miércoles, 15 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 28

Sin embargo la imagen de la carita arrugada y las mejillas encendidas de Joaquín se le quedó grabada en la mente. De vuelta en el salón, estudió el certificado que parecía garantizar la profesionalidad de la niñera. Quizá debería llamar a la escuela que lo había emitido. O mejor llamar a Paula para preguntarle su opinión. Estaba a punto de descolgar el teléfono cuando se detuvo. No, no podía hacer eso. Tenía que romper todo contacto con ella. Si no lo hacía, no podría quitársela de la cabeza. No podía seguir pensando en ella. Su objetivo era seducir a P.J. y en eso tenía que concentrarse. Maldiciendo en voz baja, se tapó los oídos con algodón y salió a la terraza a sentarse con Javier. 



El Penique de Cobre donde trabajaba Paula estaba junto a la autovía. Una mezcla de turistas y habituales formaba la clientela de la acogedora cafetería. A ella le gustaba la hora de después de comer, cuando el ajetreo habitual de la comida quedaba reducido a unas pocas amas de casa tomando café y algunos vaqueros que se acercaban a tomar algo desde los ranchos cercanos. Lo que más le gustaba de su trabajo era la camaradería general que reinaba entre trabajadores y clientes. Paula conocía a muchos de ellos, trabajadores de ranchos vecinos, con los que solía bromear. Pero ahora no tenía ganas de bromas. Mientras servía cafés y anotaba comandas con aire distraído, su mente estaba lejos de allí. Recordando la noche con Pedro. «Sólo tengo que pensar en él todo lo que pueda para quitármelo de la cabeza de una vez por todas», se dijo con impaciencia. Era un buen plan, aunque no estaba tan segura de que fuera a funcionar. Desde el momento que lo vió aparecer en el club nocturno supo que no era hombre para ella. Demasiado alto, demasiado guapo, demasiado arrogante, demasiado seguro de sí mismo. Su marido también había sido así. Bueno, no tan alto, ni tan guapo, ni tan seguro de sí mismo, pero desde luego tan arrogante o más. Y había conseguido hacer de su vida un infierno. Para ella, el marido autocrático era lo peor que podía haber para una mujer, y de momento no quería a otro hombre de su vida. Y menos a uno como Franco. Ni tampoco como Pedro.


—Por eso Gustavo es perfecto para tí —le había asegurado Agustina cuando pasó a verla antes de ir a trabajar para explicarle cómo había terminado con el hombre equivocado—. Tienes que conocerlo mejor. Tienes que volver a quedar con él para darle una oportunidad.


—Oh, Agus. No sé… después de lo de anoche…


—Escucha, se lo debes. El pobre estuvo horas esperándote.


—No, de eso nada. Al menos no es eso lo que me ha dicho.


—Pero estaba ansioso por conocerte —continuó insistiendo Agustina, que no era de las que tiraban la toalla.


Paula tuvo que reprimir una sonrisa al recordar la insistencia de Agustina. Un nuevo cliente entró y se sentó en la barra. Cuando ella se volvió y vió que era Pedro, casi se le cayó la cafetera de la mano. Él esbozó una media sonrisa y se encogió de hombros. Dejó la cafetera y respiró hondo. Jamás se le ocurrió pensar que pasaría por allí. Pedro llevaba unos pantalones de tela que le quedaban como un guante, ajustándose donde se tenían que justar y abultándose donde se tenían que abultar, y una camisa blanca de seda con los primeros botones desabrochados. No se había afeitado y su aspecto era delicioso.


—¿Qué haces tú aquí? —quiso saber ella bajando la voz.


Ni siquiera se molestó en preguntarle cómo había localizado su lugar de trabajo. Conocía la respuesta: Tenía gente que trabajaba para él que sabía cómo averiguar ese tipo de cosas. Algo le dijo que, si quería, Pedro siempre la encontraría. Él la observaba maravillado. Paula se había recogido la rizada melena rubia detrás de la cabeza y algunos rizos sueltos le enmarcaban la cara. Llevaba un uniforme almidonado, azul celeste con borde de encaje, un delantal blanco y unos cómodos zapatos blancos. Su aspecto era el de una adorable enfermera en un hospital de cuento de hadas. Sólo faltaban unos cuantos personajes de dibujos animados a su alrededor. 

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