viernes, 3 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 3

 —Espera y verás —le había dicho—. Es un hombre muy especial. Te sorprenderá.


Así que lo estaba haciendo por su amiga. Su intención era sonreír mucho y parecer interesada en las batallitas de Gustavo, disfrutar de una cena agradable en el comedor del club y tener dolor de cabeza a la hora de pedir el postre, la excusa perfecta para disculparse y volver a casa. A partir de ese momento, el contestador automático se ocuparía del asunto. Y Sofía dejaría de ser tan insistente. La puerta se abrió y apareció un hombre cerrando el móvil. Alto, moreno y enfundado en un traje de corte impecable en lugar de los vaqueros y camisas que llevaba la mayoría de los que frecuentaban el club, el hombre atrajo la atención de muchas de las presentes. Algo en su forma de moverse atraía las miradas, o quizá fuera el hecho de que era el hombre más atractivo que ella había visto fuera de una pantalla de cine. El corte de pelo era exquisito, aunque daba la impresión de llevarlo demasiado largo y un poco despeinado, como si fuera el resultado de la brisa de la noche o las manos de una amante. Los hombros anchos se marcaban bajo el traje de seda, y la raya de los pantalones sólo servía para enfatizar la musculatura de los muslos. Una estatua griega que había cobrado vida disfrazada bajo un traje actual. Paula se estremeció y después sonrió para sus adentros. Una cosa era segura. Aquel hombre, desde luego, no podía ser su cita, Gustavo. Casi se alegraba. En su experiencia, los hombres tan atractivos y enérgicos como aquél eran los peores. Aunque ella debía admitir que tenía su atractivo. Un deleite para los ojos, sin duda. Por suerte ella estaba curada de eso. Apartó los ojos de él y echó una ojeada al reloj. Un minuto más y quedaría libre. Una sombra cayó sobre su cabeza y levantó los ojos para encontrarse con un tipo bastante fornido tocado con un sombrero texano y pantalones vaqueros ceñidos que le sonreía.


—Hola, preciosidad —dijo el vaquero llevándose la mano al ala del sombrero—. ¿Qué tal si te invito a una de esas copas con sombrerito y lucecitas que tanto os gustan a las chicas? —sugirió con un guiño.


Paula quiso gritar, pero se contuvo. 


—No, gracias, vaquero —dijo procurando no ser descortés a la vez que se levantaba del taburete y se volvía hacia la puerta—. Ya me iba.


—No hay prisa, monada —dijo él planteándose delante de ella, sin dejarla pasar—. Eres tan bonita como una flor de cactus.


Paula alzó la barbilla y esbozó una forzada sonrisa.


—Y tan espinosa. Será mejor que me dejes pasar. No quiero pincharte.


La expresión del hombre se ensombreció.


—Oye, monada, escucha un momento…


Pero tan rápidamente como había aparecido desapareció, porque alguien más grande y más impresionante acababa de presentarse ante ella. Paula sintió su presencia antes de verlo, y contuvo una exclamación. Lentamente, levantó los ojos. Sí, era el hombre que había visto entrar por la puerta hacía unos minutos, plantado delante de ella, con una aplastada rosa roja en una mano y preguntándole algo.


—¿Qué? —preguntó ella sin poder oír ni una palabra de lo que le estaba diciendo.


Pedro se vió atrapado entre el interés y la irritación. Quería terminar con aquello cuanto antes y largarse de allí. No le había costado mucho encontrarla. Era una joven muy atractiva, con una cabeza llena de rizos rubios y un vestido negro que revelaba una figura perfecta, con curvas y carnes en los lugares exactos, y unas piernas que merecían la admiración masculina. 

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