lunes, 20 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 40

Paula sintió una punzada de exasperación. Pedro llevaba todo el día tratando de convencerla para que cuidara del pequeño Joaquín, y ahora que ella por fin había accedido, no parecía muy convencido.


—No puedo perturbar tu vida con esto —dijo él sacudiendo la cabeza.


Paula lo miró armándose de paciencia.


—Creo que ya lo has hecho —le recordó alzando las cejas.


—Un momento —le interrumpió P.J., incapaz de creer lo que estaba oyendo—. No puedes hacer eso.


Paula la miró por encima de la cabecita de Joaquín.


—Claro que puedo —dijo con calma—. ¿Por qué no te quedas tú también, P.J.? Una ayuda no me vendrá mal —esbozó una sonrisa con fingida inocencia—. Incluso podemos compartir la cama.


P.J. dió un paso hacia atrás con cara de aprensión.


—¿Me estás tomando el pelo? —dijo con un estremecimiento—. A mí los niños me ponen los pelos de punta. 


Paula le dió la espada. Que hablara y protestara todo lo que quisiera, pero ella ya había decidido. Quedarse con el niño. El pequeño no tenía nadie más capaz de cuidarlo. Pedro parecía estar sinceramente preocupado por él, pero ella no estaba totalmente segura. Había hombres que eran incapaces de estar con un niño y cuidarlo, lo sabía por experiencia propia. Alguien tenía que cuidar del pequeño, y al menos hasta que apareciera su madre, ese alguien sería ella.


Una hora más tarde quedaron por fin solos. Gustavo se llevó a P.J., profundamente irritada, y Paula enseñó a Pedro cómo sostener al bebé. Por suerte, él aprendió rápido. Sin duda era un excelente alumno.


—No diría exactamente que es lo tuyo —bromeó ella mientras él daba unas palmaditas en la espalda del pequeño que sostenía contra su hombro—. Pero de momento debo reconocer que lo estás haciendo bastante bien.


Joaquín eligió aquel momento para eructar y escupir un poco de leche. Por suerte, Paula le había aconsejado que se pusiera una toallita sobre el hombro antes de tomar al bebé en brazos, por lo que la camisa de seda no se manchó. Sin embargo, el sonido del eructo le hizo poner una cara de asco que ella no pudo por menos que soltar una carcajada.


—Mañana te explicaré todo sobre los biberones —advirtió ella—. ¿Crees que estás preparado?


—¿Por qué no?


Dejaron de nuevo al niño en la cuna y Paula lo acunó hasta que Joaquín cerró sus enormes ojos castaños. Mientras tanto, Pedro los observaba. O mejor dicho, la observaba a ella. Aquella mujer tenía algo que le hacía sentirse feliz siempre que estaba con ella. Y eso era muy raro.


—Paula —Pedro le tomó las manos y la miró profundamente a los ojos—. No sabes cuánto te agradezco lo que estás haciendo. No tengo palabras para expresar todo lo que te debo.


Era cierto. Desde la llegada de la señora Turner con sus tiránicos métodos con el pequeño Joaquín, Pedro se había estado volviendo loco. Bueno, quizá no había sido tan terrible, pero su verdadero dilema era no saber si podía confiar en ella o no. 

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