viernes, 3 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 4

El problema era que no recordaba su nombre. Su madre se lo había repetido infinidad de veces. De hecho, cada vez que repetía la historia de cómo a su familia le habían robado el rancho Triple P. Aquélla era la hija de la mujer que traicionó a su madre, pero ¿Cómo se llamaba? Algo no sé qué Keller, ¿No?


—¿Señorita Keller? —repitió al ver que no le había oído.


—¡Oh! —exclamó ella perpleja—. Tú no puedes ser… bueno… ¿Eres… tú?


—El mismo —dijo él enseñándole la rosa y señalando con la cabeza a la que ella llevaba—. Esperaba que tuviéramos un rato para conocernos mejor —dijo él—, pero tristemente no va a poder ser. Siento hacerte esto, pero ha surgido algo y me temo que tendremos que dejarlo para otro día.


—Oh. 


Él la miró desconcertado. La mujer parecía dulce y encantadora, y desde luego estaba bastante cohibida. No era lo que él esperaba. No se parecía en nada a la altiva sirena que había imaginado en las historias de su madre, una mujer incapaz de sentir remordimientos ni ningún otro tipo de sentimiento.


—Mi madre te manda saludos —dijo él contemplando con deleite el bonito rostro femenino.


Desde luego no era su tipo. En general a él le gustaban las modelos, mujeres altas y mundanas, decorativas pero lo suficiente maduras para no querer nada más allá de una relación divertida y pasajera. Las jóvenes inocentes no pensaban más que en enamorarse, y él ni quería ni estaba para ese tipo de compromisos. Se había pasado la vida observando la naturaleza humana y, en su opinión, enamorarse era para tontos que se negaban a la realidad y esperaban que la vida fuera un cuento de hadas. Él se consideraba demasiado duro para esas tonterías. De todos modos, aquella joven tenía algo que le atraía intensamente. Parecía inteligente y con reflejos, aunque ahora lo miraba un poco con la boca abierta. Tenía los ojos de un color azul vivo, enmarcados por unas pestañas oscuras y espesas, y la nariz respingona y salpicada de algunas pecas. El pelo, del color del sol en primavera, era una estilosa masa de rizos que no dejaba de caerle a los ojos, lo que la obligaba a retirárselo de la cara para verlo mejor. No era en absoluto lo que había esperado. Por lo que le había dicho su madre, estaba convencido de que la detestaría nada más verla. Ahora ya no estaba tan seguro.


—Espero que podamos hacer esto en otro momento —dijo él, sorprendido por la verdad que había en sus palabras—. ¿Puedo llamarte mañana?


—Oh —repitió ella otra vez, con los ojos como platos—. Bueno, vale.


La chica no tenía mucho vocabulario. O quizá él estaba siendo demasiado brusco. Sus amigos y empleados solían acusarle de serlo, y ahora lo lamentó. No quería ser grosero. Pero no tenía tiempo. Con un encogimiento de hombros, le sonrió y se dirigió a la puerta. Estaba casi fuera cuando recordó la estúpida rosa que llevaba en la mano. Hubiera tenido que dársela. Después de todo, ¿Qué iba a hacer con ella? 

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