miércoles, 22 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 45

Pedro la miró con incredulidad. Gustavo era un hombre agradable, sí, probablemente una buena persona, pero no era el hombre que Paula necesitaba. Ella necesitaba a alguien… Bueno, a alguien más como… Alguien con un poco más de estilo y energía. Como él.


—Tú necesitas emociones en tu vida —declaró Pedro con firmeza.


Paula sacudió la cabeza, desafiante.


—No, yo necesito seguridad.


Pedro se la quedó mirando sin entender. ¿Qué creía, que ya estaba a punto de jubilarse?


—Y un cuerno —le espetó él por fin.


Poniéndose en pie, Pedro cerró la distancia que los separaba, estiró el brazo, le tomó la mano y la levantó sin forzarla.


—¿Por qué demonios crees que eres normal y corriente? —quiso saber él, con la cara casi pegada a la de ella—. Eres cauta. Eres responsable. Eres una buena persona. Si crees que eso te hace normal y corriente, estás muy equivocada —la miró a los ojos—. En mi opinión, eso te hace muy especial.


Un cosquilleo la recorrió de la cabeza a los pies. Como cada vez que estaba cerca de él. ¿Eso era bueno? Probablemente no. ¿Y si Pedro tenía razón? Eso era lo que la asustaba. Gustavo era el tipo de hombre con quien podía tratar, y a quien podía parar los pies si llegaba el momento. Por eso era perfecto. Pero ¿Le entraba el mismo cosquilleo cada vez que él le sonreía? ¿Se sentía desmayarse cada vez que él la rozaba? ¿Se le entrecortaba la respiración cada vez que él le susurraba algo al oído? Para nada.


—Creo que ya es hora de que me vaya a la cama —dijo ella, separándose de él y retrocediendo hacia la habitación de Jamie.


—¿Sola? —dijo él, en broma.


—Sola —repuso ella sonriendo una última vez.


Después se volvió, entró en el dormitorio del niño y cerró la puerta. 




Si alguna vez Pedro había imaginado cómo serían las mañanas con una esposa y un hijo, aquello habría sido parte del sueño. Entró en la habitación de Joaquín con dos tazas de café en la mano y allí estaba Paula, de pie a la luz del sol que entraba a raudales a través de la ventana, con un niño en brazos, cantándole una nana. Llevaba la camiseta que él le había dejado la noche anterior, con las piernas desnudas doradas y torneadas a la luz matinal. Ella se volvió a saludarlo con aquella sonrisa que le afectaba tan profundamente. Él se detuvo en seco y sólo pudo mirarla.


—Bella —susurró en italiano—. Bellísima.


—No pensaba que te levantaras tan pronto —dijo ella.


Lo miró de arriba abajo, y era evidente que le gustaba lo que veía. A Pedro se le aceleró el pulso. Se había puesto un par de vaqueros y llevaba una camisa que con las prisas no se había acabado de abrochar, pero si a ella le gustaba así, a él no le importaba repetirlo.


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