viernes, 30 de septiembre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 10

El cielo estaba lleno de estrellas y la cálida brisa olía a pino y a salvia. El dulce perfume de las petunias que florecían cerca se mezclaba con el olor más penetrante del desierto. Era una noche agradable para comer fuera y por primera vez en mucho tiempo sus padres habían hecho un hueco en sus ocupadas vidas para reunirse con Pedro en su restaurante favorito. Frente a él, Ana terminaba su mousse de chocolate mientras él y su padre tomaban café.


-Ya sé que estás listo para irte, querido, pero dame un segundo para que me termine esta delicia. Es raro para mí comer un postre que no haya hecho yo misma.


-Ya lo sé -lanzó Horacio una breve carcajada y le dió a su mujer unas palmaditas en la mano-, eres una esclava. Uno de estos días te quitaré las cadenas.


Una leve sonrisa iluminó la cara de Pedro mientras observaba las bromas de sus padres. Después de veintitantos años casados, seguían tan enamorados como siempre. La solidez de su familia siempre le había dado una gran seguridad. A veces incluso lo hacía sentirse un poco triste porque sentía que él nunca sentiría la bendición de una relación como la de ellos. Ana dejó la cuchara y se limpió los labios con la servilleta.


-De acuerdo, pide la cuenta al camarero y nos vamos -le dijo a su marido-. De todas formas tengo que volver a casa para ver a la yegua. Si no da a luz esta noche, lo hará mañana.


Horacio sacó la cartera y comenzó a contar los billetes. Frente a él, Pedro negó con la cabeza.


-Olvídate de la cuenta -les dijo a los dos-. Yo invito.


-Pedro, esto es una celebración porque te han quitado la escayola -dijo Ana-. Tu padre y yo queríamos invitarte.


-Contar con su compañía es suficiente celebración para mí.


Horacio guardó la billetera y retiró la silla mientras se daba unas palmaditas en la inexistente barriga. 


-Bien, tengo que reconocer que hoy ha sido un buen día. Mi hijo ha recuperado el uso de su pie, la empresa acaba de contratar al mejor geólogo en el negocio del petróleo y para terminar, me invitan a comer.


-Y si Miss Mighty Dash me da el potrillo pinto que quiero, será el día perfecto -añadió Ana mientras agarraba su bolso.


-Por cierto -le dijo Horacio a Pedro-, ¿Sabes si la señorita Chaves tiene alojamiento?


-Dijo algo sobre una reunión con una inmobiliaria esta tarde -dijo Pedro-. Supongo que por ahora se alojará en un motel.


Horacio se frotó la barbilla pensativamente.


-Tendríamos que invitarla a quedarse en el rancho hasta que encuentre algo más permanente y le lleguen las cosas de su mudanza desde Houston, ¿No te parece? -dijo, mirando interrogante a su esposa.


-Ya hemos tenido a otros empleados de la empresa antes -sonrió su aprobación Ana-. Me encantará recibir a la señorita Chaves también.


Pedro se los quedó mirando consternado. Normalmente le daba igual quién se quedaba en el Bar A. El rancho era de sus padres y él tenía su propia casa. Pero el mes anterior se había mudado temporalmente a casa de sus padres mientras un par de carpinteros le renovaban el interior de la casa. ¡Si Chaves se instalaba en el Bar A, eso significaba que él tendría que vivir con ella también!


-¡No lo dirán en serio! ¡No es necesario que la inviten al Bar A! ¡De ninguna manera! ¡Miren, puede que tenga que trabajar con ella, pero eso no significa que tenga que estar con ella las veinticuatro horas del día!


-Pero, Pedro -regañó Ana, sorprendida ante la súbita explosión de Pedro-, la señorita Chaves no será necesariamente tu invitada. Será la invitada de tu padre y mía. ¿A qué se debe esa pataleta? No va contigo que seas tan infantil y egoísta.


El sentimiento que Paula Chaves despertaba en él no tenía nada de infantil y se alegró de que estuviese bajando el sol. De lo contrario, sus padres habrían visto el rubor que se extendía por su cara. 

Otra Oportunidad: Capítulo 9

Ella dejó caer los brazos y la mirada de él descendió a la generosa curva de sus senos. Bajo la camisa de algodón color verde menta se podía distinguir el ligero borde de su sujetador de encaje. Intentó no pensar en el aspecto que tendría sin esa prenda.


-Supongo que se puede decir que soy... Un alumno adelantado -dijo.


Al notar que sus ojos se detenían más abajo de su rostro, Paula cruzó nuevamente los brazos sobre el busto y le lanzó una mirada relampagueante.


-Se lo digo ahora mismo. El único motivo por el que me quedaré con Zolezzi Exploration es su padre. Es un hombre respetado en el medio y ahora que lo he conocido, me doy cuenta del motivo. Me siento honrada de poder trabajar para él. Y he decidido que resultaría tonto desaprovechar esta oportunidad por el orgulloso y sabelotodo de su hijo.


-¿Significa esto que trabajaremos juntos, entonces? -preguntó él con una sonrisa maliciosa.


-En contra de toda sensatez.


También era en contra de lo que Pedro consideraba sensato, pero no era un hombre que se arredrara ante un desafío.


-Mi padre se alegrará de oírlo.


Ella sonrió también, y el movimiento de sus labios tuvo suficiente poder para hacer que a Pedro se le encogiesen los dedos de los pies.


-No se moleste en decir que usted también se alegra- dijo ella.


Como si considerase su conversación acabada, ella se dirigió a la silla en la que se había sentado antes y agarró un bolso de cuero. Se colgó la correa del hombro y se encaminó a la puerta. La mirada de Pedro siguió el elegante movimiento de sus caderas.


-¿Necesita ayuda para encontrar un sitio por aquí? -se le ocurrió preguntar a él.


Ella miró su reloj y luego abrió la puerta.


-Dentro de treinta minutos tengo una cita con un agente inmobiliario.


-¡Un agente inmobiliario! ¿Quiere decir que piensa comprar más que alquilar?


-Tengo intención de plantar raíces -sonrió ella nuevamente.


-¿Sin período de prueba? 


-En cuanto ví esta zona, me enamoré de ella. Acabo de decidir que lo que tenga que soportar en el trabajo será un pequeño precio a pagar para establecer mi hogar aquí.


Mi hogar. Le había dicho a Pedro que no buscaba un hogar en el sentido tradicional de la palabra. Entonces, ¿Qué era lo que estaba buscando? ¿Y por qué se la imaginaba todo el tiempo como madre y esposa? Era una científica. Una mujer que había estudiado rocas, estratos, períodos geológicos y cartas sismográficas.


-Entonces, espero que no se desilusione, señorita Chaves.


-Lo único que me desilusionará es que me siga llamando señorita Chaves. Mi nombre es Paula -dijo ella con una sonrisa irónica y luego salió.


Pedro se pasó la mano por el pelo y lanzó un ronco gemido. Esa mujer era un trozo de dinamita ambulante. Solo mirarla era peligroso. ¿Trabajar con ella? Ya podía ver la explosión aproximándose. 

Otra Oportunidad: Capítulo 8

 -Para empezar, quería salir de Houston. No me disgustaba la ciudad, pero estaba cansada de vivir en un departamento y llevar esa vida agitada. Quiero una casa con jardín y árboles.


No pudo evitar mirarla por encima del hombro.


-Parece que quiere establecerse, más que avanzar en el trabajo.


Ella cuadró los hombros y dió la vuelta al escritorio para colocarse a su lado frente a la ventana.


-Supongo que se puede decir que me gustaría bajar el ritmo, pero no de la forma que usted supone.


Los verdes ojos se cruzaron con los castaños.


-No sabía que hubiera otra forma para... Una mujer.


¿Por qué permitía que la irritara? Era tonto, considerando que había tenido que lidiar con hombres mucho peores.


-Quizás le interese saber que no todas las mujeres estamos desesperadas por casarnos. Podemos llevar nuestra vida sin un hombre.


-¿Ah, sí? Mi madre cree que una mujer tiene que encontrar a un hombre y un hombre a una mujer antes de que puedan ser totalmente felices.


-Su madre ha de ser una romántica redomada -murmuró.


Luego se dió la vuelta y concentró su atención en las montañas que se extendían varios kilómetros de distancia. Y Paula Chaves no era una romántica. No lo había dicho, pero Pedro lo había leído en su rostro antes de que ella se diese vuelta. Era un alivio saber que ella no buscaba romance. Ello haría que trabajar juntos resultase mucho más fácil.


-Este trabajo hará que tenga que viajar a un montón de sitios, particularmente aquí, en Nuevo México. No es probable que tenga demasiado tiempo para disfrutar de su casa con jardín.


-No quiere que acepte el trabajo, ¿Verdad? -le preguntó ella, mirándolo por el rabillo del ojo.


Él se forzó a mantener la mirada fija en los hermosos bosques donde se podían ver ardillas y pájaros alimentarse a todas horas del día. 


-Yo no soy quien toma la decisión final. Mi padre es quien tiene ese derecho -le dijo.


-Eso no es lo que yo he dicho -señaló ella.


-Creo que ha venido aquí buscando algo que no podía encontrar en Houston. No creo que lo encuentre aquí tampoco.


¿Cómo podía saber lo que ella buscaba? Paula acabó el amargo café y tiró el vasito a una papelera.


-¿Es usted una autoridad en geólogos, o mujeres, o ambos?


-No me considero una autoridad en nada -respondió él.


Ella sonrió, pero la expresión no le alcanzó los ojos.


-Entonces no intente comprenderme. Muchos hombres lo han intentado y fallado.


-Mire, señorita Chaves, no intento analizarla. Solo quiero asegurarme de que usted está aquí para trabajar. Puede que esta no sea la gran empresa para la que usted trabajaba en Houston, pero tenemos muchos pozos petrolíferos. Si usted ha venido aquí pensando que sería fácil, será mejor que se vuelva a Texas.


Ella se acercó hasta estar solo a un paso, se cruzó de brazos y levantó la vista hacia él.


-¿Qué edad tiene, señor Alfonso?


Él frunció el ceño como si no pudiera creer lo que le preguntaba.


-Veinticinco. Pero no creo que mi edad tenga nada que ver con esta conversación.


-Ajá. Bien, me sorprende que haya logrado aprender tanto en un período tan corto de tiempo. A la mayoría de los hombres les lleva muchos años más de los que usted tiene.


Pedro podía decir sin una gota de pedantería que tenía el don de la palabra, especialmente con el sexo opuesto. Algo que, según le habían dicho, había heredado de su padre de nacimiento, Tomás, quien había muerto poco tiempo después de que él llegase al mundo. Pero aquella mujer no se parecía a ninguna de las que había conocido hasta ese momento. Quería besarla y estrangularla. Quería hacer que la altiva confianza se borrara de su rostro. 

Otra Oportunidad: Capítulo 7

 -Créame, señor Alfonso, si hubiera intentado matarlo, habría encontrado una forma más fácil y sencilla que hacer que saliese disparado de un Jeep.


Tomó un trago del café, hizo un gesto de disgusto ante el amargo sabor y luego lo miró. Tenía facciones fuertes y huesudas, la piel morena por el sol y los ojos verdes como esmeraldas húmedas. Su pelo era del color de la caoba brillante y le caía sobre la frente en una onda. Si tuviera que describir su aspecto con una sola palabra, diría que tenía un atractivo sexual.


-¿Cree en realidad que podremos trabajar juntos? -le preguntó. 


Pedro no podía imaginarse haciendo ningún tipo de trabajo junto a esa mujer, pero se cuidó bien de decirlo. Zolezzi Gas and Exploration necesitaba un buen geólogo desesperadamente. Si iba a ser Paula Chaves, entonces tendría que hacer un esfuerzo y concentrarse en ser profesional.


-Si usted puede olvidar la primera vez que nos vimos, yo también puedo -dijo.


Ella olía a lilas y antes de poder controlarse, un montón de preguntas lo asaltaron.


-Muy generoso de su parte -respondió ella.


Pedro dejó escapar el aire que estaba conteniendo. Si la memoria no le fallaba, lo único que ella le había dicho era que estaba divorciada y que llevaba diez años trabajando de geólogo. Aparte de eso, no tenía ni idea de dónde provenía o de cómo su padre la había logrado seleccionar de una larga lista de potenciales candidatos para el puesto. Paula tomó otro trago de café.


-Yo, ejem..., Al día siguiente del accidente me dirigía al hospital a ver cómo se encontraba cuando una llamada urgente me obligó a tomar un avión de vuelta a los Estados Unidos. Llamé al hospital más tarde y una enfermera me aseguró que estaba bien. Me alegré de ello.


Pedro se había convencido de que no le importaba si Paula Chaves tenía la cortesía de ir al hospital a ver si se había muerto o no. Pero ahora, sentía que tenía quince años en vez de veinticinco. Su explicación lo hacía sentir ridículamente bien.


-Solo tuve la molestia de una escayola -dijo, forzándose a separarse de ella.


Tomó su taza y se acercó a la pared de cristal. Las montañas cubiertas de coníferas se extendían ante sus ojos hacia el sur. Hizo el esfuerzo de mantener su atención fija en su belleza en vez de la de Paula Chaves


-¿Qué la ha traído a Zolezzi Gas and Exploration? -le preguntó-. Hace seis semanas tenía un trabajo con una buena empresa.


Paula se preguntaba lo mismo. Se hallaba satisfecha con sus anteriores jefes. Sus oficinas centrales se hallaban en Houston, el centro de la industria petrolera. Le pagaban un salario excelente y la gente con quien trabajaba era de lo más agradable. Pero se había sentido ahogada en la ciudad. Y aunque no le gustase reconocerlo, se había enfrentado al hecho de que su vida se había estancado. Quería y necesitaba un cambio. Sin embargo, si hubiese sospechado que ese hombre era parte de Zolezzi Exploration, nunca habría aceptado el trabajo. 

Otra Oportunidad: Capítulo 6

 -No tengo sentimientos personales hacia Paula Chaves-dijo abruptamente.


-No dabas esa impresión hace unos momentos cuando casi le arrancas la cabeza a mordiscos -señaló Horacio-. Ustedes... ¿Pasó algo entre ustedes en Sudamérica?


Pedro pareció ofendido por el comentario de su padre.


-¡Papá, la señorita Chaves debe tener cerca de treinta años! 


La expresión de Horacio se tornó irónica.


-¿Desde cuando te han detenido unos años de diferencia?


Pedro tuvo la elegancia de ruborizarse.


-Bueno, quizás ella no sea mayor que yo. Pero te puedo decir con certeza que no es mi tipo en absoluto.


-Fenomenal -dijo Horacio y le dió una palmada de aliento en el hombro-. Entonces no será un problema para tí volver a mi oficina y asegurarle que te causará mucha ilusión trabajar con ella.


-Haré lo posible por mentir.


-Créeme, Pedro -río Horacio-, dentro de unos meses me agradecerás que la haya contratado.



Paula ya casi había decidido no esperar más cuando la puerta de la oficina se abrió y Pedro Alfonso entró en la habitación. Ella inmediatamente se puso de pie y entrelazó las manos tras la espalda.


-¿Dónde está el señor Alfonso? -preguntó sin preámbulos.


-Yo soy el señor Alfonso con quien trabajará. Mí padre se ha ido a casa a nuestro rancho.


Paula se humedeció los labios e hizo un esfuerzo por permanecer calmada. Nunca había sido una persona que se dejase llevar por los sentimientos. Ese era uno de los motivos por los que tenía éxito a pesar de su sexo. Pero ese joven tenía algo que la hacía alterarse como nunca.


-Mire señor Zole... señor Alfonso Zolezzi -se corrigió intencionadamente-, creo que usted y yo sabemos que nunca podremos trabajar juntos.


Pedro estaba totalmente de acuerdo. Pero según su padre había dicho hacía unos minutos, en esta ocasión tendría que dejar sus sentimientos de lado. Esa mujer con aspecto sensual era una científica muy inteligente. Había estado con ella menos de un día, pero ese poco tiempo había sido lo suficiente para llegar a la conclusión de que ella conocía su profesión. Se dirigió hacia el escritorio y apoyó la cadera en él.


-Estoy dispuesto a probar.


-¿Porque su padre se lo ha impuesto?


Pedro intentó no irritarse ante la pregunta. 


-Horacio no me fuerza a hacer nada. No es ese tipo de padre. Y yo no soy ese tipo de hijo.


Bastaba mirarlo para darse cuenta de que no era un hombre al que se pudiera mangonear. A pesar de ser joven, ya tenía una enorme presencia. Y no era solo su aspecto físico, aunque el cielo sabía cómo la visión de sus anchos hombros y delgado cuerpo la sacudían hasta el tuétano.


-Sí. Lo creo. No me lo imagino cediendo ante nadie.


Pedro la miró para descubrir a qué se refería, pero al recorrerle con la vista los altos pómulos, la dorada piel, los ojos color chocolate y los labios maquillados color cereza, se olvidó para qué la miraba. El contraste de esos labios contra el resto de su cara era lo más erótico que recordaba haber visto en una mujer.


-Mire, señorita Chaves, me doy cuenta de que no nos conocemos demasiado y...


-Cuatro horas como máximo -lo interrumpió ella.


Pedro asintió y se dirigió a una mesita donde había una cafetera con tazas. Sentía que se ahogaba.


-¿Café? -ofreció.


-Gracias, solo, por favor.


Él sirvió dos tazas y le llevó una. Su intención era dársela y alejarse inmediatamente, pero como había descubierto en el poco tiempo que habían compartido, cuando se acercaba a ella no era dueño de sus actos. Se quedó a un paso de ella y volvió a mirarle los rojos labios.


-Me doy cuenta de que no quería matarme. Solo lo pareció. 

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 5

Horacio hizo un gesto de exasperación con los ojos.


-Pedro, sabes que la mujer no chocó con el Jeep a propósito para hacerte daño. ¡Y yo no tenía ni idea que la Paula que mencionaste en el hospital era ésta! Sólo dijiste que ella te ofreció llevarte un día hasta el campamento. No sabía que fuese geólogo ni que trabajase para una compañía petrolera. Pensé que era una novia que te habías echado por allá.


-Mira, papá, aunque ella no lo hubiese hecho intencionalmente, tiene un montón de otros problemas -al ver la impaciencia en el rostro de su padre, lanzó un profundo suspiro-. No creo que pueda trabajar con ella ni dos días, ni siquiera dos horas.


Horacio se cruzó de brazos y le lanzó una seria mirada.


-Pues bien, dime el tipo de problemas que tiene.


-Es imprudente. Siempre cree tener la razón. Obcecada. Irrespetuosa.


-Es decir que es muy parecida a tí.


-Papá, ya sabes lo que quiero decir. Es... Bueno, es una mujer en un mundo de hombres. No encaja.


-Es más que todos los hombres que he entrevistado. Será una buena baza para la empresa.


-Si me encuentras a alguien más con quien trabajar, puedes reducir mi salario a la mitad.


Horacio arqueó las cejas.


-¡Lo dices en serio!


-Completamente -le respondió Pedro.


Horacio le escrutó el rostro largo rato. Ya conocía esa expresión en el rostro de su hijo. Obcecado, desafiante, incluso un poco temerario. Y sintió que el tiempo volvía atrás treinta años y se estaba mirando al espejo.


-Pues yo también hablo en serio -le dijo a su hijo-. Veo que permites que tus emociones personales interfieran con el verdadero propósito aquí. Sacar petróleo y gas, y hacérselo llegar al consumidor.


Inclinando la cabeza, Pedro metió las manos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros y se miró las puntas de las botas. ¡Las botas que había tenido que cortar! Intentó no pensar en ello en ese momento. Probablemente también podía perdonar que Paula lo hiciese salir disparado del Jeep sin capota. Pero, ¿Podría estar cerca de ella un día sí y otro también? Esa mujer lo alteraba de formas que no quería pensar.


Otra Oportunidad: Capítulo 4

La mujer se puso de pie. Estaba igual que la recordaba. Alta, de piernas largas y curvas rellenas y sensuales. Tenía el largo y castaño pelo espeso y desteñido por el sol. En ese momento lo llevaba trenzado.


-¿Se conocen? -preguntó Horacio.


Con el ceño fruncido, su mirada se dirigió de su hijo a la mujer que acababa de contratar para la compañía.


-¿Es este su hijo? -le preguntó ella a Horacio con su ronca voz.


Pedro la recorrió con la mirada desde la gruesa trenza que le caía sobre un pecho hasta la expresión de incredulidad de su rostro.


-¡Como si no lo supiese! -dijo con sorna.


Ella lo ignoró y dirigió su mirada castaña a Horacio.


-Pensé que su nombre era Zolezzi.


-Sí, lo es.


Ella miró a Pedro y luego sintió como si le hubiesen dado un puntapié en medio del vientre.


-En Sudamérica me lo presentaron como Pedro Zolezzi -dijo ella, con la voz teñida de confusión.


-Soy Pedro Alfonso-rugió él-. Pedro Alfonso Zolezzi. No intente convencerme de que no lo sabía.


-¡Pedro! -exclamó Horacio- ¿Qué te sucede? La señorita Chaves no te ha hecho ningún daño.


-¡Claro que sí! ¡Casi me mató! ¡Por su culpa fui a parar al hospital y llevé una escayola seis semanas!


Paula Chaves echó chispas por los ojos cuando le lanzó una mirada que habría paralizado a un hombre menos fuerte.


-¡Yo no le hice nada! ¡Usted se lo hizo a sí mismo!


-Desde luego. Yo soy quien dió el viraje para esquivar a aquel perro.


-¿Qué quería que hiciera? -preguntó ella indignada- ¿Que lo matara?


-Habría estado mucho mejor que matarme a mí.


Los altos pómulos se ruborizaron.


-Nada habría sucedido si hubiese tenido puesto el cinturón de seguridad. Ya se lo dije en ese momento. Pero no. Tenía que hacerse el macho y... 


-Yo no habría...


-¡Epa, epa! -gritó Horacio por encima de sus voces-. Creo que ha habido algún error aquí y...


-Por supuesto que lo ha habido -interrumpió Pedro acaloradamente-. Y el error fue contratarla -hizo un gesto señalando a Paula.


-Lo siento, señor Alfonso dijo Paula-. Yo no sabía que este -señaló a Pedro con la cabeza- hombre era su hijo. De lo contrario, nos habría ahorrado a los dos tiempo y molestias y le habría dicho que no podía aceptar el puesto en su empresa.


Al ver que la situación se estaba yendo de madre, Horacio sacudió la cabeza.


-Por favor, tome asiento, Paula, mientras cruzo unas palabras con Pedro. Solo me llevará unos momentos, se lo prometo.


Agarró a Pedro del brazo y se lo llevó por el corredor hasta un almacén.


-¿Se puede saber qué diablos te pasa? -le espetó en cuanto cerraron la puerta- ¡Nunca en mi vida te había visto actuar de forma tan ruda y grosera! La señorita Chaves es un excelente geólogo. De los mejores. Tenemos suerte de tenerla con nosotros. Si se queda. Gracias a tí.


Pedro respetaba a su padre profundamente y lo amaba todavía más. Desde que era pequeño quería crecer y ser exactamente como él. Quería ser un petrolero de los mejores. Quería que lo conocieran en el ramo de la misma forma que conocían a su padre. Pero había veces en que chocaba con su padre, y aquella era una de ellas.


-Papá, Paula Chaves es la mujer que conducía cuando salíamos del campamento en Sudamérica. Ella es la mujer que me accidentó. ¿Necesito decir más? 

Otra Oportunidad: Capítulo 3

 -¿De veras? Creía que te lo habías hecho trabajando.


-Fue en el trabajo -dijo Pedro, dirigiéndole una mirada cansada-. La mujer estaba chiflada...-se interrumpió, sacudiendo la cabeza y Josefina se rió-. Vete a buscar al doctor, ¿Quieres? Papá me espera dentro de veinte minutos.


-De acuerdo -rió ella suavemente y se dió vuelta para marcharse-. No te molesto más por ahora. Pero uno de estos días quiero oír cómo te rompiste ese tobillo. 



Cuando Pedro llegó a la oficina de Zolezzi Gas and Exploration treinta minutos más tarde, pasó junto a la recepcionista y tres secretarias, se dirigió directamente a la oficina de su padre y golpeó con los nudillos en la puerta de roble oscuro. A través del panel de madera oía voces apagadas. Bien, pensó. El geólogo que su padre había contratado ya había llegado y con un poco de suerte estaba listo para ir a trabajar. Había un montón de proyectos que esperaban que se tomasen decisiones y ahora que se hallaba libre de la molestia de su escayola, estaba que ardía por ponerse manos a la obra. Un segundo más tarde, la puerta se abrió. Su padre, Horacio, que seguía teniendo el cabello oscuro y el mismo atractivo de siempre a los cincuenta y cinco años, lo agarró del hombro y lo hizo entrar a la amplia oficina.


-¡Pedro! Entra. Me preguntaba si llegarías a tiempo -exclamó afectuosamente-. Ya veo que te han quitado la maldita escayola. ¿Qué tal sientes el tobillo?


Pedro miró hacia su izquierda, donde una mesa y varios sillones de cuero se agrupaban cerca de una pared de cristal. La puntera reforzada de una bota de trabajo y parte de una pierna enfundada en vaqueros se asomaban por detrás de una silla, pero el alto respaldo le impedía tener una visión clara de la persona sentada frente al escritorio de Horacio.


-En este momento lo tengo tan rígido e hinchado como el extremo de un bate de béisbol -respondió Pedro, volviendo su atención a su padre-. Tuve que cortar la bota para poder meter el pie dentro. Pero el doctor dice que está curado y que pronto se pondrá bien. Espero que sepa lo que dice.


-Ya podrás correr una carrera en un par de semanas -le dijo su padre, dándole una cariñosa palmada en la espalda-. Y las botas son menos valiosas que tu cuello.


Pedro lanzó una ahogada carcajada sin alegría mientras su padre lo llevaba hacia el escritorio rodeado de sillas.


-Ven -le dijo-, quiero que conozcas a nuestro nuevo geólogo. Estoy seguro de que los dos podrán hacer maravillas juntos.


La silla se giró lentamente hacia ellos y Pedro instantáneamente se detuvo.


-¡Usted! 

Otra Oportunidad: Capítulo 2

Él dejó escapar un gemido de cansancio. Josefina y su madre, Ana, eran hermanas. Con toda probabilidad, esa conversación se repetiría entre las dos. Realmente tendría que hacer un esfuerzo para elegir sus palabras con mayor sensatez. Pero, ¿por qué se preocupaba? Su madre ya sabía lo que sentía al respecto.


-Oh, oigo lo que dicen mis amigos casados. Y he tenido algunas novias que me han dado más de una pista de lo que sería tener a una mujer constantemente atado a mí -haciendo un gesto de disgusto, se pasó la mano por el pelo castaño y el mechón le volvió a caer sobre la frente-. No quiero decir con ello que crea que el matrimonio es algo malo. Después de todo, a Fernando parece encantarle ser esposo y padre. Y ahora Luciana, mi melliza, parece caminar en una nube rosa. Pero estoy convencido de que eso no es para mí.


-Nunca me he entrometido en tu vida, Pedro -le dijo Josefina, dándose golpecitos en la barbilla con el índice mientras lo observaba detenidamente.


-Así que no arruines tu reputación comenzando a hacerlo ahora -le respondió él.


Josefina simuló no reconocer su tono de advertencia. 


-Los últimos años has cambiado de mujer como de camisa.


Pedro lanzó un resoplido por la naríz.


-Es verdad. Y ninguna me quedaba bien.


-Sé que no lo crees así, Pedro -suspiró Josefina-, pero hay una mujer especial allí afuera para tí.


-No, tía Josefina, en eso estás equivocada. Todas las especiales están ocupadas. De una forma u otra.


Ambos sabían que se refería a la muerte de Soledad. Pero ella decidió que no era el momento de sacar a relucir la trágica pérdida de Pedro.


-No te enfades conmigo -dijo Josefina y le dió unos golpecitos en el hombro-. Es que tu tía vieja está más preocupada por tu salud mental que por el estado de ese pie flacucho.


-Mi salud mental está fenomenal ahora que he vuelto a Nuevo México -dijo Pedro, echando una mirada irónica al pie-. Y no compares mi pie con el de Fernando. Tu hijo tendría que haber sido jugador de fútbol en vez de Texas Ranger. La profesión habría sido mucho más segura, si quieres mi opinión.


-Muchísimo más -sonrió Josefina y luego señaló su tobillo recién soldado-. Pero me da la impresión que trabajar en el petróleo no es tampoco demasiado seguro. No recuerdo haber visto nunca a Fernando con muletas durante seis semanas.


-Tienes toda la razón, tía Josefina -dijo Pedro, dando una fuerte palmada al vinilo acolchado de la camilla-. No ha sido el petróleo lo que ha causado la rotura de mi tobillo. ¡Me lo hizo una mujer!


Josefina arqueó una ceja con divertida ironía. 

Otra Oportunidad: Capítulo 1

 -¡No irás a usar eso conmigo!


Horrorizado, Pedro miró a su tía Josefina como si estuviese seguro de que se había vuelto loca. Aunque ella llevaba años trabajando de enfermera diplomada en la clínica médica de Ruidoso, y era conocida por su dedicación y su delicado trato a los pacientes, pensaba en ese momento que podría haber sido la encarnación de la ayudante del doctor Frankenstein. Josefina apretó el gatillo de la sierra eléctrica que tenía en la mano y la hoja comenzó a vibrar con un fuerte zumbido.


-Ya sé que parece que se la he robado a un carpintero, pero, créeme, si quieres que te quite esa escayola antes de la hora de comer, tendrás que confiar en mí. De lo contrario, habrá que recurrir a un serrucho.


-¿No hay, nada con que ablandarla? ¿Agua? ¿Bourbon? ¿Acido? - preguntó él con los ojos clavados en la hoja en forma de zigzag.


-Los hombretones como tú son todos iguales -rió ella-. Se asustan de una pequeña aguja. Se desmayan al ver una gota de sangre. Si corriese de cuenta de los hombres tener los niños, la población mundial caería en picado.


Le agarró el pie y apoyó la escayola contra su muslo. Pedro se aferró con las manos al borde de la camilla y se preparó para lo que se aproximaba.

 

-Si corriese de mi cuenta... -se interrumpió de golpe cuando Josefina comenzó a cortar el yeso. Una nube blanca se levantó cuando la hoja se hundió en el material que le recubría el pie.


-¿Si qué corriese de tu cuenta? -preguntó su tía mientras dirigía la cuchilla hacia la zona del tobillo.


-La población mundial sería cero -dijo Pedro, intentando no pensar que le serraba en dos el hueso recién soldado-. No tengo ninguna intención de tener niños.


Josefina hizo un ruido de desaprobación.


-Tu madre te daría unos azotes si te oyera. 


-Probablemente sí -asintió Pedro-. Pero ya le he dicho que Luciana y Carolina le pueden dar nietos. No es necesario que cuente conmigo para continuar con la estirpe de los Murdoch y los Sanders.


Una vez que cortó la escayola de un extremo al otro, Josefina dejó la sierra eléctrica y separó las dos mitades con delicadeza. Pedro sintió alivio al ver que su tobillo y pie estaban en perfectas condiciones después de semanas de inmovilización. Ella le frotó el tobillo y el empeine sonriendo.


-¿Tienes algo en contra de los bebés y los niños? -preguntó.


-Lo cierto es que me gustan los niños. Pero no se les puede tener sin esposa y eso sí que no quiero tener. No quiero una mujer que me esté diciendo cuándo me tengo que levantar, cuándo comer, cuándo ir a la cama, cómo gastarme el dinero y pasar el tiempo.


Ella puso los brazos en jarras y se alejó un paso para clavarle una mirada recriminatoria.


-Nunca has tenido una esposa. ¿Qué te hace pensar que todas hacemos eso? 

Otra Oportunidad: Sinopsis

Cuando Paula Chaves, una mujer independiente, se mudó a Nuevo México para comenzar a trabajar como geóloga en una compañía petrolera, no sospechaba que volvería a encontrarse con Pedro. Él se había roto un tobillo por culpa de Paula unos meses antes en Sudamérica, y no iba a perdonarla por aquel accidente.


El destino los había reunido otra vez para trabajar juntos... O para algo más. ¿Serían capaces de confiar el uno en el otro lo bastante como para aceptar el amor que sentían? 

lunes, 26 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Epílogo

 –¿Qué tal el entrenamiento? –el rostro de Paula Alfonso se iluminó cuando su marido entró en el espacioso salón con Isabella en brazos. 


A través de los ventanales de la casa, el sol de Texas empezaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rosas y anaranjados. Pedro esbozó la misma sonrisa que el día que contrajeron matrimonio; esa sonrisa que le aceleraba el corazón.


–Muy bien –respondió–. Thiago está emocionado porque el sábado será el portero –Pedro dejó a Isabella en el suelo para que fuese gateando hacia Paula, que estaba sentada en el sofá.


–¡Mamá!


–Hola, cariño –ella sonrió, tomándola en brazos–. ¿Y dónde está Thiago, por cierto?


–En la cocina. Dice que está muerto de hambre… Incluso se ha levantado la camiseta para que viera que se le marcan las costillas. Según él, está famélico.


Paula soltó una carcajada.


–Sí, es asombroso que no esté en los huesos con la poca comida que le damos.


–Bueno, ¿Cómo estás tú? –le preguntó Pedro, en sus ojos verdes un brillo de preocupación–. ¿Te encuentras mejor? Me sorprendió que llamaras para que me hiciese cargo del entrenamiento. Nunca te habías perdido ninguno, entrenadora.


–Me pondré bien –respondió ella, las lágrimas a punto de asomar a sus ojos–. Aunque tengo una cita con el médico mañana a primera hora.


–¿Crees que es ese virus estomacal que ronda por el colegio?


–¡Caca! –anunció Isabella entonces.


Pedro tomó a la niña en brazos para llevarla al cuarto de baño y volvió después, sacudiendo la cabeza.


–Falsa alarma, pero al menos está mostrando interés por ir al baño. Los pañales desaparecerán de nuestras vidas muy pronto.


Paula soltó una risita.


–Tal vez no tan pronto como crees.


–¿Por qué?


–Ya sabes que llevo algún tiempo intentando convencerte para que contratemos a Pilar…


El año anterior, Paula había dejado su trabajo para ayudar a Pedro a ampliar su asesoría y, cuando mencionó a Pilar, él había puesto la misma cara de susto que en ese momento.


–Venga ya, no es tan mala. Solo tienes que conocerla mejor. Además, puede que pronto me des las gracias por la sugerencia.


–¿Por qué?


–Va a necesitar ayuda cuando yo tenga que pedir la baja por maternidad, señor Alfonso.


Él la miró con los ojos como platos y luego a su abdomen, como si pudiera ver la vida que estaba creciendo allí. Paula lo había sospechado durante los últimos días y se había hecho la última prueba mientras el resto de la familia estaba en el entrenamiento. La confirmación del médico al día siguiente sería una mera formalidad, pero entonces podrían compartir la noticia con Ana, que era una abuela fantástica, y con sus mejores amigos.


–¿Estás segura? ¿Vamos a tener…?


Ella asintió con la cabeza, demasiado emocionada como para articular palabra. Pero cuando por fin pudo calmarse un poco, le preguntó:


–¿Qué te parecería añadir otro jugador al equipo?


Pedro le tomó la cara entre las manos, inclinándose para besarla.


–Me parece muy bien –respondió–. Somos el mejor equipo del mundo.







FIN

Un Gran Equipo: Capítulo 77

 –¿Has visto, tía Paula? He estado a punto de marcar un gol.


Sintiéndose culpable, Paula se prometió prestar más atención en la segunda parte del partido. Y se alegró porque, unos minutos después, en lugar de quedarse con la pelota todo el tiempo como solía hacer, Agustín se la pasó a Thiago, que marcó un gol, poniendo a las Tortugas por delante.


Paula gritó como una loca, felicitando a los dos chicos.


–¡Buen gol, Thiago! ¡Buen pase, Agustín! –sin pensar, se volvió hacia Pedro para compartir el momento y él le hizo un gesto de victoria, sonriendo como un orgulloso papá…


Que conservaran la ventaja durante los minutos que quedaban de partido no era tan importante. El encuentro había estado muy igualado, de modo que podían irse con la cabeza bien alta. Y Joaquín no había derramado una sola lágrima. Uno de los chicos del otro equipo intentó marcar un gol desde lejos en los últimos minutos y Thiago corrió como loco hacia la portería… Pero recibió un pelotazo en la cabeza que lo hizo caer de espaldas.


–¡Thiago! –intentando no pensar en el informe que había leído sobre lesiones cerebrales debidas a deportes de contacto, Paula corrió hacia el niño. Pero cuando llegó a su lado vió que Pedro había llegado antes que ella, aunque estaba mucho más lejos.


–¿Estás bien, cielo? ¿Cuántos dedos tengo aquí?


–Dos, tía Paula –el niño suspiró–. Estoy bien. Díselo, Pedro.


–Tienes que sentarte un rato en el banquillo. Voy a llamar al sustituto.


Paula se sentía un poco tonta, pero estaba temblando. Catalina ocupó el puesto de su sobrino, pero afortunadamente nadie marcó más goles. Thiago había conseguido la primera victoria para el equipo.


–Me siento orgulloso de tí –estaba diciéndole Pedro cuando Paula se acercó, después de despedirse de los demás padres–. Te he visto hablando con Agustín antes del partido. Sé que no es el niño más agradable del equipo, pero tú has hecho un esfuerzo para entenderte con él.


–Es mi compañero –dijo Thiago, orgulloso.


Pedro sonrió y Paula lo hizo también.


–Bueno, creo que debemos irnos. Es hora de meterse en la ducha. No te ofendas, Thiago, pero apestas.


El niño no parecía estar escuchando.


–Pedro, la tía Paula dice que no vamos a volver a verte.


Él se aclaró la garganta.


–Es que estoy muy ocupado con el trabajo.


–Pero me dijiste que no estabas demasiado ocupado para mí –le recordó el niño–. En el partido de los Astros.


Paula suspiró. Su sobrino tenía una memoria de elefante.


–Es complicado –murmuró Pedro, mirándola como pidiendo consejo para solucionar aquello.


–¿Es culpa mía? –preguntó el niño–. ¿Porque no me gusta que se besen?


–No, no es eso –le aseguró Paula, sacando a Isabella del cochecito para comprobar si debía cambiarle el pañal antes de subir al coche.


–Porque no se han besado desde que llegamos aquí.


Pedro se puso en cuclillas para mirarlo a los ojos.


–¿Quieres saber la verdad, pequeñajo? He hecho algo que no está bien y tu tía está enfadada conmigo, así que no quiere volver a besarme.


–Ah –Thiago hizo una mueca–. ¿Y le has pedido perdón? Hay que pedir perdón cuando haces algo mal.


–Me pidió perdón –intervino Paula, para que el niño no pensara que Pedro era una mala persona.


Le había dicho antes que no confiaba en él, pero cuando ocurría algo bueno, como el gol de Thiago, se volvía hacia él. Y cuando ocurría algo malo, Pedro estaba a su lado en un segundo.


–¿Y lo has perdonado? –preguntó el niño–. Eso es lo que hacen los compañeros de equipo.


«Compañeros de equipo». El término le hizo gracia. Así era como los veía Thiago, pensó. No como una familia exactamente, y ella no quería que pensara que nadie iba a reemplazar a sus padres, sino como un equipo: él, ella, Pedro e Isabella. Un equipo cuyos miembros se apoyaban lo pasaran bien o mal, siempre juntos.


–¿Crees que podrías perdonarme, entrenadora? –le preguntó Pedro, con voz ronca–. Sé que metí la pata y tienes todo el derecho a dejarme en el banquillo durante un tiempo, pero antes de tomar una decisión quiero que sepas que te quiero.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


–Yo también te quiero.


Las palabras salieron de su boca de la forma más natural, sin la menor duda. Aunque estaba enfadada con él, sus sentimientos no habían cambiado.


–Y te perdono.


Pedro la miró como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar… Y luego la abrazó, lanzando un grito de alegría. A su lado, Thiago reía, contento.


–Tápate los ojos, Isabella, van a besarse otra vez.

Un Gran Equipo: Capítulo 76

 –Ve a saludarlo, pero luego te quiero en el campo para calentar.


Paula sacó la bolsa con las pelotas y las botellas de agua. Su orgullo le prohibía mirar a Pedro, pero saber que estaba allí hacía que sintiera un escalofrío por la espalda. Él no se acercó hasta poco antes de que empezase el partido, cuando Thiago se llevó a Agustín aparte para tener una charla de hombre a hombre sobre deportividad.


–Sé que no quieres hablar conmigo –empezó a decir él– así que no tienes que decir una sola palabra. No volveré a molestarte, ni a tí ni a Thiago, pero le prometí que estaría hoy aquí. Estoy desesperado porque sé que te he hecho daño y no podría soportar hacerle daño a él también.


Conmovida a pesar de sí misma, Paula lo miró, notando que tenía los ojos enrojecidos, como si no durmiera bien. ¿Había perdido peso durante esa semana? Tenía una sombra de barba y una mancha de tinta en el polo oscuro, que no llevaba metido dentro del pantalón.  Nunca lo había visto tan desaliñado.


–Tienes un aspecto horrible –le espetó.


Él esbozó una sonrisa.


–Ojalá yo pudiera decir lo mismo. Al menos, entonces podría salvar algo de mi orgullo pensando que me has echado de menos.


–Yo… –sería mejor dejarlo estar, pensó Paula–. Gracias por venir. Thiago se hubiera llevado un disgusto si no hubieras venido.


Él asintió con la cabeza.


–Te echo de menos.


–Yo también, pero… Ya no puedo confiar en tí –Paula intentó tragar saliva, pero le costaba trabajo–. ¡Vamos, Tortugas!


Sin decir nada, Pedro volvió a su asiento.


Durante el partido, Paula esperaba que nadie se diera cuenta de que tenía el corazón roto. Gritaba animando a los niños, pero podrían estar jugando al críquet porque no se daba cuenta de nada. Pensó entonces en lo convencido que había estado su sobrino de que Pedro iría al partido, de que no los decepcionaría. ¿Los había decepcionado alguna vez? La había investigado, sí, ¿Pero todos los agentes del FBI, por ejemplo, eran malas personas que deberían ser castigadas por lo que hacían? Y luego estaba la humillación de haber sido despedida, pero él lo había arreglado para que pudiese volver cuando quisiera. Francamente, estaba contenta con una de las entrevistas que había hecho, de modo que volver con Javier Daughtrie parecía un lejano plan B. Estaba enfadada porque Pedro se había acostado con ella sabiendo que su puesto de trabajo estaba en peligro, pero los hombres tendían a separar la vida profesional y la personal más que las mujeres. ¿Estar enfadada era una buena razón para renunciar a una de las mejores cosas que le habían pasado nunca? Dió un respingo cuando el entrenador del otro equipo anunció que empezaba el descanso. Thiago volvió corriendo del campo, sudando profusamente, pero contento.

viernes, 23 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 75

 A: Paula Chaves


De: Pedro Alfonso


Fecha: Jueves, 30 de septiembre de 2010


Asunto: 


"Tenías razón ¿Cómo estás? Sé que no quieres hablar conmigo y estoy intentando respetar tus deseos. He llamado a Florencia, pero aparte de decirme que tienes algunas entrevistas de trabajo, no me ha contado nada. Yo, en cambio, quería contarte que Adrián Jenner era la persona que estaba pasando información a la competencia, aunque insiste en decir que nunca lo hubiera hecho voluntariamente. Cuando encontré pruebas para acusarlo, delató a su cómplice, una mujer del departamento financiero con la que mantenía una aventura. Jenner dice que fue idea de ella, pero que no tenía conocimientos informáticos suficientes para llevarla a cabo y lo sedujo para que cooperase. Él no quería seguir, pero ella lo sobornó para que filtrase información a Groverton. De modo que si has cambiado de opinión sobre lo de empezar de nuevo, Daughtrie está desesperado por recuperarte. Pero no tan desesperado como yo. Te echo de menos, Paula. Siento mucho haberte hecho daño. Mi madre, Juan Manuel y Silvana, los que deberían apoyarme, me llaman de todo y sugieren que soy un imbécil por haberte dejado escapar. Con cariño, Pedro".




–¿Estás segura de que no puedo hacer nada más por tí? –le preguntó Florencia, apoyada en la encimera de la cocina el viernes por la tarde.


Paula, que estaba en cuclillas ayudando a Thiago a ponerse las botas de fútbol, asintió con la cabeza.


–Has llenado el lavavajillas, me has ayudado a editar mi currículum, has dejado que llorase sobre tu hombro, anoche me trajiste una botella de vino… Incluso le has cambiado el pañal a Isabella. Has hecho mucho más de lo que cabría esperar de una amiga.


–Lo sé, pero… –Florencia frunció el ceño mirando a Thiago. Ninguna de las dos quería hablar de Pedro delante del niño–. Me siento culpable.


–¿Porque me animaste a que lo pasara bien o porque tú eres feliz? Ninguna de esas cosas es razón para sentirte culpable. Estoy bien, de verdad.


Eso era lo que había estado diciéndose desde que echó a Pedro de su departamento el lunes, pero lo añoraba como nunca y el e-mail del día anterior solo había servido para intensificar su pena.


–Ahora, deséales suerte a las Tortugas y ve a pasarlo bien con Damián.


–De acuerdo –Florencia besó al niño en la mejilla, riendo cuando Thiago protestó–. ¡Vamos, Tortugas! Sé que esta semana pueden ganar.


El niño se encogió de hombros.


–Pedro dice que lo importante no es ganar sino ser un equipo.


Las dos mujeres intercambiaron una mirada. Paula no podía prohibir al niño hablar de su amigo, aunque cada vez que lo hacía era como si le clavara un puñal en el corazón.


–Pedro tiene toda la razón –dijo Florencia.


–Bueno, vamos a buscar a tu hermana. Quiero llegar pronto para que puedan calentar un poco antes del partido.


Una vez en el coche, Thiago se volvió hacia ella.


–Sé que no vamos a ver a Pedro tanto como antes, tía Paula, pero estará en el partido.


A ella se le encogió el corazón. Había olvidado que Pedro había prometido ir al segundo partido…


–No, cariño. No creo que vaya.


En el e-mail decía que estaba intentando respetar sus deseos y ella no quería verlo. ¿O sí? Thiago se mostró indignado.


–¡Pues claro que irá! Me lo prometió y Pedro nunca rompería una promesa.


Como su sobrino y ella no estaban de acuerdo en ese tema, se mordió la lengua. Pero mientras aparcaba frente al campo de fútbol, Thiago lanzó un grito que le heló la sangre en las venas.


–¿Qué pasa? ¿Te has hecho daño?


–Perdona –se disculpó el niño–. Pero ¿Lo ves? Te dije que Pedro vendría y ahí está. Me lo prometió.


Paula apretó los dientes, sin saber si alegrarse de que Pedro no lo hubiera defraudado o enfadarse porque estaba usando al niño para llegar a ella.


Un Gran Equipo: Capítulo 74

A las dos, la idea de estar un tiempo sola para ordenar sus pensamientos le parecía una pesadilla. En lugar de eso, Paula se lavó la cara y llamó al colegio para decirles que iría a buscar a Thiago personalmente. El niño solía volver a casa en el autobús escolar, pero había pensado que sería buena idea llevarlo a tomar un helado. No, un helado no, se dijo, recordando el bailecito con Pedro en el estacionamiento de la heladería. Tal vez podría ir al cine con los niños. Pero no había pensado que el cambio de planes alarmaría de tal modo a su sobrino.


–¿Qué pasa, tía Paula? –le preguntó, mientras la profesora lo ayudaba a subir al coche.


–Nada, cariño.


–¿Pero por qué estás aquí?


–Ponte el cinturón, Thiago. Estamos formando cola.


Se sentía fatal. No había querido salir con Pedro para no hacerle daño al niño, pero empezaba a darse cuenta de que Thiago iba a sufrir tanto como ella. ¿Qué iba a decirle? Suspirando, arrancó, intentando concentrarse en el tráfico y no en Pedro.


–¿Has estado llorando?


Paula se negaba a mentir.


–Ya me conoces, cariño. Lloro por todo.


–¿Alguien ha muerto? –le preguntó Thiago entonces, con voz temblorosa.


–¿Qué? No, claro que no. No ha muerto nadie.


–¿Podemos llamar a los abuelos para preguntarles si están bien? –insistió el niño.


–Sí, claro. Los llamaremos esta noche. Pero los dos están bien, te lo prometo. Aunque tengo que darte una noticia… No voy a seguir trabajando en mi antigua oficina.


–¿En la oficina en la que estuve yo? ¿Con Magalí, la que me daba chocolatinas?


Parecía decepcionado, pero eso era mejor que estar preocupado de que alguien hubiera muerto.


–Eso es –respondió Paula–. Y tampoco trabajaré con Pedro. Él se irá pronto a otro sitio, así que seguramente ya no volveremos a verlo.


–¿Pero no se ha muerto? –intentó aclarar Thiago.


–No, no se ha muerto –respondió ella.


«Porque me he contenido para no estrangularlo».


–¿De verdad?


–Te juro que no ha muerto nadie.


–Pero a lo mejor lo vemos alguna vez, ¿No?


–Lo dudo.


–¿Y si nos lo encontramos en alguna tienda? O a lo mejor en el estadio de los Astros.


–Supongo que eso podría ocurrir.


–¿Y seguiremos viendo a Florencia?


–Claro que sí, cielo –Paula sonrió, mirando a su sobrino por el espejo retrovisor.


–Pero no trabajas con ella –señaló Thiago, intentando encontrar algún agujero en el argumento de su tía.


Incapaz de continuar con ese interrogatorio, Paula le preguntó:


–¿Qué tal si vamos al cine?


–Bueno. Mientras no haya besos…


Ella no podía estar más de acuerdo.

Un Gran Equipo: Capítulo 73

 –¿Ni siquiera en un caso de emergencia? Tal vez había que hacer algo inmediatamente y tenían problemas para entrar en el sistema…


–No digas tonterías, ningún programador serio haría eso. Y antes de que preguntes: La contraseña no está escrita en ninguna parte, solo la conozco yo.


Claro que si alguien hubiera estado mirando por encima de su hombro podría…


–Jenner –murmuró Paula.


–¿Adrián Jenner?


–Solo es una idea, no es una prueba de que sea el culpable. Pero antes de que tú llegases, estaba siempre detrás de mí, consolándome por la muerte de mi hermano –admitió Paula–. Solía pasar por mi mesa y me preguntaba por los niños, me llevaba pañuelos de papel, me abrazaba. Recuerdo que una vez se sentó en la esquina de mi escritorio… Era el cumpleaños de Diego y yo estaba destrozada. Tuve que escribir la contraseña dos veces porque tenía los ojos llenos de lágrimas y recuerdo que Jenner puso una mano sobre mi hombro.


–Acababa de comprarse el deportivo rojo –observó Pilar.


–Por no hablar de la factura que le estará pasando su abogado. Seguramente, tendrá que pasarle una pensión a su mujer y aún le queda dinero para invitar a cenar a todas las rubias que encuentra en su camino.


Pedro apretó los labios, indignado. No le gustaba nada que Adrián Jenner hubiese intentado aprovecharse de Paula.


–Voy a ponerme a investigar ahora mismo –murmuró–. Paula, no puedo decirte cuánto lo…


–Envíame un e-mail para contarme cómo acaba todo –lo interrumpió ella–. Te agradezco que me defiendas y espero que descubras al responsable, sea Jenner o no, pero no pienso volver a dirigirte la palabra.


Pedro tragó saliva.


–Estás enfadada y tienes todo el derecho a estarlo, pero sé que no lo dices de corazón.


Paula se levantó de un salto.


–¿Cómo que no? Yo…


–Esperaré fuera –intervino Pilar, levantándose del sofá.


Ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos, hasta que la puerta se cerró.


–Dijiste que me querías –le recordó Pedro, en un doloroso gesto de optimismo.


¿No se daba cuenta de que era un error recordarle eso precisamente en aquel momento? Al fin y al cabo, él no había dicho que la quisiera.


–La primera vez que me invitaste a comer, el día que nos encontramos con Silvana en el restaurante, ¿Por qué me pediste que fuera contigo?


–Quería… Conocerte mejor –respondió él.


–¿Querías conocerme mejor o Javier te había pedido que investigaras a los empleados?


Pedro apartó la mirada.


–Las dos cosas –respondió–. Pero quería tacharte de la lista lo antes posible.


–¿Por qué?


–Javier quería que las vigilase especialmente a Pilar y a tí porque ganaban menos que los hombres del departamento.


Paula miró al hombre en el que había creído poder confiar. Hasta ese momento no se había dado cuenta de hasta qué punto se había apoyado en él. Era como si a una persona inválida le quitasen una muleta.


–Vete de aquí –le ordenó, en voz baja–. Te dije que no tenía tiempo para una relación y eso es más verdad que nunca en este momento. Tengo que criar a dos niños y, además, tengo que encontrar trabajo lo antes posible.


–Pero Javier podría estar dispuesto a readmitirte.


Paula negó con la cabeza, haciendo lo posible para no llorar.


–Da igual lo que Javier quiera. Merezco empezar de nuevo en otro sitio. En un sitio mejor.

Un Gran Equipo: Capítulo 72

 –Vamos a escucharlo al menos y cuando termine, si aún quieres estrangularlo… Bueno, mi silencio se puede comprar.


Cuando Paula y Pedro se miraron, Pilar hizo una mueca.


–Vaya, después de lo que ha pasado decir eso no me deja en muy buen lugar, ¿Verdad?


–Efectivamente –asintió Pedro–. Pero ya que lo mencionas… ¿Se te puede comprar?


La morena sonrió.


–Nunca se sabe. Si la situación fuese la adecuada y el precio también… Pero no soy tan tonta como para eso. ¿Por qué iba a querer que mi empresa fracasara? Yo cobro un salario todos los meses, así que sería morder la mano que me da de comer. Si la compañía cerrase, me quedaría en la calle… No, no he sido yo.


–Te creo –dijo Pedro–. Pero a mucha gente le parecerá sospechoso que hayas elegido precisamente este día para presentar tu renuncia.


Paula parpadeó, sorprendida.


–¿Has dejado el trabajo? No será por mí, ¿verdad?


Pilar se encogió de hombros.


–Tengo otras ofertas. Además, no es ningún secreto que tú y yo éramos las líderes del equipo. Javier no nos tomaba en consideración porque somos mujeres y me he hartado. Que Parnelli y Jenner hagan el trabajo a partir de ahora.


Paula se dejó caer en el sofá, apartando juguetes y libros de cuentos para que Pilar pudiera sentarse. A Pedro lo quería lo más lejos posible.


–Sé que no has sido tú la informadora, Paula –dijo él.


–Ah, vaya, gracias.


–La semana pasada le dije a Javier que te habían tendido una trampa y él aceptó esperar hasta el viernes. Prometió no molestarte hasta que hubiera tenido más tiempo para encontrar pruebas… Pero está claro que fue un error por mi parte. Me quedé tan sorprendido cuando te ví esta mañana… –seguramente percatándose de lo inadecuado de esa frase, Pedro tragó saliva–. Javier me mintió.


–¡Ah, vaya! –exclamó Paula, irónica–. Es horrible cuando la gente no es sincera contigo, ¿Verdad? Riendo, Pilar le ofreció una galleta mientras se sentaba en el sofá.


–Pero he convencido a Javier para que cumpla su promesa, así que tengo hasta el viernes –siguió Pedro–. Y voy a descubrir quién está detrás de esto.


–Agradezco que acudas al rescate –dijo Paula–. Pero es un poco tarde para eso, ¿No te parece?


–Javier tendrá que despedir al verdadero culpable y ya ha perdido a Pilar. Ahora le falta gente y no tendrá más remedio que readmitirte… Incluso podrías pedir un aumento de sueldo. Demonios, exígele que patrocine el equipo de fútbol y pague los uniformes. Pero, aunque decidieras no seguir trabajando para Daughtrie, y lo comprendería, tenemos que limpiar tu nombre. No querrás que esto te persiga mientras haces entrevistas de trabajo.


Paula mordió la galleta, pensativa. En realidad, tenía razón, pero eso no hacía que estuviera menos enfadada con él.


–Así que la primera pregunta –siguió Pedro– es si le has dado tu contraseña a alguien del departamento.


–Pues claro que no –respondió ella.

Un Gran Equipo: Capítulo 71

El pánico amenazaba con ahogarla, el mismo pánico que había sentido a principios del verano, cuando tuvo que hacerse cargo de Thiago e Isabella. Se había sentido tan aislada, tan incompetente. Acababa de perder a su único hermano, que había sido además uno de sus mejores amigos, Santiago la había dejado, Florencia estaba enamorada y por lo tanto no podía contar siempre con ella… Pero tal vez lo peor de todo había sido ver lo mayores que estaban sus padres durante el funeral de Diego. Entonces Paula se había visto obligada a admitir que estaba sola, que nadie iba a ayudarla con los niños. Había sido el peor momento de su vida, pero Pedro la había ayudado a confiar en sí misma. Su apoyo moral, su ánimo constante, le habían permitido confiar en que podía hacerlo. Pero ya no tenía eso y se sentía más sola que nunca. «No, eso no es cierto. Sigues teniendo a Florencia. Y Magalí también es tu amiga, no estás sola». Eso si Magalí no pensaba que era una ladrona y se negaba a dirigirle la palabra.


–A la porra con todo –murmuró–. No necesito a nadie.


Hizo una mueca al recordar el malicioso comentario de Javier sobre su relación con Pedro, con la puerta abierta para que todo el mundo lo oyese. El miedo se agarró a su garganta de nuevo… Encontrar un trabajo en aquel momento de crisis no sería fácil y mucho menos estando en una lista negra porque su antiguo jefe pensaba que era una ladrona. Pero no, no debía pensar en eso, ya se preocuparía más tarde. Por el momento, debía olvidarse de Javier y Pedro. Decidida, Paula entró en la cocina para comerse un helado, unos dulces, lo que encontrase en la despensa. Estaba precalentando el horno cuando sonó el timbre. Su primer pensamiento fue que Florencia había intuido que tenía problemas, pero no había hablado con ella, de modo que era imposible. ¿Pedro? Había sido muy insistente esa mañana, en la oficina. Una pena que nada de lo que había dicho hiciera que la pesadilla de ser despedida fuese más fácil de aceptar. Al contrario. El timbre volvió a sonar y su traidor corazón empezó a latir con fuerza. Si era Pedro Alfonso no pensaba abrir la puerta.


–¿Quién es? –gritó desde el pasillo.


–Pilar.


Paula levantó las cejas. Pilar Harrington era la última persona a la que esperaba. La semana anterior había dado a entender que su relación estaba mejorando, pero… «¿Lo ves?». «No estás sola». Pero tenía extraños aliados. Abrió la puerta y vió a Pilar al otro lado, mostrándole la bolsa de una pastelería de la que emanaba un delicioso olor a chocolate. Pero a la izquierda de Pilar estaba Pedro, que emanaba un horrible olor a traición. Miró a su ex compañera, furiosa.


–Me está usando como escudo humano –se defendió ella–. No se atrevía a venir solo y así habrá un testigo si intentas estrangularlo. Pero ya me conoces, Chaves, no hubiera venido si pensara que no tiene parte de razón. Al menos, deberías escucharlo.


Paula se cruzó de brazos.

–No.


–Déjanos entrar –insistió Pilar, moviendo la bolsa–. He traído galletas de chocolate.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas al recordar esa escena en el estadio, cuando Pedro le dijo que la invitaría a un perrito gigante… «No es tan fácil comprarme». Pero lo había sido, ¿No? Pilar no era de las que pedían las cosas por favor y, aprovechando la indecisión de Paula, entró en el departamento… Con Pedro tras ella.


miércoles, 21 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 70

 –Dijiste que tenía hasta el viernes para investigar.


–He cambiado de opinión. Al fin y al cabo, es mi empresa y no estoy dispuesto a perder más dinero.


–Me gustaría hacerte una oferta: Dame hasta el viernes y te devolveré el dinero que me has pagado hasta ahora –Pedro vió un brillo de avaricia en sus ojos. Después de todo, su factura era abultada y, con tantas pérdidas, Javier empezaba a estar interesado–. Tal vez no encuentre nada –siguió– y en ese caso nada cambiará, salvo que tú recuperarás ese dinero. ¿Pero y si Paula no estaba detrás de esto? Eso significaría que tienes al ladrón trabajando en tu empresa, riéndose de tí. ¿No te gustaría ponerlo de patitas en la calle?


Javier lo pensó un momento.


–Muy bien, hasta el viernes entonces –aceptó–. Pero hay que activar los nuevos protocolos de seguridad ahora mismo. No vamos a darle a nadie la oportunidad de volver a robarme.


Como no podía darle las gracias al hombre que había despedido a Paula, Pedro asintió con la cabeza antes de salir del despacho. «Paula, yo arreglaré esto, te lo juro».




Con Thiago en el colegio e Isabella en la guardería, Paula estaba en casa, en pijama, intentando aprovechar ese momento de tranquilidad para lidiar con su problema. Quería gritar y llorar como hacía Isabella cuando estaba cansada. Quería gritar y patalear como la niña, pero desde que salió del garaje de la oficina, mirando a Pedro por el espejo retrovisor, no había sido capaz de derramar una sola lágrima. Que te echasen del trabajo, perder a un pariente que llevaba algún tiempo enfermo o romper una relación que había dejado de funcionar eran situaciones que provocaban un gran dolor. Pero aquel dolor inesperado, aquella agonía... perder a Diego y a Ludmila. Perder a Pedro. Era insoportable. Apretó con fuerza el teléfono mientras llamaba a Florencia, pero saltó el buzón de voz por segunda vez, y aquello no era algo que pudiese contar en un mensaje. ¿Cómo iba a hacerlo? «¿Recuerdas a ese hombre del que estaba enamorada y con el que tú me aconsejaste salir? Pues ha hecho que me despidieran». Aunque ni por un segundo culpaba a Florencia por lo que había pasado. Todo el mundo pensaba que Pedro era maravilloso… Thiago, incluso Isabella, cuyo rostro se iluminaba cada vez que lo veía. Por supuesto, Isabella no entendía conceptos como la mentira o la traición. Paula no se dió cuenta de la fuerza con la que apretaba el teléfono hasta que el compartimento de la batería cayó al suelo.

Un Gran Equipo: Capítulo 69

Paula subió al coche y cerró con un portazo que podría haber roto los cristales de las ventanillas. Y luego arrancó a tal velocidad que Pedro dió un paso atrás, a punto de esconderse detrás de una columna. Verla marchar fue como si le clavaran un puñal en el pecho. El dolor era tan profundo que le resultaba imposible pensar. Pero tenía que hacerlo. Tenía que concentrarse y encontrar un plan de acción. Tenía que hablar con Paula y recuperarla. Tenía que encontrar la forma de limpiar su nombre. Y, al mismo tiempo, tenía que encontrar tiempo para tirar a Javier Daughtrie por la ventana.


–¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?


Su parte racional le aconsejaba que se calmase porque si los de seguridad lo echaban del edificio no ayudaría a Paula. Pero apenas podía ser razonable porque el instinto exigía venganza y lo que quería era tomar a Javier por la pechera de la camisa y lanzarlo contra la pared. Javier se levantó del sillón y apoyó las manos en el escritorio.


–Lo que estoy haciendo es llevar mi empresa. He hablado con los de Groverton antes de venir esta mañana y, de nuevo, alguien ha hecho una oferta más baja que la mía. He decidido poner fin a esto y me he librado de la persona que filtraba la información, así de sencillo.


–¡Paula no era la informadora!


–¿Y has tomado esa decisión usando el cerebro o…?


–No es ella –insistió Pedro, apretando los puños.


Javier volvió a dejarse caer en el sillón.


–No lo sabes con total seguridad. La única prueba que has encontrado la señala a ella, pero aunque tuvieses razón, y no la tienes, ya me he encargado de solucionar el problema. Con las nuevas medidas de seguridad en el sistema, esto no va a volver a pasar. Y si vuelve a ocurrir sabremos que no era ella, pero rodarían más cabezas.


«Canalla».


Javier no creía que Paula fuese la responsable y, sin embargo, la había despedido como advertencia para los demás.


–¿No te preocupa que te denuncie por despido improcedente? – le preguntó. Él mismo se presentaría como testigo.


Javier puso los ojos en blanco.


–Tengo derecho a despedir a un empleado del que sospecho. Uno, por cierto, cuya profesionalidad ha estado en cuestión últimamente.


–Tú sabes que Paula ha tenido que hacerse cargo de sus sobrinos.


–Eso no es problema mío y no creo que me ponga una demanda, porque sabe que todo está a mi favor –replicó Javier–. Si eso es todo, ¿Por qué no vuelves a tu oficina?


Pedro intentaba pensar, pero su cerebro parecía nublado por una espesa niebla roja. Pedirle a Javier que reconsiderase su decisión era imposible… ¿Qué podía hacer para convencerlo?

Un Gran Equipo: Capítulo 68

 –¡Tú! –exclamó, señalando a Pilar–. ¿Qué ha pasado aquí?


–Javier la ha despedido –respondió la morena, con tono helado.


–Gracias a tí, aparentemente –añadió Magalí.


Paula debía de odiarlo, pensó. ¿Cómo había podido Javier despedirla sin hablar antes con él? Le había explicado… Pero si bajaba por la escalera tal vez llegaría al garaje antes de que ella se hubiera ido… Pedro se lanzó de cabeza escaleras abajo y tuvo suerte de no partirse el cuello. Aunque seguramente eso no sería más doloroso que la acusación que había visto en los ojos de Paula. La puerta de metal se abrió con un estruendo que reverberó por el todo el garaje. Y Paula seguía allí, al lado de su coche.


–¡Espera! No es lo que tú crees… –Pedro corrió hacia ella.


–¿Ah, no?


–No.


–Hace menos de cuarenta y ocho horas le dije a un hombre que lo quería y luego pasamos juntos el sábado y el domingo por la mañana…


–Por favor, escúchame. No sé qué te ha dicho Javier, pero no es verdad.


Ella dejó la caja con sus objetos personales sobre el capó del coche.


–Me ha dicho que te contrató porque hay alguien robando información y vendiéndola a una empresa rival. ¿Es cierto?


–Eso es verdad, pero…


–Y que durante todo este tiempo tú has estado intentando encontrar al responsable y tenías instrucciones de «Conocernos mejor».


Pedro apretó los puños.


–Eso no tiene nada que ver con nosotros…


–¿Ah, no? Porque creo recordar que me hacías preguntas sobre los demás compañeros. Aunque, considerando lo poco que te he contado, no entiendo por qué no me dejaste de inmediato para salir con Pilar, por ejemplo.


–Maldita sea, Paula, para de una vez. No es eso. Tú sabes que no es eso.


–Javier me ha dicho que tienes pruebas contra mí.


–Dijo que tenía hasta el viernes y yo…


–¿Pensabas seguir conmigo hasta el viernes? –sacudiendo la cabeza, ella abrió la puerta trasera del coche para meter la caja.


–Escúchame, por favor. Te prometo que…


–¿Qué? ¿Que no lo lamentaré? Te he escuchado, Pedro, y mira dónde estoy. Sin trabajo. ¿Y sabes una cosa? Florencia y tú hablan de Santiago como si fuera un sinvergüenza, pero al menos él fue sincero conmigo. Tú me has mentido. Sabías que no quería tener una relación, pero insististe para sacarme información…


–No es eso.


–¿Ah, no?

Un Gran Equipo: Capítulo 67

El lunes, Pedro llegó a la oficina a las nueve de la mañana, su paso más alegre que de costumbre. Después de haberse mantenido despiertos el uno al otro hasta el amanecer del domingo había sido odioso despedirse de ella, pero Paula tenía que ir a buscar a los niños y él no había querido estorbar. Como su madre le hubiera dicho: «De verdad, cariño, no hay nada menos atractivo que un hombre necesitado». De modo que había ido a comer con su madre, una manera de disculparse porque Paula y él se habían ido de la fiesta sin despedirse. Pero su madre, comprensiva, lo había perdonado.


–Supongo que es culpa mía.


–¿Por qué?


–Porque te he dicho muchas veces que deberías sentir pasión por otras cosas, además del trabajo. Pero tienes que traer a casa a Paula. Y quiero conocer a esos niños de los que tanto he oído hablar.


–No te preocupes, mamá. Los verás a menudo.


Mientras pulsaba el botón del ascensor se preguntó qué pensaría Paula si invitase a su madre al partido del viernes. Estaba de tan buen humor que se encontró silbando una canción cuando las puertas se abrieron… Y Paula estaba al otro lado. Se alegró tanto al verla que tardó un segundo en darse cuenta de que llevaba una caja en la mano… Y que sus ojos grises estaban llenos de lágrimas.


–Paula, ¿Qué…?


–Serás canalla… No me dirijas la palabra.


¿Qué? ¿Después del fin de semana que habían compartido? Le había dicho que la quería… O lo había dado a entender, al menos.


–No te entiendo.


Pero, de repente, lo entendió todo. Javier Daughtrie. El pánico hizo que se le cerrase la garganta. Quería hablar, pero lo único que se le ocurrió en ese momento fue posiblemente lo peor que podría haber dicho en esas circunstancias.


–Puedo explicártelo todo.


–¡Sal del ascensor! –le ordenó ella.


Pedro lo hizo, pero intentó evitar que ella entrase tomándola del brazo. Tenían que hablar, no podía dejarla ir cuando estaba tan disgustada. Una vez fuera del ascensor, se dio cuenta de que Magalí López y Pilar Harrington estaban observando la escena. Magalí parecía disgustada y Pilar lo miraba, en jarras, como si quisiera fulminarlo allí mismo. Pero Paula aprovechó el segundo que había tardado en mirar a las dos mujeres para entrar en el ascensor. Se movía muy rápido para alguien que llevaba botas de tacón… Pulsó el botón de bajada con el codo y usó la caja como escudo, bloqueándole el paso.


–Paula…


–Hasta nunca.


Las puertas se cerraron y Pedro se quedó inmóvil durante unos segundos que le parecieron eternos.

Un Gran Equipo: Capítulo 66

Con dedos temblorosos, intentó desabrochar los botones mientras Pedro la apretaba contra su cuerpo. Sintió que él deslizaba las manos por su espalda y, de repente, notó un golpe de aire frío en la espalda. Un segundo después, notó que el vestido caía a sus pies.


–Bendito sea el inventor de las cremalleras –murmuró Pedro, con tono reverente–. Eres preciosa.


Paula tragó saliva.


–Gracias. Pero yo me siento desnuda mientras que tú…


Él se quitó la camisa a toda velocidad.


–Sé que hemos pospuesto el tour, ¿Pero te gustaría ver mi dormitorio?


–Pensé que no ibas a preguntármelo nunca –animada por su ardiente mirada, Paula caminó delante de él por el oscuro salón, moviendo seductoramente las caderas.


–Eres diabólica. Y parece que eso me gusta en una mujer.


Ella volvió la cabeza.


–Pero no sé adónde voy.


–No importa. Yo te seguiría al fin del mundo –Pedro la tomó en brazos para llevarla al sofá, sin dejar de besarla.


–Pedro…


Él besaba su cuello, acariciando sus pechos por encima del sujetador.


–Puede que no lleguemos a la cama.


Su voz, ronca y profunda, hacía que se derritiera.


–Sigue haciendo eso y prometo no quejarme.


Cuando le desabrochó el sujetador con manos temblorosas, Paula sintió una oleada de ternura.


–Sé que suena como algo trillado, pero no creo haber deseado tanto a una mujer en toda mi vida.


Ella sonrió.


–Te creo porque tampoco yo había deseado nunca a un hombre como te deseo a tí.


En realidad, estaba sorprendida por la intensidad de sus sentimientos. Solo había tenido un par de amantes en su vida y había esperado cierta torpeza por parte de los dos… O sentir vergüenza cuando Pedro la viese desnuda por primera vez, pero cuando le quitó el sujetador lo único que sentía era una deliciosa excitación. Él le acariciaba los pechos sin dejar de mirarla a los ojos y Paula le devolvía la mirada, disfrutando de las caricias. Pero cuando la tensión se volvió insoportable, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, apretándose contra él. Le gustaba tanto… Pedro la colocó sobre él y, por fin, la hizo suya. Sujetándole las caderas con las dos manos, la ayudaba a mantener el equilibrio mientras ella subía y bajaba lentamente. Paula sabía que Pedro Alfonso era un hombre centrado y concienzudo y estaba disfrutando de esa concentración. La sujetaba con fuerza, haciendo que se moviera despacio cuando ella hubiera ido más rápido, prolongando el placer hasta que pensó que iba a perder la cabeza. Pero luego bajó una mano para acariciarla y… Paula dejó escapar un grito. Se sentía como una banda elástica estirada al máximo que se hubiera roto de repente y gritó sin saber que lo hacía. Los dos cayeron sobre el sofá, ella con la cabeza sobre suhombro.


–Paula…


–Me has mentido.


–¿Qué? –Pedro se puso tenso.


–Definitivamente, no tienes ningún problema con el ritmo.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 65

 –No sé si lo he pensado bien.


–¿Qué ocurre?


–Todo eso que hablamos en el estacionamiento de la heladería… Ya sabes que no tengo ritmo o coordinación. Me gustan los bailes lentos y esta canción es demasiado rápida para lo que yo tenía en mente.


–Eso puede arreglarse. Dame un segundo.


Paula soltó su mano y se dirigió a la orquesta, que de inmediato empezó a tocar una balada.


–¿Qué les has dicho?


–Que la novia había pedido una canción romántica.


Pedro rió mientras la tomaba entre sus brazos, besándola antes de empezar a moverse con la música. El material del vestido se pegaba a su cuerpo y, de repente, pensó que parecían hechos el uno para el otro. Paula era perfecta para él, pero bailar con ella hacía que deseara estar más cerca. Mucho más cerca.


–Paula…


–Podríamos ir a mi casa –sugirió ella tímidamente–. Los niños están con Florencia.


El pulso de Pedro se aceleró. Paula sentía lo mismo que él.


–O podríamos ir a la mía. Nunca has estado allí –le dijo–. Además, yo vivo más cerca.


Ella asintió con la cabeza.


–¿Entonces qué hacemos aquí?




Había mucho que admirar en la casa de Pedro, pero Paula no estaba pensando en el estilo colonial, en los altos techos o en la piscina con jacuzzi, visible desde los ventanales del salón, sino en ropa interior. Mientras se vestía para la fiesta había pensado ponerse un sujetador con relleno o una de esas fajas que disimulaban la tripa. No lo había hecho y se alegraba porque se habría sentido ridícula. Llevaba un sencillo conjunto de encaje azul… Y esperaba que a Pedro le gustase. Él se quitó la chaqueta y empezó a aflojar el nudo de su corbata.


–¿Quieres beber algo?


–No, gracias –Paula no podía dejar de mirar sus manos mientras se quitaba la corbata y la tiraba sobre el respaldo de una silla, sobre la chaqueta. 


En su cerebro, ya estaba desnudando a Pedro y él a ella. Pedro tocándola…


–Ahora que lo pienso, me vendría bien un vaso de agua.


Él fue lo bastante caballeroso como para no decir nada sobre el repentino cambio de opinión.


–Ahora mismo.


Paula lo siguió con la mirada mientras sacaba una botella de la nevera. Sus dedos se rozaron cuando le ofreció el vaso.


–Aquí tienes.


Paula se lo bebió de un trago.


–Gracias.


–Tenías sed, ¿Eh?


–Es que empieza a hacer calor…


Pedro le quitó el vaso de la mano y lo dejó sobre la encimera. La casa estaba en silencio, salvo por el tic tac de un reloj de pared que podría ser su corazón.


–¿Quieres que te enseñe la casa?


Ella negó con la cabeza, tan excitada por su proximidad que incluso el roce de su mano la hacía temblar.


–Más tarde.


Mucho más tarde.


Sus bocas se encontraron en un beso ardiente, sus lenguas bailando hasta que los dos estaban sin respiración. Pedro mordió suavemente su labio inferior mientras la tomaba por la cintura y Paula casi se sorprendió al ver que lo había agarrado por la pechera de la camisa.

Un Gran Equipo: Capítulo 64

 –¿No te gusta la comida o es que te sientes incómoda? –le preguntó, inclinándose para hablarle al oído.


Le había parecido que todo iba bien, pero tal vez no era así. Al fin y al cabo, Paula había conocido a sus amigos esa misma noche.


–No, estoy bien. Tus amigos son encantadores.


–¿De verdad?


–No sabía si me caerían bien, pero Juan Manuel me recuerda a mi hermano. Te habría gustado Diego… Siento mucho que no lo hayas conocido.


–Yo tengo la sensación de conocerlo a través de los niños.


Paula lo miró con una sonrisa trémula en los labios.


–Te quiero.


El corazón de Pedro se detuvo durante una décima de segundo. Eso era lo último que esperaba escuchar, aunque lo deseaba con todo su corazón; pero el sentimiento de culpa por no poder contarle lo que hacía en la empresa impedía que anunciase su amor por ella. ¿No sería mejor hacerlo cuando no hubiera secretos entre ellos?


–Yo…


Ella negó con la cabeza, poniéndole un dedo sobre los labios.


–No pasa nada, no tienes que decirlo. Ha sido… Demasiado pronto. Y no es el sitio adecuado.


–No, me alegro de que lo hayas dicho. Yo siento lo mismo.


Ella se mordió los labios y, sin saber qué decir, Pedro simplemente le apretó la mano, esperando que sus sentimientos hablaran por sí mismos. Cuando la cena terminó oficialmente, el padre de Juan Manuel dió las gracias a todos los invitados por acudir a la celebración. Tras él, habló el padre de Silvana, que hizo un brindis por los novios. Marianela habló también y Pedro se dió cuenta de que, como principal testigo, todos esperaban que también él dijese unas palabras, de modo que se aclaró la garganta.


–Soy Pedro Alfonso y conozco a Juan Manuel casi de toda la vida. Crecimos juntos, jugamos juntos al fútbol y bebimos demasiada cerveza. Pero, aunque lo hubiese conocido hoy mismo, sabría que se ha casado con la mujer de su vida: La preciosa Silvana McBride. Juan Manuel, Silvana, juro que no podría alegrarme más de que se hayan encontrado el uno al otro –Pedro le hizo un guiño a Paula mientras levantaba su copa–. Felicidades a los novios.


Después del brindis, la orquesta empezó a tocar y las parejas se dirigieron a la pista de baile. Marianela sonrió de oreja a oreja.


–No sé si te has dado cuenta, pero mi chico me ha dejado plantada. Paula, ¿te importa que baile con Pedro?


–¿Por qué no quieres bailar conmigo? –preguntó Juan Manuel–. Pedro odia bailar.


Paula soltó una carcajada y Pedro supo en qué estaba pensando: En el estacionamiento de la heladería. Y el deseo de volver a abrazarla era demasiado abrumador.


–En realidad, he descubierto que me gusta bailar –respondió, ofreciéndole la mano a Paula–, pero me temo que le he prometido este baile a otra persona.


Mientras se alejaban de la mesa, Marianela rezongó:


–Esos dos son casi tan empalagosos como ustedes.


Cuando llegaron a la pista de baile, Pedro frunció el ceño.

Un Gran Equipo: Capítulo 63

Él solía ser la clase de hombre que provocaba peleas entre maridos y esposas, monopolizando la conversación con ellos mientras ellas protestaban. Pero esa noche, era él quien buscaba cualquier oportunidad para estar a solas con Paula. Por supuesto, el cambio en sus prioridades no era la única razón por la que estaba inquieto esa noche. La gente le preguntaba sobre su trabajo, de modo que tuvo que hablar de Javier Daughtrie. Y, aunque nadie sabía nada sobre sus investigaciones, el ultimátum de Javier pesaba sobre sus hombros como una losa. Nunca se había sentido culpable por no contarle a Paula qué estaba haciendo en la empresa porque la confidencialidad era parte de su trabajo. Estaba acostumbrado a guardar secretos por simple profesionalidad y, trabajando en el mismo campo, tenía que entenderlo. Sin embargo, sabiendo que ella estaba en el punto de mira, era difícil recordar que aquel era un asunto profesional. A él le parecía muy personal. Le gustaría confiárselo, pero quería evitarle quebraderos de cabeza hasta que tuviera la respuesta.


–Alfonso –a pesar de que intentaba sonar alegre, había cierto tono de preocupación en la voz de Juan Manuel–. ¿Sigues aquí?


–Perdona, estaba perdido en mis pensamientos –Pedro se preguntó si Juan Manuel y Silvana creerían que estaba preocupado por el trabajo. Irónico que tuvieran razón y estuvieran equivocados al mismo tiempo.


–¿Has visto la tarta nupcial? –le preguntó Silvana.


–No.


–Deberías enseñársela, Juan. Tenemos unos minutos antes de que sirvan la cena.


Juan Manuel esbozó una sonrisa.


–Cariño, tú sabes que te quiero, pero sutil no eres –bromeó.


Pedro podía sentir la vibración de la risa que Paula intentaba disimular e intercambió una sonrisa con ella.


–Sutil es para gente que tenga más paciencia –replicó Silvana–. Venga, ve a enseñarle la tarta a tu amigo.


–Sí, señora –Juan Manuel se levantó de la silla–. Pedro, ven conmigo. No va a dejarnos en paz hasta que hablemos a solas.


Aunque los dos sabían que no era más que una excusa para estar solos un momento, se dirigieron a la mesa donde estaba la tarta de cuatro pisos. Pedro sonrió al ver que, en lugar de una pareja de novios, habían puesto un casco de bombero y una máquina de escribir diminuta.


–Muy gracioso.


–Siento mucho lo que dije en mi casa –se disculpó Juan Manuel–. Sil casi me estrangula cuando se lo conté. Le preocupa que estés enfadado conmigo, pero te aseguro que mi intención era buena.


–Ya lo sé. Intentabas advertirme porque te preocupas por mí… Y a veces es muy irritante, pero así son las cosas cuando formas parte de un equipo –Pedro recordó la charla que le había dado a Thiago en la heladería. Los compañeros de equipo no eran perfectos, pero se apoyaban unos a otros.


–Además, retiro mis palabras. Paula es estupenda.


–Lo sé. Pero aléjate de ella –bromeó Pedro.


–No pienso hacerlo. Te conozco mejor que nadie y recuerdo muchas anécdotas que pienso compartir con ella. Y en ninguna de ellas quedas bien –silbando, Juan Manuel volvió a la mesa.


Y cumplió su amenaza, porque entretuvo a los demás con anécdotas de su adolescencia. Pero Pedro se la devolvió contando aventuras de Juan Manuel hasta que por fin Marianela les pidió que parasen porque se le había corrido la máscara de pestañas.


–Si pierdo una lentilla será culpa de ustedes –les advirtió– y alguien tendrá que llevarme a casa.


Cuando vieron que los camareros empezaban a retirar platos en las mesas de alrededor se dispusieron a cenar, pero Pedro se dió cuenta de que Paula apartaba el cordero a un lado.

Un Gran Equipo: Capítulo 62

Después de que su sobrino le asegurase que lo estaba pasando de maravilla, Paula le dió las buenas noches y volvió al salón, deteniéndose en la puerta para orientarse. Pedro estaba con el grupo de empresarios y, como si hubiera intuido su presencia, giró la cabeza de inmediato, recibiéndola con una sonrisa. Uno de los camareros subió a la tarima y se colocó frente al micrófono para anunciar a los invitados que deberían ocupar sus asientos porque la cena sería servida de inmediato. Él se preguntó qué debía esperar. Aunque no era un banquete de boda oficial, lo habían sentado al lado de la hermana de Silvana, Marianela, que era la dama de honor. Su cita para esa noche era un tatuador con el que había discutido a última hora, de modo que la noche se presentaba interesante. Afortunadamente, habían sentado a Paula a su izquierda. Tenía que hacer un esfuerzo para no mirarle las piernas continuamente.


–Aún no es demasiado tarde –murmuró–. Podríamos sentarnos con los Holdenstein, en la mesa catorce.


Ella sonrió.


–Son los invitados de honor, Pedro. No puedes evitarlos toda la noche.


–No estoy evitándolos –se defendió él–. Es que siempre están rodeados de gente. Los saludaré durante la cena.


–No podrás hacerlo desde la mesa catorce.


Pedro pasó una mano por su espalda, apreciando la suavidad del vestido, pero sabiendo por intuición que su piel sería más suave.


–¿Y si dijera que la razón por la que no te los he presentado es que disfruto tanto de tu compañía que te quiero para mí solo?


–Diría que eres un seductor –respondió Paula–. Y que es exactamente lo que yo quería escuchar.


Después de eso, Pedro estaba deseando presentársela a Juan Manuel porque hasta su escéptico amigo tendría que ver lo sexy y lo ingeniosa que era. «No solo me gusta porque la veo como una buena esposa y madre. Me gusta todo en ella». Pero al igual que Juan Manuel lo había subestimado a él, había subestimado a sus amigos. ¿De verdad había pensado que habría tensión entre ellos? Silvana y Juan Manuel saludaron a Paula como si la conocieran de toda la vida, con contagioso entusiasmo.


–Me alegro mucho que de Pedro te haya traído –dijo Silvana, con una sonrisa sincera–. Tenía el presentimiento desde que os vi en el restaurante. Intuición femenina.


Marianela, su hermana, hizo una mueca.


–¿Intuición femenina? No te dejes engañar, Paula. Hasta hace unos meses, mi hermana solo creía en cifras y números. No sabía nada de intuiciones femeninas.


Silvana soltó una carcajada.


–He cambiado para mejor –respondió.


Y no era la única, pensó Pedro. Mientras hablaba con los empresarios se había dado cuenta de que no estaba atento a la conversación. Seguía interesado en saber qué ocurría en la comunidad económica de Houston, pero tenía otras prioridades. Por ejemplo, los partidos de Thiago. O los ojos de su tía.

Un Gran Equipo: Capítulo 61

 –En el trabajo –contestó él, mirándola como si pudiera leer sus pensamientos–. Paula me dejó una impresión imborrable.


Ella consideró la idea de darle un discreto pisotón.


–Debe de ser interesante trabajar con la persona con la que estás saliendo –comentó Ana–. ¿Cuánto tiempo estarás en la empresa, hijo?


La expresión de Pedro se volvió inescrutable y Paula tuvo la impresión de que tomaba un trago de cerveza para ganar tiempo.


–Ana Alfonso, ¿Eres tú? –una mujer con un fabuloso collar de diamantes y un color de pelo que no le había dado la Madre Naturaleza se acercó a ellos–. Hace siglos que no te veo. ¿Dónde has estado escondida?


Mientras las dos amigas charlaban, Pedro llevó a Paula aparte.


–Ya hablaremos con mi madre más tarde. Por cierto, me ha preguntado si llevabas fotografías de los niños.


Paula se puso colorada.


–La verdad es que sí. Solo llevan dos meses conmigo y ya me he convertido en una de esas madres...


–¿Qué quieres decir?


–Que, a partir de ahora, mis amigos no podrán ir a visitarme sin tener que soportar los vídeos de Thiago jugando al fútbol y los de Isabella con diferentes vestiditos rosas. No dejes que me convierta en una pesada, por favor.


Pedro soltó una risotada.


–No creo que pueda hacerlo. ¿Quién crees que estará haciendo las palomitas mientras tú enseñas los vídeos?


Paula rió también. Era tan fácil imaginarlo…


–Hablando de los niños, ¿Te importa si salgo un momento para llamar a Florencia? Es la primera vez que Thiago pasa la noche fuera de casa y quiero saber cómo está.


Pedro le dió un beso en la frente.


–Salúdalo de mi parte. Te espero ahí –le dijo, señalando un grupo de hombres–. Son unos clientes con los que debería charlar un rato.


Paula se abrió paso entre las mesas, con flores tropicales y bolsitas de nueces de macadamia. Pedro le había dicho que los novios se habían casado en Hawai y, aparentemente, intentaban hacer un homenaje a la isla. El vestíbulo le pareció extrañamente silencioso después del ruido del salón de banquetes, pero se alegró al ver que había señal. Florencia respondió de inmediato, sin duda anticipando la llamada.


–Le ha encantado el vestido, ¿A que sí?


–Tenías razón –dijo Paula–. Y su madre no parecía escandalizada, así que no es demasiado corto.


–¿Y ha sido amable contigo o es una de esas que cree que ninguna mujer es lo bastante buena para su hijo?


–Ha sido muy amable –respondió Paula–. Me ha tratado como si fuera de la familia y hasta quiere ver fotos de los niños. Te lo juro, Flor, todo lo que tiene que ver con Pedro es demasiado maravilloso como para ser cierto. Casi debería estar preocupada.


Cuando era niña, solía soñar que volaba. Era su fantasía favorita, pero siempre había sabido que era irrealizable y que tendría que despertar tarde o temprano.


–Entonces eres tonta –dijo Florencia–. Vuelve a la fiesta, disfruta de la cena y pásalo en grande con ese hombre tan guapo que parece estar completamente loco por tí.


–Enseguida –le prometió ella–. ¿Puedo hablar con Thiago un momento?

viernes, 16 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 60

 –Hola, mamá –Pedro se inclinó para darle un beso en la mejilla–. ¿Qué hacías, esperando a que llegásemos?


En lugar de responder, la mujer se volvió hacia Paula con una cómica expresión.


–Por favor, disculpa al grosero de mi hijo. Evidentemente, no lo eduqué como debería. Soy Ana Alfonso y tú debes de ser Paula.


–Paula Chaves–se presentó ella, ofreciéndole su mano–. Encantada de conocerla.


–¿Por qué no vienes conmigo al bar? Con las malas maneras de mi hijo, no me atrevo a dejárselo a él.


–Oye… –protestó Pedro.


Paula rió.


–Una copa de vino estaría bien.


Mientras se abrían paso entre los invitados y los camareros, que pasaban entre ellos con bandejas en la mano, Paula intentó calmarse. Pero sentía más claustrofobia en aquel elegante salón que en el ascensor de la oficina.


–Hay mucha gente –murmuró.


–Juan Manuel es bombero y supongo que habrá invitado a sus compañeros del cuartel –le explicó Pedro–. Y a sus antiguos compañeros del ejército también. Por no hablar de los compañeros de Silvana y sus familias. ¿Dónde están Juan Manuel y Silvana, mamá?


Ana señaló una esquina del salón, donde un fotógrafo estaba colocando a Silvana, guapísima con un vestido de noche blanco, al lado de dos rubias que se parecían la una a la otra. Paula imaginó que el atractivo hombre de pelo corto que la miraba con cara de adoración debía de ser Juan Manuel.


–¿Es él?


Pedro asintió con la cabeza.


–El único e irrepetible Juan Manuel McBride.


–Es guapo –comentó Paula, estudiándolo con curiosidad. Era una persona tan importante en la vida de Pedro que se había preguntado muchas veces cómo sería.


–¿Es guapo?


–Tranquilo, no me gusta.


Pedro hizo una mueca.


–Es posible que haya desarrollado un complejo por culpa de mi amigo.


–Por favor, Pedro –intervino su madre– no hay nada menos atractivo que un hombre inseguro.


Paula inclinó a un lado la cabeza.


–Tú no podrías dejar de ser atractivo por mucho que quisieras – le dijo a Pedro al oído.


–Eres buena para mí.


–Y pienso quedarme por aquí, no te preocupes.


Cuando finalmente les sirvieron las copas, Ana sacó la aceituna de su martini.


–Bueno, cuéntame cómo se conocieron, Paula.


Paula hizo una mueca al recordar ese día. No era un recuerdo muy agradable, pero había algo liberador en saber que Pedro la había visto en el peor momento y, sin embargo, le había gustado.

Un Gran Equipo: Capítulo 59

Paula hizo una mueca mientras miraba el vestido que colgaba de la puerta de su dormitorio. Pero, si se echaba atrás, Florencia seguramente lo sabría por telepatía.


–¿Estás segura? –le había preguntado en la tienda.


–Ya conoces la regla de oro: Escote o piernas.


Paula había soltado una carcajada.


–En mi caso, el escote no es una opción.


–Por eso este vestido es absolutamente perfecto para tí.


Era un vestido de cuello cerrado, sin mangas, de color verde hoja. Por la noche parecería negro, pero el sedoso material tenía un brillo iridiscente que reflejaba la luz. Addie tenía dudas porque quedaba muy por encima de la rodilla.


–Olvidas que voy a conocer a su madre.


Florencia había puesto los ojos en blanco.


–No es tan corto, no exageres. No te inclines mucho en la fiesta y ya está. Además, he visto unos zapatos divinos, y rebajados, que irían de maravilla con este vestido.


Sola en su extrañamente silencioso apartamento, Paula esperaba que su amiga tuviera razón. Florencia se había llevado a los niños a casa y Thiago estaba emocionado por la promesa de ver un maratón de La guerra de las galaxias. Después de maquillarse, se arregló el pelo con el secador. En lugar de luchar contra sus rizos, esa noche los dejó sueltos y en profusión, con un aspecto sexy y juvenil. O eso esperaba. Estaba poniéndose unos aretes dorados en las orejas cuando sonó el timbre. «Bueno, empieza el espectáculo». Puso el ojo en la mirilla antes de abrir, recordando lo que siempre le decía a Thiago. Pedro estaba al otro lado con un ramo de flores en la mano. Parecía James Bond con el esmoquin.


–¡Vaya! –exclamó él–. Estás preciosa.


«Gracias, Florencia».


–Lo mismo digo.


–Son para tí –Pedro le ofreció las flores, una docena de rosas de color melocotón, y un diminuto oso de peluche con una pelota de fútbol en la mano.


–Qué detalle –dijo Paula, antes de darle un beso. Con los tacones era más fácil besarlo, pero se apartó enseguida para meter las flores en agua–. Si seguimos haciendo eso tendré que volver a maquillarme.


–Si seguimos haciendo eso no iremos a la fiesta –bromeó Pedro.


Ella suspiró.


–Suena bien, pero tus amigos te echarían de menos.


Pedro rozó su mejilla con un dedo.


–Entonces, habrá que dejarlo para otro momento.


–Desde luego.


El hotel que Juan Manuel y Silvana habían elegido para celebrar la fiesta era bien conocido porque en él se organizaban cenas benéficas. Francamente, era tan elegante que daba un poco de miedo. Paula pensó entonces que Pedro estaba acostumbrado a sitios como aquel, pero ella no.


–¿Has estado aquí alguna vez? –le preguntó él mientras bajaban del coche.


–No, pero lo he visto en televisión. ¿No es aquí donde se organizan esas cenas benéficas a las que acuden los famosos?


–Sí –Pedro puso una mano en su espalda. En la otra llevaba un regalo para Juan Manuel y Silvana envuelto en papel plateado.


Un empleado del hotel los acompañó al salón de banquetes, pero apenas habían entrado y dejado el regalo en la mesa correspondiente cuando Pedro le preguntó si veía el bar. Paula soltó una risita.


–¿Desesperado por tomar algo con alcohol?


–No, pero estaría bien que tú tomases una copa de vino antes de que empiecen a acosarnos… Ah, demasiado tarde.


–¡Pedro! –se oyó una voz acercándose entre la multitud.


–Espero que no tengas sed, Paula. Por el momento, no vamos a ir a ningún sitio –murmuró él.


Una mujer muy atractiva de pelo blanco se acercaba a ellos con una sonrisa en los labios.