miércoles, 31 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 60

«Hacer cosas que te hagan feliz, porque, aunque yo no pueda darte la felicidad, todavía no puedo dejarte ir».


—Me encantaría visitarlas —Paula le recolocó la férula con manos diestras. Al incorporarse, asintió—: Voy a llamarlas. ¿Prefieres que quede algún día en especial?


—Cuando te vaya mejor.


—Te seguiré entreteniendo mientras estemos aquí —siempre tan responsable, pasara lo que pasara—. Tú tienes que cumplir con tu parte y no hacer trabajo de oficina. Podemos hacer un montón de cosas: Ir al cine, al teatro, alguna excursión…


Cosas que podían haber sido románticas, y que Pedro sabía que se quedarían grabadas en su memoria.


—Hace años que no voy al cine.


Fueron a una película de acción y humor. La oscuridad permitió a Paula liberarse de parte del estrés que arrastraba. Rió a carcajadas y gritó en los momentos de tensión, aferrándose al brazo de Pedro, que soltó en cuanto encendieron las luces. Él lo recordaba en aquel momento, mientras descansaban en unas hamacas en la borda de un barco. Hacía años que no veía Melbourne desde el agua, y le dió lástima que la excursión fuera a terminar pronto. Cada vez le costaba más imaginar la vida sin ella. Ya ni siquiera sabía qué quería. Sólo era consciente de necesitar su presencia, de querer saciarse de ella, de que necesitaba tenerla cerca. A primera hora había comprado entradas para el teatro. Paula fue a visitar a sus hermanas por la tarde y volvió con una bolsa. Después de picar algo, ella desapareció en su dormitorio. Cuando salió, se volvió a mirarla y se quedó boquiabierto. Llevaba un vestido largo azul verdoso, que se ceñía a su cuerpo y desplegaba una falda con vuelo desde la cintura hasta los talones. Calzaba unas sandalias de tacón alto y cubría sus hombros, uno de los cuales quedaba al descubierto, con un echarpe de hilo de plata.


—¡Dios mío! —exclamó Pedro—. Estás preciosa. Debería haber pedido un coche con chofer. 


—Gracias, lo ha diseñado Bella —dijo Paula con una mezcla de timidez y placer. Luego rió—. Pero recuerda que sigo siendo tu empleada y un taxi es más que suficiente para mí.


Pedro no estaba convencido, pero la siguió sin protestar. No podía apartar los ojos de ella, de su perfecta figura, de la curva de su cuello, de la forma en que el echarpe se le deslizaba hacia el hueco del codo… Soph abrió la puerta del taxi y giró la cabeza.


—Pedro, ¿Estás bien?


—Sí, claro —dijo él, aunque no estaba seguro—. Vámonos.


Aunque no le cabía la menor duda de que la obra había sido magnífica, Pedro no pudo dejar de pensar en Paula durante toda la sesión.


—¿Una copa? —sugirió al salir a la calle.


El resto del público se agolpaba a su alrededor y Paula, frunciendo el ceño, sacó los codos como una mamá gallina para evitar que empujaran a Pedro.


—Nadie va a hacerme daño, Paula —dijo él, emocionándose de una manera que lo desconcertó. La tomó del brazo y tiró de ella con el único pensamiento de besarla.


—Tu tobillo… Tu brazo —balbuceó ella.


Pedro sabía que quería mucho más que un beso. 

Juntos A La Par: Capítulo 59

Lucrecia los observó antes de mirar por la ventanilla. Paula apretó las manos con tanta fuerza que se le pusieron blancos los nudillos. Pedro le tomó una de ellas y la sujetó con firmeza cuando ella hizo ademán de retirarla.



—No tardaremos en llegar a Melbourne. Estamos seguros —dijo.


—No tengo miedo —dijo ella alzando la barbilla con gesto decidido.


Y Pedro se preguntó cuántas veces en la vida habría adoptado esa actitud. Miró hacia fuera y vió que sobrevolaban Melbourne. Necesitaba encontrar una manera de mantenerla a su lado y al mismo tiempo evitar el tipo de error que había arrastrado a su padre a tantos fracasos emocionales. No era posible. Por más que lo intentara, acabaría haciéndole daño. Y no podía consentirlo. Pronto estaban aterrizando. Lucrecia tenía su coche esperándola y había alquilado otro para que llevara a Pedro a su casa.


—Tranquilo, Pedro. Sólo queríamos asegurarnos de que estabas sano y salvo. Ahora debes descansar —dijo Lucrecia. Y se marchó sin esperar a que le diera las gracias.


Cuando llegaron a casa, Paula llevó a Simba al jardín.


—Te has portado muy bien con él —dijo, al volver al salón, mirando a Pedro con dulzura—. Y conmigo. Era la primera vez que subía a un helicóptero. No sabía si me iba a marear y no quería ser una molestia. Se supone que soy yo quien ha de cuidar de tí.


—Y lo estás haciendo muy bien —sólo que Pedro quería más de ella.


La idea de compartir la casa con Paula sin poder tocarla le resultaba insoportable, pero no había otra solución.


—Voy a preparar una lista y a hacer una compra. Como estamos sin coche, tomaré un taxi —dijo Paula sin mirarlo—. Mientras tanto, tú puedes organizar las reparaciones precisas en tu casa.


Pedro aceptó la sugerencia. Cuando Paula volvió, guardó la compra mientras él acababa de hablar por teléfono.


—Tu casa de campo es maravillosa, pero tengo que reconocer que me encanta estar de vuelta en la ciudad —dijo Paula mientras le ayudaba con los ejercicios de rehabilitación, probablemente para distraerse de su proximidad física. Tras una pausa, preguntó—: ¿Qué tal notas el tobillo?


—Mejor —Pedro estaba seguro de que el médico lo confirmaría, igual que respecto a sus niveles de estrés. Lo que no sabía era qué efecto tendría en su salud la marcha de Paula—. No has disfrutado de ningún día libre desde que trabajas para mí. Quiero que veas a tus hermanas, o que vayas de compras. 

Juntos A La Par: Capítulo 58

Pedro no dejó de maldecirse mientras se arreglaba. La única buena noticia era que Paula no hubiera decidido marcharse. No sabía cómo iba a soportar estar con ella sin sus pequeñas caricias, sin tocarla, pero él era el único responsable de encontrarse en aquella situación. Debía haber ejercido más control sobre sí mismo. Evitar lo que había pasado la noche anterior. «¿Y perder la oportunidad de poseerla, de tenerla en tus brazos?». No. No se lo hubiera perdido por nada del mundo. Pero en el fondo, ella tenía razón. Era mejor acabar con aquello antes de que cualquiera de los dos albergara expectativas inalcanzables. Mientras hablaba con la autoridad local para informarse del las consecuencia de la tormenta, que resultaron ser muy serias, Pedro oyó un helicóptero aterrizar en el jardín. Lucrecia y el piloto bajaron. Su madrastra llevaba botas de agua con un traje de chaqueta y un elegante sombrero. En cualquier otra ocasión, la incongruencia de su aspecto lo habría hecho reír; en aquel momento, se limitó a decir al oficial que estaba al otro lado del teléfono:


—Acaba de llegar el Séptimo de Caballería.


Colgó y miró a Paula, sentada en el ángulo opuesto del salón. Habían pasado así la mañana. Manteniendo la distancia física y actuando como si su relación profesional no se hubiera visto afectada. Se miraban y evitaban tocarse. Y Pedro trataba de ignorar un dolor en el pecho que se le habría aliviado con sólo estrecharla en sus brazos.


—¿La Caballería? —preguntó ella.


La propia Lucrecia respondió:



—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? —llamó, tamborileando los dedos sobre la puerta. 


Pedro acudió a abrir. Su madrastra le dió un sentido abrazo.


—¡Estábamos tan preocupadas al enterarnos de las terribles tormentas! —se separó de él para mirarle a la cara—. Cuando han dicho que la región se había quedado aislada, hemos decidido organizar el rescate. Como he dicho que yo pagaría el helicóptero, me han tenido que dejar venir a mí.


—Ya pagaré yo —dijo Pedro. No pretendía haber sido tan severo con sus madrastras al pedirles que ajustaran sus gastos.


—No, cariño. Ha sido mi idea —dijo Lucrecia, animada. Luego miró hacia atrás—. Permíteme que te presente a nuestro piloto. Quiere que nos movamos con celeridad.


El piloto, un hombre de unos cincuenta años de aspecto competente, dijo:


—Lo mejor sería partir en media hora. Preferiría volar antes de que comience a llover de nuevo.


—No tardaremos en prepararnos.


En unos minutos, habían recogido su equipaje, cerraban la casa y subían al helicóptero. Pedro llevaba una bolsa al hombro, otra en la mano y la escayola cubierta con varias bolsas de plástico porque Paula había insistido en protegerla de toda humedad y él no había querido discutir con ella. Sólo cuando estuvieron sentados en el interior del helicóptero y la miró, vió la tensión que crispaba su rostro. Llevaba a Simba en el regazo y los dos parecían desvalidos y vulnerables.


—Dame a Simba —dijo él. Y sin esperar respuesta, lo tomó—. Estará seguro bajo mi jersey.


—Gracias —Paula parecía a punto de echarse a llorar y Pedro sintió que el corazón se le encogía.

Juntos A La Par: Capítulo 57

 —No hace falta que digas nada —Paula miró de soslayo a Pedro al tiempo que le ponía una bandeja en las rodillas con el desayuno.


Mientras él dormía y ella preparaba el desayuno para llevárselo a la cama, Paula había decidido lo que tenía que decir y cómo lo diría, pero en ese momento le fallaban las palabras. Habían compartido tantas cosas la noche anterior que no había sabido medir cuan profundamente iba a sentirse afectada. Y aunque no podía analizar lo que significaba, tenía la certeza de que, si esa intimidad se repetía, estaría arriesgando demasiado. Ella estaba allí para hacer un trabajo. Cuando concluyera, acudiría al siguiente puesto que le asignara su agencia. Tenía que alcanzar cierto grado de distancia emocional. Todo lo contrario de lo que había pasado la noche anterior.


—Estoy segura de que coincides conmigo —dijo, aunque no tenía ni idea de lo que Pedro pensaba.


Estaban sentados en la cama. Pedro tomaba café y mantenía una expresión inescrutable en la que refulgían sus brillantes ojos verdes.


—Continuaremos como hasta ahora; no espero nada —hizo una pausa—. Quiero darte las gracias por… Lo que pasó. Supongo que… Hemos satisfecho nuestra curiosidad…


—Yo creo que pasó mucho más que eso —dijo él con el ceño fruncido y una mirada que la hizo estremecer.


—Sí, claro… Pero no fue más que un impulso —dijo ella, bajando la mirada hacia la bandeja del desayuno.


—Yo no estoy tan seguro —dijo Pedro, dejando el tenedor bruscamente sobre el plato.


—Por favor, no te ofendas —dijo Paula con un hilo de voz. Luego, elevando el tono, añadió—: Sólo me he adelantado a decir lo que habrías dicho tú.


—¿Y eso cómo lo sabes? —Pedro parecía querer gritar de rabia, pero Paula no podía creer que estuviera enfadado.


—Porque sé que no quieres compromisos y porque debemos mantener una relación profesional. Así que es mejor que la noche pasada no se repita.


—¿Así que quieres acabarlo aquí y ahora? —dijo él, quemándola con la mirada.


—Sí. Pienso que los dos estamos de acuerdo.


Paula empezaba a perder el control. Quizá había sobreestimado su habilidad para fingir, para actuar como una mujer sofisticada que sabía lo que quería. Tal vez no había sido una buena idea volver al dormitorio, llevar el desayuno a la cama. Con cada minuto que pasaba, más deseaba que Pedro la contradijera.


—Tienes razón, Paula —Pedro asió la taza con fuerza—. Lo mejor es que esto acabe aquí y ahora.


—Me alegro. Sabía que llegaríamos a un acuerdo —dijo ella, levantándose para huir de la desesperación que sentía y del impulso de echarse en la cama y sollozar—. Debo sacar a Simba al jardín y supongo que tú querrás un baño.


Se había dado cuenta demasiado tarde de que nunca se saciaría de Pedro, y la fingida calma y sofisticación estaba a punto de abandonarla.


—Yo me ducharé en mi cuarto de baño.


Y con esas palabras salió precipitadamente del dormitorio. 

Juntos A La Par: Capítulo 56

 —No puedo… —«Expresar lo que siento», quería pero no podía decir. 


Tendría que demostrarlo. Inclinó la cabeza y besó a Paula con ternura. Ella sonrió y se ajustó a él. En aquel momento, Pedro, tal y como ella le acababa de suplicar, la amaba tanto como le era posible. Sus miradas se encontraron y pensó que podría seguir así el resto de su vida, con los brazos de Paula alrededor de su cuello, cada milímetro de su piel pegado al suyo. Los gemidos de Paula le llevaron al límite en varías ocasiones, pero aguantó hasta que ella se arqueó y de su garganta escapó un prolongado gemido mezclado con su nombre. Entonces Pedro se dejó ir y sintió emociones que nunca había experimentado y que ni siquiera llegaba a comprender, pero cuya intensidad era innegable y estaba vinculada a ella. Dando un profundo suspiro, Paula le rodeó la cintura con los brazos y se acurrucó en su pecho. Pedro le acarició el cabello mientras se decía que la deseaba más que nunca.


—Eres preciosa —susurró. Paula había roto sus barreras con su generosidad y su inocencia, y le había hecho abrirse a los sentimientos—. ¡Ojalá no te hubiera hecho daño! «Ojalá no te lo haga nunca».


—Apenas lo he notado —los ojos de Paula se entornaron y las palabras sonaron confusas—. Creo que me estoy quedando dormida. Siempre he pensado que sería tan cálido como una botella de agua caliente —farfulló.


Pedro tuvo que contener la risa ante un comentario tan inesperado. Apenas terminó de pronunciar la última palabra, Paula se quedó dormida. 


—Quiero abrazarte mientras duermes —susurró él. Y dando un suspiró, apoyó la cabeza de Paula en su pecho y cobijó su cuerpo junto al de él.


En lugar de sentirse saciado después de hacer el amor con Paula, quería algo más de ella. No sabía qué, ni cómo conseguirlo. Ni siquiera si podría conseguirlo. Sólo sabía que la deseaba en sus brazos y que quería adorar su cuerpo una y otra vez… ¿Hasta cuándo? Hasta que se separaran porque Paula dejara de trabajar para él. Ésa era la respuesta lógica. Apretó los labios y acabó por dormirse mientras se repetía que no la dejaría marchar. Cuando la vela se extinguió, en la total oscuridad, Pedro despertó a Paula y le hizo el amor otra vez hasta que los dos colapsaron al mismo tiempo, estremecidos y exhaustos. Él se quedó dormido acariciando el cabello de Paula. Ella tardó. Aquella noche había hecho algo que ya no tenía marcha atrás y de lo que no se arrepentía. Sentía que había hecho lo correcto al entregarse a Pedro porque con su cuerpo le había entregado parte de su corazón. A partir de ese momento tendría que encontrar una manera de seguir adelante porque, al margen de sus sentimientos y deseos, la realidad era que él no quería ningún tipo de compromiso. Sintiendo un súbito escalofrío, Paula se puso el pijama y se cubrió con la manta. 

lunes, 29 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 55

 —Tienes un calambre —Paula retiró las sábanas y se arrodilló—. Deja que te ayude —añadió, al tiempo que se la masajeaba.


Pedro se reclinó sobre los codos y apretó los dientes. Poco a poco, a medida que le deshacía los nudos que le agarrotaban la pierna, Paula fue consciente del aspecto desalisado que ofrecía, del frescor de la habitación y del dulce aroma de la vela, mezclado con el olor a sábanas y cuerpos calientes. Detuvo las manos súbitamente. Él se incorporó y sus miradas se encontraron. Había dejado de llover. Sólo se escuchaba el sonido de sus respiraciones en la quietud de la noche. Paula pudo ver deseo, confusión, necesidad y curiosidad en los ojos de Pedro. Éste le rodeó la muñeca con los dedos. Ninguna otra parte de su cuerpo se tocaba, y aun así, un fuego que acabó con todas sus incertidumbres prendió en el interior de ella. ¿Por qué no hacer el amor con él? ¿Por qué no aprovechar el instante como tanta gente hacía?


—Quiero lo que veo en tu mirada, Pedro. Quiero que lo hagas realidad esta noche —susurró.


Pedro se quedó paralizado una fracción de segundo. Luego, en un tono casi amenazador, dijo:


—¿Sabes lo que estás diciendo?


—Sí —replicó ella sin amedrentarse.


—¡Dios mío, no puedo resistirme! —exclamó él. Y tirando de ella, la estrechó con fuerza contra sí y la besó hasta dejarla sin aliento.


Luego comenzó de nuevo, lentamente, a la vez que exploraba cada milímetro de su piel y le besaba el rostro, el cuello los párpados; apoyándose en el codo para elevarse sobre ella, la miró fijamente con adoración, le acarició la cara, trazó la línea de su hombro, bajó hasta uno de sus senos, luego al otro. Continuó hacia el hueco de su cintura y siguió la curva de su vientre hacia el ombligo. Sus ojos no dejaban los de ella, y le decían lo atractiva y deseable que la encontraba.


—Quiero sentir tu piel, Paula —susurró. Ella se estremeció y en cuestión de segundos él le había quitado la camiseta. Cada beso, cada caricia aceleraban su corazón un poco más. 


Paula le imitó; pronto los dos estaban completamente desnudos, y Pedro se preparaba. Paula no sabía cómo podría colocarse cobre ella con la escayola y el dolor del tobillo, y no pudo ocultar su preocupación:


—¿Cómo…?


—No te preocupes de eso —Pedro se puso completamente paralelo a ella, se acomodó a la altura necesaria y, cuando la penetró, la barrera interior de Paula cedió para dejarle entrar.


—Paula —gimió él. Y se quedó paralizado—. ¡Dios mío, Paula! —la besó con labios temblorosos.


—No me duele —mintió. Sabía que pronto se pasaría—. Por favor, no pares —lo asió con fuerza antes de susurrar—: Hazme el amor, Pedro. Ámame tanto como puedas. 


Pedro sentía el corazón retumbarle en el pecho. Embargado por la emoción, estrechó a Paula contra sí y le acarició la espalda mientras se preguntaba cómo podía haber tenido la fortuna de recibir semejante regalo.

Juntos A La Par: Capítulo 54

 —¿Estás incómodo?


—Sí —dijo él en un tono que hizo sentir a Paula una oleada de calor— . Y el tobillo también me molesta. Duérmete, Paula.


—Pedro… —empezó ella, aunque sin saber qué quería decir—. Buenas noches.


—Buenas noches —dijo él, y se giró de espaldas a ella. 


Paula podía olerlo a pesar del perfume que desprendía la vela. Necesitaba olvidar que lo tenía al lado e imitar el autocontrol que él demostraba tener. Cambió de postura, hundió la cabeza en la almohada, apretó los ojos. Intentó convencerse de que en cualquier momento se dormiría y no despertaría hasta el día siguiente. Y descubriría que no se había humillado pegándose a él o acurrucándose a su costado tal y como anhelaba hacer. Cambió una vez más de postura buscando reposo mental y físico. Finalmente, cayó en un sueño agitado.


Pedro deseaba tanto a Paula que le dolía todo el cuerpo. Había sentido cómo se revolvía y agitaba hasta que por fin se había quedado dormida. Sólo entonces pudo él respirar y relajarse parcialmente. Acercando su almohada a la de ella, se había acercado y había apoyado su cabeza lo más cerca posible del cabello de Paula. Aunque era como estar entre el cielo y el infierno, el aroma relajante de la vela, y el agotamiento tanto físico como mental, contribuyeron a que finalmente lograra relajarse. Sus sentimientos hacia ella eran cada vez más profundos. No era sólo una cuestión de atracción sexual. Quería conocerla, profundizar en su alma, y era la primera vez en su vida que sentía algo así. Pero no podía permitírselo. En ese momento, Paula susurró algo en sueños y, girándose sobre el costado, pegó la nariz al cuello de Pedro y comenzó a roncar suavemente. Una oleada de ternura y emoción invadió a Pedro hasta casi ahogarlo. En su pecho se instaló una presión que no tenía nada que ver con el dolor, y todo, con ella. Como si se moviera por voluntad propia, su cuerpo seadaptó al de ella y su boca quedó a unos milímetros de la de ella, tan cerca que su cálido aliento le acariciaba los labios. Por la mañana, se separaría de ella; Paula no tenía por qué enterarse de la irresistible tentación que había sido tenerla a su lado.


—¡Ay! —el grito de dolor de Pedro sacó de golpe a Paula de un reconfortante y placentero sueño. Aunque se movió deprisa, le dió tiempo a notar que Grey se separaba precipitadamente de ella y a darse cuenta de que habían dormido uno en brazos del otro.


Pedro se sentó y se asió la pantorrilla. 

Juntos A La Par: Capítulo 53

 —Dormir en el suelo perjudicaría tus lesiones.


—Y el sofá es demasiado incómodo para cualquiera de los dos —dijo Pedro. Paula tenía razón—. Y no te ofrezcas a dormir tú en el suelo porque no pienso consentirlo.


—Si no podemos dormir ni en el suelo ni en el sofá, sólo queda una posibilidad: Que compartamos tu cama —musitó ella. Y tardó una fracción de segundo en asimilar lo que acababa de decir. Miró a Pedro con expresión desconcertada y él sintió que se le aceleraba el corazón al ver la inquietud reflejada en su mirada—. Si es que no te importa.


—Es lo bastante grande como para los dos —¿Si no le importaba dejarle dormir junto a él? Tan cerca que podría tocarla, pero sin tocarla. La deseaba tanto que le dolían los huesos, pero era la única alternativa y Paula parecía dispuesta a aceptarla. Indicando la cama y para tranquilizarla, añadió—: Necesitamos descansar. Mañana veremos qué podemos hacer.


—Tienes razón, debemos dormir —Paula se mordió el labio.


—¿Por qué no bajas y apagas la música y la calefacción? Entretanto me cambiaré y podremos acostarnos —Pedro le dedicó una sonrisa tranquilizadora—. ¿Te parece bien? 


—Su… Supongo que sí —balbuceó ella, irritándose consigo misma por sonar como una virgen de otra era, temerosa de lo que pudiera suceder.


Después de todo, era una virgen contemporánea, y podía tomar sus propias decisiones; y lo peor era que deseaba demasiado lo que podía suceder para su propio bien.


—Volveré en diez minutos —al ver que Pedro asentía, bajó, tomó algunas cazuelas y trató de contener las goteras. Luego se atareó con otras cosas confiando en que él se quedara dormido.


Iban a dormir juntos. Y solos. Todavía se entretuvo un poco más ocupándose de Simba, que no parecía en absoluto afectado por el ambiente húmedo. Cuando no supo qué más inventarse, recogió el pijama y el cepillo de dientes de su dormitorio y fue al de Pedro. Y allí estaba él. En la cama. Desnudo… Al menos de cintura paraarriba. Bajo la tenue luz de una vela, Pedro clavó en ella una mirada sensual.


—Has traído la vela que dejé en tu cuarto de baño —balbuceó ella—. ¡Qué buena idea! Así no dependeremos sólo de la interna. Me cambiaré en seguida —añadió, apretando el pijama contra su pecho de camino al cuarto de baño—. No me esperes despierto. Debes de estar agotado.


Cerró la puerta a su espalda, se apoyó en ella y cerró los ojos mientras intentaba retomar fuerzas y convencerse de que podía hacerlo, de que Pedro y ella podían compartir cama sin que sucediera nada. Se cambió y aseó, y cuando ya no había excusas para prolongar su reclusión en el baño, fue hasta la cama, apagó la linterna, la dejó en el suelo y se metió entre las sábanas sigilosamente, sin ni siquiera mirarlo. Éste cambió de postura. Evidentemente, no estaba dormido. Paula recordó que no habían hecho los ejercicios de rehabilitación del tobillo.


Juntos A La Par: Capítulo 52

 —A la cama… Quiero decir, voy a retirarme —balbuceó Paula, levantando a Simba del sofá—. Primero voy a llevar a Simba a tomar un poco de aire.


—Yo voy a escuchar un poco más de música. Tengo que reconocer que tu selección me intriga —dijo él en un tono aparentemente neutro que hizo dudar a Paula de la sinceridad de sus palabras. Quizá, como ella, necesitaba mantener las distancias.


«Si es así, demuestra mucha más inteligencia que tú en este momento».


—Entonces, hasta mañana —salió por la puerta trasera y dejó que la lluvia le refrescara el rostro, rezando para que también le refrescara la mente.


—Me temo que tenemos un problema —dijo Paula desde la puerta en tono consternado.


Pedro se volvió con sorpresa. Acababa de oírla subir y estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no imaginarla mientras se desnudaba ni pensar en las curvas que tanto deseaba explorar.


—¿Qué sucede?


—Nos hemos quedado sin luz en el piso de arriba —explicó al tiempo que dejaba a Simba en el sofá.


—La casa tiene varios circuitos. Voy fuera a darle al diferencial.


—No creo que sea tan sencillo —dijo Paula con una tensa risita—. Parece que ha entrado agua por el tejado… Mucha. ¿Tienes una linterna?


Pedro fue hacia ella.


—Sí. Está en la cocina. Espero que la pila no esté gastada.


Exploraron el piso superior con la linterna. Las goteras habían empapado la cama y la moqueta de Paula. Lo mismo había sucedido en el tercer dormitorio, el descansillo y el cuarto de baño. La única habitación que no había sido afectada era el dormitorio de Pedro.


—El agua debe de haberse deslizado por las vigas hasta encontrar un lugar por el que entrar.


—Si no me hubiera empeñado en oír música toda la tarde, habríamos oído algo —dijo Paula desde el descansillo. 


Pedro se giró y la iluminó con la linterna. Parecía mortificada por la culpabilidad.


—No habríamos oído nada, Paula, no tienes ninguna responsabilidad en lo que ha pasado. No hay más que reparar los daños. De hecho, debía haber hecho que revisaran el tejado hace tiempo. El electricista mencionó que debía reemplazar parte de la instalación.


—Pero no podías saber que iba a haber una tormenta como ésta — salió Paula en su defensa.


—Precisamente, y tú tampoco —no comprendía por qué Paula tendía a culparse de todo—. La cuestión ahora es qué vamos a hacer —tenía pocas opciones—. No podemos hacer nada con las goteras, las camas están empapadas y el sofá del salón es demasiado corto.


Paula suspiró con gesto exasperado.


—Yo quepo en el sofá.


—Te cedo mi cama. Yo dormiré en el suelo.


Dijeron al unísono. Paula frunció el ceño. 

Juntos A La Par: Capítulo 51

 —Tengo que ir a por Simba y cambiarme de ropa. Tú también debes secarte —deslizó la mirada por el torso de Pedro antes de volverla a su rostro—. Hace frío. Ponte algo abrigado.


Salió precipitadamente hacia la parte trasera de la casa y escapó antes de que Pedro pudiera decir algo. Él encendió la calefacción en el salón y luego subió las escaleras. Todavía sentía la ausencia de Paula entre los brazos. Al contrario de lo que le había sucedido a él, Paula parecía haber salido fortalecida de la traumática experiencia. Lo bastante como para resistirse a una nueva aproximación. Quizá con un abrazo le había bastado. Quizá ni siquiera le habría importado quién se lo diera. La lluvia continuó azotando las ventanas el resto del día. Paula hizo todo lo que pudo por mostrarse animada y optimista, y por ocultar las emociones que Pedro despertaba en ella. Una vez cambiados y secos, y tras tomar varias tazas de café con cardamomo, llevó a Simba al salón y fue a preparar la cena a la cocina con sus CDs favoritos… Y la turbadora compañía de Pedro, que insistió en ayudarla. Paula ya no tenía el pelo verde. Como la lluvia había arrastrado parte del tinte, acabó de quitárselo en la ducha y, puesto que no tenía el menor interés en estar guapa para él, no se molestó en peinarse. Era una mera casualidad que llevara sus vaqueros y su jersey favoritos. Cenaron con rock y luego, en el salón, escucharon reggae y jazz. Cuando la música se puso demasiado romántica para el gusto de ella, la cambió por la banda sonora de una película infantil. No cesaba de llover.


—Espero que esta lluvia no cause problemas —comentó Pedro tras un prolongado silencio—. Los arroyos ya bajan con mucho caudal por el deshielo —se puso en pie y fue hacia la ventana.


—Tendremos que esperar a ver qué pasa —el corazón de Paula se acompasó a la rápida lluvia. 


Pedro le daba la espalda y podía observar sus anchos hombros, grabar en su memoria cada milímetro de su cuerpo. Los pantalones que llevaba le quedaban a la perfección, ajustándose lo bastante a su trasero y a sus muslos como para permitir apreciar su deportiva figura. Su estrecha cintura se ensanchaba hacia los hombros en una inmaculada camisa blanca. No podía seguir negándolo. Deseaba tanto hacer el amor con él que no podía quitarse la idea de la cabeza.


—Si se produjera una inundación, nos quedaríamos atrapados —dijo Pedro.


Dió media vuelta y, al encontrarse sus miradas, Paula vió en sus ojos una reprimida pasión que la hizo estremecer. La mandíbula, el cuello, todo el cuerpo de Pedro se tensó. 

viernes, 26 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 50

 —¿Continúo o quieres que busque un sitio para esperar a que amaine? —preguntó ella sin apartar la mirada del asfalto.


—Si puedes seguir, es mejor que continuemos. Estamos cerca —tras una breve pausa, Pedro añadió—: Sólo si puedes, Paula.


—Tengo que poder —dijo ella con determinación.


Durante los últimos kilómetros el viento volvió a arreciar y llovió con fuerza. El coche se zarandeaba y en el exterior había un ruido ensordecedor. Para cuando paró el motor a la puerta de la casa, Paula estaba pálida y exhausta. Se volvió hacia Pedro. Con voz temblorosa, y gritando por encima de la lluvia torrencial, preguntó:


—¿Puedes quitarte la camisa y usarla para proteger la escayola?


—Sí. De todas formas, no creo que pase nada porque se moje un poco —Pedro estaba más preocupado por ella que por la escayola, pero Paula no le dió tiempo a decirlo.


Le ayudó a quitarse la camisa y a atarla alrededor de la pierna.


—Ten cuidado en los escalones. Estarán resbaladizos —dijo él cuando se disponían a salir. Quiso añadir que había hecho un magnífico trabajo, pero decidió esperar a estar en el interior.


—Después de haber corrido peligro de caer por un precipicio, resbalarme en las escaleras sería lo de menos —dijo ella. 


Pero aunque intentó usar un tono ligero, Pedro pudo intuir la angustia que ocultaba. Entraron en el vestíbulo empapados. El agua se deslizaba desde sus cabezas hasta el suelo.


—Lo has hecho magníficamente —dijo él, mirándola—. Nos has traído a casa sanos y salvos —suspiró y le secó una gota de lluvia verde de la cara. Tenía un aspecto tan vulnerable que sintió un nudo en el estómago.


—Estaba aterrorizada —confesó ella. Y, temblando, agachó la cabeza como si sólo entonces fuera plenamente consciente de la responsabilidad que había asumido.


—Ven aquí, pequeña —Pedro la atrajo hacia sí y la estrechó contra su calado pecho.


La sensación fue maravillosa y reconfortante después del peligro que habían pasado. Los dos lo necesitaban, y Pedro se permitió disfrutar del momento, respirando el aroma de Paula y besándole la cabeza sin importarle que los labios se le tiñeran de verde. Cuando ella le rodeó la cintura con los brazos, él le pasó los suyos por los hombros y la estrechó aún más contra sí. Sintió entonces cada curva de ella, sus senos contra su pecho, la suave redondez de su vientre contra su pelvis. Iba a besarla, pero ella bajó los brazos y retrocedió. 

Juntos A La Par: Capítulo 49

Se trataba de Tomás Coates. Pedro le escuchó sin poder apartar la mirada de Paula. Su expresión fue iluminándose y, tras una breve pero intensa conversación, colgó obviamente satisfecho.


—¿Qué sucede? —preguntó Paula al tiempo que guardaba el teléfono—. ¿Buenas noticias?


Pedro mordisqueó su última patata antes de anunciar:


—El proyecto de Beacon's Cove vuelve a estar dentro del plazo y una cooperativa de compradores se ha comprometido a adquirir la mitad de los departamentos del complejo. Coates y McCarty han hecho un trabajo excelente.


—¡Cuánto me alegro, Pedro! —Paula alargó la mano como para apretar la de él, pero acabó dejándola sobre el regazo—. Se ve que tienes un buen equipo.


—Se ve que sí —Pedro se quedó taciturno. 


Que tuviera colaboradores eficientes no significaba que tuviera que cambiar sus hábitos de trabajo. Otra cosa era que quisiera hacerlo, que ya no quisiera volver a una existencia frenética y estéril, carente de sentimientos. Señaló el plato de Paula.


—¿Has acabado?


—Sí.


Mientras salían del comedor, Pedro miró el reloj y descubrió que había pasado bastante más rato de lo que pensaba. En el exterior, las nubes se agolpaban y amenazaba lluvia. El perro había abandonado el felpudo para tumbarse junto a la pared del pub.


—Será mejor que vayamos a casa —Paula fue hacia el coche—, a tu casa, quiero decir.


—Sí, parece que va a llover —Pedro subió al coche, pensando cuánto le gustaba oír las palabras «Vayamos a casa» en labios de Paula.


Guardó silencio. Todas sus emociones parecían girar en torno a ella, y eso le inquietaba. Cuando volvió a prestar atención al exterior, habían llegado al tramo de carretera más estrecho y peligroso. Un rayo rasgó el horizonte en dos, seguido del retumbar de un trueno. La lluvia estalló sobre ellos. Paula asió el volante con fuerza.


—Los limpiaparabrisas no consiguen despejar el agua y hace tanto viento que mueve el coche.


—Concéntrate en no perder el carril. Usa como guía la raya continua sin llegar a tocarla —dijo Pedro. No hizo falta que comentara que, si se salía de la vía, podían caer por un precipicio.


—Es más fácil decirlo que hacerlo —dijo ella con cara de concentración extrema.


Pedro sintió un creciente orgullo al verla lidiar con cada curva, con cada recodo de la carretera, y habría dado cualquier cosa por ser él el conductor y liberarla de una experiencia tan traumática. En dos ocasiones el coche se aproximó peligrosamente al borde, y en las dos, Paula recuperó el control del volante con suavidad, sin sobresaltos, mientras mantenía los ojos muy abiertos para atravesar la cortina de lluvia que caía sobre el parabrisas. Cuando lo peor de la carretera se acababa, la tormenta les dió un respiro. 

Juntos A La Par: Capítulo 48

Tuvieron que pasar por encima y el perro ni se inmutó. En el interior, había un par de mesas ocupadas por hombres, y algunos más en la barra. Todas las miradas se volvieron y se oyó un silbido ahogado que hizo ruborizarse a Paula.


—¿Hay jardín? —preguntó Pedro al camarero que estaba detrás de la barra.


—Hay un comedor privado con vistas a… La parte de atrás —dijo el hombre. 


—Muy bien —Pedro se volvió hacia Paula—. ¿Qué quieres? —leyó de la pizarra en la que estaba anotado el menú—. ¿Merluza a la romana? ¿Asado del día? ¿Menestra?


—Pastel de carne con patatas fritas y… Un vaso de limonada.


Pedro pidió lo mismo para él y pagó. El camarero les indicó la puerta del comedor. Cuando se habían instalado en una de las mesas que encontraron, Paula comentó:


—No me hubiera importado comer en el otro comedor.


—Pero a mí no me apetecía compartirte con una veintena de admiradores —masculló Pedro.


Ruborizándose de nuevo, Paula miró por la ventana.


—¡Qué gran vista! —bromeó, al ver un jardín descuidado, con un cobertizo medio derruido.


—¡Desde luego! Muy rústico —Pedro miró a Paula y su expresión se suavizó. Luego le tendió un pequeño paquete que sacó del bolsillo—. Esto es para tí. He pensado que te gustaría.


El corazón de Paula dió un salto de alegría. Abriéndolo, exclamó:


—¡Es precioso! —sostenía sobre la palma un broche de cerámica y tuvo que reprimir el impulso de colgarse del cuello de Pedro y darle un fuerte abrazo.


Pedro la estaba mirando y sus ojos reflejaban la misma alegría que los de ella. Paula tragó saliva.


—La flor parece de verdad —en el centro, había una waratah roja, con pétalos lanceolados—. Gracias, Pedro. ¡Qué considerado!


—Me alegro de que te guste —Pedro la observó mientras se lo ponía en la pechera de la blusa. Con voz grave y aterciopelada, susurró—: Paula…


—Dos pasteles de carne con patatas —anunció el camarero, dejando los platos y la bebida sobre la mesa. Luego se fue silbando.


Pedro y Paula se concentraron en la comida y charlaron sobre temas intrascendentes. El ambiente del local era íntimo y acogedor, y ella casi susurraba. Se oyó un teléfono y sacó de su bolso el móvil de Pedro. Después de mirar la identidad de quien llamaba se lo pasó a él diciendo:


—Espero que no sea grave.


—Lo mismo digo —al tomar el teléfono, Pedro acarició los dedos de Paula y ella, temblorosa, retiró la mano y se la llevó al broche.


—Alfonso —dijo él al teléfono. 

Juntos A La Par: Capítulo 47

Había todo tipo de flores y floreros, además de numerosos objetos de cerámica con preciosos esmaltes.


—¡Mira, están hechos aquí! —exclamó Paula, volteando un florero cuidadosamente y leyendo la etiqueta.


Pedro se acercó y aspiró el aire profundamente.


—Compra algunos para la casa y elige uno para cada una de mis madrastras. Seguro que les gustan —dijo, antes de alejarse para estudiar los objetos de una vitrina.


Pronto volvió a acercarse.


—Puede que a Lucrecia le guste ése —dijo, señalando un florero—. Tenía un cuadro en el que había uno muy parecido.


Luego le ayudó a elegir los otros dos y Paula se sintió tan feliz que estuvo a punto de dar saltos de alegría. Pero Pedro cambió bruscamente de humor y se quejó de que la hermana del dueño tardara tanto. El Pedro cascarrabias entraba en acción y ella no pudo evitar sonreíraunque con cierta tristeza. Eligió unos imanes de nevera para sus hermanas e intentó no pensar en él. El propietario y su hermana entraron juntos. Soph pagó sus regalos y la mujer hizo la cuenta de Pedro mientras Paula salía con el dueño a esperarle fuera.


—Pensaba sugerir que fuéramos a comer a un pub —dijo Paula, aminorando la velocidad al llegar a la verja de la propiedad. ¿Y si Pedro estaba cansado o no quería pasar el resto del día en tan estrecha intimidad? ¿Y si adivinaba cuánto disfrutaba ella los ratos que pasaban juntos?


—Me parece muy bien —dijo él—. ¿No se supone que debemos entretenernos?


Paula suspiró. Al menos ella sí necesitaba entretenerse y dejar de pensar constantemente en Pedro o en cómo dominar sus emociones. Miró hacia delante y tomó la dirección del pub. Con un poco de suerte, un almuerzo en un lugar público sería más fácil de sobrellevar que uno a solas, en su casa. Tomó aire una vez más y asió el volante con fuerza. Mucho más fácil. Ella charló sin cesar mientras él apenas intercalaba algunos monosílabos. Cuando detuvo el coche delante del pub, vieron un perro tumbado en el felpudo de entrada, tan profundamente dormido que apenas se le veía respirar.


—Espero que sea pacífico —dijo Paula al tiempo que habría la puerta del coche.


—Igual es una escultura —bromeó Pedro.


Paula sonrió a su vez, pero desvió la mirada de Pedro al instante y miró al cielo, que empezaba a nublarse. No podía permitírselo, no podía. «No me estoy enamorando de él. Lo evitaré como sea».


—Tendremos que atrevernos a comprobarlo —dijo Pedro, bajando del coche—. A ver si nos distraemos un poco comiendo.


—Eso espero —Paula dudaba que fuera posible, pero no podía perderla esperanza.


En los pasos que los separaban de la puerta, sus manos se rozaron y eso bastó para que sintiera calor, tristeza y preocupación a un tiempo. Llegaron ante el perro y, para sacudirse el torbellino de emociones que sentía, bromeó:


—Igual se ha muerto y los dueños no se han dado cuenta —en ese momento el perro golpeó el felpudo con la cola.


Pedro rió:


—Parece que está vivo. 

Juntos A La Par: Capítulo 46

Pero eso era el pasado. Aquel día, Paula había conducido por una carretera de montaña al borde de una escarpada pendiente con unas vistas espectaculares. Al llegar al parque, Pedro, que no había abierto la boca ni hecho ningún comentario sobre el paisaje ni sobre su nuevo aspecto, se limitó a pagar la visita guiada. Ella tuvo que morderse la lengua para no gritar de frustración.


—No pensarás que voy a montarme en eso —fue el primer comentario de Pedro al ver el vehículo en el que harían el recorrido.


Se trataba de una especie de quart, con sitio para el conductor y dos asientos a su espalda para los pasajeros. El dueño de la propiedad esperaba pacientemente para iniciar la visita.


—Te va a encantar —dijo Paula. Y se puso unas enormes gafas de sol al tiempo que caminaba hacia el vehículo lentamente para asegurarse de que Pedro podía seguirla—. ¿Nunca te has preguntado cómo funciona un sitio como éste? Lo tienes al lado de casa y nunca lo has visitado. Luego podemos comprar algunas flores y secarlas para decorar tu casa. Estoy segura de que, en el fondo, te ha encantado la sorpresa.


Pedro se detuvo bruscamente. Frunció el ceño y siguió caminando.


—Claro que estoy encantado. Ha sido una gran idea —concedió finalmente.


Y Paula le perdonó su malhumor al instante. Pedro estrechó la mano del dueño y se subió al vehículo. Ella le imitó con una sonrisa triunfal.


—¿Listos? —se trataba de un hombre joven, moreno. Y lanzó una mirada apreciativa a Paula que irritó a Pedro—. Mi hermana trabaja en la tienda. La verán luego.


Paula pensó que en cualquier otra ocasión lo había encontrado atractivo, pero en aquel momento tenía todos sus sentidos puestos en Pedro.


—Listos —dijo. Estamos deseando conocer su propiedad.


—La temporada alta es entre abril y Navidades —dijo, arrancando y conduciendo entre los parterres—. Producimos quince tipos distintos de flores autóctonas y las vendemos por todo el país.


En unos minutos, Pedro empezó a sentir un verdadero interés y comenzó a hacer preguntas y escuchar las respuestas atentamente. Paula suspiró y se acomodó para disfrutar del recorrido. Al final de la excursión, el propietario entregó a Soph un enorme ramo de flores secas.


—Es un regalo de la casa —explicó—. ¿Quieren pasar a la tienda?


—¿Puedes caminar un rato? —preguntó Paula a Pedro.


La sonrisa relajada de éste le indicó que su sorpresa había sido un éxito. Tomó el brazo de Pedro y siguieron al dueño al interior de un edificio en el que estaba la tienda. Al instante, y a pesar de su aparente calma, Paula notó que él se tensaba y terminó soltándolo mientras intentaba convencerse de que podía seguir actuando como su ayudante, que no había ningún motivo para que no pudiera cumplir su contrato con él. Afortunadamente, habían pasado a otro plano en su relación. Al menos, ella lo había logrado.


—Les dejo para que echen una ojeada —se despidió el granjero—. Mi hermana les atenderá enseguida. 

miércoles, 24 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 45

Diana la imitó.


—Ya te hemos molestado bastante.


Silvia la siguió.


—Gracias por recibirnos.


—Las acompaño a la puerta —ofreció Paula.


Pedro las siguió con una creciente tensión. Tenía la sensación de haber sido descortés.


—Necesito descansar —dijo con una sinceridad poco característica en él—. El médico me ha diagnosticado un grado de estrés elevado y sólo si me quedo aquí podré reducirlo.


Lucrecia se volvió hacia él.


—Tu padre no se cuidaba. Yo siempre insistía, pero…


Diana frunció el ceño.


—Y tu madre murió de un ataque al corazón…


—Necesitas que te dejemos en paz —dijo Silvia, como si hablara por todas ellas. Y con gesto solemne, añadió—: Comprendemos perfectamente. No volveremos a molestarte durante tu recuperación, Pedro, te lo aseguro. Entre tanto, cuídate por favor.


—Sí, claro —balbuceó Pedro, desconcertado por la sincera preocupación que demostraban por él, así como por el hecho de que, una a una, lo besaran.


Finalmente, Lucrecia le palmeó la espalda como solía hacer cuando era pequeño y echaba de menos a su madre, un gesto que Pedro sólo recordó en aquel instante.


—Creo que voy a echarme una siesta —dijo a Paula cuando se marcharon. Estaba tan confuso que necesitaba estar a solas, reflexionar sobre lo que había ocurrido.


—Pensaba que querrías hablar de tus madrastras. Parecían genuinamente preocupadas.


—Sí… No… Quiero decir que tienes razón, pero que preferiría no hablar de ello ahora mismo.


—Vete a la cama —dijo Paula, sonriendo con dulzura—. Te encontrarás mejor en cuanto descanses. 


Habló como si su vida estuviera en completo orden, como si nada la hubiera perturbado a pesar de lo que había estado a punto de suceder antes de que los interrumpieran. «Cuando te interrumpieron a punto de hacerle el amor», pensó Pedro. Y subió las escaleras con tanta energía que el dolor le llegó a la cadera. Aunque lo dudaba, quizá meter la cabeza en agua fría le aclararía la mente. 


Llevaba las uñas pintadas de verde y un largo fular del mismo color al cuello, como una estrella de cine de los años cincuenta. Pero Paula no era una estrella y estaba preocupada. Se había coloreado algunos mechones del cabello a juego con las uñas y el pañuelo, pero lo que solía hacerle sentir bien, aquella vez no había surtido efecto. Estaban en un parque de flores silvestres, a unos cuarenta minutos de la casa de campo de Pedro. Era su segundo día de retiro absoluto, y  confiaba en que el tratamiento estuviera funcionando y sus niveles de estrés se redujeran a pesar del ambiente tenso que había entre ellos desde el incidente en el prado y la visita de las madrastras de él. 

Juntos A La Par: Capítulo 44

 —Ésta es Paula Chaves, mi ayudante durante el periodo de recuperación —dijo él, señalando a Paula, que estaba sentada junto a él en el sofá—. Paula, éstas son Silvia, Diana y Lucrecia, las ex mujeres de mi padre.


Saludaron a Paula con una inclinación de la cabeza.


—¿Te importaría prepararnos uno de tus cafés con cardamomo, Pau? —preguntó Pedro al tiempo que le presionaba el muslo con el suyo—. Y tráenos unas galletas de las que hiciste anoche.


Ella se puso en pie, preocupada por la emoción que le producía que Pedro le hubiera llamado Pau por segunda vez desde que se conocían. Y aunque no quería dejarlo solo, se puso en pie diciéndose que, si les oía discutir, volvería a defenderlo. 


—No tardaré, pero si me necesitas…


—No me tientes —masculló él.


Y Paula se fue precipitadamente, como un conejillo asustado, mientras se recriminaba por dejar que Pedro le afectara de aquella manera. Debía recuperar el control. Tras seguirla con la mirada, él se volvió hacia sus madrastras. Había llegado el momento de poner las cosas en orden.


—Las he sacado de problemas a las tres en numerosas ocasiones — empezó—, pero tienen que comprender que no me corresponde a mí pagar sus deudas y que los bienes de la empresa, como el avión o el yate, no son para uso privado. El trabajo es el trabajo, y el ocio, el ocio. Así que van a tener que aprender a vivir de sus asignaciones.


—Tienes razón.


—Lo sé, cariño. Prometo intentarlo.


—Es lo más justo. No sé en qué estaría pensando cuando te pedí el avión.


Siempre actuaban igual de razonablemente… Hasta la siguiente crisis. Y Pedro siempre daba su brazo a torcer.


—¿Qué les parece si le pido a mi abogado que haga un ingreso adicional en sus cuentas? Además, organizaré una cita con un consultor financiero. Quizá así podamos evitar que esta situación se repita una y otra vez.


Ellas lo miraron con cara de desilusión.


—Es lógico que no quieras tener que ocuparte tú personalmente…


—Yo no necesito un consultor…


—A mí me gusta consultarte a tí.


Paula llegó en aquel momento con el café y las galletas y Pedro sacudió la cabeza, desconcertado, sin saber si su confusión era sólo producto del efecto que su deseable ayudante tenía en él. Sus madrastras, extrañamente abatidas, mordisquearon las galletas con desgana y dejaron el café a un lado.


—Será mejor que nos marchemos —Lucrecia se puso en pie. La luz que había iluminado su rostro al saludar a Pedro originalmente, había desaparecido. 

Juntos A La Par: Capítulo 43

Paula se separó de él con expresión de alarma, los labios hinchados y provocadores. Pedro necesitó una fracción de segundo para reaccionar. No comprendía qué le pasaba, por qué se desbocaban unas emociones que siempre había mantenido bajo llave, por qué parecían dominarlo hasta hacerle perder el rumbo. Pero antes de que pudiera reflexionar sobre ello, reconoció el ruido que la había hecho reaccionar. Se acercaba un coche, o más de un coche. Giró la cabeza a tiempo de ver tres coches detenerse delante de la casa, y un gemido de rabia escapó de su garganta.


—¿Qué sucede? —Paula siguió su mirada y, como él, vió la flota de descapotables de colores llamativos parada delante de la puerta.


Azul metálico, rojo pasión, verde pistacho. Tres mujeres, vestidas con los mismos colores, bajaron de cada uno de ellos. Actuando todas a una, llamaron a la puerta. Al ver que nadie abría, desmontaron la mosquitera de una de las ventanas, y, volviendo a la puerta, entraron.


—¿Nos están robando? —preguntó Paula. Pero por la expresión de su rostro, Pedro supo que había adivinado la identidad de las ladronas—. ¿Son tus madrastras? ¿Cómo han entrado?


—Una vez les explique que, si se empeñaban en dejar una llave fuera de sus casas, era mejor ocultarla bajo una mosquitera que debajo del felpudo. Habrán decidido esperar dentro a que volvamos —dijo Pedro, que sólo quería olvidarlas y seguir besando a Paula por más que ello sólo condujera a aumentar su frustración y su deseo, y a querer olvidarse de lasconsecuencias o de cualquier sentimiento de culpa.


—¿Quieres que nos vayamos y evitarlas? Cuando me contrataste dijiste que debía librarte de intrusos —preguntó ella con aire protector.


Pedro sonrió. Paula era encantadora, dulce y sensual, y le encantaba que quisiera cuidar de él, aunque con ello sólo despertara en él un deseo recíproco. Ella se mordió su irresistible labio inferior.


—Si te estresan… —empezó a decir.


—No te preocupes —le interrumpió él.


Quizá le habían salvado de cometer una enorme estupidez. Dando un suspiro se puso en pie y tomó la mano de Paula para ayudarla. Luego la soltó.


—¿Vamos a su encuentro?


—Los dos —dijo ella como una orden más que como una pregunta.


Pedro sonrió.


—Por supuesto. Juntos. 


—Lucrecia, Silvia, Diana. ¡Qué sorpresa! —saludó Pedro con voz grave. 


Paula observó los rostros de las mujeres en los que había una mezcla de sorpresa y culpabilidad. Las tres dieron un paso hacia Pedro, pero se frenaron en seco.


—¿Estás bien?


—¿Te recuperas de tus lesiones?


—¿Te sienta bien el aire puro y el aislamiento?


Paula se ablandó un poco al ver sus caras de preocupación, que se transformaron en cuanto las tres empezaron a airear las mismas preocupaciones que ya habían comunicado por teléfono: Viajes, préstamos, pagos retrasados.


—Las lesiones están mejorando, gracias —fue todo lo que dijo Pedro cuando hicieron una pausa.


Señaló el sofá y las butacas para que tomaran asiento.


—Pensaba reunirnos cuando volviera a Melbourne, pero ya que están aquí…


Se sentaron y, tras explicar sus problemas en más detalle, lo miraron expectantes, como si asumieran que todos ellos serían solucionados al instante. 

Juntos A La Par: Capítulo 42

 —Primero: No me has ganado a los crucigramas; te has limitado a ayudarme a completar uno —Paula imitó una de sus despectivas exclamaciones y Pedro quiso besarla—. ¿Qué planes has hecho, Paula?


Vio cómo el precioso rostro de Paula enrojecía, no de vergüenza, sino por la llamarada que prendía cada vez que se miraban. Ella desvió la mirada hacia la manta multicolor y masculló:


—¿No prefieres que sea una sorpresa? Me diste libertad total para organizar tu tiempo.


—No recuerdo haber dicho nada parecido —dijo Pedro. Y tenía razón, porque no era cierto—. De hecho, lo que dije fue que buscaría entretenimiento en Internet. Y también recuerdo haberme ofrecido a ayudarte en la cocina y a hacer un inventario de la casa para redecorarla.


—La casa está perfectamente como está —Paula le lanzó una mirada llameante, tal y como había hecho cuando Pedro había mencionado ese tema con anterioridad—. Es acogedora y refleja perfectamente tu personalidad.


El comentario borró la sonrisa de los labios de Pedro y lo dejó sin habla. Paula tenía la capacidad de decir cosas que lo desconcertaban, y no estaba acostumbrado a nada parecido. Como en tantas otras ocasiones, se preguntó qué quería de ella. La respuesta era complicada y sencilla a un tiempo: Nada de lo que deseaba, nada que tuviera derecho a pedir; nada que pudiera durar más allá de los días que iban a pasar juntos. Y eso no era bastante. «Para Paula» concluyó. Pero otra voz interior añadió: «¿Y por qué has querido jugar a casitas con ella cuando no lo habías hecho antes con ninguna otra mujer?». Porque no había sido más que una de las ideas que se le habían ocurrido para pasar el tiempo.


Paula hizo un gesto con la mano.


—En cualquier caso, lo de mañana será una sorpresa. Así estarás expectante.


—¿Tú crees? —preguntó Pedro. Y se inclinó lo bastante hacia adelante como para poder aspirar su aroma.


Mirándola fijamente, alzó la mano y la posó sobre el hombro de Paula, que se tensó bajo la blusa de gasa naranja. Sin poder desviar la mirada de él, ella jugueteó con el collar de flores silvestres que llevaba al cuello. Pedro siguió el movimiento de su mano y, consciente de que rompía las ataduras del control, susurró:


—Me estás volviendo loco. 


Ella levantó el rostro hacia él y le asió el hombro.


—Y… Tú a mí.


—Esto no significa nada —le advirtió él—, y no tendrá consecuencias.


Ella lo miró con gesto digno.


—Nadie te ha pedido nada —dijo.


—Pero quería avisarte —dijo él. Aunque sabía que se lo decía a sí mismo.


Ya nada podía detenerlo. Acortando la distancia que los separaba, se apoderó de los labios de Paula para demostrarse a sí mismo que no podían proporcionarle nada que no hubiera sentido ya con anterioridad. Pero el sabor de su boca puso en evidencia lo equivocado que estaba, cuando estalló en su interior y despertó cada terminación nerviosa de su cuerpo, cada… Sentimiento. 

Juntos A La Par: Capítulo 41

 —Sólo tenemos que limitarnos a impedir volver a perder el control — dijo con determinación. Y con una amplia sonrisa, añadió—: Estoy deseando hacer la lasaña. En el supermercado había una verdura estupenda, ¿No crees?


Tomaron la carretera local y Paula se entretuvo en un detallado análisis de las zanahorias, el brócoli y la coliflor. Y Pedro le dejó. Quizá también a él le tranquilizaba charlar sobre un tema tan inusitado.


—He llamado a Coates y a McCarty mientras cocinabas —dijo Pedro, apoyándose en el codo en la manta del picnic.


Estaban en un prado de alta hierba y flores silvestres que la luz del atardecer iluminaba. Aunque no estaban lejos de la casa, Paula había insistido en llevarlo en coche para no arriesgarse a que se tropezara en el irregular suelo.  Para ella, aquélla era una de las mejores maneras de relajarse, y Pedro, en contra de lo que había creído originalmente, estaba disfrutándolo. Eso no significaba que no sintiera tensión, pero de un tipo muy distinto al que le causaba el trabajo. Arrancó una brizna de hierba y la enroscó en el dedo.


—Parece que todo va bien, incluso Beacon's Cove. No voy a necesitar volver a hablar con ellos hasta que el médico me deje volver a Melbourne. Para eso faltaban al menos tres días. Y lo mejor sería que no se produjera ningún aplazamiento. 


Miró al cielo aunque habría querido mirar a Paula. 


—Hasta entonces, tendremos que buscar maneras de pasar el tiempo apaciblemente. Verás cómo no te aburres —Paula se inclinó hacia delante y Pedro se dió permiso para mirarla de soslayo y satisfacer un deseo que se había prohibido—. Ahora que te he ganado a los crucigramas, tienes que saber que tengo planes para mañana —añadió ella con ojos chispeantes.


Pedro se incorporó, intrigado.

lunes, 22 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 40

Paula creía que se había librado del interrogatorio, pero debía haber sabido que sus hermanas no se dejarían engañar con tanta facilidad; como sabía que aquellas preguntas no eran tan inocentes como aparentaban. Y no tenía sentido que se las dirigieran a Pedro.


—Estoy encantada —dijo, poniéndose en pie con la niña adormecida en sus brazos—. De hecho, es hora de que nos vayamos, ¿Verdad, Pedro? Llevamos comida en el maletero y tenemos que meterla en el frigorífico — explicó a sus hermanas.


Pedro se puso en pie con una expresión inescrutable, pero ella supo que había entendido el velado mensaje de sus hermanas, advirtiéndole de que se portara bien con ella. Paula entregó Abril a Carla y levantó a Simba del suelo.


—He prometido a Pedro cocinar una lasaña vegetal para la cena y me llevará casi toda la tarde prepararla.


—Estoy deseando probarla. Si es tan especial como todo lo que cocinas, será inolvidable —Pedro volvió a posar la mano en su cintura mientras iban hacia la puerta. Continuó en tono sorprendido—. Es curioso, a menudo pido comida en el restaurante al que llamamos anoche, y ésta es la primera vez que todo me ha parecido insípido.


Con ese comentario invocó todo lo que había sucedido la noche anterior y Paula también lo recordó. Ambos guardaron silencio. El mismo que se había hecho entre los demás a la primera mención de las habilidades culinarias de ella.


—No te olvides de llamar —dijo Bella, finalmente.


—Claro. Dame un abrazo —Paula se acercó a ella.


Bella la estrechó con fuerza y le susurró:


—Ya sé que eres toda una adulta, pero si necesitas cualquier cosa o si algo te preocupa… No sé, si…


—Ya lo sé. Yo también te quiero. De verdad que es un buen jefe, Bella —tranquilizó a su hermana—. Sabes que haría cualquier cosa por Carla y por tí —añadió, sin saber muy bien por qué.


—Nosotras estamos perfectamente —Bella se separó de ella y escudriñó su rostro, pero Carla estaba esperando su turno, y le cambió el sitio.


Paula se despidió de su otra hermana con una peculiar emoción y a continuación de sus cuñados y de Enrique. Pedro esperó pacientemente en silencio hasta que, ya fuera, ella sintió que se aliviaba la presión que sentía en el pecho. 


—A veces mis hermanas… Se preocupan demasiado de mí —explicó Paula cuando ya salían de la ciudad—. Espero que no te hayan molestado. Bella ha llegado a interrogar a Leonardo cuando venía a buscarme para salir.


Pedro clavó la mirada en ella. 


—¿Quién es Leonardo?


—El mecánico que vive y trabaja cerca de mi casa —el encantador Leonardo, quien con un poco de suerte por fin había encontrado alguien para compartir su vida—. Ha sido un buen amigo de las tres durante estos años.


—Me encantaría conocerlo —Pedro pareció desconcertado por sus propias palabras. Tras una pausa, añadió—: Quizá soy yo quien debería  preocupar a tus hermanas.


—No sé por qué —aunque habían pasado muchas cosas, ninguna representaba un cambio real en su relación—. Ninguno de los dos queremos compromisos —llevaba dándole vueltas a la idea de tener un affaire, pero algo le decía que resultaría demasiado peligroso. Al menos para ella.


Sus sentimientos, aunque no llegaban a ser profundos, se habían transformado, y había crecido en ella una ternura hacia él de la que debía protegerse.


Juntos A La Par: Capítulo 39

Fernando e Iván hablaron de negocios con Pedro. Fernando estaba a punto de participar en una subasta en la que quería comprar unas inusuales piedras preciosas de Australia. Iván refunfuñó por la necesidad de desplazarse al extranjero para supervisar la instalación de un negocio de importación de pescado. Enrique Montbank introdujo algún comentario ocasional. Paula comenzó a charlar pausadamente con sus hermanas, pero pronto reían e intercambiaban divertidas anécdotas. Inicialmente, Pedro mantuvo una actitud reservada, pero ¿Cómo mantener un estilo formal mientras un bebé perseguía a un conejo, antes de que los papeles se intercambiaran? Al ver que Simba daba alcance a Abril, Paula sonrió.


—Si temías que la niña agobiara a tu conejo, ya puedes relajarte — dijo Carla, divertida.


—La verdad es que no esperaba que fuera él quien la persiguiera — dijo Paula, tomando a la niña en brazos aprovechando que pasaba junto a ella.


Pedro y Paula estaban sentados en el mismo sofá. Como la noche anterior, la rodilla de él presionaba la de ella. Estaban tan cerca que Paula podía oírle respirar. Para ocultar la turbación que sentía y que no era capaz de explicar, ella agachó la cabeza para besar a la niña. Al alzar la mirada descubrió que él la observaba y en sus ojos pudo intuir una mezcla de emociones, deseo, incomodidad, tristeza, pero, por encima de todas, la sensación de soledad… Y sintió lástima por él. Su madre había muerto. Sus madrastras le habían dejado ir cuando su padre se había cansado de ellas. Imaginaba que su padre no había sido un verdadero apoyo para él. De haberlo sido, habría hecho algo por proteger a su hijo. Así que no era de extrañar que hubiera erigido una barrera de autosuficiencia para no depender de nadie y para poder controlar su mundo. Y sin darse cuenta, ella había sido tan ingenua como para albergar la esperanza de que… ¡Qué estúpida había sido y menos mal que lo había descubierto a tiempo! Abril bostezó y apoyó la cabeza en el hueco entre el cuello y el hombro de Paula. Ésta le besó el cabello y le masajeó la espalda. No quería seguir pensando. Pedro se movió a su lado con gesto de incomodidad.


—¿Te duele? —le preguntó en un susurro para que los demás no laoyeran.


—No —Pedro deslizó la mirada entre ella y el bebé—. Estoy perfectamente.


—¿Cuánto tiempo vas a tener a Paula contigo, Pedro? —preguntó Bella con mirada inquisitiva.


—Estamos todos muy contentos con el nuevo camino que Pau ha tomado, y te agradecemos que le hayas dejado hacernos esta visita — añadió Carla—, Nos alegra saber que está contenta con su nuevo trabajo. 

Juntos A La Par: Capítulo 38

 —Dada la cantidad de coches que hay a la entrada, yo diría que tus hermanas están acompañadas —susurró Pedro al oído de Paula cuando el ama de llaves y niñera de su hermana Bella les hizo pasar.


Pedro había mantenido una actitud… Extraña aquella mañana. Mientras hacían la compra se había mostrado extremadamente amable. Fingiendo una exagerada calma había comprado todos los periódicos y luego se había pasado el camino a casa de Bella refunfuñando con la lectura de la sección de Negocios de la prensa. Por su parte, Paula se había preguntado cómo reaccionaría él si le propusiera mantener una relación casual. Pero, si es que se decidía a hacerlo, antes tendría que estar segura de que eso era lo que quería. Desafortunadamente, no había encontrado respuestas a sus preguntas.


—Tengo la impresión de que también están mis cuñados —comentó, acomodando a Simba en sus brazos.


Entró delante de Pedro en el salón y no le sorprendió que además de Bella y Carla estuvieran sus respectivos maridos, Fernando e Iván, el abuelo de Iván, Enrique, y la hija de Carla e Iván, Abril. Su familia la amaba y querían conocer a su nuevo jefe. A su vez, Paula, aunque no sabía explicar por qué, estaba encantada de tener la oportunidad de mostrar a Pedro cómo era una familia de verdad. Todos se volvieron al oírles entrar y Paula notó que él se tensaba.


—¡Hola! Como ven, Simba, el conejo adoptado, está muy bien —dijo precipitadamente. Tomó aire—. Y éste es mi jefe, Pedro Alfonso.


—¡Qué alegría verte, Paula! ¿Estás bien? —preguntó Bella al tiempo que la abrazaba y le susurraba al oído—: Ya sabes que si no te gusta tu jefe…


—Me encanta mi trabajo —«Y mi jefe». Estrechó a su hermana en un fuerte abrazo y cuando se separaron sonrió—. Todo es muy emocionante.


Bella pareció relajarse, y Paula la presentó a Pedro. Luego siguió con Fernando, el marido de Bella, Carla, Iván, que no quitaba el ojo de su hija, que gateaba a la velocidad de la luz por toda la habitación, y a Enrique Montbank, que estaba sentado en una butaca.  Pedro estrechó la mano de todos ellos sin apartar la otra de la espalda de Paula en un gesto que, aunque comenzaba a hacerse habitual, seguía despertando escalofríos en ella. Como era de esperar, Bella lo notó y, tras mirarlos alternativamente, volvió la mirada a Carla, que también lo había observado. Para evitar un interrogatorio por parte de sus hermanas, Paula tomó la iniciativa de la conversación.


—¿Puedo dejar a Simba en el suelo, o Abril querrá atraparlo? Encontré al pobrecito atado a un poste la noche antes de empezar a trabajar para Pedro. Gracias a Dios, Leonardo tenía una jaula plegable y con la ayuda de otra vecina…


Carla la interrumpió dándole un abrazo.


—Seguro que Abril quiere tocarlo, pero déjalo en el suelo y ya veremos qué pasa.


—Vengan y sientense. El té está listo —Bella los condujo hacia unos sillones, caminando con la elegancia que la había hecho famosa como modelo.


Cuando se sentaron, les ofreció té, café, galletas y bizcocho. 

Juntos A La Par: Capítulo 37

Ella le rodeó el cuello con un brazo mientras con el otro le acariciaba la nuca. Sus ojos lo miraban llenos de pasión y algo prendió en el interior de Pedro, algo en lo que no quería pensar pero que le obligaba a poseerla, a conseguir que ella se entregara a él, a darle por su parte lo máximo de sí mismo, aunque no supiera qué ni cuánto. La escayola era un impedimento. Para compensar, exploró con sus labios el rostro y el cuello de Paula y ella se estremeció en sus brazos. El deseo lo consumía, ascendía por su columna vertebral, le agarrotaba la base de la nuca. Los quedos gemidos de Paula lo encendían. Recorrió con su mano su espalda, su cintura, sus caderas, hasta finalmente abarcar su seno a través de la ropa. Gimió y ella respondió a su caricia llevando la mano al pecho de él. En una fracción de segundo, y sin que ninguno de los dos fuera consciente de la transición, estaban echados en el sofá, sus cuerpos entrelazados; con dedos temblorosos desabrochaban botones, emitían gemidos de placer, profundizaban sus besos… Estaba encima de Paula con la mente cegada por el deseo de poseerla plenamente. Sus ojos marrones lo miraron anhelantes, dándole la bienvenida. Él ocultó la cabeza en su cuello y apoyó las dos manos en el sofá. Súbitamente, el dolor lo atravesó como un puñal y tuvo que echarse atrás.


—¿Te has hecho daño? —Paula se incorporó sobre las rodillas mirándole con una mezcla de preocupación y de deseo.


—Me había olvidado —dijo él.


Los dos sabían por qué. A medida que la nebulosa de la excitación y el hambre se disipó, Pedro fue consciente de lo que había estado a punto de suceder y de las razones por las que debía impedirlo. Había actuado alocadamente y casi había arrastrado a Paula a su cama para hacerle el amor.  Y de haberlo hecho, ¿Qué habría sucedido a continuación? No tenía nada que ofrecerle más haya de una inmediata satisfacción física, y eso no era justo para ella.


—Lo siento, ha sido mi culpa dejar que el deseo me cegara —dijo, apretando los dientes—. Ve a la cama, Paula, y da gracias a que me haya detenido. No puedo tener el tipo de sentimientos que tú necesitas, y no quiero hacerte daño.


Ella lo miró fijamente mientras intentaba recuperarse de la intensidad que acababa de experimentar y asimilaba lo que había sucedido y lo que no. Era evidente que sus sentimientos hacia Pedro estaban cambiando. Representaba una tentación tan fuerte que estaba dispuesta a tomar de él lo que quisiera darle por el tiempo que fuera. ¿Cuáles podían ser las consecuencias de actuar de esa manera? ¿Podría protegerse lo bastante como para evitar sufrir? No estaba segura y aquél no era el momento de decidirlo, así que se limitó a levantarse e ir a su dormitorio en silencio. No sabía si estaba o no de acuerdo con él, porque ya no tenía ni idea de qué pensaba. Sólo al poner la mano en el picaporte y girar la cabeza, vió que Simba la seguía dando saltitos. Se agachó y lo tomó en brazos, pero por primera vez, no le confortó sentir su suave piel. Porque en ese momento se dió cuenta de que Pedro la había rechazado, que aunque lo hubiera presentado como un honorable deseo de protegerla, lo cierto era que no la había deseado lo bastante como para seguir adelante. 

Juntos A La Par: Capítulo 36

 —Porque es verdad —dijo ella. 


Dejó a Simba en el suelo y entrelazó los dedos sobre el regazo. Estaba demasiado cerca, tan cerca que podría tocarla. Y eso es lo que hizo. Pedro alzó la mano y le acarició la nuca. Sus rostros estaban tan cerca que podía oler el vino en los labios de Paula e imaginar que lo borraba con un beso. La frustración volvió a apoderarse de él. Acababa de renunciar a su trabajo, el médico le había tratado como si fuera un niño, acusándolo de no tener sentido común. Había sido un día espantoso y, por un instante, quería tener aquello que quería. Y quería poseer a Paula más de lo que estaba dispuesto a admitir.


—¿Pedro? —balbuceó ella, abriendo los ojos desmesuradamente al tiempo que el aire se cargaba de electricidad.


Pedro sabía que estaba haciendo lo contrario de lo que debía. Apretó la nuca de Paula levemente, pero lo bastante como para acercarla a él.


—Sé lo que he dicho esta mañana, pero quiero volver a besarte, Paula, y creo que tú también lo deseas.


¿Qué importancia podría tener un segundo beso? ¿Y si se estaba engañando a sí mismo, qué más daba?


—Puede que yo también lo desee, pero… —empezó ella en un susurro.


Sus sensuales y tentadores labios lo instigaron. Pedro incrementó la presión de sus dedos para contenerse. Paula tenía que decidir.


—Puedes darme las buenas noches —la deseaba en su cama, de todas las maneras imaginables, pero por el momento, sólo anhelaba un beso.


Ella dió un profundo suspiro que puso en movimiento sus espectaculares curvas y Pedro sintió que todo su cuerpo se tensaba.


—Todavía no quiero despedirme —dijo ella. 


Pedro dejó escapar un gemido y la atrajo hacia sí. Ya conocía su sabor y quería empacharse de él. No quería reflexionar y pensar en las implicaciones de lo que sentía. Sus cuerpos se fundieron como si fueran complementarios. Olvidó sus lesiones y la apretó contra sí como si quisiera sentir cada milímetro de su piel en contacto con el de él, como si quisiera memorizarlo, dejarlo impreso en su cuerpo.

viernes, 19 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 35

 —Has elegido muy bien —dijo, mientras pensaba que tenía que ocurrírsele algo para evitar besarla. Decidió que su familia era un tema lo bastante seguro—. Podrías ver a tus hermanas mañana por la mañana, antes de volver al campo —dijo sin conseguir apartar la mirada de las coloreadas mejillas de Paula—. He notado que se mandan mensajes continuamente. Se ve que están muy unidas.


—Es todo un detalle por tu parte —dijo ella, agradecida—. Pero sólo quedaré con ellas si tú me acompañas. Mi trabajo es ocuparme de tí.


A Pedro no se le había pasado por la cabeza esa posibilidad, pero Paula lo miró tan expectante que no pudo negarse.


—Está bien —se sintió en la necesidad de justificarse—: Se supone que tienes que mantenerme entretenido. Nunca he tenido tiempo libre, así que no sé qué hacer con él. Hacer una visita a tu familia será una buena manera de empezar.


—Muy bien —dijo ella, enfriando su entusiasmo al oír la explicación pero recuperándolo cuando Pedro le dedicó una de sus arrebatadoras sonrisas—. Voy a llamarlas. Haré lo posible para que estés ocupado, y estoy segura de que Bella y Carla te gustarán. Son fantásticas.


En el fondo, lo único que Pedro quería hacer era trabajar, tal y como llevaba haciendo desde hacía años. No estaba seguro de poder relajarse mientras estuviera con Paula y siguiera deseándola.


—Queda sobre las diez y media si les va bien a ellas. Así podremos hacer algo de compra por la mañana para que me prepares una de tus saludables sopas.


—¡Qué buena idea! —dijo ella. Y su mirada quedó atrapada en la de él por más tiempo del estrictamente necesario.


Pedro le indicó que usara un teléfono que había junto al sofá. La dulzura y familiaridad con la que Paula habló con su hermana lo emocionó. Nunca le habían interesado especialmente las familias unidas. Siempre había aceptado su propia realidad como modelo de los errores que no quería cometer, y aceptaba que sus madrastras lo llamaran cuando querían algo de él. Eso no significaba que no sintiera afecto hacia ellas, pero claramente no era lo mismo que lo que tenía Paula. Que eso le hiciera reflexionar era lo que sí le desconcertaba. Nunca le había dado importancia y no pensaba empezar a dársela. Ella terminó de hablar. El conejo eligió ese momento para sentarse sobre los cuartos traseros, olisquear el aire, subir y bajar la cabeza y volver a tumbarse a sus pies. Ella soltó una carcajada y, elevándolo, lo puso en su regazo y lo acarició al tiempo que le hablaba con dulzura.


—¡Qué contenta estoy de haberte encontrado, Simba! Eres una joya.


Pedro no supo por qué, pero su actitud acentuó la atracción que Paula ejercía sobre él. 


—La verdad es que se porta muy bien —masculló, mirando a Paula fijamente al tiempo que enumeraba mentalmente todas las razones por las que no debía desearla.


Ella lo miró y ya no pudo apartar la mirada.


—Estás siendo muy bueno con Simba. 


—No sé que te hace pensar eso —dijo Pedro. 


Pero en lo que pensaba era en cuánto le gustaría que Paula lo tratara como estaba tratando al conejo. Quería su dulzura, su alegría y su entusiasmo. Se había propuesto ser un hombre emocionalmente autónomo y hasta aquel momento de su vida lo había conseguido. Sin embargo, no podía dejar de querer todas esas cosas de ella.


Juntos A La Par: Capítulo 34

Paralelamente a esos pensamientos, otros la ponían alerta. Aquéllos que le advertían que tenía que olvidar lo cerca que tenía a Pedro y lo consciente que era de ello.


—Estás convencida de que soy un obseso del control —dijo él, clavando sus increíbles ojos verdes en ella.


Paula alzó la mirada al cielo.


—Creo que estás intentando aceptar que tu médico tenía razón, que estás furioso y que no soportas sentir que no puedes controlar la situación.


—No he dejado la compañía ni un solo día desde que me hice cargo de ella. Mi padre me dejó tres madrastras a las que mantener generosamente, y sus asignaciones proceden de los fondos de la empresa —dijo él con voz grave. Tras una breve pausa, continuó—: También dependen de mí mis quinientos empleados. Si yo me equivoco, ellos sufrirán las consecuencias.


—No creo que fracasaras ni aunque te lo propusieras.


—Pero sí crees que estoy obsesionado con controlarlo todo.


Paula vaciló porque no quería mentir. Pedro se puso en pie y le tendió la mano.


—Da lo mismo —dijo, ayudándola a ponerse en pie—. Vayamos dentro. Llevamos mucho tiempo aquí. Lo mejor será que llamemos para que nos traigan la cena; no habrá suficientes provisiones en la despensa y es casi hora de cenar.


Al levantarse, Paula se quedó tan cerca de él que rozó su musculoso cuerpo, e instintivamente, quiso alargar la mano para acariciarle el rostro. Todos sus sentidos reaccionaban a su proximidad. El aroma de su piel la embriagaba, su negro cabello reclamaba la caricia de sus dedos… Pero si se dejaba llevar, ¿Qué sucedería? Que acabaría siendo abandonada por Pedro, cuyo interés en ella no podía ser más que momentáneo. Se separó de él y lo precedió al interior. Pedro cerró la puerta de la terraza y se dejó caer sobre un sofá al tiempo que elevaba la pierna sobre una otomana.


—Hay un menú de un restaurante de comida para llevar en la puerta del frigorífico. ¿Quieres pedir algo y elegir una botella de vino de la bodega? 


Paula le preparó un baño y, cuando llegó la comida, cenaron charlando de temas intrascendentes. Luego Pedro ojeó una revista mientras ella sacaba a Simba al jardín para que se aireara. Había ayudado a Pedro con los ejercicios de rehabilitación y estaba tomando una segunda copa de vino, sentados en el sofá, cuando la sacudió un violento hipo. Se llevó la mano a la boca y abrió los ojos desmesuradamente.


—Lo siento, ¡Qué vergüenza! —exclamó, ruborizándose.


Pedro dejó escapar una carcajada. Por primera vez en todo el día desapareció todo atisbo de tensión en él y Paula se sintió halagada. La presión que ejercía el muslo de él contra el suyo se incrementó y la forma en que pasó a mirarla estaba cargada de un renovado interés. «Por favor, Pedro, no hagas que tu sonrisa me derrita, no hagas tu presencia tan irresistible. Ya me está costando bastante actuar con normalidad». Empezó a balbucear para ignorar sus propios pensamientos:


—Mis hermanas dicen que no tengo paladar, pero he elegido un buen vino, ¿Verdad?


Pedro deslizó la mirada hacia sus labios antes de volver a mirarla a los ojos. 

Juntos A La Par: Capítulo 33

 —¿Cuánto tiempo vas a estar de baja? ¿Confías en esos dos hombres? ¿Temes que tu ausencia tenga consecuencias económicas?


—Puedo ausentarme brevemente. Como es lógico, espero que todo vaya bien, pero… No puedo predecir el futuro —caminaban hacia el coche.


Lo que sí iba a descubrir era hasta qué punto podía confiar en la capacidad y el sentido de la responsabilidad de sus empleados.


—¿Y con un breve descanso bastará para que te pongas mejor? —ésa era la mayor preocupación de Paula.


Escudriñó el rostro de Pedro para medir la sinceridad de su respuesta.


—Eso tendrá que decidirlo el doctor Cooper —Pedro frunció el ceño— . Espero que baste con una semana —suspiró profundamente al llegar al coche—. Vayamos a casa, Paula.


Y ella suspiró a su vez, preguntándose si aquel comportamiento representaría un radical cambio en el estilo de vida de Pedro o si sólo era una anécdota sin mayores consecuencias. 


—Seguro que te apetece hacer un montón de cosas para aprovechar estos días de descanso —al ver que Pedro la miraba con expresión vacía, Paula insistió. Quería lograr que aceptara su situación como algo estimulante—. Podríamos hacer algunas excursiones, un poco de turismo local…


«Besarnos…». No, no era verdad que quisiera hacer eso. «Claro que sí».


Estaban sentados en cómodas hamacas en la terraza de la casa de Pedro, desde la que se veía el jardín y, al fondo, el perfil de la ciudad. Paula sostenía a Simba en sus brazos. Era imposible estar sentada junto a Pedro y no desearlo; y después de lo que había sucedido aquel día, se sentía más cerca de él emocionalmente, lo que era peligroso y, probablemente, absurdo. Había sucedido al entrever la vulnerabilidad que había mostrado durante la reunión. Todavía entonces, horas más tarde, era evidente que seguía intentando asimilar la situación. Paula podía percibirlo, y esa lucha interna la acercaba aún más a él.


—¿Habrá alguna excursión que no incluya escalar alguna montaña? —dijo él sin mirarla—. Podemos informarnos mañana, cuando volvamos.


—Muy bien —dijo ella, acariciando a Simba al tiempo que miraba el perfil escultural de Pedro y su gesto de preocupación.


Reconocía esa expresión porque la había visto a menudo en Bella cuando intentaba ocultar sus preocupaciones a sus hermanas menores.


—Hay muchas empresas en las que la responsabilidad se reparte entre los distintos departamentos —dijo para intentar tranquilizarlo—. A veces la gente necesita tener una oportunidad para demostrar lo que vale. Puede que tus empleados te sorprendan.


Paula estaba convencida de que podía ayudar a Pedro mucho más de lo que había podido ayudar a sus hermanas. Conseguiría que le confiara sus emociones y preocupaciones. Eso era lo que iba a hacer. 

Juntos A La Par: Capítulo 32

Pero Paula sabía que eso no era más que una excusa. Y la idea de que quisiera tenerla cerca le produjo un placer indescriptible. Lo acompañó a la cabecera de la mesa, ocupó el asiento a su derecha cuando él así lo indicó y, al ver cómo se tensaba su mandíbula al inspeccionar los rostros de sus empleados, el placer fue sustituido por preocupación hacia Pedro.


—Voy a tomarme unas breves vacaciones —lo inesperado del anuncio se reflejó en las caras sorprendidas que lo recibieron—. Muy breves, para… Descansar —miró hacia Paula—. Una agencia de contratación me ha proporcionado a Paula, que se ocupa de atenderme y conducir mi coche. 


Muchas de las miradas se volvieron hacia ella con curiosidad. Antes de que Paula tuviera tiempo a responder con una tímida sonrisa, su jefe continuó:


—Durante mi ausencia, seréis plenamente responsables de los proyectos que tengan a su cargo. Sólo pueden contactar conmigo si hay una emergencia; repito: Una emergencia. Tenéis la preparación y la experiencia necesarias, y yo confío en su criterio.


Paula percibió una levísima vacilación que pasó inadvertida a los demás. Pedro se dirigió a dos personas que lo miraban con especial inquietud.


—En su caso, deben pasar esta información a sussuperiores.


—Sí, señor.


—Sí, señor Alfonso.


Pedro asintió y se volvió hacia los dos hombres que tenía a su izquierda.


—McCarty y Coates, por favor, quedense. Los demás, pueden irse. Gracias por asistir a la reunión. Hoy mismo será enviada una circular indicando los ajustes que hayan de producirse durante mi ausencia.

 

En cuanto se quedaron solos, Pedro alzó la mano para adelantarse a cualquier pregunta de sus colaboradores.


—Lamento no haberles avisado con antelación, pero necesito que ocupen mi lugar mientras estoy fuera. Para ello, tendrán que reorganizar su agenda. Quiero que mantengan Beacon's Cove como una prioridad. Deben tomar decisiones conjuntas y, para cuando vuelva, necesitaré un informe detallado. Mariana enviará una circular anunciando su nueva posición.


—Te agradezco la confianza —dijo Coates, cuadrando los hombros.


McCarty asintió:


—Pondré todo de mi parte para que el proyecto salga adelante.


—Gracias —Pedro se puso en pie y tendió la mano hacia Paula—. Permaneceremos en contacto —concluyó, y tomó el brazo de Paula con firmeza al tiempo que iba con ella hacia la puerta.


Ella esperó a salir del edificio para hacer preguntas. 

Juntos A La Par: Capítulo 31

 —Por aquí, Pau —la tomó por el brazo para conducirla hacia unan espaciosa sala.


Ella sintió que el corazón le saltaba de alegría al darse cuenta de que por primera vez la llamaba «Pau», y se enfadó consigo misma por reaccionar de una manera tan infantil. Horrorizada, supo que ya no se trataba de una mera atracción, sino que Pedro le gustaba, despertaba su admiración y un profundo deseo de explorar su compleja personalidad, saber qué le hacía ser como era… Y todo ello era un error. Él cerró la puerta de la sala tras de sí. Una mujer de mediana edad que se sentaba tras un escritorio alzó la mirada y sonrió con una mezcla de profesionalidad y simpatía.


—Pedro, me alegro de verte. Los jefes de departamento están esperando en la sala de reuniones.


Hizo una pausa y Pedro señaló a Paula.


—Te presento a Paula Chaves, mi ayudante temporal. Paula, ésta es la señora Mariana Stubbs, mi secretaria. 


—Hola —saludó Paula, que no podía olvidar la mano de Pedro en su espalda. 


Vió que la otra mujer le lanzaba una mirada especulativa. Por su parte, ella decidió que la señora Stubbs tenía aspecto de persona eficiente.


—Faltan dos de ellos, pero han enviado sustitutos —añadió la señora Stubbs al tiempo que tomaba un taquígrafo.


Pedro hizo un gesto con la mano.


—No hace falta que vengas —se acercó a ella y le dió una serie de instrucciones sobre un informe y algo relacionado con su ausencia, que Paula no llegó a entender.


No conseguía concentrase en otra cosa que en lo cerca que lo tenía. Sólo podía pensar en abrazarlo o en ofrecerle un baño relajante. Necesitaba relajarse. Estaba tenso y se notaba que actuaba más por obligación que por deseo propio. Y no era de extrañar. Pedro iba a delegar en sus subalternos por primera vez en su vida. Su secretaria comenzó a teclear a toda velocidad y él guió a Paula hasta la sala de reuniones. Ambos lados de la mesa estaban ocupados y todos los rostros se volvieron hacia ellos. Soph salió de su ensimismamiento y susurró con urgencia:


—¿Tengo que tomar notas? No he traído…


—No tienes que hacer nada —Pedro presionó su espalda antes de dejar caer la mano—. Sólo… Sólo quiero que estés presente —y masculló—: No quiero que te acusen de intentar robar mi coche, así que no podía dejarte en el estacionamiento. 

miércoles, 17 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 30

 —Aunque no lo creas, los enfados no siempre se me pasan tan rápidamente —dijo ella con tono ofendido antes de limpiarse con la servilleta.


Pedro miró el reloj.


—Deberíamos ir al fisioterapeuta —se puso en pie y en tono solemne anunció—: No me va a quedar más remedio que seguir las indicaciones del médico y descansar durante varios días. Puede que no me guste y que me vuelva loco en el intento, pero tomaré las medidas necesarias para que todo quede bien atado.


—Muy bien —dijo Paula, mientras se preguntaba si «Varios días» serían suficientes, pero prefirió no expresar sus dudas.


La consulta estaba al lado del bar y la recepcionista hizo pasar a Pedro directamente. Paula aprovechó para calmarse. Cuando Pedro salió, fueron directos al coche y él hizo una llamada antes de indicarle dónde iban.


—Quiero mantener una reunión con los jefes de todos los departamentos. Si falta alguno, que venga su sustituto —dijo al teléfono.


Cuando acabó la conversación, se volvió hacia Paula.


—Tenemos que ir a las oficinas de la compañía. En cuanto deje todo organizado, volveré a casa —explicó con el ceño fruncido.


Por unos instantes Paula pensó que la frustración lo dominaría, pero finalmente le vio apretar los dientes y mirar hacia delante con expresión decidida. Condujo en silencio y no hizo ningún comentario hasta que detuvo el coche en el estacionamiento subterráneo de las oficinas.


—Supongo que prefieres que espere aquí —dijo con voz queda.


—No, quiero que vengas conmigo —dijo él.


Cuando sintió la mano de Pedro en su espalda, se le paró el corazón antes de acelerársele. Y eso que sólo le había rozado para indicarle el camino.


—Ejerces un efecto relajante en mí —Pedro tomó aire y lo exhaló bruscamente—. Sé que no me he comportado demasiado bien desde que nos conocemos, Paula, y que el beso ha complicado las cosas…


—Ya —se limitó a confirmar ella.


Llegaron al ascensor en silencio y subieron hasta el décimo piso. 


—Debería haberte preguntado qué venías a hacer a la oficina —dijo ella. Pero había tenido la sensación de que Pedro necesitaba asimilar el paso que iba dar.


—Vengo a anunciar que me voy a tomar unas cortas vacaciones —las puertas del ascensor se abrieron y Pedro le hizo un gesto para que saliera delante—. Normalmente, sólo me tomo un descanso entre Navidad y Año Nuevo, que es cuando hay menos actividad.


—¿Y crees que eso es bastante?


—Siempre he creído que lo era —Pedro se tensó al salir del ascensor y respondió a los saludos respetuosos que recibió de los empelados con los que se cruzaron.


Las oficinas eran de una refinada elegancia, con tecnología punta y materiales de lujo.  Paula fue motivo de curiosidad y recibió una buena cantidad de miradas. Ver a tanta gente y saber que trabajaban para Pedro le hizo consciente, una vez más, de que estaba junto alguien poderoso y con un gran prestigio.


Juntos A La Par: Capítulo 29

Su segunda reacción fue notar que, tocarle, le había provocado una sacudida interior, y tuvo que resignarse a la evidencia de que, por mucho que quisiera negarlo, el beso lo había cambiado todo. ¡No era en eso en lo que debía pensar! Soltó a Pedro. Él la miró a su vez con una extraña intensidad. El recuerdo del beso se reflejó en su mirada fugazmente, antes de que, apretando la mandíbula, se alejara unos pasos de ella.


—Voy a pagar la consulta —fue hasta el mostrador y sacó la cartera.


La secretaria coqueteó con él, pero Pedro no pareció notarlo. Al salir sugirió ir directamente hacia la consulta del fisioterapeuta y picar algo antes de entrar.


—No calculaba que la cita con el doctor Cooper fuera a ser tan larga. 


Y aunque no lo dijo, Paula tuvo la impresión de que tampoco los resultados habían sido los que esperaba. A pesar de la curiosidad y preocupación que sentía, postergó las preguntas hasta que les sirvieron.


—Bueno, ¿Cuál es el veredicto? —preguntó cuando ya no pudo más.


—Los resultados no han mejorado. Ni siquiera me ha bajado la tensión, que para ahora ya debería haber reaccionado a la medicación — dijo él, malhumorado pero también con una nota de ¿Inquietud?—. El médico está convencido que los problemas existían y que el accidente sólo los ha acentuado.


—¿Eso significa que puede deberse a factores genéticos? —preguntó ella con cautela.


—Eso cree el doctor Cooper. No es que piense que pueda sufrir un infarto…


Paula intuyó un «Pero» implícito.


—¿Así que piensa que no debes preocuparte siempre que…?


—Siempre que tome algunas medidas y cuide de mi estado de salud en general —Pedro suspiró profundamente—. Ahora que sé que es algo más que un mal resultado puntual, tengo que asumir el problema —el tono en el que pronunció sus siguientes palabras, demostró que odiaba haberse equivocado—. Siempre me he cuidado. Como bien, no bebo en exceso y me mantengo en forma.


—No hay más que mirarte para saberlo. No tienes ni un gramo de grasa —Paula dió un bocado a su sushi para reprimir cualquier otro comentario halagador.


Pero ya había dicho demasiado y Pedro la miró con ojos brillantes antes de imitarla y concentrarse en su comida.


—¿Qué piensas hacer, Pedro? —dijo ella, intentando dejar a un lado la creciente debilidad que sentía por él. Haría lo que fuera necesario para ayudarle.


Pedro sonrió y la curva que esbozaron sus labios despertó en Paula el deseo de besarlos.


—Está claro que tienes un corazón de oro. Esta mañana estabas furiosa conmigo y ahora no sólo me has perdonado, sino que estás decidida a ayudarme —rompió contacto visual y siguió comiendo en silencio.


Cuando terminó, apartó el plato. 

Juntos A La Par: Capítulo 28

Paula reflexionó profundamente durante el trayecto a Melbourne aprovechando el absoluto silencio de su acompañante. Simba iba en su jaula en el asiento trasero. El tráfico se intensificó en cuanto el perfil de la ciudad se vislumbró en el horizonte. No dejaba de pensar en el error que había cometido al besar a Pedro, y en que debía concentrarse y recuperar la profesionalidad con la que había comenzado su trabajo. Se miró de reojo en el espejo retrovisor y aprobó su nuevo aspecto, con el cabello rubio sin tintes añadidos y peinado en una trenza francesa.


—La próxima a la derecha —indicó Pedro con voz neutra.


—Gracias —Paula entró en otra lujosa calle residencial.


—Mi casa es la del remate azul.


Pedro señaló una imponente casa que sólo contribuyó a confirmar a Paula que pertenecían a mundos distintos. Durante el viaje, le habían asaltado confusas emociones sobre la necesidad de establecer vínculos de confianza, el abandono de sus padres y la relación no siempre sencilla con sus hermanas. Parecía que su mente estaba decidida a acumular preocupaciones. Y para distraerse decidió imaginar que el interior de la casa de él era horroroso, frío e impersonal, con un mobiliario espantoso, y horribles y carísimos cuadros. Apretó los dientes.


—Deja que acomode a Simba antes de ir a la cita.


—Primero tengo que desconectar la alarma.


Paula no supo identificar si sonaba enfadado, frustrado o, como ella, alterado por emociones que debía ignorar. Pedro no dejaba de mirar de reojo su blusa blanca atada delante con un lazo, y su falda sencilla. Para no preocuparse por su opinión, se repitió que presentaba la imagen que requería su trabajo, que no necesitaba complementos ni parecer más sofisticada de lo que era. Lo acompañó a la puerta principal, esperó a que desconectara la alarma y entró con él, ignorando los preciosos naranjos ornamentales, las icas cortinas y la exquisita decoración que creaba un ambiente cálido y acogedor. No notó nada de todo ello. Poco después, detenía el coche ante la consulta del médico. Pedro se volvió hacia ella.


—No creo que tarde. Si quieres ir a dar una vuelta, podemos quedar en la cafetería de al lado.


Era la primera frase larga que le dirigía en toda la mañana y Paula intuyó cierto nerviosismo. No pensaba dejarlo sólo. Y no porque se sintiera emocionalmente implicada, sino porque era su trabajo.


—Prefiero esperar en la sala de espera.


—Está bien —dijo él, mirándola fijamente antes de desviar la mirada—. Es por aquí.


No tardaron en hacerle pasar. La consulta, sin embargo, duró bastante más de lo que Paula había calculado y, cuando pasó de los cincuenta minutos, empezó a preocuparse. Cuando finalmente Pedro salió, ella saltó de su asiento y fue a su encuentro.


—¿Estás bien? ¿Qué ha dicho el doctor? Tardabas tanto que he llegado a pensar que había encontrado algo terrible y que te habían llevado al hospital sin avisarme —calló al darse cuenta de que estaba clavando los dedos en el brazo de Pedro. 

Juntos A La Par: Capítulo 27

 —Dejaré que hagas tu trabajo.


—Gracias. Creo que debemos ser completamente sinceros el uno con el otro.


—¿Tú crees? —Pedro clavó la mirada en un punto indefinido detrás de Paula y sus cejas se arquearon en un gesto de curiosidad.


Paula lo miró con inquietud.


—Sí. Creo que es importante.


—Si es así, ¿No te parece raro que haya surgido de tu dormitorio una rata gigante blanca que parece sentir un especial afecto por tí?


—Una rata gigante… —repitió Paula, desconcertada, hasta que súbitamente comprendió.


Con horror, giró la cabeza lentamente y allí estaba Simba, un conejo, no una rata gigante como su jefe sabía muy bien. Pero Simba era la prueba viviente de que ella no había cumplido con su parte de la sinceridad que tanto exigía, y el uso de la palabra «Rata» tenía, evidentemente, un doble sentido. Simba arrugó la nariz y avanzó hacia ella hasta detenerse, como una prueba incriminatoria, a sus pies. Convencida de que Pedro se pondría furioso, Paula lo miró con expresión suplicante.


—Tienes toda la razón al molestarte porque no te haya hablado antes de Simba, pero te juro que pensaba hacerlo esta misma mañana —se agachó para tomarlo en brazos. Su suave piel contribuyó a calmarla… Levemente. Lo bastante como para permitirle experimentar plenamente la vergüenza que sentía—. De hecho tenía que decirte que Simba debe venir con nosotros a Melbourne. Tendremos que salir con tiempo para dejarlo en tu casa antes de ir al médico.


—¿Está domesticado? —preguntó Pedro con aprensión.


—Todavía no ha tenido ningún accidente.


Pedro arqueó una ceja.


—¿Todavía? ¿Desde cuando lo tienes?


—Desde el día antes de venir —Paula desvió la mirada—. Lo encontré la noche anterior, abandonado fuera de mi casa.


—Y lo adoptaste —dijo él, haciéndolo sonar como si hubiera sido inevitable. 


—Sí —Paula no supo por qué, pero intuyó que Pedro había descubierto un profundo secreto de ella que debía haber ocultado con más cuidado.


—Al menos ahora sé de dónde venían los pelos de tu blusa —dijo él. Y fue hacia el dormitorio.


—¿Entonces… —Paula preguntó, titubeante— te importa que…?


—Recuerda que estoy cambiando de hábitos —Pedro se detuvo en el umbral de la puerta y giró la cabeza para mirar a Paula—. Puede que no me guste la idea de tener una mascota, pero estoy dispuesto a sobrellevarla.


—Iré a prepararme —dijo Paula, tan aliviada que no supo qué otra cosa decir.


Cuando Pedro cerró la puerta de su dormitorio, Paula se apoyó en la del suyo. Tenía la sensación de haber sobrevivido a una batalla en la que se mezclaban Simba, Pedro y sus secretos, el beso… Y no estaba segura de si la guerra había concluido o si sólo acababan de alcanzar una tregua.