lunes, 20 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 37

Volviéndose, se inclinó hacia Paula, que se tensó, convencida de que ahora iba a contarle algo interesante.


—Así que estuve dándole vueltas a ver qué podía hacer para poder seguir usando lencería de marca y conducir coches caros, y al final me dí cuenta de que lo mejor sería casarme con un hombre rico.


—Oh.


Paula estuvo a punto de soltar una carcajada. ¡Menudo valor! ¡Y qué descaro! 


—Siempre es una suerte conocerse bien, supongo —dijo por fin Paula.


—Ya lo creo que lo es. Te ahorra un montón de los rollos y sufrimientos innecesarios —dijo P.J. mientras se daba carmín en los labios. Después miró a Paula—. Lo que me recuerda una cosa. Sólo para que lo sepas. Pedro es mi territorio. Yo le he puesto mi banderita en el pecho y pienso quedármelo todito, de la cabeza a los pies con todo lo que hay en medio.


Paula casi se atragantó, sin poder creer la franqueza de aquella mujer.


—¿Y él no tiene nada que decir al respecto? —preguntó cuando por fin recuperó el habla.


P.J. se encogió de hombros y sonrió.


—No mucho. Tengo un as en la manga.


—¿Un as?


—Ya lo creo. No es un secreto que su madre está loca por hacerse con mi rancho. Por vínculos sentimentales y todo ese rollo. Yo le he dejado claro que a mí el rancho me gusta más que a un armadillo la línea amarilla que va por medio de la carretera —chasqueó los dedos—. Prácticamente lo tengo en el bote.


Paula sacudió la cabeza, entre divertida e incrédula.


—¿Por qué me lo estás contando a mí? ¿No te inquieta que pueda decírselo a él?


—Díselo —repuso P.J. encogiéndose de hombros sin molestarse—. Ya lo sabe. Es lo que hay. Yo tengo algo que él quiere y él sólo tiene una manera de conseguirlo. Los dos lo sabemos. Sólo te estoy avisando para que no se te ocurra venir a cazar a mi coto particular.


Paula no tenía la menor intención de hacerlo, pero la actitud de la mujer la molestó y sintió ganas de fingir que ella también tenía puesta su mirada en Pedro. Estuvo a punto de desafiarla, pero enseguida se dio cuenta de que era una chiquillada. Así que, en lugar de eso, se levantó con dignidad y se volvió para irse.


—Bueno, ya veremos lo que pasa —dijo con calma.


—En eso tienes razón —dijo P.J. levantándose tras ella—. Que gane la mejor.


Paula se volvió a mirarla.


—Espera un momento. Yo no quiero a Pedro. 


—¿Ah, no?


A Paula la sonrisa de P.J. le recordó al cocodrilo de las películas de Disney.


—Entonces bien. Supongo que así no se te ocurrirá ponerle las manos encima a mi hombre. Todo irá estupendamente —añadió encogiéndose exageradamente de hombros—. Olvida todo lo que he dicho.


Paula todavía echaba humo cuando volvió a la mesa. Pedro se levantó para dejarla pasar, y ella, en lugar de darle las gracias, le dirigió una mirada fulminante, a pesar de ser consciente de que él no tenía ni idea de lo que P.J. le había dicho en el baño. Para cuando se tranquilizó y se concentró de nuevo en la conversación, estaban otra vez hablando de niñeras.


—Será mejor que tengas cuidado —le estaba diciendo Gustavo a Pedro— . Últimamente, con la ayuda de cámaras, han descubierto a algunas niñeras tratando a los niños como si fueran bolsas de patatas.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta, y al ver la expresión lúgubre de Pedro, se apresuró a tranquilizarlo.


—Pero tengo entendido que se han dado muy pocos casos.


—Pocos, pero existen.


—Eso no le pasará a Joaquín. La niñera que ha contratado Pedro tiene excelentes recomendaciones. Quizá no sea la más adecuada para lo que él necesita en este momento, pero desde luego no creo que haga nada parecido. 

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