lunes, 13 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 21

 —No —murmuró ella, tratando de recabar las fuerzas necesarias para resistirse.


—Sí —dijo él bajando los labios hacia ella.


—No —repitió ella sacudiendo la cabeza.


—¿Por qué no? —preguntó él, casi en su boca.


—El niño…


—El niño duerme. No ve nada.


—Esto no está bien —Paula levantó la cabeza y le buscó la mirada—. Ni siquiera teníamos que haber tenido una cita.


—Esto no es una cita —repuso él con la voz ronca—. Es un encuentro, un momento en el tiempo —depositó un suave beso en los labios femeninos—. Un momento de magia. Por la mañana lo habrás olvidado.


—Lo dudo mucho —dijo ella con un suspiro—. No deberías…


—Pero quiero hacerlo —dijo él roncamente—. Y tu boca es toda una tentación.


Entonces le tomó los labios con la boca y la besó como si no la hubieran besado nunca.  


Bajo la potente luz de la mañana, todo parecía un poco fantástico. Paula enterró la cara en la almohada y deseó haber echado las cortinas de su habitación antes de dormirse. Todavía no estaba preparada para enfrentarse a la realidad. ¿Lo de la noche anterior había sido real? Imposible. Sonó el teléfono, pero dejó que fuera el contestador quien respondiera. El corazón le latía apresuradamente mientras esperaba oír la voz que sabía que iba a sonar.


—¿Paula?


Sí. Era Pedro. Su voz grave y sensual le provocó un estremecimiento por todo el cuerpo, y ella respiró con dificultad.


—Vete —susurró al aire.


—¿Paula? Sé que estás ahí. No te habría molestado tan temprano, pero necesito consejo. Por favor, descuelga el teléfono…


Paula sabía que no debía contestar. Por un momento se imaginó de pie en una encrucijada, consciente de que su vida y su futuro dependía de lo que hiciera en aquel momento. Sabía qué debía hacer. Marcar toda la experiencia de la noche anterior como una lección de la que aprender y continuar con su vida. Tenía que ignorarlo, volver a su vida real y no tontear con cuentos de maravillosos príncipes italianos de cuerpos imposibles y seductoras sonrisas que besaban con una intensidad que paralizaban el corazón a cualquiera. Tenía que ignorar el teléfono. No contestar. Pero se conocía. E iba a hacerlo.

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