado y peinado, ojos grises, una bonita sonrisa y una cálida actitud. Era educado y amable, y a Paula le cayó bien en cuanto lo conoció. Incluso pensó en mujeres con quienes podría emparejarlo. Por lo visto, era el hombre perfecto para muchas de ellas.


—¿Por qué no dijiste nada cuando Pedro te llamó P.J.? —preguntó cuando Paula terminó de explicarle lo que había ocurrido la noche anterior.


—No le entendí, la verdad, y pensé que sería un apodo que me había puesto.


Gustavo se echó a reír. Llevaban un rato sentados en una de las mesas del comedor principal del Longhorn Lounge. El ambiente era agradable, los camareros atentos, y las bebidas estaban a punto de llegar. Todo estaba preparado para una velada encantadora, y eso era lo que iban a tener, pero nada más. 

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 30

Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír. Pedro era la viva imagen de la tragedia y la desesperación. Sin duda era un hombre de acción, y quería hacer algo para arreglar las cosas, pero le estaban diciendo que no podía hacer nada y eso le estaba desquiciando.


—Claro que lo mejor sería que la madre volviera. ¿Aún no la has encontrado? —preguntó ella, a pesar de que era consciente de que a él no le haría mucha gracia.


—¿Para qué voy a buscarla? —preguntó él.


Paula lo miró incrédula, pensando que quizá le estaba tomando el pelo.


—Sabes perfectamente que tienes que hacerlo.


Pedro suspiró con impaciencia.


—Sí, lo sé. Tengo gente buscándola. La encontrarán. 


Paula frunció el ceño. Su «gente» la había encontrado a ella, pero ella era presa fácil, no como una mujer que desaparece sin querer ser localizada.


—Espero que lo digas en serio. Es importante. ¿Y si vuelve al departamento y se encuentra que allí no está su hijo? ¿No te das cuenta del susto que se llevará?


Pedro la miró como si se hubiera vuelto loca.


—Paula, estamos hablando de una madre que se fue sin volver la vista atrás. ¿Qué te hace creer que le preocupa tanto su hijo?


—Es su madre. Sé lo que es eso —para ella era incomprensible que una mujer pudiera separarse de su hijo. Ella había perdido uno, y casi había destruido su vida—. No sé por qué ha desaparecido, quizá le ha pasado algo —especuló Paula con un encogimiento de hombros—. ¿Y si la hubieran secuestrado? ¿Y si está inconsciente en algún hospital? ¿Y si se ha dado un golpe a la cabeza y tiene amnesia?


Pedro puso una mueca, sin dar ninguna credibilidad a sus sugerencias.


—O a lo mejor había quedado con alguien y prefirió olvidar que había dejado a su hijo en casa solo.


Paula tragó saliva, escandalizada ante aquella posibilidad. O más bien ante el cinismo de Pedro, que le recordó algunos de los terribles comentarios de Franco. Pero ella no quería pensar que él se parecía en nada a su ex marido.


—No tienes muy buena opinión de las mujeres, ¿Verdad? —le desafió ella.


Pedro levantó la cabeza y la miró sorprendido.


—Eso no tiene nada que ver. Y sí, tengo muy buena opinión de las mujeres. De algunas mujeres.


De su madre. Qué bien. A Paula se le cayó el alma a los pies.


—Al margen del motivo que la haya mantenido alejada de su hijo, tarde o temprano querrá saber dónde está el pequeño.


—Seguramente eso es cierto. Si es que eso justifica en algo su actitud —dijo él curvando los labios con desprecio—. Te olvidas de que conozco a Romina. Nunca entendí qué vió mi hermano en ella, y me alegré cuando cortaron. Yo fui el que descolgó el teléfono cuando ella intentó sacarnos dinero. Me temo que la experiencia me ha hecho un poco cínico en todo lo referente a Romina. 


De nada serviría tratar de discutir con él. Pedro conocía bien a la mujer, y ella no. Pero el niño necesitaba que alguien lo protegiera. Y en ese momento él pareció darse cuenta de lo mismo.


—Escucha —dijo él levantándose del taburete y acercándose a ella—. Puedo pagarte el doble de lo que estás ganando aquí. Necesito tu ayuda.


Paula sacudió la cabeza con fuerza. Ni siquiera quería permitirse pensar en ello.


—No —dijo con firmeza—. Olvídalo.


—Paula…


Pedro le sujetó la mano y ella se quedó mirando los dedos esbeltos y alargados. Tenía las manos de un artista. Paula apenas podía respirar.


—Paula, escucha. No sería mucho tiempo. Sólo hasta que nos den los resultados de las pruebas de ADN. Después me lo llevaré a Venecia y ya no volveré a necesitarte. 


Paula levantó la cabeza como movida por un resorte y lo miró a los ojos. ¿Es que no se daba cuenta de lo que acababa de decir? Aunque imaginó que él no veía las cosas como ella. Apartó la mano de un movimiento brusco y le dió la espalda. «No volveré a necesitarte». ¿No era eso lo que decían todos los hombres? ¡Dios!


Seducción: Capítulo 29

 —He venido porque tengo que hablar contigo —dijo él—. Eres la única persona que conozco que sabe algo de niños.


—¿Qué pasa? —preguntó ella enseguida, sintiéndose un poco alarmada—. ¿Ha ocurrido algo?


—No, nada. Joaquín está bien. Eso creo —Pedro titubeó.


—¿Entonces qué pasa? 


—Nada. Bueno, sí, algo.


Pedro sacudió la cabeza, buscando la mejor manera de explicar las dudas que tenía respecto a la conducta de la niñera que había contratado sin parecer el candidato ideal a un manicomio. A lo mejor lo que había visto era normal. A lo mejor estaba paranoico. Pero a lo mejor, sólo a lo mejor, la señora Turner era una pésima niñera. Se sentó en un taburete del mostrador y volvió la taza. Paula reaccionó de forma automática y le sirvió café.


—Explícate —le urgió ella con impaciencia—. ¿Cuáles son los síntomas?


Las elegantes manos masculinas se cerraron alrededor de la taza, y Paula lo observó fascinada. Todo lo que hacía él parecía perfecto, hasta la forma de sujetar la taza. Pero aquella tarde no tenía tiempo para desvanecerse. Lo importante era Joaquín.


—¿Y bien? —insistió ella.


—Es que… oh, qué demonios —Pedro levantó la cabeza y la miró con ansiedad—. Es que no para de llorar.


Paula quedó inmóvil y lo miró a los ojos. Franco no había soportado oír llorar a su hija. De hecho, cada vez que la pequeña lloraba, él parecía estar a punto de ponerse furioso. A ella se le aceleró el corazón, pero respiró profundamente y trató de serenarse. Pedro no era Franco. Él no había dicho que le molestara, sino que le preocupaba.


—Bien, empecemos desde el principio —dijo ella.


Pedro asintió.


Que un niño llorara no era extraño. Pero si el llanto era lo bastante frecuente como para preocupar a Pedro, mejor sería investigarlo.


—¿Tiene fiebre?


—No, no lo creo.


—¿Ha eructado?


Pedro puso una mueca de asco.


—No lo sé.


—¿Se lo apoya la niñera en el hombro y le da unas palmaditas en la espalda?


Pedro se quedó pensando un minuto y después asintió. 


—La he visto hacerlo un par de veces, pero no mucho —frunció el ceño—. No me fío de ella. Está obsesionada con no mimarlo demasiado. No sé, debe de creer que está educando a un niño espartano o algo así. No quiere que esté demasiado cómodo, para que no se ablande, así que lo deja llorar.


Paula estaba segura de que Max exageraba, así que no se lo tomó muy en serio. Cerró los ojos, pensando, y cuando los abrió de nuevo negó con la cabeza.


—¿Sabes qué es lo más probable? Que eche de menos a su madre.


Pedro buceó en los ojos femeninos. Aliviado, se dijo que al menos Paula se estaba tomando en serio su preocupación.


—¿Has comprado una buena marca de leche maternizada?


—Por supuesto.


Paula asintió de nuevo, y al momento abrió mucho los ojos.


—Oh, a lo mejor le estaba dando el pecho y puede que no esté muy contento con el cambio a biberón. Quizá llore por eso.


La expresión de Pedro se hundió.


—Pero, Paula, sobre eso no puedo hacer nada.


—No, claro que no. Tendrá que acostumbrarse al biberón.


—¿Cuánto tardará?

Seducción: Capítulo 28

Sin embargo la imagen de la carita arrugada y las mejillas encendidas de Joaquín se le quedó grabada en la mente. De vuelta en el salón, estudió el certificado que parecía garantizar la profesionalidad de la niñera. Quizá debería llamar a la escuela que lo había emitido. O mejor llamar a Paula para preguntarle su opinión. Estaba a punto de descolgar el teléfono cuando se detuvo. No, no podía hacer eso. Tenía que romper todo contacto con ella. Si no lo hacía, no podría quitársela de la cabeza. No podía seguir pensando en ella. Su objetivo era seducir a P.J. y en eso tenía que concentrarse. Maldiciendo en voz baja, se tapó los oídos con algodón y salió a la terraza a sentarse con Javier. 



El Penique de Cobre donde trabajaba Paula estaba junto a la autovía. Una mezcla de turistas y habituales formaba la clientela de la acogedora cafetería. A ella le gustaba la hora de después de comer, cuando el ajetreo habitual de la comida quedaba reducido a unas pocas amas de casa tomando café y algunos vaqueros que se acercaban a tomar algo desde los ranchos cercanos. Lo que más le gustaba de su trabajo era la camaradería general que reinaba entre trabajadores y clientes. Paula conocía a muchos de ellos, trabajadores de ranchos vecinos, con los que solía bromear. Pero ahora no tenía ganas de bromas. Mientras servía cafés y anotaba comandas con aire distraído, su mente estaba lejos de allí. Recordando la noche con Pedro. «Sólo tengo que pensar en él todo lo que pueda para quitármelo de la cabeza de una vez por todas», se dijo con impaciencia. Era un buen plan, aunque no estaba tan segura de que fuera a funcionar. Desde el momento que lo vió aparecer en el club nocturno supo que no era hombre para ella. Demasiado alto, demasiado guapo, demasiado arrogante, demasiado seguro de sí mismo. Su marido también había sido así. Bueno, no tan alto, ni tan guapo, ni tan seguro de sí mismo, pero desde luego tan arrogante o más. Y había conseguido hacer de su vida un infierno. Para ella, el marido autocrático era lo peor que podía haber para una mujer, y de momento no quería a otro hombre de su vida. Y menos a uno como Franco. Ni tampoco como Pedro.


—Por eso Gustavo es perfecto para tí —le había asegurado Agustina cuando pasó a verla antes de ir a trabajar para explicarle cómo había terminado con el hombre equivocado—. Tienes que conocerlo mejor. Tienes que volver a quedar con él para darle una oportunidad.


—Oh, Agus. No sé… después de lo de anoche…


—Escucha, se lo debes. El pobre estuvo horas esperándote.


—No, de eso nada. Al menos no es eso lo que me ha dicho.


—Pero estaba ansioso por conocerte —continuó insistiendo Agustina, que no era de las que tiraban la toalla.


Paula tuvo que reprimir una sonrisa al recordar la insistencia de Agustina. Un nuevo cliente entró y se sentó en la barra. Cuando ella se volvió y vió que era Pedro, casi se le cayó la cafetera de la mano. Él esbozó una media sonrisa y se encogió de hombros. Dejó la cafetera y respiró hondo. Jamás se le ocurrió pensar que pasaría por allí. Pedro llevaba unos pantalones de tela que le quedaban como un guante, ajustándose donde se tenían que justar y abultándose donde se tenían que abultar, y una camisa blanca de seda con los primeros botones desabrochados. No se había afeitado y su aspecto era delicioso.


—¿Qué haces tú aquí? —quiso saber ella bajando la voz.


Ni siquiera se molestó en preguntarle cómo había localizado su lugar de trabajo. Conocía la respuesta: Tenía gente que trabajaba para él que sabía cómo averiguar ese tipo de cosas. Algo le dijo que, si quería, Pedro siempre la encontraría. Él la observaba maravillado. Paula se había recogido la rizada melena rubia detrás de la cabeza y algunos rizos sueltos le enmarcaban la cara. Llevaba un uniforme almidonado, azul celeste con borde de encaje, un delantal blanco y unos cómodos zapatos blancos. Su aspecto era el de una adorable enfermera en un hospital de cuento de hadas. Sólo faltaban unos cuantos personajes de dibujos animados a su alrededor. 

Seducción: Capítulo 27

Su segundo objetivo era encontrar la manera de que la hija de la antigua amiga de su madre le vendiera el rancho Triple A, y era el que estaba presentando más dificultades. Aunque todavía no se había concentrado en él, por lo que tenía tiempo de sobra para planificar su consecución. Se había puesto en contacto con Patricia Jesica, o P.J., como prefería llamarla, quien al principio le pareció una persona bastante superficial. Sin embargo, enseguida se dio cuenta de que, aunque la joven hablaba como si no le interesaran más que tonterías, en el fondo sabía perfectamente lo que quería, y no iba a lograr convencerla tan fácilmente como hubiera deseado. Incluso podría presentarle más problemas de los que había anticipado. Habían hecho planes para volver a quedar aquella misma noche, en el mismo lugar y a la misma hora, pero esta vez él se aseguraría de que no se equivocaba de mujer. Y pensaba desplegar con ella todo su poder de seducción para desarmarla por completo. Sabía muy bien lo que hacía. Durante los últimos diez años su vida profesional se había dedicado por completo a grandes negocios inmobiliarios, a operaciones mucho más complejas y sofisticadas que el rancho de P.J. Si Patricia Jesica pasaba por problemas económicos, pensaba hacerle una excelente oferta por el rancho. Estaba dispuesto a ser justo, incluso generoso. No era su intención estafar a nadie. Su madre pensaba que Patricia Jesica se negaría a vender el rancho por motivos sentimentales, pero él tenía sus dudas. Más aún estaba convencido de que con la oferta adecuada no encontraría mucha resistencia. Si regresaba a Italia con la escritura del rancho en una mano y el hijo de su hermano en la otra, quizá lograra borrar parte del dolor que ensombrecía constantemente los ojos de su madre. Al menos eso era lo que esperaba. El niño estaba llorando otra vez y sintió ganas de entrar en el pequeño dormitorio que habían improvisado en la habitación más pequeña de la lujosa suite del hotel para ver qué ocurría. Tras dudar un par de minutos, se dejó llevar por sus impulsos. La señora Turner, la niñera, estaba sentada en la mecedora leyendo una novela. Joaquín, por el contrario, lloraba desconsoladamente y agitaba los brazos en el aire.


—El niño está llorando —dijo Pedro.


La señora Turner levantó la cabeza y asintió.


—Llorar le viene bien. Así se le fortalecerán los pulmones.


Pedro no sabía si creerla, pero titubeó.


—¿De verdad?


—No le quepa la menor duda —dijo la mujer esbozando una sonrisa de superioridad que a él empezaba a sacarle de sus casillas—. ¿Por qué si no iban a hacerlo?


Pedro apretó los dientes.


—Creía que los niños lloraban para hacer saber que necesitan ayuda.


La mujer sonrió con condescendencia.


—Eso es sólo en parte. Pero es muy importante no animarlos ni consentirlos, ni siquiera a esta edad. Es mejor que sepan ser autónomos y defenderse por sí mismos.


Pedro quiso poder rebatírselo, pero no tenía argumentos.


—Usted sabe de esto más que yo —refunfuñó por fin dando media vuelta. 

Seducción: Capítulo 26

 —Así que al final no salió tan mal —dijo ella.


—Oh, no, para nada.


—Bueno, ¿Quieres que volvamos a intentarlo esta noche? —preguntó ella, sabiendo que tenía la obligación de sugerirlo—. Se lo prometí a Agustina.


—Sí, supongo que los dos se lo prometimos.


—Puede ser muy convincente —bromeó ella.


—Ya lo creo que sí —Gustavo soltó otra risita—. De acuerdo —dijo él—. Pero esta vez, ¿Por qué no paso a recogerte por tu casa? Me temo que lo de la rosa roja puede dar pie a muchos malentendidos.


Paula dudó un momento. Quedar con un desconocido en un club nocturno implicaba que el hombre no sabría donde vivía, y para ella era importante no correr el riesgo de que nadie volviera a llevar las riendas en su relación. Sin embargo, Gustavo parecía un hombre tan agradable que al final le dio la dirección. Con un poco de suerte, salir con Gustavo le ayudaría a olvidar la noche con Pedro.




Pedro estaba inquieto. Llevaba toda la mañana pegado a la niñera, vigilando cada uno de sus movimientos. Incluso la mujer le había contestado en una ocasión, y él estuvo a punto de despedirla. Pero enseguida se dio cuenta de que no tenía sustituta y, si la mujer se iba, tendría que arreglárselas solo. Y él no sabía nada de cuidar niños. Javier tampoco estaba sirviendo de mucha ayuda. Cada vez que el niño lloraba, se tapaba los oídos con algodón y salía a la terraza de la habitación a intentar dormir. Pero no podía dormir. Toda su vida estaba atrapada en aquel niño, y no podía pensar en otra cosa. En eso y en Paula Chaves. Era la única persona que conocía capaz de ayudarle a resolver muchos de sus problemas, pero tenía que olvidarla. Había ido a Dallas con dos objetivos en mente. Primero, encontrar a Romina y descubrir si el hijo que tenía era realmente de Leonardo. Y ya estaba en camino de conseguirlo. No tenía ni idea del paradero de Daniela, pero tampoco le importaba. Tenía al niño, y pronto sabría la verdad sobre su paternidad. A él nunca le habían gustado los niños, ni había tenido mucho trato con ellos. Tampoco habían despertado nunca en él ningún sentimiento especial, ni esperaba sentir nada con éste. Sin embargo, con el pequeño Joaquín sintió una especie de vínculo especial en cuanto lo vió. Nada más verle la carita, se le hizo un nudo en el corazón, y supo con una certeza casi plena que aquel niño era hijo de su hermano.  Cuando se enteró de que Leonardo había fallecido en un accidente de la avioneta que estaba probando, sintió que se le hundía el mundo. Su hermano mayor había sido siempre su faro y su guía, y durante mucho tiempo pensó que no volvería a sentir alegría. Sin embargo tuvo que suprimir su dolor porque la desesperación de su madre había sido tan rotunda y tan intensa que necesitó todas sus fuerzas para sacarla de un pozo de tristeza que bien podía haberla llevado incluso al suicidio. Y ahora, pensar que podía llevarle el hijo de Leonardo lo llenaba de felicidad. Claro que todavía no podía dejarse llevar. Primero tenía que tener pruebas refutables del parentesco, pero estaba prácticamente convencido de que la sangre de su familia corría por las venas de aquel niño.

lunes, 13 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 25

Paula estaba casi terminando de desayunar cuando llamó su amiga Agustina.


—Bueno —dijo Agustina expectante—. ¿Qué tal te fue?


—¿Qué tal me fue qué? —respondió Paula, que todavía no había logrado quitarse de la cabeza la conversación con Pedro.


—La cita con Gustavo.


—Oh. Hum… —Paula hizo una mueca y apartó el cuenco de cereales. Se le había quitado el apetito—. Bueno, es que… La verdad… Es que no nos vimos.


—¿Cómo que no se vieron? ¿No me digas que te entró el pánico?


—No, Agus, no me entró el pánico. Fui, esperé, esperé un buen rato, la verdad, pero… —suspiró. Aquello no iba a ser sencillo de explicar—. El caso es que me equivoqué de hombre. 


—¿Qué? A ver, explícame eso.


—Créeme, no es tan difícil. Se me acercó con una rosa roja, lo que tú me dijiste de Gustavo, y me llamó por mi nombre, más o menos, y… — suspiró—: Será mejor que te lo explique en persona. Tengo turno de comida, así que antes de ir, paso por tu casa y te lo cuento.


—Está bien.


Agustina no parecía muy contenta, más bien decepcionada, pero eso era normal.


—Oye, ¿Tienes el número de Gustavo? —preguntó Paula, sabiendo que debía llamarle y explicarle lo ocurrido.


De hecho, cuando lo hizo, éste reaccionó bien. En lugar de exigir una explicación, le pidió disculpas por haberse retrasado. Eso aún le dio más remordimientos. Era difícil explicarle que lo había dejado plantado por un apuesto italiano que la había logrado dejar con las piernas temblando.


—La verdad es que fue una velada muy interesante —dijo Gustavo.


—¿Esperaste mucho rato?


—No, como una hora, creo —dijo él, y soltó una risita—. Conocí a la mujer que había quedado con el hombre con el que te fuiste.


—Oh —aquello la tranquilizó un poco—. ¿A P.J.?


—Patricia Jesica. ¿La conoces?. Más bien digamos que es pura dinamita.


—No, pero Pedro me habló de ella.


—Es una mujer muy especial —observó Gustavo con franca admiración.


Paula se tensó ligeramente.


—¿Sí?


Paula no sonrió. Se mordió el labio inferior y se preguntó si Pedro también quedaría tan impresionado con ella cuando la conociera. De todas maneras, no importaba, se recordó, reprimiendo el impulso de darse una palmada en la frente.


—Los dos íbamos dando vueltas por el club con una rosa roja en la mano —continuó Gustavo—, así que empezamos a hablar. No nos costó mucho adivinar qué habría pasado —soltó otra risita—. Es una mujer muy divertida. Y después de un rato, como no volvían, nos despedimos y nos fuimos a casa.


Paula asintió. A juzgar por sus palabras, había disfrutado de la noche con P.J. tanto como si hubiera estado con ella. O incluso más. 

Seducción: Capítulo 24

Él titubeó, y después dijo con escepticismo: 


—Espero que tengas razón.


Hubo otro largo silencio.


—¿Todo va bien? —preguntó ella por fin—. Me refiero a todo lo demás.


—Oh, sí, estupendamente. Un pediatra le ha hecho un chequeo y hemos solicitado una prueba de ADN. Llevará algo de tiempo, pero creo que no habrá problemas.


—Bien.


¿Por qué no colgaba de una vez y la dejaba en paz? Paula estaba disfrutando de su voz y de él más de lo que debería. De repente recordó algo y preguntó:


—¿Te has puesto en contacto con tu cita de anoche?


Al otro lado del teléfono hubo un nuevo titubeo, y después él respondió:


—Todavía no. ¿Y tú?


Paula suspiró. Todavía no se sentía con ánimos para llamar a Gustavo y pedirle disculpas.


—No, aún no. Pero es pronto. No me gustaría despertarlo.


Un nuevo silencio, esta vez cargado de electricidad. Por fin él dijo en voz muy baja:


—¿Te he despertado?


Una cálida y sensual oleada la recorrió. ¿Cómo lograba que una sencilla pregunta implicara toda una avalancha de contacto íntimo? Algo en su tono de voz, grave y ronco, conjuraba una imagen de cómo podía haberla despertado, deslizando las manos bajo las sábanas, dejando un rastro de besos en su piel. Paula contuvo un suspiro. Aquello era ridículo. No era una quinceañera. Era una mujer hecha y derecha. Incluso había estado casada, por el amor de Dios. Sabía muy bien lo que era tener un hombre en su cama. Pero no aquel hombre. ¡Oh, cielos! No pensaba responder a una pregunta tan provocativa. Tenía que pensar en algo diferente, ya. Algo que rompiera la sensual tensión que se había creado entre ellos. 


—Llevo horas levantada —dijo ella mintiendo descaradamente—. Tengo cosas que hacer, por si no te habías dado cuenta.


—Y supongo que quieres volver a ellas —dijo él aceptando la indirecta con un suspiro—. Vale, Paula. No te entretendré más.


Paula sujetaba con tanta fuerza el teléfono que empezaban a dolerle los dedos.


—Gracias.


—O sea, que esto es todo.


Paula parpadeó, sintiendo casi ganas de llorar.


—Eso parece.


—Me ha encantado conocerte, Paula.


—Sí, lo mismo digo.


Ahora tenía los ojos llenos de lágrimas. ¡Qué ridículo!


—Adiós.


—Ciao.


Paula colgó el teléfono, dijo un taco que casi nunca decía y lanzó un peluche contra la pared. 

Seducción: Capítulo 23

 —Nada. Bueno, es que… —Pedro suspiró—. Es que no estoy muy seguro de la niñera. He comprobado sus referencias, pero ¿Qué sé yo de niñeras? O de niños, la verdad. Y tú pareces saber bastante. Por eso he pensado que podrías venir para comprobar si la niñera sabe lo que hace.


Vaya. Pedro la necesitaba. Más que suficiente para empezar otra vez el cosquilleo. Cada célula de su cuerpo quería aceptar, decir que sí y salir corriendo adonde él dijera. El niño le preocupaba, por supuesto, pero había algo más. Verlo otra vez, estar con él, hacer algo importante a su lado. ¿No sería perfecto? No, claro que no, no lo sería, en absoluto. Y por eso no aceptó.


—No —dijo—. Lo siento, Pedro —continuó ella muy a su pesar—. Tengo que trabajar.


—¿Trabajar? ¿Tú trabajas?


Paula casi sonrió al darse cuenta de lo poco que sabían el uno del otro. Habían compartido una noche de intensas emociones y situaciones difíciles, y ella creía saber cómo era su carácter, su personalidad, y sin embargo apenas sabía nada de él, ni de su vida, ni de sus gustos, ni de sus preocupaciones, y él tampoco sabía nada de ella. Y así iba a seguir, si hacía lo que le dictaba su razón.


—Claro que trabajo. ¿De qué crees que vivo? ¿Del aire? 


—¿En qué trabajas?


Sonaba sorprendido e interesado a la vez. ¿Qué demonios? ¿Acaso no conocía mujeres que trabajaran para vivir? Paula se humedeció los labios y contestó:


—Soy camarera.


—¿En un restaurante?


—No, en una cafetería.


Eso seguro que enfriaba todo su interés. Ella no era más que una camarera, no una de esas modelos internacionales a las que seguramente estaba acostumbrado. Cierto que también era la ayudante del encargado y estaba estudiando para obtener la licencia de agente inmobiliario, pero no tenía que decírselo. Después de todo, no era su intención impresionarlo. Sólo quería librarse de él.


—Tómate el día libre —dijo él de repente.


—No puedo hacer eso. En el trabajo cuentan conmigo.


—Y yo cuento contigo.


—Sí, pero tú no me pagas las facturas.


—Podría pagarte —dijo él como si se le acababa de ocurrir una excelente idea—. Ya está. Te pagaré un sueldo. Te contrato.


—Qué tontería —dijo ella.


Aunque le temblaba la voz y se mordió el labio. ¡No! No iba a dejarse tentar por una propuesta tan tentadora y sugerente.


—Pero sería perfecto.


—Para tí, no para mí.


—¿No?


—No.


—Al menos piénsalo.


—No —dijo ella con firmeza, sintiéndose orgullosa de sí misma—. Con esa niñera te irá bien. 

Seducción: Capítulo 22

 —Paula, por favor.


Ella se agitó bajo las sábanas. «¡No descuelgues, Paula!».


—Paula, es por el niño.


¿El niño? Bueno, si era el niño… Con un suspiro alargó el brazo y descolgó.


—¿Paula?


—Hola —dijo en un tono de voz bastante serio.


—Buon giorno —respondió él.


Se hizo un largo silencio. Ninguno de los dos dijo nada, y Paula pensó que quizá él estaba tan dudoso como ella. Después de todo, la noche anterior ambos estuvieron convencidos de que no volverían a verse. Él la besó y ella casi se desvaneció en sus brazos. Sí, no podía negarlo. Había sido como gelatina en sus brazos. Afortunadamente, un taxi apareció por la calle sin darle tiempo a ponerse totalmente en ridículo, y de allí volvieron al Longhorn Lounge donde Javier les esperaba ansiosamente. Sus dos citas respectivas habían desaparecido hacía rato, por supuesto. Después Javier se fue al hotel con el pequeño y Pedro a una comisaría de policía a denunciar el robo del Ferrari. Paula se metió en su coche y volvió a su casa, todavía sintiendo el hormigueo en la piel, el desvanecimiento en el alma, y el corazón fuera de sí. Pero totalmente segura de que no volvería a saber de él. Después de todo, su pequeño… ¿Cómo lo había llamado, encuentro? Fuera lo que fuera, había sido ilegítimo. Ya era hora de que lo borrara de su vida y de su cabeza. Pero allí estaba él, al otro lado de la línea telefónica.


—¿Cómo has sabido mi teléfono? —preguntó ella por fin.


—Tengo gente trabajando para mí que sabe cómo averiguar esas cosas.


—Oh.


Seguramente habría sido Javier. ¿O tendría más gente? Hum. No estaba segura de que eso le hiciera mucha gracia.


—¿Qué tal está? —preguntó.


—¿Quién, el niño?


—Sí.


—Bien.


—¿Ha aparecido su madre?


—No. Aunque tengo a alguien vigilando el departamento de vez en cuando, por si acaso.


—Bien.


Paula no podía imaginar qué podía alejar a una madre de un niño tan precioso.


—Pero… Has dicho que tenías problemas —dijo ella, recordando el motivo que le había hecho descolgar el teléfono.


—Bueno, no es exactamente un problema —dijo él—. Pero… He contratado a una niñera interna.


—Oh. Bien, bien. ¿Has comprobado sus referencias?


—Por supuesto.


Paula respiró profundamente sin querer pensar demasiado en el niño que había tenido en sus brazos la noche anterior. Todo aquello era parte de la bifurcación del camino que no iba a tomar, incluso si había descolgado el teléfono.


—Bien.


Paula esperó. Pedro quería decir algo más, pero le costaba hacerlo. Lo podía imaginar con el ceño fruncido y expresión pensativa, pero rápidamente apartó la imagen de su mente. Si continuaba así, no tardaría en volver a desvanecerse.


—Pedro, ¿Qué ocurre?

Seducción: Capítulo 21

 —No —murmuró ella, tratando de recabar las fuerzas necesarias para resistirse.


—Sí —dijo él bajando los labios hacia ella.


—No —repitió ella sacudiendo la cabeza.


—¿Por qué no? —preguntó él, casi en su boca.


—El niño…


—El niño duerme. No ve nada.


—Esto no está bien —Paula levantó la cabeza y le buscó la mirada—. Ni siquiera teníamos que haber tenido una cita.


—Esto no es una cita —repuso él con la voz ronca—. Es un encuentro, un momento en el tiempo —depositó un suave beso en los labios femeninos—. Un momento de magia. Por la mañana lo habrás olvidado.


—Lo dudo mucho —dijo ella con un suspiro—. No deberías…


—Pero quiero hacerlo —dijo él roncamente—. Y tu boca es toda una tentación.


Entonces le tomó los labios con la boca y la besó como si no la hubieran besado nunca.  


Bajo la potente luz de la mañana, todo parecía un poco fantástico. Paula enterró la cara en la almohada y deseó haber echado las cortinas de su habitación antes de dormirse. Todavía no estaba preparada para enfrentarse a la realidad. ¿Lo de la noche anterior había sido real? Imposible. Sonó el teléfono, pero dejó que fuera el contestador quien respondiera. El corazón le latía apresuradamente mientras esperaba oír la voz que sabía que iba a sonar.


—¿Paula?


Sí. Era Pedro. Su voz grave y sensual le provocó un estremecimiento por todo el cuerpo, y ella respiró con dificultad.


—Vete —susurró al aire.


—¿Paula? Sé que estás ahí. No te habría molestado tan temprano, pero necesito consejo. Por favor, descuelga el teléfono…


Paula sabía que no debía contestar. Por un momento se imaginó de pie en una encrucijada, consciente de que su vida y su futuro dependía de lo que hiciera en aquel momento. Sabía qué debía hacer. Marcar toda la experiencia de la noche anterior como una lección de la que aprender y continuar con su vida. Tenía que ignorarlo, volver a su vida real y no tontear con cuentos de maravillosos príncipes italianos de cuerpos imposibles y seductoras sonrisas que besaban con una intensidad que paralizaban el corazón a cualquiera. Tenía que ignorar el teléfono. No contestar. Pero se conocía. E iba a hacerlo.