miércoles, 3 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 2

Intuía que Pedro Alfonso no era ni corriente ni dominable, y tampoco tenía el aspecto de alguien que buscara estabilidad en una casita con una valla blanca como la que ella podría desear algún día. O al menos como la que habían buscado y encontrado sus hermanas a pesar de que, como ella y por culpa del abandono de sus padres, también habían tenido problemas para confiar en los demás. De hecho, Isabella y Carla habían sufrido más que ella. Después de todo, sus hermanas mayores la habían protegido para que llevara una vida normal y feliz a pesar del abandono. Gracias a ellas, no había crecido traumatizada. Por eso las adoraba.


—Encantada de conocerlo, señor Alfonso. Confío en que quede satisfecho de mi trabajo —eso era lo fundamental para ella. Hacer las cosas bien, sentirse útil.


—La agencia me ha asegurado que eras la mejor candidata —Pedro alzó el brazo derecho, lo dejó caer con gesto contrariado, y levantó el izquierdo.


Paula le tendió también su mano izquierda. 


—Espero cumplir sus expectativas —dijo, inquietándose por la incredulidad que percibía en él.


El apretón de manos, que debía haber resultado impersonal, fue como una sacudida eléctrica que le llegó al corazón. Paula creyó adivinar una reacción similar en la mirada de Pedro, pero cuando lo observó con más atención, encontró una máscara imperturbable y decidió que debía de haberlo imaginado.


—Los médicos me han ordenado descansar una semana. Supongo que el aire fresco me sentará bien, pero creo que están demasiado preocupados con mi salud. Después, volveré a Melbourne y tú seguirás trabajando para mí.


—Prometo esforzarme al máximo —dijo Paula, mientras pensaba que también tendría jardín en Melbourne para acoger a Simba. En algún momento tendría que explicar su presencia. Cómo lo había encontrado atado a un poste, abandonado, la noche anterior, y cómo había pasado a pertenecerle.


Su jefe asintió con la cabeza.


—Además de las tareas que has comentado, tendrás que filtrar las llamadas y ahuyentar a las visitas inoportunas.


A Paula le llamó la atención que no quisiera visitantes. En una situación similar, podía imaginarse rodeada de sus hermanas y cuñados, que la atenderían hasta que se recuperara. Ello le llevó a pensar en la familia de Pedro Alfonso. Quizá era demasiado orgulloso como para dejar que le vieran sus amigos o familiares cuando no estaba en plena forma. Sonrió con especial amabilidad.


—No se preocupe, si alguien intenta entrar, lo echaré como si fuera un perro guardián.


Pedro sonrió y Paula sintió que el corazón le daba un salto. Súbitamente sus facciones se habían dulcificado y había rejuvenecido varios años.


—¿Tiene mascotas, señor Alfonso? Verá, yo…


—No, no tengo ninguna —la sonrisa desapareció y fue sustituida por una expresión de enfado—. Ese tipo de compromisos me resultan incómodos. 

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