lunes, 12 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 49

 –Vaya, yo nunca he podido hacer eso –dijo Pilar, casi con admiración.


–¿Hacer qué?


–Decirle a alguien que se pierda sin parecer una bruja. Tendrás que enseñarme.


–Sí, seguro.


Pilar sonrió.


–La gente está hablando de Pedro y de tí. Imagino que creían ser sutiles encontrándose en la cocina y marchándose a comer por separado…


–No estamos teniendo un tórrido romance, si eso es lo que quieres decir –la interrumpió Paula–. Hemos comido juntos un par de veces, pero Pedro me besó en el estadio delante de todo el mundo… No creo que eso sea estar escondiéndose.


Pilar hizo un gesto con la mano.


–Lo que haya entre ustedes es cosa suya. Yo quería hablar de trabajo.


–¿De trabajo?


–¿Tú sabes cuánto me esfuerzo? Y tú también lo haces.


–Vaya, gracias –dijo Paula, sorprendida.


–Trabajamos como mulas, ¿Y para qué?


–No te entiendo.


–¡Los hombres de la oficina! Javier Daughtrie, que es condescendiente con nosotras la mitad del tiempo y la otra mitad nos ignora. Y Jenner, que se ha convertido en un cliché, un tipo de mediana edad ligando con todas las chicas que encuentra a su paso. ¿Has visto el coche que se ha comprado? Al menos, cuando una mujer sufre una crisis intenta ser más interesante. Y luego está Parnelli –siguió diciendo Pilar, hablando de otro empleado.


–Parnelli me cae bien.


–Por favor… Vive en un departamento que le ha alquilado a su madre. En fin, admito que me molestó un poco lo tuyo con Pedro, pero se lo conté a mis amigos y el consenso fue que no te acuestas con él para medrar en la empresa.


Paula la miró, atónita.


–¡Por supuesto que no!


–Porque si ese fuera tu plan te acostarías con Javier –continuó Pilar– así que espero que sean felices. Creo que deberían salir juntos, que los demás digan lo que quieran.


Paula se dió cuenta de que estaba intentando ser amistosa… O la versión amistosa de Pilar Harrington.


–Gracias.



Durante la reunión del lunes, Paula decidió que no iba a echarle a Pedro los brazos al cuello, pero tampoco tenían por qué esconderse, de modo que cuando él entró en la sala de juntas, en lugar de apartar la mirada y esperar que nadie se diera cuenta de lo que sentía, le regaló una sonrisa. Él parpadeó, como cegado por un momento, y luego le devolvió una sonrisa tan alegre que el pulso de ella se volvió loco. Después de la reunión, se detuvo un momento ordenando unos papeles para quedarse a solas con él. No era muy sutil, pero había decidido que Pilar tenía razón. ¿Qué le importaba lo que dijesen los demás? Era una trabajadora diligente que nunca se había metido en líos y nunca se había alegrado más que en aquel momento.


–¿Te apetece que comamos juntos?


–No imaginas cuánto, pero tengo que comer con Javier –respondió él–. Y mañana por la tarde debo ir a buscar a mi madre al aeropuerto, así que tendré que quedarme a trabajar a la hora del almuerzo. ¿Qué te parece el miércoles?

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