viernes, 30 de septiembre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 6

 -No tengo sentimientos personales hacia Paula Chaves-dijo abruptamente.


-No dabas esa impresión hace unos momentos cuando casi le arrancas la cabeza a mordiscos -señaló Horacio-. Ustedes... ¿Pasó algo entre ustedes en Sudamérica?


Pedro pareció ofendido por el comentario de su padre.


-¡Papá, la señorita Chaves debe tener cerca de treinta años! 


La expresión de Horacio se tornó irónica.


-¿Desde cuando te han detenido unos años de diferencia?


Pedro tuvo la elegancia de ruborizarse.


-Bueno, quizás ella no sea mayor que yo. Pero te puedo decir con certeza que no es mi tipo en absoluto.


-Fenomenal -dijo Horacio y le dió una palmada de aliento en el hombro-. Entonces no será un problema para tí volver a mi oficina y asegurarle que te causará mucha ilusión trabajar con ella.


-Haré lo posible por mentir.


-Créeme, Pedro -río Horacio-, dentro de unos meses me agradecerás que la haya contratado.



Paula ya casi había decidido no esperar más cuando la puerta de la oficina se abrió y Pedro Alfonso entró en la habitación. Ella inmediatamente se puso de pie y entrelazó las manos tras la espalda.


-¿Dónde está el señor Alfonso? -preguntó sin preámbulos.


-Yo soy el señor Alfonso con quien trabajará. Mí padre se ha ido a casa a nuestro rancho.


Paula se humedeció los labios e hizo un esfuerzo por permanecer calmada. Nunca había sido una persona que se dejase llevar por los sentimientos. Ese era uno de los motivos por los que tenía éxito a pesar de su sexo. Pero ese joven tenía algo que la hacía alterarse como nunca.


-Mire señor Zole... señor Alfonso Zolezzi -se corrigió intencionadamente-, creo que usted y yo sabemos que nunca podremos trabajar juntos.


Pedro estaba totalmente de acuerdo. Pero según su padre había dicho hacía unos minutos, en esta ocasión tendría que dejar sus sentimientos de lado. Esa mujer con aspecto sensual era una científica muy inteligente. Había estado con ella menos de un día, pero ese poco tiempo había sido lo suficiente para llegar a la conclusión de que ella conocía su profesión. Se dirigió hacia el escritorio y apoyó la cadera en él.


-Estoy dispuesto a probar.


-¿Porque su padre se lo ha impuesto?


Pedro intentó no irritarse ante la pregunta. 


-Horacio no me fuerza a hacer nada. No es ese tipo de padre. Y yo no soy ese tipo de hijo.


Bastaba mirarlo para darse cuenta de que no era un hombre al que se pudiera mangonear. A pesar de ser joven, ya tenía una enorme presencia. Y no era solo su aspecto físico, aunque el cielo sabía cómo la visión de sus anchos hombros y delgado cuerpo la sacudían hasta el tuétano.


-Sí. Lo creo. No me lo imagino cediendo ante nadie.


Pedro la miró para descubrir a qué se refería, pero al recorrerle con la vista los altos pómulos, la dorada piel, los ojos color chocolate y los labios maquillados color cereza, se olvidó para qué la miraba. El contraste de esos labios contra el resto de su cara era lo más erótico que recordaba haber visto en una mujer.


-Mire, señorita Chaves, me doy cuenta de que no nos conocemos demasiado y...


-Cuatro horas como máximo -lo interrumpió ella.


Pedro asintió y se dirigió a una mesita donde había una cafetera con tazas. Sentía que se ahogaba.


-¿Café? -ofreció.


-Gracias, solo, por favor.


Él sirvió dos tazas y le llevó una. Su intención era dársela y alejarse inmediatamente, pero como había descubierto en el poco tiempo que habían compartido, cuando se acercaba a ella no era dueño de sus actos. Se quedó a un paso de ella y volvió a mirarle los rojos labios.


-Me doy cuenta de que no quería matarme. Solo lo pareció. 

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