viernes, 30 de septiembre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 10

El cielo estaba lleno de estrellas y la cálida brisa olía a pino y a salvia. El dulce perfume de las petunias que florecían cerca se mezclaba con el olor más penetrante del desierto. Era una noche agradable para comer fuera y por primera vez en mucho tiempo sus padres habían hecho un hueco en sus ocupadas vidas para reunirse con Pedro en su restaurante favorito. Frente a él, Ana terminaba su mousse de chocolate mientras él y su padre tomaban café.


-Ya sé que estás listo para irte, querido, pero dame un segundo para que me termine esta delicia. Es raro para mí comer un postre que no haya hecho yo misma.


-Ya lo sé -lanzó Horacio una breve carcajada y le dió a su mujer unas palmaditas en la mano-, eres una esclava. Uno de estos días te quitaré las cadenas.


Una leve sonrisa iluminó la cara de Pedro mientras observaba las bromas de sus padres. Después de veintitantos años casados, seguían tan enamorados como siempre. La solidez de su familia siempre le había dado una gran seguridad. A veces incluso lo hacía sentirse un poco triste porque sentía que él nunca sentiría la bendición de una relación como la de ellos. Ana dejó la cuchara y se limpió los labios con la servilleta.


-De acuerdo, pide la cuenta al camarero y nos vamos -le dijo a su marido-. De todas formas tengo que volver a casa para ver a la yegua. Si no da a luz esta noche, lo hará mañana.


Horacio sacó la cartera y comenzó a contar los billetes. Frente a él, Pedro negó con la cabeza.


-Olvídate de la cuenta -les dijo a los dos-. Yo invito.


-Pedro, esto es una celebración porque te han quitado la escayola -dijo Ana-. Tu padre y yo queríamos invitarte.


-Contar con su compañía es suficiente celebración para mí.


Horacio guardó la billetera y retiró la silla mientras se daba unas palmaditas en la inexistente barriga. 


-Bien, tengo que reconocer que hoy ha sido un buen día. Mi hijo ha recuperado el uso de su pie, la empresa acaba de contratar al mejor geólogo en el negocio del petróleo y para terminar, me invitan a comer.


-Y si Miss Mighty Dash me da el potrillo pinto que quiero, será el día perfecto -añadió Ana mientras agarraba su bolso.


-Por cierto -le dijo Horacio a Pedro-, ¿Sabes si la señorita Chaves tiene alojamiento?


-Dijo algo sobre una reunión con una inmobiliaria esta tarde -dijo Pedro-. Supongo que por ahora se alojará en un motel.


Horacio se frotó la barbilla pensativamente.


-Tendríamos que invitarla a quedarse en el rancho hasta que encuentre algo más permanente y le lleguen las cosas de su mudanza desde Houston, ¿No te parece? -dijo, mirando interrogante a su esposa.


-Ya hemos tenido a otros empleados de la empresa antes -sonrió su aprobación Ana-. Me encantará recibir a la señorita Chaves también.


Pedro se los quedó mirando consternado. Normalmente le daba igual quién se quedaba en el Bar A. El rancho era de sus padres y él tenía su propia casa. Pero el mes anterior se había mudado temporalmente a casa de sus padres mientras un par de carpinteros le renovaban el interior de la casa. ¡Si Chaves se instalaba en el Bar A, eso significaba que él tendría que vivir con ella también!


-¡No lo dirán en serio! ¡No es necesario que la inviten al Bar A! ¡De ninguna manera! ¡Miren, puede que tenga que trabajar con ella, pero eso no significa que tenga que estar con ella las veinticuatro horas del día!


-Pero, Pedro -regañó Ana, sorprendida ante la súbita explosión de Pedro-, la señorita Chaves no será necesariamente tu invitada. Será la invitada de tu padre y mía. ¿A qué se debe esa pataleta? No va contigo que seas tan infantil y egoísta.


El sentimiento que Paula Chaves despertaba en él no tenía nada de infantil y se alegró de que estuviese bajando el sol. De lo contrario, sus padres habrían visto el rubor que se extendía por su cara. 

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