miércoles, 3 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 5

 —Puedes hacer sándwiches para almorzar. Hasta entonces —señaló un segundo escritorio—, siéntate ahí. Transcribe las cintas en el orden que las he dejado en la bandeja. Enséñame la correspondencia antes de mandarla. Una vez esté satisfecho, te indicaré si debes mandarla por ordenador o por fax.


—Sí, señor Alfonso —Paula tomó la primera cinta y la metió en el aparato, pero no se sentó.


—Prefiero que me llames Pedro. Y que me tutees —Pedro se giró hacia el ordenador y, poniéndose los cascos, continuó dictando. 


Ocasionalmente, apretaba el ratón con impaciencia o mascullaba algo mientras escribía torpemente con una mano. Era evidente que el programa de reconocimiento de voz y él no se entendían. Paula salió, tomó un mullido almohadón de un sillón de la sala de estar y lo llevó al despacho. Sacó un par de paquetes de folios de una caja y, con ellas y el almohadón, se arrodilló junto al escritorio de Pedro y se metió debajo a cuatro patas.


—Estoy lista. Levanta el pie para que ponga esto debajo.


Pedro tardó en reaccionar y Paula reculó unos centímetros. Oyó un suspiro nervioso seguido de unas palabras que sonaron a:


—Cualquier cosa con tal de que salgas de ahí debajo.


Y Pedro alzó el pie. Paula acomodó los paquetes y el almohadón y dijo:


—¿Estás más aliviado?


—«Aliviado» no es la palabra que me viene a la boca en este momento.


El tono profundo con el que habló hizo sentir a Paula un delicioso estremecimiento. Posó el pie y ella, al ver que no protestaba, asumió que estaba bien y se felicitó por haber triunfado en su primer intento de cuidar de él. Retrocedió hasta poder incorporarse y se sacudió los pantalones.


—Ahora, Paula, te agradecería que posaras el trasero en tu silla y lo dejaras ahí —dijo él con ojos brillantes y apretando los dientes al tiempo que desviaba la mirada—. Mucha de esa correspondencia es urgente.


Paula se quedó mirando la perfecta forma de su cabeza y sintió un aleteo en el pecho al darse cuenta de lo que había pasado. Las mejillas le ardieron. ¿Ésa era la causa de que su jefe dejara escapar un tenso suspiro hacía unos instantes? ¿Haber visto su trasero serpenteando bajo el escritorio? Tras asentir precipitadamente, se puso a trabajar.  Descubrió en cuestión de horas que su jefe no se tomaba ni un respiro, que el teléfono no dejaba de sonar y que tenía tres madres adoptivas empeñadas en que les hiciera caso. ¡Tres! A las doce y media le transmitió el último de los mensajes de Lucrecia Alfonso, en el que preguntaba por su salud y mencionaba la necesidad de hablar con él por un asunto de su tarjeta de crédito. Silvia Alfonso y Diana Alfonso habían dejado mensajes similares, la primera solicitando el uso de su yate y la segunda, el de su avión. Pedro ignoró todos ellos y continuó trabajando. Paula, que estaba de pie junto a su escritorio tras entregarle los últimos mensajes, tuvo que reprimir las ganas de preguntarle por su familia, pero se limitó a tomar un papel que asomaba de una pila de documentos.


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