viernes, 3 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 2

Paula Chaves se mordió el labio y deseó poder hacer desaparecer la rosa roja en el fondo de la copa de vino que continuaba intacta delante de ella.


—Cinco minutos más —se prometió—. Y si no aparece, tiro la rosa a la basura y me mezclo con la gente, para que no sepa quién soy.


Su cita llevaba casi media hora de retraso. Media hora. Más que suficiente. Pero le había prometido a Agustina, su mejor amiga, que mantendría la cita, aunque no habían hablado de esperar tanto rato. Paula suspiró, evitando contacto visual con cualquiera de los hombres interesados que se acercaban a la barra, y deseó con todo su corazón poder estar en casa metida en la cama con un buen libro. Sofía lo hacía por su bien, pero no podía entender que Paula no estaba buscando a Don Perfecto. Ni a ningún hombre. No quería un hombre en su vida, ni tampoco una relación sentimental. Tampoco quería un marido. Todo eso ya lo había tenido y había convertido su vida en un infierno.  Pero eso Agustina no podía entenderlo. Ella se había casado con su novio del instituto, con quien tenía una bonita casa con jardín y dos hijos preciosos. El matrimonio de Paula había sido todo lo contrario.


—Hay gente que encuentra su anillo de oro flotando en los cereales del desayuno —intentaba explicarle Paula a su amiga—. Mientras que a otros se les cae en la playa y se pasan el resto de su vida buscándolo por la arena.


—¡Qué tontería! ¿Crees que mi vida es perfecta?


—Sí, Agus, claro que lo creo. Al menos comparada con la mía.


—Oh, Pau —Agustina le había tomado la mano con compasión—. Lo que ocurrió con Franco y… Candela… fue horrible —le aseguró con los ojos llenos de lágrimas—. Pero tienes que volver a intentarlo. Y cuando encuentres al hombre adecuado…


El hombre adecuado. Paula dudaba mucho de que existiera. Ni siquiera Agustina conocía todos los sórdidos detalles de la realidad de su matrimonio. De ser así, no estaría tan decidida a empujarla de nuevo al agua.


—Agus, por favor, déjalo de una vez. Estoy muy contenta con mi vida tal y como es.


—Oh, Pau, no soporto la idea de que pases otro día de San Valentín sola en casa viendo películas antiguas por la tele.


—Por favor, San Valentín me importa un bledo.


—A mí no me engañas, Paula Chaves. Yo sé lo que te hace falta.


—Agus, ni se te ocurra.


—Necesitas un hombre —le dijo con tanta resolución que Paula tuvo que echarse a reír.


—No sé por qué te dejo ser mi amiga.


—Porque sabes que quiero lo mejor para tí.


Paula suspiró, consciente de que ya había sido derrotada, pero continuó oponiendo resistencia.


—No necesito que nadie cuide de mí.


—Ya lo creo que sí. Soy tu hada madrina. Ve acostumbrándote.


—No.


Pero Agustina, por supuesto, continuó en sus trece, y por eso Paula estaba sentada allí, en el Longhorn Lounge, con una triste rosa roja y esperando a un hombre llamado Gustavo de quien su amiga le había asegurado de que era su media naranja. 

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