lunes, 12 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 50

 –Lo anotaré en mi agenda –dijo Paula–. Ah, por cierto, mañana me gustaría salir un poco antes para el entrenamiento. Thiago está emocionado porque vas a ir a verlo el jueves.


–No me lo perdería por nada del mundo. Además, siempre me han gustado las mujeres entrenadoras.


–¿Ah, sí?


–En el colegio me volvía loco la profesora de gimnasia de las chicas. Tenía poco más de veinte años y era del equipo de atletismo… –Pedro puso cara de ensoñación–. Hay algo en una mujer con un silbato que me afecta profundamente.


Paula no tenía silbato, pero decidió comprarlo antes del jueves.



Pedro sonrió al ver a la mujer que se acercaba empujando el carrito de las maletas. Si no lo hubiera llamado por su nombre, no habría reconocido a su madre. Seguramente porque esperaba una mujer con traje de chaqueta. En lugar de eso, Ana Alfonso llevaba una túnica de colores y unos pantalones capri. Había reemplazado su collar de perlas por uno de turquesas y el bolso de diseño por un capacho de paja.


–Tienes un aspecto diferente, mamá –le dijo, mientras le daba un beso en la mejilla.


–Espero que eso sea un cumplido.


–Desde luego que sí. Estás muy guapa.


Era cierto, estaba guapa y parecía muy saludable. Incluso había engordado un poco. Cuando terminó con la quimioterapia un año antes había dejado de parecer un esqueleto pero seguía estando muy delgada.


–Gracias, hijo.


–Me alegro mucho de verte, mamá.


–Yo también, cariño –Ana, que apenas le llegaba al hombro, lo abrazó, su familiar perfume llevándole recuerdos de la infancia–. ¿Has crecido? Juraría que estás más alto que cuando me marché.


El comentario le hizo recordar las marcas en la pared de su dormitorio. Su madre había ido midiendo su vida en centímetros y recordaba el grito de alegría que lanzó cuando llegó a la estatura requerida para ir al estadio a ver los Astros. ¿Haría Paula lo mismo con Thiago?


–Estoy seguro de que no he crecido.


Aunque debía admitir que desde que Paula le sonrió en la oficina el lunes, como si estuviera loca por él y no le importase que los demás lo supieran, se sentía un poco más alto.


–Bueno, ¿Cómo estás, mamá?


Aunque su pelo se había vuelto blanco en la última década, sus ojos azules seguían siendo los mismos de siempre, con un brillo de inteligencia.


–¿Quieres que te hable de mi viaje o quieres saber si sigo libre de células cancerígenas y cuándo fue la última vez que hablé con el oncólogo?


–Lo primero, por supuesto.


Pero estaría mintiendo si dijera que no pensaba en ello muchas veces, porque temía perder a la única persona que había sido una constante en su vida.


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