viernes, 10 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 17

 —Tú no eres precisamente el Llanero Solitario —le espetó ella—. ¿Quién te dice que no has destruido una maravillosa historia de amor?


—¿Gustavo y tú? —preguntó arqueando escéptico una ceja.


—Claro, ¿Por qué no? Romeo y Julieta. Marco Antonio y Cleopatra. Debbie Reynolds y Eddie Fisher. Gustavo y Paula. Y quizá también P.J. y tú —añadió bromeando.


—No lo creo —dijo él sin sonreír—. P.J. y yo no buscamos el amor, pero estamos destinados a ser felices y comer perdices.


Paula lo miró sin comprender.


—¿Cómo puedes saberlo si ni siquiera sabes quién es?


Lo que Pedro sabía era que P.J. iba a ser, desafortunadamente para él, muy importante en su vida. 


—El destino es implacable —dijo saliendo del edificio y cerrando la puerta tras él.


Afuera empezaba a llover y Paula cubrió mejor al niño con la manta.


—¿Dónde está el coche? —preguntó.


—¿El coche?


Pedro miró donde lo había dejado aparcado. Allí no había ningún coche. Lo primero que pensó fue se lo había llevado Javier, pero no. El coche alquilado de Javier tampoco estaba. Oh, no. Maldijo en voz baja y se metió la mano en el bolsillo, pero enseguida se dio cuenta de que había dejado el móvil en el coche.


—Déjame tu móvil —ordenó él tajante.


—No lo he traído —dijo ella.


Pedro la miró con incredulidad, dándose cuenta de que las cosas se estaban poniendo mucho peor de lo que había imaginado, y farfulló algunas frases en italiano, que por el tono a Cari no le parecieron muy adecuadas para los tiernos oídos de un niño.


—Me han robado el coche, ni tú ni yo tenemos móvil y está empezando a llover.


—Y estamos en un barrio donde no es muy recomendable andar de noche —añadió ella mirando nerviosa a su alrededor.


—No por mucho tiempo —dijo él sujetando la bolsa de pañales.


A lo lejos se veían las luces de los altos edificios del centro de la ciudad, lo que indicaba hacia dónde debían dirigirse.


—Vamos a tener que andar, al menos hasta que podamos parar un taxi. Vamos.


Paula se miró los tacones de ocho centímetros y suspiró. Pedro también miró hacia el suelo.


—Esos tacones no son para caminar —observó él.


Eso era cierto, pero los pies le quedaban preciosos, por no hablar de la elegancia que daban a sus largas y torneadas piernas. Pedro tragó saliva y sacudió la cabeza, tratando de apartar la imagen de su mente. No era momento de dejarse llevar por la libido.


—Puedo llevarte —dijo él mirándola a los ojos—, pero con el niño y todo… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario