viernes, 30 de septiembre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 8

 -Para empezar, quería salir de Houston. No me disgustaba la ciudad, pero estaba cansada de vivir en un departamento y llevar esa vida agitada. Quiero una casa con jardín y árboles.


No pudo evitar mirarla por encima del hombro.


-Parece que quiere establecerse, más que avanzar en el trabajo.


Ella cuadró los hombros y dió la vuelta al escritorio para colocarse a su lado frente a la ventana.


-Supongo que se puede decir que me gustaría bajar el ritmo, pero no de la forma que usted supone.


Los verdes ojos se cruzaron con los castaños.


-No sabía que hubiera otra forma para... Una mujer.


¿Por qué permitía que la irritara? Era tonto, considerando que había tenido que lidiar con hombres mucho peores.


-Quizás le interese saber que no todas las mujeres estamos desesperadas por casarnos. Podemos llevar nuestra vida sin un hombre.


-¿Ah, sí? Mi madre cree que una mujer tiene que encontrar a un hombre y un hombre a una mujer antes de que puedan ser totalmente felices.


-Su madre ha de ser una romántica redomada -murmuró.


Luego se dió la vuelta y concentró su atención en las montañas que se extendían varios kilómetros de distancia. Y Paula Chaves no era una romántica. No lo había dicho, pero Pedro lo había leído en su rostro antes de que ella se diese vuelta. Era un alivio saber que ella no buscaba romance. Ello haría que trabajar juntos resultase mucho más fácil.


-Este trabajo hará que tenga que viajar a un montón de sitios, particularmente aquí, en Nuevo México. No es probable que tenga demasiado tiempo para disfrutar de su casa con jardín.


-No quiere que acepte el trabajo, ¿Verdad? -le preguntó ella, mirándolo por el rabillo del ojo.


Él se forzó a mantener la mirada fija en los hermosos bosques donde se podían ver ardillas y pájaros alimentarse a todas horas del día. 


-Yo no soy quien toma la decisión final. Mi padre es quien tiene ese derecho -le dijo.


-Eso no es lo que yo he dicho -señaló ella.


-Creo que ha venido aquí buscando algo que no podía encontrar en Houston. No creo que lo encuentre aquí tampoco.


¿Cómo podía saber lo que ella buscaba? Paula acabó el amargo café y tiró el vasito a una papelera.


-¿Es usted una autoridad en geólogos, o mujeres, o ambos?


-No me considero una autoridad en nada -respondió él.


Ella sonrió, pero la expresión no le alcanzó los ojos.


-Entonces no intente comprenderme. Muchos hombres lo han intentado y fallado.


-Mire, señorita Chaves, no intento analizarla. Solo quiero asegurarme de que usted está aquí para trabajar. Puede que esta no sea la gran empresa para la que usted trabajaba en Houston, pero tenemos muchos pozos petrolíferos. Si usted ha venido aquí pensando que sería fácil, será mejor que se vuelva a Texas.


Ella se acercó hasta estar solo a un paso, se cruzó de brazos y levantó la vista hacia él.


-¿Qué edad tiene, señor Alfonso?


Él frunció el ceño como si no pudiera creer lo que le preguntaba.


-Veinticinco. Pero no creo que mi edad tenga nada que ver con esta conversación.


-Ajá. Bien, me sorprende que haya logrado aprender tanto en un período tan corto de tiempo. A la mayoría de los hombres les lleva muchos años más de los que usted tiene.


Pedro podía decir sin una gota de pedantería que tenía el don de la palabra, especialmente con el sexo opuesto. Algo que, según le habían dicho, había heredado de su padre de nacimiento, Tomás, quien había muerto poco tiempo después de que él llegase al mundo. Pero aquella mujer no se parecía a ninguna de las que había conocido hasta ese momento. Quería besarla y estrangularla. Quería hacer que la altiva confianza se borrara de su rostro. 

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