viernes, 2 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 29

 –¡Bien! –exclamó Thiago.


Paula tuvo que contener una exclamación de alegría. Era peligroso sentirse tan feliz al pensar que volvería a ver a Pedro fuera de la oficina. Intentando poner cierta distancia entre los dos, habló lo menos posible durante el partido, él había malinterpretado su reserva, porque cuando Thiago estaba distraído se inclinó para decirle al oído:


–No te enfades, Paula. Siento mucho haberme entrometido. Sé que no debería haber aceptado la invitación, pero es que… El chico me daba pena.


Paula pensó en los ojitos castaños de su sobrino.


–Lo entiendo.


–¿Entonces me perdonas?


–No estaba enfadada, al contrario. Creo que es muy generoso por tu parte. Es que… –sus palabras fueron ahogadas por los gritos del público–. Creo que nos hemos perdido un home run.


–¡Yupi! –Thiago estaba de pie, moviendo los brazos–. ¡Tía Paula, tienes que hacer el baile!


–Por favor –dijo Pedro, burlón–. Si lo haces, te invito a un perrito gigante.


Ella frunció el ceño.


–No es tan fácil comprarme.


–Lo imaginaba, pero un hombre puede soñar, ¿No?


Pedro estaba sudando, le dolía el trasero por culpa del duro asiento, tenía el brazo dormido de sujetar a Isabella… Y lo estaba pasando en grande.


–¿Seguro que no quieres devolverme a la niña? –le preguntó Paula.


–Seguro.


–Pero pesa mucho.


Considerando la cacofonía de ruidos, gritos de los fans y música de los altavoces, Pedro sonrió cuando Paula bajó la voz para no despertar a la niña. Seguramente era una costumbre de la que no se daba cuenta.


–No importa.


–No puedes estar cómodo.


Efectivamente, la niña pesaba y hacía un calor terrible, pero Pedro tenía que reconocer que se sentía más a gusto que en mucho tiempo. Isabella había empezado a llorar unos minutos antes y, aunque Paula le había dado el biberón y le había cambiado el pañal, nada parecía calmarla. Ella había sugerido que tal vez deberían marcharse, pero entonces Thiago se había puesto a llorar. Y, como no quería despedirse, se había sorprendido pidiéndole que le dejase acunar a la niña un rato.


–Así tú podrás descansar un poco –le había dicho.


–No puedo prometer que no vaya a vomitarte encima.


–Da igual, soy lavable.


Un brillo intrigante había aparecido en los ojos de Paula, pero ella había apartado la mirada enseguida. Tal vez estaba proyectando en ella sus propios pensamientos, pero de repente se imaginó en una ducha… Con ella. Intentó imaginar una ducha fría, pero no funcionó. Isabella no había tardado mucho en dormirse, al igual que Thiago. Cuanto más dormido estaba, más se apoyaba en su tía, de modo que Paula había terminado pegada a Pedro. Y él no tenía el menor problema. Cuando sonó un ronquido que parecía demasiado intenso para un niño de seis años, Paula rió.


–Mi sobrino no es precisamente delicado.


–Los chicos tienen que ser duros, correr a todas horas, pegarle a una pelota y eructar el alfabeto.


Paula hizo una mueca.

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