viernes, 3 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 1

Qué inoportuno. Pedro Alfonso se metió la rosa roja que llevaba en el bolsillo para abrir el móvil y responder con un bufido, resignado a la certeza de que fuera lo que fuera, la llamada crearía un nuevo nivel de caos en su vida. Primer problema: El club nocturno en el que acababa de entrar era demasiado ruidoso. Las luces giraban del suelo a las paredes y el ritmo machacón de la música se hacía insoportable. El ruido de las copas y vasos de cristal rivalizaba con las agudas carcajadas femeninas que daban al lugar un ambiente de desesperada frivolidad. Acababa de entrar y ya detestaba el lugar.


—Espera un momento, Javier —dijo al teléfono—. Voy a buscar un lugar donde te oiga mejor.


Sabía que era su ayudante, pero no entendía ni una palabra. Echando un rápido vistazo a su alrededor, localizó el tocador de señoras y se dirigió hacia allí, donde por fin consiguió oír lo que Javier le estaba diciendo.


—La hemos encontrado.


Fue como si le hubieran dado un golpe en todo el pecho. Con dificultad para reaccionar, cerró los ojos y trató de digerir las palabras. Llevaban semanas buscándola, sin pistas ni rastro de su paradero, hasta que descubrieron que la antigua novia de su hermano, Romina Bern, podía haber viajado hasta Dallas en autobús. Su hermano Leonardo había muerto hacía unos meses, y en todo ese tiempo Romina no había dado señales de vida. Tan sólo se puso en contacto con él meses más tarde, para comunicarle que tenía un hijo y que el padre era Leonardo. Cuando Pedro le preguntó si tenía pruebas de que era realmente hijo de su hermano, la mujer desapareció de nuevo sin dejar rastro. Casi había perdido toda esperanza, y ahora, saber que por fin la habían encontrado le producía un inmenso alivio.


—¿Estás seguro? —preguntó con voz ronca.


—Bueno, sí y no.


Pedro sujetó con fuerza el móvil.


—Maldita sea, Javier… 


—Ven cuanto antes, Pedro, y lo entenderás —dijo su ayudante dándole una dirección.


Pedro cerró los ojos y la memorizó.


—Está bien —dijo—. No te muevas de ahí. Tengo que librarme de esta maldita cita a ciegas. Me reuniré contigo cuanto antes.


—Vale, pero, jefe, date prisa.


Pedro asintió y cerró el móvil, tentado a dirigirse directamente hacia su coche y olvidarse de la mujer que le esperaba entre toda aquella insoportable multitud de noctámbulos enfebrecidos. Pero ni siquiera él podía ser tan maleducado. Además, su madre no se lo perdonaría. Por mucho que en aquel momento estuviera sentada en su ático de Venecia, su madre sabía muy bien cómo hacer llegar su influencia hasta Dallas y poner en marcha la máquina de remordimientos. Aunque ella era estadounidense, él era italiano, y había sido educado en la importancia de hacer feliz a una madre. Con los ojos, buscó a una mujer que llevara una rosa roja, igual a la que él se había metido en el bolsillo. Sólo tenía que localizarla y decirle que le había surgido un imprevisto. Así de sencillo. No le llevaría más de un minuto. 

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