lunes, 8 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 10

 —Quizá deberíamos hablar de tí, Paula, y de tu tendencia a tomar decisiones arbitrarias sin consultarlas conmigo —se puso en pie—. No es el comportamiento que espero de mis empleados.


—No volveré a desconectar el teléfono —Paula no entendía por qué le daban escalofríos cuando él bajaba el tono y hablaba con voz grave. Debía concentrarse en el enfado de su jefe—. Creía que debía ocuparme de todo con discreción —al ver que Pedro no decía nada, continuó—: Tengo la impresión de que tienes herido el orgullo y de que, aunque no quieres admitirlo, necesitas ayuda. Pero para dártela, tienes que dejar que asuma responsabilidades.


Sus últimas palabras le agarrotaron la garganta. Quería hacer bien su trabajo, y podía ser verdad que le gustaba sentirse útil, dar y no sólo recibir. Pero eso no era tan extraño. Y desde luego, no tenía nada que ver con él personalmente ni con el hecho de que le resultara atractivo.


—La otra alternativa es que no haga nada, y me temo que para mí es inaceptable —dijo, mirándolo fijamente.


—No es verdad que me sienta humillado por estar lesionado —dijo él, pero las mejillas se le enrojecieron.


Paula percibió en sus ojos una mezcla de sorpresa, incomodidad y algo más que no supo identificar.


—Yo mismo escucharé los mensajes mientras haces el café —añadió él, y a Paula le alivió ver que se le había pasado el enfado.


Lo malo fue que, a pesar de la distancia, su voz le puso la carne de gallina y que Pedro pareció darse cuenta, pues sacudió la cabeza y dijo:


—Tómate unos minutos para pensar en la cena —palabras impersonales contrarias a la intensidad con la que la miró. Apartando la mirada, añadió—: Si haces un guiso, puedes dejarlo cocinando mientras trabajamos.


Paula lo vió alejarse y tuvo que obligarse a reaccionar para dejar de contemplarlo. Tenía que controlar el creciente interés que sentía por él. Le gustaba, le intrigaba, sentía más emociones de las convenientes. Y debía ponerles fin. Pedro se concentró en el trabajo el resto de la tarde como si hubiera tomado la determinación de mantener las distancias, y  ella se dijo que era lo mejor para ambos. 


—Tengo que ir a remover el guiso —dijo en cierto momento. Suspiró y sugirió a Pedro que saliera a tomar el aire en el porche—. La vitamina D te sentará bien. ¿O es E? Sea la que sea, bastará con que tomes el sol diez minutos.


Pedro masculló algo mientras seguía su sugerencia y salía al exterior con el dictáfono en la mano. Paula se ocupó de la comida siete minutos y dedicó otros tres a Simba.


—¿Echando un pitillito? —preguntó Pedro al verla entrar precipitadamente.


Paula dió un salto.


—Por supuesto que no. Jamás he fumado —dijo con vehemencia—. Sólo he salido a respirar aire fresco —estaba segura de que no había podido ver la jaula de Simba—. ¿Crees que huelo a tabaco?


¡Qué pregunta tan estúpida! ¿Qué pretendía? ¿Qué se acercara a ella y la oliera?


—Hueles a flores —dijo él—. No necesito olerte para saberlo.


Pues claro que no quería olería. No era más que una contratada temporal completamente fuera de su mundo. Como él lo estaba del de ella. Sin embargo, Pedro Alfonso, había percibido la fragancia de las pocas gotas de perfume que se había puesto aquella mañana tras las orejas y en las muñecas. Pero eso no significaba nada. Sólo que había estado muy cerca de él. Y quizá ni siquiera le gustaba el olor. 

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