viernes, 3 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 5

Se volvió hacia ella y la encontró mirándolo. Aquellos enormes ojos azules tenían algo… Y dejarla allí sería como decirle a un cachorro que no te siguiera a casa.


—¿Por qué no vienes conmigo? —sugirió siguiendo un extraño impulso—. Podemos comer algo en otro sitio.


—Oh, yo, bueno… —Paula carraspeó, sin saber por qué estaba siendo incapaz de hilar una frase completa.


Ella no era así, pero encontrarse a un hombre tan totalmente opuesto a lo que había imaginado la había dejado sin palabras, y todavía no se había recuperado. Casi sin pensarlo, se levantó y se dirigió hacia la salida del club dejándose llevar por una de las manos masculinas en la espalda. Antes de salir, volvió la cabeza hacia la barra, no muy segura de que fuera muy prudente salir de allí con un desconocido. Aunque era primo del marido de Agustina. O al menos eso le había dicho su amiga. Lo curioso fue que, al mirar de nuevo hacia atrás, tuvo la sensación de ver una rosa roja en manos de un hombre alto, rubio y con gafas. Pero todo estaba sucediendo tan deprisa que se dejó llevar por su acompañante hasta el exterior del local y hasta su coche. Un coche muy impresionante.


—Oh, Dios mío —dijo ella cuando él le abrió la puerta.


—Es un Ferrari —dijo él frunciendo el ceño—. Seguro que has visto alguno por aquí. En Dallas los hay a cientos.


—Claro que los he visto, pero nunca me había montado en uno —dijo ella sentándose en el lujoso asiento de piel.


Hizo una mueca. Quizá no debería habérselo dicho. Él se sentó tras en el volante y metió la dirección que le había dado Javier en el navegador. Después se volvió a mirarla y alzó una ceja:


—Por lo que sé de tí, pensaba que lo tuyo eran los coches deportivos y vivir rodeada de todo lujo.


Paula frunció el ceño, sin comprender nada. ¿La había confundido con otra cita a ciegas?


—¿Quién ha podido decirte una cosa así?


Él la miró un momento y después se encogió de hombros.


—Texas —murmuró poniendo el coche en marcha—. Esta ciudad siempre me sorprende. 


Aquella frase sí que sorprendió a Paula. Por lo que le había dicho Agustina, Gustavo llevaba toda su vida viviendo en Galveston, pero en aquel momento ella apenas podía hablar, pensando únicamente en lo increíblemente atractivo que era. Todo sobre él hablaba de riqueza y poder. Seguramente el traje que llevaba costaba más dinero que su coche de segunda mano. El pelo negro, la piel bronceada, los muslos que se adivinaban bajo la tela de los pantalones, todo creaba una imagen para conquistar el corazón de cualquier mujer. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado, dejando al descubierto la piel bronceada y un atisbo de vello negro y rizado. Si ella fuera dada a los desvanecimientos, seguro que ahora estaba por los suelos. Pero no lo era, se recordó con dureza. Y había algo más que no encajaba. Cierto que el marido de Agustina era un hombre guapo, pero pensar que había alguien como aquél en su familia no le cuadraba demasiado. Pero ya era demasiado tarde para decirlo, porque el elegante coche deportivo había salido disparado como un cohete. La fuerza de la inercia la dejó pegada al respaldo del asiento, y con el corazón en la garganta buscó algo donde sujetarse. El coche se detuvo en un semáforo. Paula tragó una bocanada de aire y se volvió hacia él, para hacerle saber que el despegue no le había hecho ninguna gracia.


—Vaya, ¿Siempre conduces así? —le preguntó echándose el pelo hacia atrás con una mano—. Porque si es así, seguro que tienes una silla con tu nombre en los juzgados de tráfico.


A él pareció sorprenderle tanto el tono de su voz como la firmeza de sus palabras, pero se echó a reír. 

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