lunes, 6 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 8

 —Bueno, dime, P.J. —dijo Pedro mirando de soslayo a Paula saliendo de la autopista y adentrándose en una zona industrial apenas iluminada y que no prometía nada bueno.


Un relámpago iluminó durante un segundo el horizonte y desapareció con la misma rapidez que había aparecido.


—¿Qué tal la vida en el rancho?


Ella lo miró y sacudió la cabeza. Aquella conversación era cada vez más surrealista. Su pequeña casa tenía cierto estilo rústico, pero desde luego ella no criaba ganado en el jardín.


—¿Qué rancho?


«El rancho que tu familia robó a la mía», pensó él cínicamente, torciendo los labios. Pero en voz alta dijo:


—El rancho donde vives, ¿Cuál si no?


¿Qué demonios le había contado Agustina a aquel hombre para que aceptara a pasar una velada con ella? Paula sabía que a veces su amiga se dejaba llevar por su imaginación, pero aquello empezaba a ser ridículo.


—No vivo en ningún rancho —le aseguró ella.


Más vale que supiera la verdad.


—Ah. Entonces supongo que eres una chica texana normal y corriente —dijo él con sarcasmo.


Pero ella asintió vigorosamente, empezando a perder la paciencia.


—Sí, lo soy.


Pedro soltó una risita.


—¿Qué les pasa a los texanos? Todo el mundo dice que hablan como cotorras, pero todos los texanos que conozco intentan hacerse pasar por gente normal y corriente, por muy ricos que sean o por muchas tierras que tengan.


Paula estaba totalmente perdida. Era imposible que Agustina la hubiera hecho pasar por hija de una familia acaudalada. 


—Pero somos gente normal y corriente —dijo ella a la defensiva.


—¡Ja! Se non é vero, é ben trovato.


La conversación ya era bastante incomprensible sin que encima él empezara a hablar en lo que parecía ser italiano, y aquello último fue la gota que colmó el vaso.


—¿Sabes qué te digo? —dijo ella en tono acusador—. Que tú no hablas como un texano.


—Grazie —respondió él—. Sólo soy medio texano, y espero que puedas perdonar mis errores.


—Oh.


¡Medio texano! Y la otra mitad era evidentemente italiana. ¿Cómo se le había escapado a Agustina el detallito? Paula se mordió el labio, temiendo haberlo ofendido.


—¿Y qué significa, lo que has dicho hace un momento?


Pedro le sonrió.


—He dicho que es una buena historia, incluso si no es cierta.


Antes de que ella pudiera manifestar su indignación, el móvil de Pedro sonó. Éste se lo sacó del bolsillo y miró la pantalla.


—Es mi madre —dijo sorprendido deteniendo el coche.


—¿Tu madre? —Paula no lo podía creer.


Había oído decir que los hombres italianos estaban muy unidos a sus madres, pero aquello era ridículo.


—Sí, mamá —dijo él en italiano. 

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