viernes, 17 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 32

Paula había aceptado la cita para contentar a su amiga, pero no pensaba comprometerse a nada más. Cuando terminara de cenar, le daría las gracias, le daría la mano y desaparecería en el horizonte… Sola. Entre tanto, su intención era ser agradable con Gustavo, aunque sólo fuera para quitarle el mal sabor de boca de la noche anterior, pero tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de mirar hacia la puerta, con la esperanza de que Pedro apareciera de repente. Ya lo había visto una vez durante el día, y era más que suficiente.


—Bueno, la culpa fue mía —dijo Gustavo elegantemente—. Cuando llegué sabía que llegaba media hora tarde. Estaba convencido de que estarías furiosa conmigo y te habría entendido, pero cuando ví a una chica entrando con una rosa roja, me quedé alucinando. Aunque no podía creer que fueras tú.


¿De qué le sonaba aquello?


—¿En serio? ¿Cómo era?


—Preciosa.


Lo dijo como un hombre totalmente encandilado, y Paula tuvo que reprimir una exclamación de sorpresa. O sea, que la mujer de la rosa roja era demasiado guapa para ser verdad, ¿No? Qué curioso, era lo mismo que pensó ella cuando vió a Pedro. ¡Qué casualidad!


—Bueno, muchas gracias —dijo ella fingiéndose ofendida.


Él se apresuró a tranquilizarla, aunque torpemente.


—No, en serio, tú eres muy guapa. Por supuesto que eres muy guapa.


Paula sabía que aquella noche estaba especialmente guapa. Llevaba un vestido azul eléctrico de tirantes y más escote del habitual, apenas cubierto por una estola de piel. Además se había dejado la melena suelta sobre los hombros, aunque a juzgar por el brillo en los ojos de Gustavo, su «Especialmente guapa» no era nada comparado con el «Preciosa» de P.J.


—Tú eres una mujer muy guapa —estaba diciendo él—: pero las dos son muy distintas. Ella tenía todo el aspecto de una de esas herederas millonarias con diamantes y ropa cara, ya sabes. Como si estuviera en el Dallas de aquella serie antigua de la televisión, no del Dallas en el que normalmente vivo yo —explicó con expresión soñadora pensando en ella.


Paula tuvo que echarse a reír y sacudió la cabeza.


—Pues conmigo has debido de llevarte un buen chasco —comentó.


Gustavo empezó a dar una disculpa, pero no tuvo la oportunidad. Alguien acababa de acercarse a su mesa. Paula levantó la cabeza y se encontró con la intensa mirada de Pedro. El corazón le dió un vuelco y todo el local pareció moverse. Por un momento, pensó que se lo estaba imaginando. «Podría perderme en esos ojos», fue el pensamiento que se apoderó de su mente. Perderse para siempre, una vez más. Mientras tanto la mirada masculina realizó un rápido descenso por el borde del escote del vestido con un brillo que indicaba claramente lo mucho que le gustaba lo que estaba viendo. Fue entonces cuando se dió cuenta de que se había vestido para lograr aquella reacción de él. Y sólo de él. Necesitó un momento para darse cuenta de que Pedro no estaba solo. A su lado había alguien con la cabeza cubierta por una esplendorosa melena pelirroja y una expresión de profunda irritación en la cara.


—Ya veo que esta vez no nos hemos equivocado —estaba diciendo Pedro señalando a Gustavo—. Pedro Alfonso—dijo presentándose y estrechando la mano del otro hombre—. Y ésta es P.J. Keller. 

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