lunes, 5 de septiembre de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 33

De modo que esbozó una sonrisa ganadora.


–¿Qué vas a hacer este fin de semana?


–¡Pedro!


–No te lo pido por razones egoístas –dijo, llevándose una mano al corazón–. Bueno, no solo por razones egoístas. ¿No te gustaría que Thiago dejase de tener pesadillas?


Según el tablón de anuncios, Paula era la entrenadora de los niños de segundo: seis niños y dos niñas que formaban el equipo de las Tortugas Marinas. Por el momento, organizar el primer entrenamiento había sido como intentar reunir a un grupo de gatos. Siete gatos hiperactivos y un gatito llorón que no soltaba la falda de su madre. En el cochecito, Isabella observaba con interés, como una ayudante parca en palabras. Y Paula deseaba que los demás siguieran el ejemplo de su sobrina.


–Esto es ridículo –se quejó uno de los padres–. Los otros equipos se llaman los Meteoros, los Caimanes, los Tiburones… ¿Y nosotros somos las Tortugas Marinas? ¿Qué clase de mascota es esa? ¿Cómo vamos a ganar a los Tiburones?


–¿Se da cuenta de que ambos equipos están formados por niños de seis años y no auténticos tiburones? –replicó Paula, suavizando la réplica con una sonrisa–. Bueno, vamos a ver –dijo luego, intentando dar una imagen de autoridad para que nadie, ni siquiera los padres, pudiera poner en duda sus dotes de mando.


Sobre todo, el niño que no dejaba de llorar. Su madre intentaba que soltase su falda, diciéndole al oído:


–Lo vas a pasar muy bien, Joaquín.


En aquella liguilla no había necesidad de portero. Paula solo debía poner a dos niños como delanteros y dos en defensa, intercambiándolos regularmente para que cada uno estuviera el mismo tiempo en el campo. Había pensado dejar que corriesen, driblasen y dieran patadas al balón, pero tal vez estaba siendo demasiado ambiciosa. Por el momento, se conformaba con tener a los ocho en un sitio, sin llorar.


–¡Todo el equipo al centro del campo! –la orden sonaba rara y boba, pero le había parecido que eso era lo que diría un entrenador.


Thiago parecía aprobarlo porque fue el primero en colocarse en el centro del campo. Todos los demás lo siguieron, salvo Joaquín, el llorón, y dos que estaban empujándose porque uno de ellos, el niño, había dicho que las chicas no sabían jugar al fútbol.


–A ver, por favor –medió Addie–, tú eres Valentina, ¿Verdad?


La niña asintió con la cabeza.


–Encantada de conocerte. Soy la entrenadora, Paula, y estos son tus compañeros de equipo. Incluyendo a este niño…


–Agustín –dijo él, desafiante.


–Tenemos que trabajar unidos y no pelearnos.


–Pero dice que las niñas no saben jugar al fútbol –protestó Valentina.


Paula se puso en cuclillas para estar a la altura del niño.


–Yo soy una chica, Agustín. ¿Crees que podrías ganarme en un partido?


El niño lo pensó un momento, pero después negó con la cabeza. Afortunadamente. Porque había una ligera posibilidad de que aquel niño pudiese ganar, y estaría metida en un buen lío.


–Entonces estamos de acuerdo en que las chicas pueden jugar al fútbol. Vamos, todos al centro del campo.


Pidió que levantasen la mano los que hubieran jugado alguna vez y luego dijo que iban a aprender algunas técnicas básicas. La otra niña, la que no era Valentina, levantó una mano.

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