miércoles, 8 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 15

 —Supongo que ahora llamarás a la policía.


—No, todavía no —respondió con firmeza.


—Pero…


Pedro se movió con impaciencia.


—Escucha, P.J., esto no es asunto tuyo. Llevo semanas buscando a este niño. Por fin lo hemos encontrado y haremos lo que creamos necesario.


Paula sacudió la cabeza, irritada.


—¿Por qué sigues llamándome así? —preguntó molesta—. Me llamo Paula. Es un nombre bonito y no necesita abreviatura.


Pedro alzó una ceja.


—¿No te parece demasiado formal? ¿En serio quieres que te llame por el apellido y te trate de usted?


—Cari no es mi apellido —le aclaró ella—. No sé de dónde te lo has sacado, pero Paula es mi nombre. Mi nombre de pila. Y no lleva ninguna J.


Pedro sacudió la cabeza perplejo.


—Pero tú te llamas Patricia Jesica Keller, ¿No?


—No —respondió ella arrugando la nariz, pensando de dónde había sacado un nombre tan ridículo—. Me llamo Paula chaves. Desde hace ya algún tiempo. De hecho es oficial, y tengo pruebas. ¿Quieres ver mi carné de conducir?


Pedro se quedó mirando en silencio los transparentes ojos azules. Desde luego parecía estar diciendo la verdad. Y empezó a verlo claro. Todo aquello había sido bastante extraño desde el principio. Para empezar ella no respondía al perfil de mujer que esperaba. Y ahora… ¿Qué demonios había hecho? ¡Se había equivocado de mujer!


—No, no —dijo por fin. 


Paula suspiró con impaciencia, apretando al niño contra su pecho. Aquella cita había sido de lo más extraña desde el principio, y no hacía más que empeorar. Para empezar, el hombre era totalmente diferente a lo que había esperado. Además estaba el elemento italiano, por no mencionar el acento. La madre al teléfono. Niños abandonados en apartamentos destartalados. Un ayudante llamado Javier. Cualquiera diría que había aterrizado en mitad de una escena de una pésima película de serie B, en medio de un diálogo descabellado.


—Escucha, Gustavo —empezó ella con los ojos en llamas, como preparada para leerle la cartilla.


Pedro abrió desmesuradamente los ojos y echó la cabeza para atrás.


—¿Quién demonios es Gustavo? —quiso saber.


Paula se quedó pasmada. ¿Él no era Gustavo? ¿No era el hombre que había estado esperando? ¿No era su cita a ciegas? No, claro que no. ¿O es que no lo había sospechado desde el principio? En aquel momento se le cayó la venda de los ojos, y reconoció que aquél no era el primo del marido de su amiga, y que eso lo explicaba todo.


—¿Tú no eres Gustavo Jeffington? —preguntó ella, aunque ya sabía perfectamente que no lo era.


Pedro negó con la cabeza, con cara de decepción y sin ocultarlo.


—Nunca he oído hablar de él —repuso él.


—Oh —Paula se balanceó inestable. 


De repente vio la imagen de un hombre alto y rubio con gafas llevando una rosa roja en la mano. Lo había visto justo cuando estaba a punto de salir del local, y ahora se dió cuenta de que ése tenía que ser Gustavo. Sin embargo, en el fondo lo sabía. ¿O no? El apuesto y elegante hombre moreno de mirada indescriptible era demasiado bueno para ser verdad. O demasiado malo, dependía de cómo se mirara. Y el pobre de Gustavo Jeffington… ¿Seguiría esperándola en el Longhorn Lounge?


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