La mujer se puso de pie. Estaba igual que la recordaba. Alta, de piernas largas y curvas rellenas y sensuales. Tenía el largo y castaño pelo espeso y desteñido por el sol. En ese momento lo llevaba trenzado.
-¿Se conocen? -preguntó Horacio.
Con el ceño fruncido, su mirada se dirigió de su hijo a la mujer que acababa de contratar para la compañía.
-¿Es este su hijo? -le preguntó ella a Horacio con su ronca voz.
Pedro la recorrió con la mirada desde la gruesa trenza que le caía sobre un pecho hasta la expresión de incredulidad de su rostro.
-¡Como si no lo supiese! -dijo con sorna.
Ella lo ignoró y dirigió su mirada castaña a Horacio.
-Pensé que su nombre era Zolezzi.
-Sí, lo es.
Ella miró a Pedro y luego sintió como si le hubiesen dado un puntapié en medio del vientre.
-En Sudamérica me lo presentaron como Pedro Zolezzi -dijo ella, con la voz teñida de confusión.
-Soy Pedro Alfonso-rugió él-. Pedro Alfonso Zolezzi. No intente convencerme de que no lo sabía.
-¡Pedro! -exclamó Horacio- ¿Qué te sucede? La señorita Chaves no te ha hecho ningún daño.
-¡Claro que sí! ¡Casi me mató! ¡Por su culpa fui a parar al hospital y llevé una escayola seis semanas!
Paula Chaves echó chispas por los ojos cuando le lanzó una mirada que habría paralizado a un hombre menos fuerte.
-¡Yo no le hice nada! ¡Usted se lo hizo a sí mismo!
-Desde luego. Yo soy quien dió el viraje para esquivar a aquel perro.
-¿Qué quería que hiciera? -preguntó ella indignada- ¿Que lo matara?
-Habría estado mucho mejor que matarme a mí.
Los altos pómulos se ruborizaron.
-Nada habría sucedido si hubiese tenido puesto el cinturón de seguridad. Ya se lo dije en ese momento. Pero no. Tenía que hacerse el macho y...
-Yo no habría...
-¡Epa, epa! -gritó Horacio por encima de sus voces-. Creo que ha habido algún error aquí y...
-Por supuesto que lo ha habido -interrumpió Pedro acaloradamente-. Y el error fue contratarla -hizo un gesto señalando a Paula.
-Lo siento, señor Alfonso dijo Paula-. Yo no sabía que este -señaló a Pedro con la cabeza- hombre era su hijo. De lo contrario, nos habría ahorrado a los dos tiempo y molestias y le habría dicho que no podía aceptar el puesto en su empresa.
Al ver que la situación se estaba yendo de madre, Horacio sacudió la cabeza.
-Por favor, tome asiento, Paula, mientras cruzo unas palabras con Pedro. Solo me llevará unos momentos, se lo prometo.
Agarró a Pedro del brazo y se lo llevó por el corredor hasta un almacén.
-¿Se puede saber qué diablos te pasa? -le espetó en cuanto cerraron la puerta- ¡Nunca en mi vida te había visto actuar de forma tan ruda y grosera! La señorita Chaves es un excelente geólogo. De los mejores. Tenemos suerte de tenerla con nosotros. Si se queda. Gracias a tí.
Pedro respetaba a su padre profundamente y lo amaba todavía más. Desde que era pequeño quería crecer y ser exactamente como él. Quería ser un petrolero de los mejores. Quería que lo conocieran en el ramo de la misma forma que conocían a su padre. Pero había veces en que chocaba con su padre, y aquella era una de ellas.
-Papá, Paula Chaves es la mujer que conducía cuando salíamos del campamento en Sudamérica. Ella es la mujer que me accidentó. ¿Necesito decir más?
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