lunes, 20 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 36

Sin embargo, tenía que reconocer que ella le atraía de una manera especial. No dejaba de pensar en ella, incluso cuando estaba en el otro extremo de la ciudad trabajando en aquella cafetería llena de vaqueros. Pero estaba seguro de que era porque ella podía ser la respuesta que necesitaba para solucionar algunos de sus problemas más acuciantes. Aunque quizá fuera algo más que eso. Después de todo, él era un hombre. Paula no era su tipo, pero desde luego estaba preciosa. Con un vestido azul que dejaba al descubierto zonas de su cuerpo que no habían visto el sol desde hacía tiempo y que a él no le importaría acariciar. Pero no debía pensar en eso.


—He estado pensando —dijo ella de repente inclinándose hacia él y hablando en voz baja—. Si quieres, puedo acercarme contigo después de cenar, sólo unos minutos, y echar un vistazo a la situación. A ver qué me parece a mí la niñera.


Pedro se la quedó mirando. No sólo era la mujer más preciosa del mundo, sino que además llevaba un halo dorado sobre la cabeza que no entendía cómo se le podía haber pasado por alto. Eso y las enormes alas blancas que le salían de la espalda. Sí, se le hizo un nudo en la garganta. Sin poder hablar, prefirió limitarse a asentir con la cabeza.


—Estupendo —dijo por fin con la voz ronca—. Estupendo.


Paula debió de ver el brillo de alivio y gratitud en sus ojos porque de repente pareció arrepentirse de su oferta.


—Perdona —dijo ella recogiendo el bolso y señalando hacia los servicios—. Voy a empolvarme la nariz.


—Te acompaño —dijo P.J. deslizándose por el sillón tras ella.


Pedro se levantó y la dejó salir, sin poder creer la sensación de paz que le embargaba desde que ella se ofreció a ir a echar un vistazo a la niñera. Detestaba tener problemas pendientes, por lo que normalmente se apresuraba a buscar una solución. El asunto de la niñera había sido como un dolor de muelas, y ahora por fin podría hacer algo para eliminarlo. Gracias a Paula. Volviendo a sentarse, sonrió a Gustavo.


—Una mujer maravillosa, ¿Verdad? 


Y Gustavo asintió.


—Ya lo creo que sí —dijo él, aunque en realidad no sabía a cuál de las dos se refería.



Paula quiso morir cuando se dió cuenta de que P.J. iba a acompañarla al servicio, pero disimuló. No quería compañía. De hecho, lo que quería era estar sola. Sin embargo, P.J. le acompañó hablando incesantemente por todo el comedor en dirección hacia el servicio de señoras. Allí dentro, ante enormes espejos que cubrían las paredes, había varios tocadores con sus correspondientes sillas. Paula se hundió en una de las sillas y fingió retocarse el maquillaje. P.J. continuó hablando.


—Ese Gustavo es muy divertido —dijo sentándose en la silla contigua y ahuecándose el pelo delante del espejo—. Con él me muero de la risa.


—Él dijo más o menos lo mismo de tí.


—¿Ah, sí? ¡Qué mono!


Paula miró a P.J. a la cara. Ya se había dado cuenta de que la mujer era bastante más inteligente de lo que parecería a primera vista. ¿Qué era lo que pretendía? Seguro que la había acompañado al baño por algo.


—¿A qué te dedicas, P.J.? —Pedro había comentado algo sobre un rancho, pero no tenía pinta de trabajar en un rancho—. Para ganarte la vida, me refiero.


—Ésa es la cuestión —dijo P.J. echándose el pelo hacia atrás y haciendo un mohín delante del espejo—. Intenté estudiar una carrera, pero no me gustó. Después trabajé como modelo, pero era un rollo. También trabajé en la boutique de una amiga, pero con aquel sueldo no podía ni dar de comer a un periquito. 

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