lunes, 27 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 47

El nombre se convirtió en un suspiro, y Paula enfrió los labios para aceptar la boca masculina en la suya. No debería hacerlo. No podía permitir que aquello ocurriera. Pero ahora estaba allí, tan cerca, tan hombre, tan fuerte e insistente, y ella se sentía tan suave, tan mujer, tan dispuesta a moldearse a él. La boca masculina en la suya, la lengua provocadora acariciándola, y ella sintió cómo su deseo y su pasión despertaban tras un largo letargo. La camisa masculina estaba sin abrochar y ella deslizó las manos por el pecho musculoso, sintiendo los latidos de su corazón bajo los dedos. Pedro gimió y la apretó contra él. Ella se derritió contra su pecho como cera caliente. Lo único que había entre ellos era la fina tela de la camiseta. Él la deseaba con una intensidad que le sorprendió. Aquello era nuevo. Mucho más dulce y mucho más poderoso de lo que había sentido nunca. Suspiró sobre la piel de la garganta femenina, murmurando su nombre mientras la besaba con los labios y la acariciaba con la lengua. Paula contuvo un jadeo, sintiendo el calor que manaba del cuerpo masculino, sintiendo cómo se aceleraba su deseo, y eso le dió una sensación de poder que no había sentido nunca. Era la reacción masculina a la cercanía y el contacto de su cuerpo. Ella sabía que tenía que interrumpir el contacto pero no tenía fuerzas para hacerlo. Bastante tenía con sobrevivir en aquel mar de placer, con luchar para sacar la cabeza por encima del agua y respirar el aire e lugar de aquella sustancia mágica que le embriagaba que era tan peligrosa. La verdad era que no quería interrumpirlo. La interrupción vino por unos fuertes golpes en puerta de la suite.


—Hola, chicos, aquí estamos. 


La voz era la de P.J. El gemido era de Pedro, que metió la cara en el hueco de la garganta femenina y maldijo en voz baja mientras depositaba un rosario de besos sobre la suave piel femenina.


—¿Qué hora es? —murmuró Paula.


—Demasiado pronto para las visitas —refunfuñó Pedro.


Pero la soltó y fue a abrir la puerta, dejándola sumida en una repentina sensación de frialdad y de vacío. El beso de buenos días de Pedro había resultado ser muy especial. De hecho, si no tenía cuidado podía llegar a ser adicta a ellos. Pedro abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar entrar a P.J. y Gustavo.


—Hemos traído donuts —exclamó P.J. agitando la bolsa de papel que llevaba en la mano.


Paula se puso la estola de piel falsa sobre la camiseta y se miró en el espejo. Estaba ridícula, pero no tenía más alternativa. A no ser que quisiera envolverse en una sábana. Así que salió al salón como estaba, con la cabeza alta y sonriendo. Y entonces vió los donuts.


—Vaya —exclamó al ver a P.J. vaciar los bollos en un plato—. Tienen una pinta deliciosa.


—¿A que sí? Los hemos comprado en una panadería con la que trabaja Gustavo —dijo P.J. mirándola con desconfianza, buscando indicios de que algo había ocurrido entre ellos.


Probablemente los indicios estaban ahí. A Paula todavía le daba vueltas la cabeza de los besos de Pedro, y no le importaba que los demás se dieran cuenta. La mirada de P.J. se deslizó con desprecio sobre la enorme camiseta que había utilizado para dormir, pero Paula la miró a los ojos sin parpadear. No pensaba dejarse amedrentar ni cohibirse ante ella. P.J. hizo un mohín, pero pareció aceptar que al menos de momento no podía hacer nada, así que lo dejó.


—¿Sabían que nuestro Gustavo tiene una empresa de catering? —dijo P.J. dirigiendo una rápida sonrisa al hombre.


Paula parpadeó extrañada.


—Creía que eras agente de bolsa. 

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