viernes, 10 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 20

 —Sí, y supongo que tú no necesitas un arma —dijo con admiración cuando por fin recuperó la voz.


Pedro restó importancia a sus palabras. Sabía cómo defenderse y sólo le embargó un momento de debilidad al ver la navaja. Por suerte, los matones habían sopesado la situación y decidieron no arriesgarse a enfurecer la mafia. Sintió ganas de sonreír. Mucha gente creía que todos los italianos tenían vínculos con la mafia, aunque tenía que reconocer que en aquel momento aquel prejuicio le había beneficiado.


—Bien, vamos. Tenemos que salir de este barrio y llegar a calles mejor iluminadas.


Señaló en una dirección y los dos echaron a caminar de nuevo. A Paula le dolían los pies, pero ignoró el dolor. Cualquier cosa para salir de allí.


—Sujeta bien al niño —le ordenó de repente Pedro echándose la bolsa al hombro.


Paula lo miró sorprendida, pero más se sorprendió cuando él se agachó ligeramente y, pasándole una mano bajo las piernas, la alzó en brazos con niño y todo. Intentó protestar, pero él la ignoró.


—Con esos zapatos te vas a matar —le dijo él—. Yo te llevo. Tú sujétate fuerte. 


Paula obedeció y apoyó la cabeza en el pecho masculino. Cerró los ojos y aspiró el olor que emanaba del cuerpo de Pedro escuchando los latidos de su corazón y empapándose de él. Pedro caminaba deprisa, sin entender cómo se había dejado meter en aquella situación. Ella era ligera como una pluma, a pesar del peso añadido del pequeño, y olía como un jardín iluminado por los rayos de sol. La suave brisa movía los mechones de pelo rubio que, de vez en cuando, le rozaban y le hacían cosquillas en la nariz, algo que en lugar de irritarlo resultaba tentador. Él se sentía como un neandertal. Sólo quería llevarla a casa y tenerla junto a él, preferiblemente en la cama. Aquello no estaba bien. Paula no era para él. En realidad, él tenía que ocuparse de otra mujer, a la que había dejado plantada. Pero ella parecía tan pequeña y vulnerable en sus brazos que él no pudo resistirse y respirar el aroma fresco y embriagador que su cuerpo desprendía. Poco después llegaron a una calle donde los coches pasaban a toda velocidad y las farolas alumbraban las aceras.


—La civilización —murmuró Pedro dejando a Paula cuidadosamente en el suelo. Miró a un lado y otro de la calle—. Aunque no veo ningún taxi.


Pero seguía lloviendo con la fuerza. Un trueno rugió en el cielo y un relámpago se abrió paso entre las nubes.


—Por aquí, deprisa —gritó él tirando de ella hacia una parada de autobús.


Se refugiaron bajo la marquesina y se pegaron el uno al otro, tratando de protegerse del agua que caía a su alrededor. Tras unos momentos, Paula levantó la cabeza y se dió cuenta de lo cerca que estaban. Prácticamente le tocaba la barbilla con la nariz.


—Oh —dijo ella, pensando que debía separarse. Estar tan cerca mientras él la llevaba en brazos era comprensible, pero aquello era ridículo.


—No —estirando el brazo Pedro sujetó a los dos contra él—. Te empaparás.


—Pero…


Paula se mordió el labio inferior, sin saber qué decir ni dónde mirar.


—Tranquila —dijo él, en voz tan baja que apenas podía escucharse con el ruido de la lluvia—. No muerdo. 


—¿No?


Ella se oyó decir la palabra en voz alta e hizo una mueca, consciente de que había hablado como si estuviera flirteando. Pero no era su intención. Pedro esbozó una media sonrisa. Era claro que él lo había entendido de la misma manera.


—Supongo que podría dejarme convencer —murmuró él en voz baja.


Paula miró a los ojos negros y sus ojos se quedaron clavados en ellos, incapaces de apartar la mirada. El sonido de la lluvia, el aislamiento en medio de la noche, la cercanía de sus dos cuerpos, todo se unió para tejer un tentador encantamiento entre ambos. Pedro iba a besarla, lo veía en sus ojos, y si ella no tenía cuidado, terminaría besándolo a él.


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