miércoles, 15 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 30

Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír. Pedro era la viva imagen de la tragedia y la desesperación. Sin duda era un hombre de acción, y quería hacer algo para arreglar las cosas, pero le estaban diciendo que no podía hacer nada y eso le estaba desquiciando.


—Claro que lo mejor sería que la madre volviera. ¿Aún no la has encontrado? —preguntó ella, a pesar de que era consciente de que a él no le haría mucha gracia.


—¿Para qué voy a buscarla? —preguntó él.


Paula lo miró incrédula, pensando que quizá le estaba tomando el pelo.


—Sabes perfectamente que tienes que hacerlo.


Pedro suspiró con impaciencia.


—Sí, lo sé. Tengo gente buscándola. La encontrarán. 


Paula frunció el ceño. Su «gente» la había encontrado a ella, pero ella era presa fácil, no como una mujer que desaparece sin querer ser localizada.


—Espero que lo digas en serio. Es importante. ¿Y si vuelve al departamento y se encuentra que allí no está su hijo? ¿No te das cuenta del susto que se llevará?


Pedro la miró como si se hubiera vuelto loca.


—Paula, estamos hablando de una madre que se fue sin volver la vista atrás. ¿Qué te hace creer que le preocupa tanto su hijo?


—Es su madre. Sé lo que es eso —para ella era incomprensible que una mujer pudiera separarse de su hijo. Ella había perdido uno, y casi había destruido su vida—. No sé por qué ha desaparecido, quizá le ha pasado algo —especuló Paula con un encogimiento de hombros—. ¿Y si la hubieran secuestrado? ¿Y si está inconsciente en algún hospital? ¿Y si se ha dado un golpe a la cabeza y tiene amnesia?


Pedro puso una mueca, sin dar ninguna credibilidad a sus sugerencias.


—O a lo mejor había quedado con alguien y prefirió olvidar que había dejado a su hijo en casa solo.


Paula tragó saliva, escandalizada ante aquella posibilidad. O más bien ante el cinismo de Pedro, que le recordó algunos de los terribles comentarios de Franco. Pero ella no quería pensar que él se parecía en nada a su ex marido.


—No tienes muy buena opinión de las mujeres, ¿Verdad? —le desafió ella.


Pedro levantó la cabeza y la miró sorprendido.


—Eso no tiene nada que ver. Y sí, tengo muy buena opinión de las mujeres. De algunas mujeres.


De su madre. Qué bien. A Paula se le cayó el alma a los pies.


—Al margen del motivo que la haya mantenido alejada de su hijo, tarde o temprano querrá saber dónde está el pequeño.


—Seguramente eso es cierto. Si es que eso justifica en algo su actitud —dijo él curvando los labios con desprecio—. Te olvidas de que conozco a Romina. Nunca entendí qué vió mi hermano en ella, y me alegré cuando cortaron. Yo fui el que descolgó el teléfono cuando ella intentó sacarnos dinero. Me temo que la experiencia me ha hecho un poco cínico en todo lo referente a Romina. 


De nada serviría tratar de discutir con él. Pedro conocía bien a la mujer, y ella no. Pero el niño necesitaba que alguien lo protegiera. Y en ese momento él pareció darse cuenta de lo mismo.


—Escucha —dijo él levantándose del taburete y acercándose a ella—. Puedo pagarte el doble de lo que estás ganando aquí. Necesito tu ayuda.


Paula sacudió la cabeza con fuerza. Ni siquiera quería permitirse pensar en ello.


—No —dijo con firmeza—. Olvídalo.


—Paula…


Pedro le sujetó la mano y ella se quedó mirando los dedos esbeltos y alargados. Tenía las manos de un artista. Paula apenas podía respirar.


—Paula, escucha. No sería mucho tiempo. Sólo hasta que nos den los resultados de las pruebas de ADN. Después me lo llevaré a Venecia y ya no volveré a necesitarte. 


Paula levantó la cabeza como movida por un resorte y lo miró a los ojos. ¿Es que no se daba cuenta de lo que acababa de decir? Aunque imaginó que él no veía las cosas como ella. Apartó la mano de un movimiento brusco y le dió la espalda. «No volveré a necesitarte». ¿No era eso lo que decían todos los hombres? ¡Dios!


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