miércoles, 7 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 38

Paula hizo una mueca al mirarse al espejo. «Vanidad, tienes nombre de mujer». A pesar de haber dicho cien veces que Pedro y ella solo podían ser amigos, se encontró deseando ser más sexy. Él salía con preciosas modelos o chicas de la alta sociedad que llevaban vestidos de diseño. Comparada con ellas, probablemente no resultaba muy atractiva con su bañador de cuadros rosas y blancos y su pantalón vaquero corto. Casi desearía haberse puesto un biquini. No tenía busto suficiente como para llenar la parte de arriba y nunca había tenido el estómago plano de una modelo, ni siquiera a los dieciocho años, pero tenía los brazos bien formados, las piernas largas y… «Deja de pensar tonterías. No tienes por qué parecer una modelo». Suspirando, se sujetó el pelo en una coleta.


–Pedro llegará enseguida y han pasado dos horas desde el desayuno. ¿Quieres comer algo, Thiago?


–No, gracias –el niño apartó los ojos de la televisión–. Me duele el estómago.


Nervios, sin duda. Sin embargo, no le había pedido que cancelasen los planes. Estaba orgullosa de él. Se parecía tanto a su padre, pensó. Tuvo un déjà vu al recordar cuántos sábados se había sentado con Diego para ver dibujos en televisión, riendo, bromeando…


–¿Te he contado alguna vez que tu padre me convenció para que me pintase la cara de azul?


Thiago abrió mucho los ojos.


–¿En serio?


–Solíamos ver unos dibujos sobre unas criaturas azules, los Pitufos, y tu padre me dijo que eran reales, pero que solo podías verlos si eras azul como ellos.


–¿Y te lo creíste? –exclamó el niño.


–Es que era muy pequeña y él no era mucho mayor que tú. A la abuela no le hizo ninguna gracia, pero me pinté la cara con ceras azules.


Thiago soltó una carcajada.


–Te lo estás inventando.


–No, en serio. Lo hice –Paula lo abrazó, alegrándose de haber recordado aquello.


Hasta el momento, rara vez había mencionado a Diego y a Ludmila porque no quería disgustarlo, pero tal vez era un error.


–Pedro es una buena persona. Si él dice que vamos a pasarlo bien, es que vamos a pasarlo bien. Yo lo creo, ¿Y tú?


Thiago lo pensó un momento y después asintió con la cabeza.


–Yo también.


–Bueno, voy a terminar de guardar las cosas en la bolsa –Paula se levantó mirando a Isabella, que movía alegremente las piernecitas en el moisés–. Thiago, prométeme que nunca convencerás a tu hermana para que se pinte la cara de azul.


–Te lo prometo –la voz del niño la siguió hasta la cocina–. ¿Y de rojo?


Riendo, Paula hizo inventario de todo lo que debía guardar en la bolsa. Estaba metiendo unas botellas de agua mineral cuando sonó el timbre.


–¡Yo voy! –gritó Thiago.


–¿Qué es lo primero que debes hacer?


–Mirar por la mirilla –respondió, dejando escapar un suspiro.


Desde que los niños se mudaron al departamento, Paula había dejado un taburete al lado de la puerta para que Thiago pudiese comprobar quién era antes de abrir. Aunque estaban esperando a Pedro, era mejor ser precavidos.


–¡Es él! 

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