lunes, 26 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 77

 –¿Has visto, tía Paula? He estado a punto de marcar un gol.


Sintiéndose culpable, Paula se prometió prestar más atención en la segunda parte del partido. Y se alegró porque, unos minutos después, en lugar de quedarse con la pelota todo el tiempo como solía hacer, Agustín se la pasó a Thiago, que marcó un gol, poniendo a las Tortugas por delante.


Paula gritó como una loca, felicitando a los dos chicos.


–¡Buen gol, Thiago! ¡Buen pase, Agustín! –sin pensar, se volvió hacia Pedro para compartir el momento y él le hizo un gesto de victoria, sonriendo como un orgulloso papá…


Que conservaran la ventaja durante los minutos que quedaban de partido no era tan importante. El encuentro había estado muy igualado, de modo que podían irse con la cabeza bien alta. Y Joaquín no había derramado una sola lágrima. Uno de los chicos del otro equipo intentó marcar un gol desde lejos en los últimos minutos y Thiago corrió como loco hacia la portería… Pero recibió un pelotazo en la cabeza que lo hizo caer de espaldas.


–¡Thiago! –intentando no pensar en el informe que había leído sobre lesiones cerebrales debidas a deportes de contacto, Paula corrió hacia el niño. Pero cuando llegó a su lado vió que Pedro había llegado antes que ella, aunque estaba mucho más lejos.


–¿Estás bien, cielo? ¿Cuántos dedos tengo aquí?


–Dos, tía Paula –el niño suspiró–. Estoy bien. Díselo, Pedro.


–Tienes que sentarte un rato en el banquillo. Voy a llamar al sustituto.


Paula se sentía un poco tonta, pero estaba temblando. Catalina ocupó el puesto de su sobrino, pero afortunadamente nadie marcó más goles. Thiago había conseguido la primera victoria para el equipo.


–Me siento orgulloso de tí –estaba diciéndole Pedro cuando Paula se acercó, después de despedirse de los demás padres–. Te he visto hablando con Agustín antes del partido. Sé que no es el niño más agradable del equipo, pero tú has hecho un esfuerzo para entenderte con él.


–Es mi compañero –dijo Thiago, orgulloso.


Pedro sonrió y Paula lo hizo también.


–Bueno, creo que debemos irnos. Es hora de meterse en la ducha. No te ofendas, Thiago, pero apestas.


El niño no parecía estar escuchando.


–Pedro, la tía Paula dice que no vamos a volver a verte.


Él se aclaró la garganta.


–Es que estoy muy ocupado con el trabajo.


–Pero me dijiste que no estabas demasiado ocupado para mí –le recordó el niño–. En el partido de los Astros.


Paula suspiró. Su sobrino tenía una memoria de elefante.


–Es complicado –murmuró Pedro, mirándola como pidiendo consejo para solucionar aquello.


–¿Es culpa mía? –preguntó el niño–. ¿Porque no me gusta que se besen?


–No, no es eso –le aseguró Paula, sacando a Isabella del cochecito para comprobar si debía cambiarle el pañal antes de subir al coche.


–Porque no se han besado desde que llegamos aquí.


Pedro se puso en cuclillas para mirarlo a los ojos.


–¿Quieres saber la verdad, pequeñajo? He hecho algo que no está bien y tu tía está enfadada conmigo, así que no quiere volver a besarme.


–Ah –Thiago hizo una mueca–. ¿Y le has pedido perdón? Hay que pedir perdón cuando haces algo mal.


–Me pidió perdón –intervino Paula, para que el niño no pensara que Pedro era una mala persona.


Le había dicho antes que no confiaba en él, pero cuando ocurría algo bueno, como el gol de Thiago, se volvía hacia él. Y cuando ocurría algo malo, Pedro estaba a su lado en un segundo.


–¿Y lo has perdonado? –preguntó el niño–. Eso es lo que hacen los compañeros de equipo.


«Compañeros de equipo». El término le hizo gracia. Así era como los veía Thiago, pensó. No como una familia exactamente, y ella no quería que pensara que nadie iba a reemplazar a sus padres, sino como un equipo: él, ella, Pedro e Isabella. Un equipo cuyos miembros se apoyaban lo pasaran bien o mal, siempre juntos.


–¿Crees que podrías perdonarme, entrenadora? –le preguntó Pedro, con voz ronca–. Sé que metí la pata y tienes todo el derecho a dejarme en el banquillo durante un tiempo, pero antes de tomar una decisión quiero que sepas que te quiero.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


–Yo también te quiero.


Las palabras salieron de su boca de la forma más natural, sin la menor duda. Aunque estaba enfadada con él, sus sentimientos no habían cambiado.


–Y te perdono.


Pedro la miró como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar… Y luego la abrazó, lanzando un grito de alegría. A su lado, Thiago reía, contento.


–Tápate los ojos, Isabella, van a besarse otra vez.

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