lunes, 19 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 63

Él solía ser la clase de hombre que provocaba peleas entre maridos y esposas, monopolizando la conversación con ellos mientras ellas protestaban. Pero esa noche, era él quien buscaba cualquier oportunidad para estar a solas con Paula. Por supuesto, el cambio en sus prioridades no era la única razón por la que estaba inquieto esa noche. La gente le preguntaba sobre su trabajo, de modo que tuvo que hablar de Javier Daughtrie. Y, aunque nadie sabía nada sobre sus investigaciones, el ultimátum de Javier pesaba sobre sus hombros como una losa. Nunca se había sentido culpable por no contarle a Paula qué estaba haciendo en la empresa porque la confidencialidad era parte de su trabajo. Estaba acostumbrado a guardar secretos por simple profesionalidad y, trabajando en el mismo campo, tenía que entenderlo. Sin embargo, sabiendo que ella estaba en el punto de mira, era difícil recordar que aquel era un asunto profesional. A él le parecía muy personal. Le gustaría confiárselo, pero quería evitarle quebraderos de cabeza hasta que tuviera la respuesta.


–Alfonso –a pesar de que intentaba sonar alegre, había cierto tono de preocupación en la voz de Juan Manuel–. ¿Sigues aquí?


–Perdona, estaba perdido en mis pensamientos –Pedro se preguntó si Juan Manuel y Silvana creerían que estaba preocupado por el trabajo. Irónico que tuvieran razón y estuvieran equivocados al mismo tiempo.


–¿Has visto la tarta nupcial? –le preguntó Silvana.


–No.


–Deberías enseñársela, Juan. Tenemos unos minutos antes de que sirvan la cena.


Juan Manuel esbozó una sonrisa.


–Cariño, tú sabes que te quiero, pero sutil no eres –bromeó.


Pedro podía sentir la vibración de la risa que Paula intentaba disimular e intercambió una sonrisa con ella.


–Sutil es para gente que tenga más paciencia –replicó Silvana–. Venga, ve a enseñarle la tarta a tu amigo.


–Sí, señora –Juan Manuel se levantó de la silla–. Pedro, ven conmigo. No va a dejarnos en paz hasta que hablemos a solas.


Aunque los dos sabían que no era más que una excusa para estar solos un momento, se dirigieron a la mesa donde estaba la tarta de cuatro pisos. Pedro sonrió al ver que, en lugar de una pareja de novios, habían puesto un casco de bombero y una máquina de escribir diminuta.


–Muy gracioso.


–Siento mucho lo que dije en mi casa –se disculpó Juan Manuel–. Sil casi me estrangula cuando se lo conté. Le preocupa que estés enfadado conmigo, pero te aseguro que mi intención era buena.


–Ya lo sé. Intentabas advertirme porque te preocupas por mí… Y a veces es muy irritante, pero así son las cosas cuando formas parte de un equipo –Pedro recordó la charla que le había dado a Thiago en la heladería. Los compañeros de equipo no eran perfectos, pero se apoyaban unos a otros.


–Además, retiro mis palabras. Paula es estupenda.


–Lo sé. Pero aléjate de ella –bromeó Pedro.


–No pienso hacerlo. Te conozco mejor que nadie y recuerdo muchas anécdotas que pienso compartir con ella. Y en ninguna de ellas quedas bien –silbando, Juan Manuel volvió a la mesa.


Y cumplió su amenaza, porque entretuvo a los demás con anécdotas de su adolescencia. Pero Pedro se la devolvió contando aventuras de Juan Manuel hasta que por fin Marianela les pidió que parasen porque se le había corrido la máscara de pestañas.


–Si pierdo una lentilla será culpa de ustedes –les advirtió– y alguien tendrá que llevarme a casa.


Cuando vieron que los camareros empezaban a retirar platos en las mesas de alrededor se dispusieron a cenar, pero Pedro se dió cuenta de que Paula apartaba el cordero a un lado.

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