miércoles, 15 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 26

 —Así que al final no salió tan mal —dijo ella.


—Oh, no, para nada.


—Bueno, ¿Quieres que volvamos a intentarlo esta noche? —preguntó ella, sabiendo que tenía la obligación de sugerirlo—. Se lo prometí a Agustina.


—Sí, supongo que los dos se lo prometimos.


—Puede ser muy convincente —bromeó ella.


—Ya lo creo que sí —Gustavo soltó otra risita—. De acuerdo —dijo él—. Pero esta vez, ¿Por qué no paso a recogerte por tu casa? Me temo que lo de la rosa roja puede dar pie a muchos malentendidos.


Paula dudó un momento. Quedar con un desconocido en un club nocturno implicaba que el hombre no sabría donde vivía, y para ella era importante no correr el riesgo de que nadie volviera a llevar las riendas en su relación. Sin embargo, Gustavo parecía un hombre tan agradable que al final le dio la dirección. Con un poco de suerte, salir con Gustavo le ayudaría a olvidar la noche con Pedro.




Pedro estaba inquieto. Llevaba toda la mañana pegado a la niñera, vigilando cada uno de sus movimientos. Incluso la mujer le había contestado en una ocasión, y él estuvo a punto de despedirla. Pero enseguida se dio cuenta de que no tenía sustituta y, si la mujer se iba, tendría que arreglárselas solo. Y él no sabía nada de cuidar niños. Javier tampoco estaba sirviendo de mucha ayuda. Cada vez que el niño lloraba, se tapaba los oídos con algodón y salía a la terraza de la habitación a intentar dormir. Pero no podía dormir. Toda su vida estaba atrapada en aquel niño, y no podía pensar en otra cosa. En eso y en Paula Chaves. Era la única persona que conocía capaz de ayudarle a resolver muchos de sus problemas, pero tenía que olvidarla. Había ido a Dallas con dos objetivos en mente. Primero, encontrar a Romina y descubrir si el hijo que tenía era realmente de Leonardo. Y ya estaba en camino de conseguirlo. No tenía ni idea del paradero de Daniela, pero tampoco le importaba. Tenía al niño, y pronto sabría la verdad sobre su paternidad. A él nunca le habían gustado los niños, ni había tenido mucho trato con ellos. Tampoco habían despertado nunca en él ningún sentimiento especial, ni esperaba sentir nada con éste. Sin embargo, con el pequeño Joaquín sintió una especie de vínculo especial en cuanto lo vió. Nada más verle la carita, se le hizo un nudo en el corazón, y supo con una certeza casi plena que aquel niño era hijo de su hermano.  Cuando se enteró de que Leonardo había fallecido en un accidente de la avioneta que estaba probando, sintió que se le hundía el mundo. Su hermano mayor había sido siempre su faro y su guía, y durante mucho tiempo pensó que no volvería a sentir alegría. Sin embargo tuvo que suprimir su dolor porque la desesperación de su madre había sido tan rotunda y tan intensa que necesitó todas sus fuerzas para sacarla de un pozo de tristeza que bien podía haberla llevado incluso al suicidio. Y ahora, pensar que podía llevarle el hijo de Leonardo lo llenaba de felicidad. Claro que todavía no podía dejarse llevar. Primero tenía que tener pruebas refutables del parentesco, pero estaba prácticamente convencido de que la sangre de su familia corría por las venas de aquel niño.

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