lunes, 27 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 50

Se envolvió la cabeza con la toalla y se puso la bata. Al salir del cuarto de baño, oyó a Joaquín al fondo del pasillo.


—Ya voy, ya voy —dijo cerrándose la bata y apresurándose por el pasillo.


En la habitación del pequeño, Pedro estaba de pie junto a la cuna, mirando al niño. Paula lo apartó y tomó al niño en brazos. Lo meció y arrulló hasta que éste se tranquilizó. Al levantar la mirada, vió en el rostro de Pedro que éste no estaba muy contento.


—¿Por qué lloraba? —quiso saber él.


A Paula aquella situación le estaba haciendo un nudo en el estómago.


—Tranquilo —respondió ella—. Los niños lloran.


Pedro estaba furioso.


—Pero si era malo que la niñera lo dejara llorar…


Un doloroso recuerdo del pasado se presentó ante Paula. Era una noche de madrugada y ella estaba tratando desesperadamente de preparar un biberón y llevárselo a Candela antes de que Franco perdiera totalmente los estribos.


—¡Hazla callar de una vez! —le había gritado desde el dormitorio—. Tengo que dormir. Mañana tengo que trabajar.


—Enseguida.


—Paula, si no haces callar a esa maldita cría, te juro que me voy. No puedo vivir así.


—Franco, espera un momento…


Se oyó un estrépito desde el dormitorio. Franco había arrojado la lámpara contra la pared. Paula parpadeó para apartar el recuerdo de su mente y miró a Pedro.


—Lo has dejado solo —dijo él en tono de acusación—. ¿Por qué lo has dejado solo?


Paula respiró profundamente antes de responder.


—Pedro, escúchame con atención. Joaquín se ha dormido y he ido a darme una ducha. Sólo ha estado sólo un par de minutos —le aseguró ella, segura de que era lo bastante maduro para entenderlo. 


O quizá no. Quizá fuera como Franco. A Paula se le cayó el corazón a los pies. Porque si era así, ¿Qué haría? No podría dejar al niño con él, y sin embargo tampoco podía quedarse.


—Pedro, esto es algo normal. Los niños lloran. Una cosa es dejarlos llorando desconsoladamente durante horas, y otra que lloré de vez en cuando unos minutos.


Fascinada, vió cómo la expresión del rostro masculino se iba a relajando.


—Perdona, perdona —dijo él pasándose una mano por el pelo—. Tienes razón, claro. Es que he entrado, lo he oído llorar y no sabía dónde estabas —dijo él por fin.


A Paula le invadió una oleada de alivio que pronto se convirtió en afecto. Le entraron ganas de tocarlo, estirar el brazo y pasarle la mano por la mejilla, pero en lugar de hacerlo, le planteó un desafío.


—Tengo una pregunta para tí. ¿Por qué te molesta tanto que llore?


Pedro se quedó extrañado, como si aquello no se le hubiera pasado nunca por la cabeza.


—Supongo que porque tengo miedo de que le pase algo y no sepa qué hacer —reconoció por fin.


Paula sonrió, profundamente aliviada. Pedro no era como Franco. Eso estaba cada vez más claro.


—Buena respuesta —murmuró ella—. O sea, que no es porque el ruido te saque de tus casillas.


—Bueno, no puedo decir que me encante —dijo él—, pero no, no me saca de mis casillas.


—Bien. 


Paula lo abrazó. Fue un gesto espontáneo y rápido. De hecho, terminó antes de que él pudiera reaccionar. Para cuando lo hizo, ella ya se alejaba de él y salía al salón con Joaquín en brazos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario